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Reflexiones Póstumas Sobre Benedetti

Benedetti me sirve

 


Al poeta que escribió los gritos del Sur
En las gentes de mi familia cada 18 de mayo, ayer, tiene sentido. Siempre dijeron que un día después, pero muchos años antes, había caído en combate Martí, un hombre de la independencia frente al dominio colonial.

Luego supe que apenas unos meses después de que esa fecha empezara a contar para ellos, habían asesinado al Che, un hombre de la independencia frente al dominio imperial.

Ayer, que también fue 18 de mayo, leyendo el amanecer cobijado tras una esquina rota, supe que un día antes Benedetti se había ido, que había muerto un hombre de la independencia frente al dominio cultural… imperial y colonial.

De forma apresurada busqué y encontré un poema, que es suyo y es de todos, y que me sirve. Me sirve para rechazar la opulencia que da la espalda a tanta miseria, las lentejuelas que disfrazan jirones, las palabras repetidas que no hacen sino acribillar silencios sin rozar la propia conciencia. Y me sirve para continuar la tarea, para prender mil fuegos y vencer al frío que sentí ayer.


Me sirve no me sirve
La esperanza tan dulce
tan pulida tan triste
la promesa tan leve
no me sirve
No me sirve tan mansa
la esperanza
La rabia tan sumisa
tan débil tan humilde
el furor tan prudente
no me sirve
No me sirve tan sabia
tanta rabia
El grito tan exacto
si el tiempo lo permite
alarido tan pulcro
no me sirve
No me sirve tan bueno
tanto trueno
El coraje tan dócil
la bravura tan chirle
la intrepidez tan lenta
no me sirve
No me sirve tan fría
la osadía
Si me sirve la vida
que es vida hasta morirse
el corazón alerta
si me sirve
Me sirve cuando avanza
la confianza
Me sirve tu mirada
que es generosa y firme
y tu silencio franco
si me sirve
Me sirve la medida
de tu vida
Me sirve tu futuro
que es un presente libre
y tu lucha de siempre
si me sirve
Me sirve tu batalla
sin medalla
Me sirve la modestia
de tu orgullo posible
y tu mano segura
si me sirve
Me sirve tu sendero
compañero.

Mario Benedetti





A Mario Benedetti: propuestas


Gara/Rebelión


Ocurre, Mario, que este martes diecinueve de mayo prolonga el lunes dieciocho y, sí, al abrir los ojos hemos confirmado, entre pellizcos y despertadores, tu cambio de oficina. Por eso proponemos tres días de duelo en el alma y la suspensión temporal de los paseos nocturnos por los jardines botánicos. Simple declaración de intenciones éticas ahora que tu hermano cuerpo de compromiso nos ha dejado tras trabajar a músculo y a estómago y a nervios y a riñones y a bronquios y a diafragma. Quiero decir, claro, a corazón abierto.

Cuando hace ya unos cuantos años nos regalaste para la eternidad aquel edicto maravilloso de que “uno no siempre hace lo que quiere pero tiene el derecho de no hacer lo que no quiere”, sonreímos al unísono porque entendimos por fin que sí, que los árboles son siempre solidarios y que los seres humanos seguimos en proceso de adaptación terrenal. Sueños de vals y de tango, Mario, para un futuro que se acerca despacio, despacio. Pero viene. Claro que viene. No sé todavía si será desde ahí abajo donde hombres y mujeres como tú siguen aprovechando el sol y los eclipses o desde aquí arriba donde las cuentas no les salen y toman pastillitas a destajo al ver que los muros se desmoronan. Pero viene. Claro que viene. Mero cálculo de probabilidades poéticas sin dioses ni fantasmas, sin nubes ni zapatos.

Hoy, Mario, quisiéramos llamar finalmente a la huelga general de tres meses (innegociables) para releer sin pausas ni plusvalías tus cuentos y tus novelas, tus versos y tus canciones, tus crónicas y tus ensayos por las plazas, estadios, selvas, islas y desiertos del mundo. Simple cuestión de defender la alegría. Y de seguir comprobando, como nos recomendaste, que en la calle codo a codo somos mucho más que dos.

 

 

 

 

Un café por Mario Benedetti

 



El lunes 18 de mayo me invité un café para pensar en la no muerte de Mario Benedetti. Deseaba entregarme en pensamiento al recuerdo del poeta que comprometió su palabra con la vida. Mi idea era estar solo (más allá de las sensibilidades mediáticas), quería alejarme del mundo prefabricado y de las obligaciones que me hacen estar atado a sus circunstancias; así fuese por un día, o una mañana. Tal vez hasta me hubiese conformado con una minuto de serena existencia.

