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La Misoginia de la Jerarquía Católica

 

Ella como Pecado

Ella como pecado

Adán y Eva. Óleo de Lucas Cranach
(1526)
El tema del papel de la mujer en la Iglesia católica romana es abordado polémicamente por el ensayista Juan Bedoya, formado en la Universidad de Navarra, perteneciente al Opus Dei. Bedoya coincide con la pensadora católica Margarita Pintos (Asociación Teológica Juan XXIII) cuando ésta señala que Roma "al pretender ser referente moral para la humanidad, acentúa una antropología dualista" y desde allí considera "que el hecho de ser mujer es un impedimento para acceder al ámbito de lo sagrado". Bedoya recuerda que las religiones abrahámicas obligan a preguntarse qué serían Abraham sin la simpática Sara; a Jesús sin la generosa María Magdalena o a Mahoma sin la madura Jadiya. También se refresca una simpática anécdota del papa Juan XXIII ante la exuberante Sofía Loren. Cuando era nuncio en París, luego papa del Concilio Vaticano II, se encontró en un acto oficial con la actriz italiana, que lucía rumboso escote y una cadena con una cruz de esmeralda adentrándose con coquetería entre sus senos. “¡Benedetto, quel Calvario!” (¡Bendito, ese Calvario!), suspiró con sonrisa desarmante el futuro pontífice. Fue beatificado por Juan Pablo II en el año 2000. También bajo la lupa del articulista el sabio Santo Tomás de Aquino y sus sentencias sobre la mujer; la  palabra femina que proviene defides (fe) y minus (menos), luego femina significa: la que tiene menos fe; o bien que Castidad quiere decir castigo…
Juan G Bedoya / Periodista y ensayista*
Ella como pecado
Ante un dicho de picardía de Juan
XXII frente a la belleza femenina,
no todos los eclesiásticos
reaccionaron con humor.



Benedicto XVI equipara la ordenación femenina con los delitos más
graves e indigna a teólogos e iglesias de base – Roma se niega a
revisar la misoginia de sus primeros sabios

“De los innumerables pecados cometidos a lo largo de su historia, de
ningún otro deberían de arrepentirse tanto las Iglesias como del pecado
cometido contra la mujer”. Es la opinión de la teóloga Uta
Ranke-Heinemann, compañera de estudios del actual papa, Joseph
Ratzinger, en la Universidad de Munich, entre 1953 y 1954.

La pensadora católica habla de machismo, pero sobre todo de las
políticas de exclusión impuestas por la jerarquía. La Iglesia romana no
parece dispuesta a rectificar. El pasado 15 de julio reformó su código
para endurecer las penas de los delitos más graves que pueden cometerse
en su seno. Junto a la pederastia figura la ordenación sacerdotal de
mujeres. La decisión ha causado estupor.

Entre las protestas en marcha, destaca la exhibición en autobuses que
circulan por el centro de Londres de carteles con la leyenda Pope
Benedict. Ordain Women Now
! (”Papa Benedicto: ¡ordene mujeres ya!”).
Benedicto XVI viaja este mes al Reino Unido, en la primera visita de un
pontífice romano a ese país desde que el rey Enrique VIII rompió con el
Vaticano en 1534.

Margarita Pintos, miembro de la Asociación de Teólogos Juan XXIII, leyó
“con estupor” la carta apostólica que, con el título de Normae
de gravioribus delictis
(Normas sobre los delitos más graves), agrava las penas contra el
sacerdocio femenino. “La institución que pretende ser referente moral
para la humanidad acentúa una antropología dualista, en la que el hecho
de ser mujer es un impedimento para acceder al ámbito de lo sagrado”,
afirma.