Mi utopía llegó a tanto que me ilusioné con la posibilidad de que, cuando me levantara de la mesa, la realidad estuviera más cercana a la poesía. Deseaba reconocer la utilidad de la palabra en la calle, en las formas, en los fondos; en la convivencia del segundo a segundo. Y permanecí mucho tiempo contemplando el café, temeroso de que toda la belleza sólo fuese posible en la poesía de seres como Benedetti.

El poeta sabía que la belleza jamás podría influir en las decisiones políticas, pero, como buen utopista, decía que los poetas “sí llegan al ciudadano de a pie, y a veces sirven para esclarecer una duda, para dar una tímida respuesta a una pregunta que tiene alguien”. Y todo era parte de su “Táctica y estrategia”, de su eterno compromiso con el ser humano (y la puesta en práctica de la vida en beneficio de la vida).

La vida (en sociedad) era muy dura en los tiempos cuando Benedetti padeció los rigores de la dictadura; sin embargo, lo siguió siendo después, mucho después, cuando la democracia mejoró la forma pero no el fondo; y también ahora: en este instante que se presume como el más moderno de todos los instantes. En nombre de Benedetti he querido pasar toda una mañana en un café, alejado de una realidad que cada día se parece menos a la poesía. Sabía que me estaba engañando. ¿Quién dijo que el mundo era lugar para poetas? O como una vez dijo Bolaño “la vida (a veces) es una mierda”. La realidad social es la realidad social y Benedetti es Benedetti (y la poesía).

El capitalismo nos ha hecho cínicos, duros, mezquinos. He ahí el difícil obstáculo que hace peso sobre nuestra existencia. ¿Cómo no terminar siendo piedras en momentos de dureza? He ahí la urgencia de la poesía de Mario Benedetti. No se trata de sutilezas discursivas ni mucho menos de paseos ocasionales del alma. No, mil veces no. La poesía (y Benedetti), más que un adorno, es un estorbo a la consumación de la dureza. Y por ello, desde siempre, nos la quieren robar.

No es cuento: cada vez somos menos humanos. Y Benedetti, con su palabra armada (en eterno presente), convoca a la resistencia del espíritu. Lo difícil no es protestar el fascismo político, lo complejo es oponerse al fascismo ciudadano. Pero hay que hacerlo. La palabra de Benedetti nos ubica ante un dilema milenario: ser bestias o asumirnos humanos. Y si decidimos abrir la segunda puerta: hay que comprometerse a cambiar la vida diaria, con sus formas y fondos; en el tránsito cotidiano, en los recorridos imperceptibles, en el respeto (y comprensión) al otro.

Lo reitero: hoy he decidido permanecer contemplando (en la memoria) la poesía de Mario Benedetti.

 

 

 

 

Últimos versos de Benedetti

La Vanguardia


El amor, la muerte, los libros... son algunos de los temas que han quedado, como un último mensaje, en los poemas que ha dejado Mario Benedetti antes de morirse (dos de los cuales se ofrecen en esta página). Como apunta su agente y amigo, Guillermo Schavelzon, "son parte de un libro nuevo que estaba en preparación y que no alcanzó a terminar. Habrá que esperar un tiempo para ver todo el material y qué se hace con él. En principio, no va a aparecer ninguna cómoda con nuevos textos inéditos, más allá de este libro. Lo sé porque él me iba enviando cada poema que terminaba, así, unoa uno, a medida que los escribía, quería saber enseguida la opinión de sus amigos".

La reacción de los lectores, ayer, en todos los países de habla hispana demostró que Benedetti era, sin duda, uno de los poetas más seguidos de la actualidad. Muchos de los que acudieron a darle su último adiós afirmaban que "murió de amor". Si, en cuerpo, falleció el domingo tras una larga y molesta enfermedad intestinal, lo cierto es que su alma empezó a declinar cuando su mujer, Luz, con quien compartió 60 años de matrimonio, empezó a perder la conciencia por el alzheimer para acabar falleciendo hace tres años. "Acontece la noche y estoy solo/ cargo conmigo mismo a duras penas/ al buen amor se lo llevó la muerte/ y no sé para quien seguir viviendo", escribió el poeta en 'Testigo de uno mismo' (Visor), la última de sus más de ochenta obras.

Integridad, compromiso, generosidad, humildad. Son palabras comunes en las muestras de dolor expresadas desde todos los ámbitos y países. Póstuma unanimidad de la que no todos los grandes literatos pueden presumir en el más allá. Por supuesto, como todos los escritores izquierdistas de su generación, sintió admiración por el líder cubano Fidel Castro y su revolución, que defendió sin tapujos hasta la muerte, a diferencia de tantos colegas que se distanciaron de la deriva autoritaria del régimen. Sin embargo, ello nunca le reportó las críticas que otros sí recibieron. La unanimidad en los elogios al poeta quizá respondan a su ejemplo de integridad. "Las causas en las que creo y que son derrotadas son las que me impulsan, porque gracias a que las defiendo puedo dormir tranquilo", dijo Benedetti.

El escritor uruguayo Eduardo Galeano acudió al domicilio montevideano de Benedetti nada más conocer su muerte, y con más silencios que palabras expresó poéticamente su pesar: "Benedetti en italiano significa benditos y lo único que puedo decir es eso, benditos, benditos sean las mujeres y los hombres honestos y generosos como él", dijo.

De esa generosidad fue testigo en el 2005 el entonces presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall, y el grupo de periodistas que lo acompañábamos en su visita a Uruguay. Maragall saludó a Benedetti a las puertas del geriátrico donde Luz vivía su alzheimer y donde su marido la visitaba cada día. El escritor, pese a su evidente tristeza, no tuvo reparos en fotografiarse y charlar unos minutos no sólo con el president sino también con los periodistas.

"Podemos estar contentos de que la obra de Benedetti llegó a su plenitud hace ya algún tiempo", dijo Hortensia Campanella, biógrafa de Benedetti.

El cantante Joan Manuel Serrat, que musicalizó al poeta en el disco El sur también existe,declaró sentir "pena por la muerte del amigo y la separación definitiva que esto significa, y liberación, porque en este caso la muerte se presenta como liberadora".

Y poético fue el presidente de Uruguay, Tabaré Vázquez, uno de los primeros en visitar la capilla ardiente instalada en el Congreso. "Mario nunca muere, se siembra", dijo Vázquez.

LIBROS

Quiero quedarme en medio de los libros vibrar con Roque Dalton con Vallejo y Quiroga ser una de sus páginas la más inolvidable y desde allí juzgar al pobre mundo no pretendo que nadie me encuaderne quiero pensar en rústica con las pupilas verdes de la memoria franca en el breviario de la noche en vilo mi abecedario de los sentimientos sabe posarse en mis queridos nombres me siento cómodo entre tantas hojas con adverbios que son revelaciones sílabas que me piden un socorro adjetivos que parecen juguetes quiero quedarme en medio de los libros en ellos he aprendido a dar mis pasos a convivir con mañas y soplidos vitales a comprender lo que crearon otros y a ser por fin este poco que soy

ENTRE DOS VACÍOS

Si uno piensa en la nada que lo precedió no puede evitar un desasosiego que nos va cortando tajadas de vida no es fácil concebir dónde estarán los insomnios las lágrimas los goces todo eso que estuvo en nuestras manos y que creímos era para siempre al fin comprendimos que la eternidad era una rendija entre dos sombras todo se va pero no siempre vuelve abracemos eso que tuvimos y que acaso tenemos todavía miro hacia atrás y poco veo miro hacia delante y es la niebla admito que estoy entre dos vacíos con prudencia marco bien las huellas por donde regresaré con mi nostalgia pondré atención porque el paisaje es mío y yo quiero viajar con mi paisaje






Una pluma para Mario




    “Las experiencia del exilio me convirtió en otra persona, más alerta, más enterada del mundo.” Mario Benedetti

Mario se fue en domingo, y me dejó tanta tristeza que hasta hoy puedo reaccionar. Desde que supe la noticia me invadió una nostalgia dulce, de su mirada cálida y de la serenidad que su ser transmitía.

En Uruguay, y en el mundo entero, millones de personas damos el adiós al poeta, al novelista, al periodista, al taquígrafo que con sus palabras y su personalidad sencilla y plácida, y no por eso, menos comprometida y arriesgada nos regaló los múltiples sentimientos que desbordan su obra.