Como principio general, no hay derecho a entrometerse en las
obligaciones que una religión impone a sus fieles. Quien no esté de
acuerdo, tiene la libertad de marcharse, y, antes, la de no entrar. Los
laicos no deben escandalizarse porque los obispos execren del divorcio,
de la despenalización del aborto o de los curas que quieren casarse. Si
quieres ser católico, no te divorcies; si quieres divorciarte, hazte
protestante. Solo se puede protestar cuando la Iglesia católica
pretenda impedir que se divorcie alguien que no es católico, o predica
la insumisión ante una ley que protege derechos, no los impone.

Pero, muchas veces, la “ideología del apartheid”, como la llama
Margarita Pintos, “no solo toca a la institución vaticana, sino que
refuerza imágenes de lo masculino y de lo femenino que el patriarcado
social ha impuesto con la ayuda del cristianismo”.

Pintos concluye que es ese “apartheid antropológico” quien contribuye a
mantener y a reforzar la marginación, el desprecio e, incluso, la
violencia contra las mujeres.



Umberto Eco recuerda que en La cartuja de Parma de Stendhal, puede leerse: “Dado que los fieles son también mujeres,
¿qué ocurre con las muchachitas que podrían excitarse ante un cura
guapo?”.



¿Cuándo se torció todo para la mujer?



¿En qué doctrinas apoya la Iglesia de Roma su decisión de que las
mujeres deben ser excluidas del sacerdocio? Hay respuestas para todos
los gustos, con citas de los hombres más doctos de esa confesión.

Si no fuese porque lo que Ranke-Heinemann califica de “denigración de
la mujer” ha causado dolor y violencias, la sola enumeración selectiva
de esa doctrina convertiría estas páginas en una regocijada lectura de
verano. Lo malo son las consecuencias. Si la religión más influyente
del mundo denigra con saña a las mujeres por boca de sus mejores
pensadores, ¿qué esperar de muchos de sus fieles?

Santo Tomás de Aquino, al que los religiosos acuden cuando se sienten
perdidos en cuestiones de doctrina, apeló incluso al argumento
libidinoso, para aborrecer el sacerdocio de la mujer. “Si el sacerdote
fuera mujer, los fieles se excitarían al verla”. Es la parte simpática
de su teoría.

Umberto Eco, en sus debates con el cardenal emérito de Milán, Carlo
Maria Martini, se mofa de esa idea recordando páginas de Stendhal en La
Cartuja de Parma
a propósito de los sermones del bello
Fabrizio. “Dado que los fieles son también mujeres, ¿qué ocurre con las
muchachitas que podrían excitarse ante un cura guapo?”. La simpática
disputa entre el autor de El nombre de la rosa y
el príncipe de la Iglesia más intelectual del momento se recoge en el
libro En qué creen los que no creen.


La subordinación a los varones es el motivo de que se niegue el sacerdocio
a la mujer. “Porque las mujeres están en estado de subordinación,
tampoco pueden recibir el sacramento del orden”, sentencia Santo Tomás.
Se contradice a sí mismo cuando habla también de mujeres en estado de
no subordinación a los varones: “Al hacer el voto de castidad o el de
viudedad y desposar así a Cristo, son elevadas a la dignidad del varón,
con lo que quedan libres de la subordinación al varón y están unidas de
forma inmediata a Cristo”.



En los textos sagrados de las religiones abrahámicas abundan mujeres
importantes. Imposible imaginar a Abraham sin la simpática Sara; a
Jesús sin la generosa María la de Magdala; a Mahoma sin la madura
Jadiya. La literatura antigua no es injusta con la mujer. Entre los
privilegios que confirió el fundador cristiano a la mujer no es menor
el haberse aparecido a ellas resucitado, antes que a ninguno de sus
posteriormente empavonados apóstoles, que habían huido muertos de miedo
cuando vieron detenido y condenado a su maestro. Pedro, el primer papa,
iba a negarlo hasta tres veces.

¿Cuándo se torció todo para la mujer? Cuando los religiosos pusieron en
el portal de su actividad el sexto pecado cristiano: el sexo, el hombre
como un “ser empecatado” en palabras de San Agustín. Hay antes la
increíble historia del Paraíso y la anécdota de la manzana, donde Eva
simboliza la tentación y la caída por deseo de inmortalidad (y por
curiosidad, gran virtud).