Mario, - permítanme la familiaridad, pero era tan cercano a mi como a tantos de ustedes -, fue dirigente político y pieza fundamental en la “generación del 45”, de aquellos intelectuales que dejaron su impronta en la sociedad rioplatense.

Y siendo tan local, fue tan universal como para lograr que con sus versos se identificaran almas sensibles de todo el mundo.

¡Cómo se puede homenajear con palabras a quien hizo de la palabra luz, música, imágenes, sentimientos, ideas, emblemas! ¡Cómo incursionar en el arte que él desarrollaba con tanta naturalidad y excelencia sin sentirse impertinente!

Su obra fue traducida, recitada, cantada. Sus versos se convirtieron en himnos de amor y de lucha por la justicia y la libertad.

Leí La tregua después de ver la película basada en su obra. Disfruté y gocé sus palabras en mi juventud. Pero no comprendí plenamente a Benedetti hasta que viví el exilio. Por razones diferentes a las suyas, la distancia, la ausencia, el vacío, la extrañeza del desarraigo llegaron a mi vida, para sentir en carne propia esa Primavera con una esquina rota. Me dio otros ojos para ver el mundo, y para verme a mí misma. El exilio, que sin ser, necesariamente doloroso para mi, tuvo aristas duras, que aún hoy estoy limando, es una experiencia difícil de explicar, que permite ver lo propio y lo ajeno desde diferentes perspectivas.

Ese hábito lo asumió nuestro Mario de forma constante, y creo que por eso, sus reflexiones nos descubren y nos reflejan. Nadie como él para poner en blanco y negro ese encuentro de sensaciones que tantas veces no sabemos definir.

Por eso, tal como lo pediste, querido Mario, te dejo un bolígrafo, para que, en la nada, o donde estés ahora, sigas calcando tu emoción en un papel y obsequiando al mundo la exquisitez de tu alma.

rlecay1@gmail.com






A Benedetti





Hay vidas que, de muertas, sólo son biografías, ambiguos prontuarios de cuentos y de cuentas, acaso un mal habido patrimonio y algunos herederos peor hallados, un perro que les ladre dolientes titulares, un alcalde de encargo, un cardenal de oficio y un par de funerales.

Pero apenas la tierra se sume al homenaje y los gusanos rindan honores al difunto, de aquel ilustre muerto va a quedar, si me apuran, la misa aniversario con que la Iglesia reconforta el luto mientras la viuda quiera pagar los honorarios, y una lápida triste que recuerde un olvidado nombre y un extraviado año.

Son vidas que se pierden en el tiempo sin un beso en la espalda ni una mano en el pecho, infelizmente muertas.

Hay muertes que, de vivas, nos dan las buenas horas, nos lustran la sonrisa, nos atan los zapatos con los que andar el día, nos rondan y nos cantan los sueños que aún amamos.

Son muertes tan poco moribundas que siempre están naciendo y así no tengan visa para el cielo o el aval de la ley para la gloria van a seguir estando con nosotros, memoria que respira y pan que se comparte, dichosamente vivas.

 

 

 

Mario Benedetti, un luchador contra la hipocresía

 

 



No tengo el don de la escritura, en ocasiones se tuerce y muchas veces es tosca, con ello convivo y busco superarlo. La necesidad de decir y decir bien obliga. Uno busca referentes para aprender. Pero no se trata de una cuestión de estilo. Junto a lo dicho debe haber un motor que impulse las palabras. Una seña de identidad. Octavio Ianni, sociólogo brasileño, me llamo la atención sobre escribir con seso, intestinos y corazón. Todo a la vez, crear un equilibrio entre un buen ensayo y una descripción agreste sin alma. Pablo González Casanova me ha recomendado la lectura de Antonio Machado, tanto como Jorge Luis Borges. Autores donde se refleja frescura y diversidad en el uso del lenguaje. Basta con recordar como inicia Machado la clase de poética y retórica de Juan de Mairena: "Señor Pérez salga usted a la pizarra y escriba: 'Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa ...', después de meditar, escribe: 'Lo que pasa en la calle'".

Conocer la gramática no lo es todo. Es necesario jugar con las palabras, trasgredir las normas, buscar y recuperar significados. Impedir la condena de los conceptos fuertes evitando que la sociedad enmudezca. Transformar estética en obligación ética, en vivencia, conciencia crítica y transgresora. Forma y contenido entrelazados. No es una cuestión estilística, cuya meta se reduce a la soberbia de engrandecer egos y enaltecer la mezquindad del yo. Seguramente, hay buenos estilistas, pero pocos artesanos de las letras, cuya coherencia les impide torcer el camino en medio de la batalla, negándose a ser víctima de la profecía cumplida y del tópico: A donde dije digo, digo Diego.