Aunque parezca raro, la Iglesia católica concibió hasta finales del
siglo XIX este relato del Génesis como un documental que debía ser
tomado al pie de la letra.

¿Por qué el diablo no se dirigió a Adán, sino a Eva?, se pregunta
incluso San Agustín. El demonio interpeló primero a “la parte inferior
de la primera pareja humana” porque creyó que “el varón no sería tan
crédulo”. Así lo escribe en La ciudad de Dios.



San Jerónimo,
doctor de la Iglesia, cita: “Vigilemos a fin de que las matronas no
dominen en las iglesias; estemos atentos a fin de que no sea el favor
de las mujeres el que decida sobre los rangos sacerdotales”.



La subordinación al varón


La inferioridad de la mujer (femina, en latín) se pone de manifiesto ya
en ese término latino. El nombre femina proviene
de fides (fe) y minus(menos), luego femina significa: "la que tiene
menos fe". Todo empezó cuando los primeros sabios cristianos tomaron a
Aristóteles como pensador de cabecera. El griego fue quien primero
enumeró los motivos más profundos de la inferioridad de la mujer. Ésta
debe su existencia a un descarrilamiento en su proceso de formación; es
“un varón fallido”. San Agustín solo reforzó ese desprecio, y Santo
Tomás lo hizo teología de la grande.

Según el axioma de que “todo principio activo produce algo semejante a
él”, en realidad siempre deberían nacer varones. A veces nacen mujeres,
que son varones fallidos. Aristóteles llama a la mujer arren
peperomenon
(”varón mutilado”). El de Aquino traduce al
latín esa expresión griega como mas occasionatus(varón fallido). Así que toda mujer lleva a cuestas, desde su
nacimiento, un fracaso. La mujer es un producto secundario, que se da
cuando fracasa la primera intención de la naturaleza, que apunta a los
varones. El sabio de Aquino también sostiene que la mujer “está
sometida al marido como su amo y señor” (gubernator), que tiene
“inteligencia más perfecta” y “virtud más robusta”.

La subordinación a los varones es el motivo de que se niegue el
sacerdocio a la mujer. “Porque las mujeres están en estado de
subordinación, tampoco pueden recibir el sacramento del orden”,
sentencia Santo Tomás. Se contradice a sí mismo cuando habla también de
mujeres en estado de no subordinación a los varones: “Al hacer el voto
de castidad o el de viudedad y desposar así a Cristo, son elevadas a la
dignidad del varón, con lo que quedan libres de la subordinación al
varón y están unidas de forma inmediata a Cristo”. El famoso teólogo,
admirado en Roma como un doctor angelicus(maestro angelical), no llega a responder por qué tampoco esas mujeres
perfectas tienen derecho a ser sacerdotes.

¿Qué habría dicho Jesús ante tanta marginación? El teólogo Hans Küng,
que participó como perito en el Vaticano II, responde con una frase de
Karl Rahner, el gran pensador de ese concilio: “Jesús no habría
entendido ni una palabra”. Es que a veces, como escribió Bertrand
Russell, “el mundo que conocemos fue hecho por el demonio en un momento
en que Dios no estaba mirando”.

Mientras las demás religiones cristianas (sobre todo anglicanos y
protestantes) siguen ordenando mujeres -algunas ya con la dignidad
episcopal-, la Iglesia romana endurece las penas a quienes osen soñar
con sacerdotes femeninos. Pero el padre Ángel García, fundador de
Mensajeros de la Paz y uno de los grandes eclesiásticos españoles -fue
premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 1994-, tiene una
corazonada. “Tengo la firme esperanza de que, si Dios quiere, este Papa
pondrá en funcionamiento el sacerdocio femenino. El día que se levante
con buen pie, dirá: ‘Hasta aquí hemos llegado’. Antes de cinco años lo
hace. No hay una sola razón para que no pueda haber sacerdotes
femeninos. Además, hay mucha presión”, dice el padre Ángel. Se refiere
a la falta de sacerdotes, con decenas de miles de parroquias sin
pastor. En cambio, son mujeres quienes realmente llenan las iglesias e,
incluso, las gestionan.