Las palabras son un bisturí en manos de un buen médico, manipuladas por chapuzas, auguran lo peor. Se transforman en un amasijo somnoliento y pretensioso, pierden viveza. Supone la muerte de la poética puesta en el lenguaje. El don de la escritura no puede ser una rutina. Benedetti amaba escribir para contar historias. Sus relatos captan el significado profundo del amor, el desengaño, la lucha política, la memoria. Son la esencia de la vida cotidiana, del alma y del cuerpo. Puso letra a todo cuanto es creación humana. Indagó la maldad. Se batió en duelo a la vieja usanza, con honor. No soportó la traición. Su trabajo consistía en llamar a las cosas por su nombre. Formas simples y llanas. Son méritos que convierten su vida y su obra en ejemplar.

No le valieron prendas para condenar la mentira, viniese de donde viniese y lo dijera quien la dijese. Lo dicho quedó reflejado en el debate con Mario Vargas Llosa en 1984. Mientras Llosa lo insulta, tildándolo de corrupto por defender las revoluciones como la sandinista y la cubana, amén de considerarlo un robot alegre por apoyar el socialismo. Él, Vargas Llosa, se posesiona con una salida democrática al subdesarrollo y a las dictaduras. Interpretación maniquea a la cual Benedetti responde, demostrando coraje y algo de lo que carecía su contrincante: principios, altura de miras y dignidad. Los encabezados de su respuesta denotan su malestar: "Ni corruptos ni contentos" y "Ni cínicos ni oportunistas".

En ellos subraya: A Me parece absolutamente legítimo que un escritor como Vargas Llosa, se sienta tan presionado por la realidad como para pronunciarse sobre ella. La circunstancia de que muchos intelectuales latinoamericanos, a pesar de no practicar la obsecuencia ni la obediencia ciega que suele atribuirnos Vargas Llosa, mantengamos nuestra adhesión a las revoluciones de Cuba y Nicaragua no impide comprender que vanos aspectos de esas realidades hieran , vulneren o incluso descalabren ciertas pautas y arquetipos de otros intelectuales... A un intelectual del alto rango artístico de Vargas Llosa debe exigírsele una mínima seriedad en los planteos, particularmente cuando estos ponen en entredicho la probidad de sus colegas. Hablar de corruptos y contentos en una región del mundo en la que hay tantos intelectuales perseguidos, prohibidos, exiliados..., en ese marco de discriminación y de riesgo, de amenazas y de crimen es, por lo menos, una actitud insoportablemente frívola.

En la segunda entrega , tras nuevos insultos de Vargas Llosa, le recuerda su historia: A Hace ya unos cuantos años que mi tocayo señaló, con una imagen que hizo carrera, que la literatura ha de ser siempre subversiva y que el escritor debe ser una suerte de buitre que esté siempre dando vueltas sobre la carroña. Reconozco que mi vocación de buitre es prácticamente nula, y también la capacidad subversiva de la literatura es viable y defendible cuando el escritor distingue honestamente algo que subvertir, pero no como obligación eterna y menos como un deporte. Parece claro y elemental que si lucho por una sociedad más justa, cuando ese cambio, así sea primariamente, se produce, tratar de subvertir la situación equivaldría a proclamar una vuelta a la injusticia.

La discusión se zanjó con la salida de las paginas de opinión de El País de Mario Benedetti. El grupo Prisa y Juan Luis Cebrian, a la sazón director del matutino, decantaron la línea editorial hacia el peruano.

Mario Benedetti hace fácil lo difícil. Capta los valores y las vilezas de los mortales. Muestra, como en el ejemplo anterior, la cara de la traición, de la ignominia. Describió la muerte diseccionando las dictaduras y sus dictadores. No le hicieron falta títulos universitarios. Tampoco se invento, como el ex-ministro de educación chileno, José Joaquín Brunner, un falso titulo de sociólogo y posgrado en Oxford. Era un artesano de la palabra, en poeta. Siempre tuvo una sonrisa y no faltó a sus compromisos, se exigía con quien sentía eran sus compañeros de viaje.

Mario Benedetti, ha sido un hombre comprometido con su tiempo, y por ello fue perseguido. Su palabra resulta incomoda. Él supo el significado de un doble exilio. Enfrentó decretos de busca y captura. Desde la firma por el gobierno de Bordaberry el 26 de junio de 1973 llamando a los militares al poder con un joven Julio María Sanguinetti en funciones de ministro, se abocó a denunciar las tiranías, sin dejar de escribirle al amor. Exiliado en Madrid, recibió el cariño de unos, los mas y el odio de la élite política. No le perdonaron vivir el Sur en el Norte, decir que también existía, reclamar derechos de autodeterminación y soberanía para los países que sufren la penetración imperialista. Hoy, los hipócritas lloran su muerte. Por suerte, Benedetti fue claro, en el tiempo de la globalización, lo que se globaliza es la hipocresía.

 

 

 

 

La voz entera de Benedetti

 

 

 



Lejos de Amsterdam, donde me encuentro, y adonde desde California nos llega la noticia aciaga de la muerte de nuestro amigo Mario, lejos –pues– del teclado con que escribo estas líneas, una máquina de escribir electrónica aguardaba ser usada por primera vez un día de oct ubre de hace muchos años. La había comprado justo antes de viajar a Francfort para entrevistar a Mario Benedetti. Y el caso es que Mario tenía un par de días libres, así es que lo invité a Colonia, donde vivían algunos personajes de su última novela publicada entonces: Primavera con una esquina rota.

Mario estaba literalmente harto de la persecución a que lo sometía la intelligentsia española, que no le daba tregua ni cuartel. Hablamos largamente de ello en el tren, entre Francfort y Colonia, y en casa, antes de irnos a dormir. Cuando me levanté, muy temprano, lo descubrí en mi despacho. Él, que en Madrid tenía una igual, fue quien desvirgó mi nueva máquina, esa mañana, con su sonada renuncia a seguir publicando en El País madrileño.

[Sonada también, en ese mismo diario, la única polémica de altura en los últimos tiempos en nuestro idioma, entre Benedetti y Vargas Llosa, ambos respetándose de una manera caballerosa, argumentando de manera objetiva, no ad hominem –que suele ser lo normal en nuestro ámbito. Polémica que cerró Benedetti diciéndole a su tocayo (cito de memoria): “Pero no te preocupes, Mario, te seguiremos leyendo, porque lo que escribes está a la izquierda de lo que piensas.”]

¿Qué tenía –y lo que es peor: qué siguió teniendo– la intelligentsia española en contra de Mario Benedetti? Porque en España es harta la gente que lo tenía encasillado en un Index tan feroz como el de la Iglesia católica en su día. Para esa gente, Benedetti era Maladetti. ¿Por qué?

Entendería que hablasen mal de él como escritor porque no les gustase su escritura: no tenía por qué gustarles. Pero hablaban mal de él, como escritor, con auténtico encarnizamiento. Incluso gente por lo demás muy comedida y respetuosa con el resto del género humano, pero no con este polígrafo oriental (uruguayos sólo son los futbolistas, decía Borges).

Analizando el tema llegué a dos explicaciones. La primera: porque su poesía goza de un éxito de público sin precedente desde los tiempos de Neruda y los Veinte poemas de amor y una canción desesperada. La segunda: porque pese a todos los pesares jamás dejó de defender a la Revolución cubana. Hay cosas imperdonables, y lo que menos se perdonan los nuevos españoles –europeos ahora en su propia homologación, simples rastacueros según la mía– es haberse convertido de Saulo en Paulo, y constatar que seguia y sigue habiendo quienes se niegan a hacerlo. Y a quienes, para colmo, la juventud los lee como los leyeron sus padres e incluso sus abuelos. Entonces, se lo cobran en forma de ninguneo y, en el caso de Benedetti, hasta ahora con saña.

Con saña, porque ¿cómo ningunear una carrera literaria de sesenta años?

Fue en 1945 cuando Benedetti publicó su primer libro de poemas, La víspera indeleble , pero el volumen jamás se ha vuelto a editar, y parecería mejor datar el comienzo de esa carrera en 1948, cuando aparece su primera obra ensayística, Peripecia y novela , a la que sigue en 1949 su primer libro de cuentos, Esta mañana . Diez años más tarde, otro volumen de cuentos, Montevideanos , significa su consagración. Y en 1960, con La tregua , Benedetti se da a conocer –¡y de qué modo!– más allá de las fronteras de su país: esta novela breve alcanzó más de cien ediciones, ha sido traducida a diecinueve idiomas y adaptada al cine, al teatro, la radio y la televisión.