No hay indicios de que Benedicto XVI vaya por el camino que sueña el
fundador de Mensajeros de la Paz. En su famosa biografía de Jesús, el
Papa apenas dedica unas páginas a la mujer, para decir, citando al
evangelista Lucas, que el fundador cristiano, “que caminaba con los
Doce predicando, también iba acompañado de algunas mujeres”. Lucas
menciona tres nombres, Benedicto XVI ninguno. Solo que iban “tres
mujeres con Jesús”, sin nombrarlas, “y muchas otras que le ayudaban con
sus bienes”.

No puede ser un olvido casual. Antonio Piñero, catedrático de Filología
Griega en la Universidad Complutense de Madrid, subraya las veces que
María Magdalena, por ejemplo, aparece en los textos primitivos: 17
veces en los Evangelios, ninguna vez en Hechos de los Apóstoles. Esta
mujer, la más citada, por encima de la madre de Jesús, María, ayudaba a
Jesús “con sus bienes”, según el evangelista Lucas, pero ha sido
presentada por muchos predicadores como “poseída por demonios”, e
incluso de vida licenciosa. Piñero ha dedicado un libro a los
“cristianismos derrotados”, con este mismo título. Las mujeres son un
rostro perdurable de esa derrota.

Pese a su indiferencia hacia el protagonismo de la mujer junto al
fundador cristiano, Ratzinger no desaprovecha la ocasión para subrayar
“la diferencia entre el discipulado de los Doce y el de las mujeres”.
“El cometido de ambos es completamente diferente”, concluye. Suyas son
ahora las decisiones de endurecer las penas contra el sacerdocio
femenino.

Ramón Teja, catedrático de Historia Antigua en la Universidad de
Cantabria, documenta los tiempos en que el cristianismo estuvo dominado
por las mujeres, con esta cita a San Jerónimo: “Vigilemos a fin de que
las matronas no dominen en las iglesias; estemos atentos a fin de que
no sea el favor de las mujeres el que decida sobre los rangos
sacerdotales”. Teja cree que la participación o no de mujeres en el
ministerio sacerdotal fue un principio práctico para distinguir la
herejía de la ortodoxia, de acuerdo con una norma establecida por
Tertuliano: “No está permitido que una mujer hable en la Iglesia, ni le
está permitido enseñar, ni bautizar, ni ofrecer la eucaristía, ni
reclamar para sí una participación en las funciones masculinas, y mucho
menos en las sacerdotales”.



Margarita Pintos,miembro de la Asociación de Teólogos Juan XXIII, leyó “con estupor” la carta apostólica que, con el título de Normae de gravioribus delictis
(Normas sobre los delitos más graves), agrava las penas contra el
sacerdocio femenino. “La institución que pretende ser referente moral
para la humanidad acentúa una antropología dualista, en la que el hecho
de ser mujer es un impedimento para acceder al ámbito de lo sagrado”,
afirma.



Una atracción fatal


Hay una simpática anécdota del papa Juan XXIII ante la exuberante Sofía
Loren. Cuando era nuncio en París, el papa del Concilio Vaticano II se
encontró en un acto oficial con la actriz italiana, que lucía rumboso
escote y una cadena con una cruz de esmeralda adentrándose con
coquetería entre sus senos. “¡Benedetto, quel Calvario!” (¡Bendito, ese
Calvario!), suspiró con sonrisa desarmante el futuro pontífice. Fue
beatificado por Juan Pablo II en el año 2000.