[La primera versión cinematográfica de La tregua fue nominada para el Oscar al mejor filme extranjero de 1974. Perdió, a mi juicio, por otros criterios que la película misma, pero perdió con honor, contra un Fellini: Amarcord, como la Armada Invencible contra los elementos].

Cómo ningunear más de una larga docena de volúmenes de cuento s, muchos de ellos antológicos; varios d rama s; una decena de novelas (donde además de La tregua brillan con brillo propio Gracias por el fuego, La borra del café y El cumpleaños de Juan Ángel); los centones de sus artículos de prensa y numerosos ensayos, como El país de la cola de paja, perfectamente autónomos y orgánicos, y aún muy válidos, con títulos que son toda una declaración de principios: Cultura entre dos fuegos, Subdesarrollo y letras de osadía, La cultura, ese blanco móvil; y en fin, last but not least , una casi inacabable lista de libros de p oesía , con hitos tales como Poemas de la oficina, Viento del exilio, El olvido está lleno de memoria, y este Testigo de uno mismo recien publicado en Montevideo, a qué seguir...

A título anecdótico, y para evidenciar la popularidad de Benedetti entre el público lector, contaré que en Madrid había una call girl , Sandra, que se anunciaba con un endecasílabo suyo: «Mi táctica es quedarme en tu recuerdo.» Y sí, Mario, esa era tu táctica. Sumamente exitosa, por cierto, puesto que te has quedado para siempre en nuestra memoria.

 

http://www.jornada.unam.mx/2009/05/24/sem-bada.html

 

 

 

 

El mismo Benedetti

 

 

 



Regresábamos a México por carretera cuando la radio dio la noticia: Mario Benedetti había muerto. Miré a Patricia que conducía y balbuceé si acaso un “no pudo más”. Después, silencio. Volteé hacia la ventana del vehículo. Observé las sombras chinescas de los árboles recostados sobre la montaña y ennegrecidos por la hora, mientras se escurría un lagrimón y llegaban de golpe los recuerdos. Evoqué la coherencia de Mario hasta el final. Su ética. Su humor lindo. Su ironía penetrante, a veces ácida, tan montevideana. Al paisito verde y herido de nuestra juventud. La vieja Facultad de Humanidades, allá en Juan Lindolfo Cuestas, pegada al mar, donde Mario dirigía el Departamento de Literatura Hispanoamericana y rondaba el fantasma de Carlos Vaz Ferreira. A mi hermano Ibero Gutiérrez, acribillado por el escuadrón, su poesía trunca como la de Heraud, el peruano. A los barbudos de la Sierra Maestra , a Fidel, al Che. Al Bebe Sendic y los muros con estrellas tupamaras. La militancia. A Dery chiquita. Machado. Vallejo. Tierra y libertad. Zapata. UTAA.[1] El Movimiento Independiente 26 de Marzo. A Seregni, el Frente Amplio y la corriente combativa.

El país de la cola de paja despertaba de la larga siesta batllista. Se terminaba el tiempo de las vacas gordas y asomaba la lucha de clases exacerbada en la Suiza de América. Perdíamos la inocencia. Se iba al carajo la imagen del Uruguay idílico, facilongo y campeón. Jorge Pacheco Areco, el ex boxeador que ejerció el poder entre 1968 y 1972, marcó el inicio de la democradura. Gobernó bajo medidas prontas de seguridad. Es decir, bajo el estado de sitio permanente. Militarizó los entes estatales y los bancos, intervino la enseñanza, instauró la censura previa a los medios e implantó por decreto el Registro de Vecindad. Nos habían vendido el cuento de un ejército que tomaba mate en los cuarteles. Pero pronto llegaría Mitrione y sus métodos de interrogación. Y con él, la máquina. La cacería del hombre. Y también la censura y la mentira institucionalizada.