No todos los eclesiásticos reaccionan con humor. La visión de la mujer
como objeto de pecado es cosa de hombres obsesos, y sus reacciones
suelen ser maleducadas, por ejemplo esta de San Juan Damasceno: “La
mujer es una burra tozuda, un gusano terrible en el corazón del hombre,
hija de la mentira, centinela del infierno”. O esta de San Alberto
Magno: “La mujer tiene la naturaleza incorrecta y defectuosa”.

No todos los grandes eclesiásticos son así, ni mucho menos. El teólogo
Marciano Vidal lo analiza en su libro Moral de amor y de la
sexualidad,
con el relato con que el buen San Alfonso María
de Ligorio contemplaba un escote (ubera) de mujer. “Pectus non est pars
vehementer provocans ad lasciviam” (”El pecho no es parte que provoque
vehementemente la lascivia”), escribió el fundador de los redentoristas.

En cambio, el gran San Agustín escribió que “el marido ama a la mujer
porque es su esposa, pero la odia porque es mujer”, y que “nada hay tan
poderoso para envilecer el espíritu de un hombre como las caricias de
una mujer”. ¿Hablaba por experiencia? Padre de un chico al que llamó
Deodato (Dado por Dios), repudió a la madre sin contemplaciones, aunque
“con la promesa de no entregarse a ningún otro hombre”.

Antes de convertirse, San Agustín fue un obseso sexual, además de un
presumido. Escribe en Confesiones, por lo demás un libro maravilloso: “Fui a Cartago, donde terminé en
un bullente caldero de lascivia. En un frenesí de lujuria hice cosas
abominables; me sumergí en fétida depravación hasta hartarme de
placeres infernales. Los apetitos carnales, como un pantano
burbujeante, y el sexo viril manando dentro de mí rezumaban vapores”.
Agustín tenía un problema con el sexo. Lo malo es que hizo escuela.
Haría bien Roma en desmitificar a sus clásicos.

Otro que temblaba en presencia de las mujeres fue Santo Tomás de
Aquino, el mayor de los teólogos cristianos. Encarcelado por sus
parientes a causa de su ingreso en la orden de los dominicos, fue
tentado carnalmente, instigado por una prostituta vestida con suma
elegancia. Se la habían enviado sus propios parientes. Dicen sus
biógrafos que en cuanto la vio, el llamado Doctor Angélico corrió a un
fuego de verdad, cogió un leño en llamas y echó fuera de la cárcel “a
la que quería despertar en él el fuego del placer”.

Inmediatamente después, Santo Tomás cayó de rodillas para pedir el don
de la castidad y se quedó dormido. Entonces se le aparecieron dos
ángeles que le dijeron: “Por voluntad de Dios te ceñiremos con el
cinturón de la castidad, que no podrá ser desatado por ninguna
tentación posterior; y lo que no ha sido conseguido por mérito, es dado
por Dios como don”.

Se dice que Tomás sintió el cinturón y despertó dando un grito.
Entonces se sintió dotado con el don de tal castidad que, a partir de
ese instante, iba a retroceder espantado ante toda lozanía, hasta el
punto de que ni una sola vez pudo hablar con las mujeres sin tener que
hacerse violencia. ¿Castidad perfecta? Castidad quiere decir castigo.



* Periodista y docente español, nacido en 1945. Licenciado
en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra (Opus Dei).
Se ha desempeñado en Alerta (Santander), El Correo Español (Bilbao),
Televisión Española, director de Hoja del Lunes de Santander
(1975-1980) y ahora es responsable de la sección de Religión de El País
de donde se ha extraído este artículo, difundido por el Servicio
Ecuménico de Prensa Ecupres, que dirige el pastor Aníbal Sicardi. La
Comisión Europea le ha otorgado a Bedoya el Premio Europeo de
Periodismo 2009.
Ella como pecado
Bajo el liderazgo de Benedicto XVI, Roma se niega a revisar la misoginia de sus primeros sabios.
     

 

















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