En sus letras de emergencia Mario Benedetti recordaba que “la muerte había dejado de ser un niño vietnamita quemado con napalm y cocacola en alguna zona desmilitarizada”. Y era verdad. La represión y la muerte asolaban ya la patria de Artigas. Uruguay era América Latina. Más medidas de excepción. La Ley de Seguridad. El Estado de Guerra Interna. El país mordaza. El de la picana, el submarino y la capucha. Y Mario que insistía desafiando al malón fascista: “Con tu puedo y con mi quiero, vamos juntos compañero.” Se habían acabado todas las variantes de la joda. El golpe de Bordaberry agudizó la contradicción oligarquía-pueblo. En el oscuro invierno del '72, en la explanada de la Universidad , en nombre del Movimiento 26 de Marzo, solo, rodeado de la tensión del momento y de un puñado de compañeros, Mario Benedetti nos habló de “la guerra con sangre derramada y muerte en las calles y en los campos”. Dijo que se reprimía con el pretexto de la subversión, y pidió no dejarse ensordecer por el fragor de la batalla. “No dejemos que la gran capucha de la desinformación nos oculte la realidad. Detrás de la represión y la tortura hay también fuertes motivaciones económicas.” Llamó a rescatar la dignidad y la soberanía. Apeló a la unidad que sirve para luchar. Y dijo, rotundo, jugándose el pellejo, “revolución es participación”.

Todavía en marzo del '73, durante un acto de la Corriente del Frente Amplio, Mario, siempre optimista, habló del poder popular. No se pudo. Poco después hasta la cultura pasaba a la clandestinidad. Benedetti, como tantos, marchó al exilio. A la Argentina de la Triple A , donde lo sorprendió el golpe de Videla. El Pito Michelini, el Toba Gutiérrez Ruiz y William Whitelaw y su compañera Rosario fueron asesinados en Buenos Aires. De nuevo la peste del terrorismo de Estado. Y otra vez a salir con los ladrillos a cuestas y el cepillo de dientes. Mario a Perú y luego a Cuba. Otros al México-refugio, país solidario de entonces. A reencontrarnos con el “viejo” Quijano del legendario Marcha. Y con Mario Benedetti y Daniel Viglietti en aquella primera histórica versión de A dos voces , en la sala Nezahualcóyolt abarrotada, en 1978.

Recuerdo también aquel encuentro con Mario en La Habana , en Casa, en el '79. Me acompañaban León García Soler y Agustín Granados, colegas periodistas. Bajamos de El Nacional al malecón, y mientras ellos conversaban, observaba el mar, ensimismado. Llegamos a la Casa de las Américas y Mario nos recibió siempre fraterno y cordial. Fue un diálogo íntimo. Hablamos de gaviotas y pescadores. Del cielo azul habanero. De las olas que reventaban contra el murallón y los barcos allá lejos. Evocamos la rambla, claro. Nuestro Montevideo. Después pasamos la lista de los amigos comunes desperdigados de la diáspora. Y con la nostalgia de andar lejos hermanamos Cuba y México. Y como siempre, un abrazo y un hasta pronto. Ya de regreso, juguetón, su voz aguardentosa, Agustín disparó: “Pinches putos! ¡Vaya platicadita, las gaviotas, los barquitos!” Y sí.

La última vez que estuve con Benedetti fue el día que enterramos a mi madre en Montevideo: el 22 de abril de 2008. Viglietti y su compañera mexicana, Lourdes Villafaña, nos habían acompañado al cementerio del Buceo y de regreso al barrio tomamos un café en el Baccaro. De pronto, Daniel dijo: “Vamos a ver a Mario.

¿Por qué no venís?” Mi hermana Alicia, alentó: “Andá. Te va a hacer bien.” En los últimos años, con las idas a Uruguay para ver a mi madre, ya grande, incluía una visita a Mario en su departamento de la calle Zelmar Michelini esquina 18. Era parte de una rutina entrañable que incluía, también, el local de Tristán Narvaja a ver a mis compañeros. Esa mañana a Mario se le veía animado. Bromeamos. Ariel Silva, su secretario, comentó los avances del libro en preparación y ponderó su disciplina de escritor. Todos allí sabíamos que la muerte acechaba.

Benedetti, generoso, admirable, había sobrevivido a las perplejidades de fin de siglo y varios achaques. Y seguía rumiando sus adioses y bienvenidas. Sus insomnios y duermevelas. Sus despistes y franquezas. Tenía su ironía intacta igual que su ternura y su sonrisa. El mismo Mario, modesto, sencillo, ético, con su calidad humana y el compromiso de siempre, hasta el final, defendiendo la palabra.

 

http://www.jornada.unam.mx/2009/05/24/sem-carlos.html

 

 

 

 

 


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