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Análisis Latinoamericano

De La Reforma A La Revolución En Latinoamérica

Se ha hecho un compendio de los seis artículos de análisis economicista de Claudio Katz, economísta socialista argentino, activo a favor de la emancipación geopolítica de latinoamérica. Este compendio será interesante para investigadores, analistas y activistas políticos del socialismo. El componente ecológico está mayormente ausente en los análisis, por centrarse Katz en el enfoque marxista.

El editor del blog


(Argenpress) Latinoamérica I: Comparaciones y explicaciones de la crisis

 

Claudio Katz (especial para ARGENPRESS.info)

El alivio que ha sucedido al duro impacto inicial de la crisis reproduce en América Latina una tendencia mundial. A mediados del 2008 irrumpió la recesión, el incremento del desempleo y la retracción del comercio, a pesar de los socorros a las empresas que improvisaron todos los gobiernos.

Pero al promediar el año pasado se generalizó la distensión financiera, se contuvo la compresión del crédito y la desvalorización de las materias primas. El producto bruto sufrió un significativo retroceso, pero tendería a recuperarse durante el 2010. ¿Qué dimensión presenta esta crisis, en comparación a las eclosiones que sacudieron a la región en las últimas décadas? (1)

Magnitudes y comparaciones

El PBI latinoamericano aumentó 4,1% en el 2008, declinaría 1,8% en el 2009 y volvería a subir 4,1% en el 2010. Este vaivén también sigue los lineamientos internacionales, con porcentuales más favorables que los países desarrollados y más adversos que las economías ascendentes de Asia. Este resultado intermedio confirma que el impacto ha sido inferior al Primer Mundo, pero no tan atenuado como en China o la India.

El estallido no se originó esta vez en América Latina, sino en el epicentro del capitalismo. No sucedió a los descalabros de la deuda externa, los desmoronamientos fiscales o las fuertes devaluaciones, que periódicamente acosan a la región. Esta localización externa destruye el mito de la invariable responsabilidad autóctona de las desgracias que padece la zona. Nadie puede atribuir el vendaval actual a la “corrupción de los funcionarios”, a la “escasa disciplina de la población” o la “menguante laboriosidad de los trabajadores”. Los neoliberales han debido resignar su argumento predilecto para explicar el temblor en la región.

El detonante externo es ahora esgrimido para exculpar a las clases dominantes locales de cualquier responsabilidad, olvidando que el capitalismo no funciona en otra galaxia. América Latina está inserta en un sistema que periódicamente soporta conmociones globales. Las mismas convulsiones que ahora desplomaron a los bancos estadounidenses, arrasaron en varias oportunidades a las finanzas de la periferia. Las crisis cambian de localización, pero obedecen siempre a un mismo determinante capitalista.

Al confirmar esta inestabilidad estructural del sistema, el nuevo estallido sacudió al establishment latinoamericano, que se había acostumbrado a un quinquenio de crecimiento y apostaba a un período semejante de apacibles negocios.

Pero el efecto de esta crisis ha sido muy desigual. El gran desplome del 7% del PBI que afectó a México dista de la moderada caída que soportó Brasil (uno o dos puntos). Mientras que Centroamérica sufrió el efecto inmediato de la recesión estadounidense, las economías diversificadas de Sudamérica lograron atemperar esa incidencia.

El origen estadounidense del crack y su menor impacto relativo sobre América Latina constituyen, hasta ahora, los únicos puntos en común de la eclosión reciente con la depresión del 30. Las comparaciones con los colapsos más recientes de las últimas dos décadas de neoliberalismo son más aleccionadoras. (2)

La recesión actual sería más aguda que las registradas durante 1990 y 2002 (caídas de PBI menores de un punto), pero no alcanzaría la gravedad de 1983 (declinación de 2,6%). Sería un shock profundo, pero de incidencia inferior a la “década perdida” del 80 o a la “media década perdida” de 1998-2003. (3)

En los derrumbes de esos períodos se verificaron desmoronamientos más dramáticos del PBI en varios países. Hubo colapsos de 17 % en Chile (1983-84), 10 % en México (1994), 11 % Argentina (2001-02) y declives muy pronunciados de Brasil (1998). La crisis actual presenta hasta ahora una magnitud inferior a esos antecedentes.

Sólo en México la escala de la tormenta presenta semejanzas con el Tequila de 1994, tanto en la regresión industrial, cómo en la expansión del desempleo. Pero la turbulencia actual no ha incluido los desmoronamientos de bancos y la pulverización de la moneda, que condujeron en esa oportunidad al inédito socorro de la Reserva Federal.

El brusco freno que ha sufrido la economía argentina tampoco guarda punto de comparación con la histórica catástrofe del 2001. La crisis ha puesto fin a un quinquenio de alto crecimiento, pero no produjo el desplome de un modelo (convertibilidad), ni generó cesaciones de pago, confiscaciones de depósitos bancarios o descalabros monetarios.

El mismo contraste se extiende a Brasil. La principal economía latinoamericana fue muy golpeada el año pasado, pero la devaluación inicial no precipitó fugas de capital, depreciaciones monetarias, rebrotes inflacionarios o astronómicos ascensos de las tasas de interés. Estos episodios acompañaron, en cambio, al ocaso del cruzado (1986), al fin del plan Collor (1990) y a la última quiebra fiscal (1999). La conmoción actual se ha caracterizado por un tipo de transmisión muy diferente.

Mayor impacto comercial que financiero

A diferencia de lo ocurrido en los 80 y 90 el efecto financiero de la crisis no ha sido significativo. La colocación internacional de bonos públicos se mantuvo con tasas de rendimiento elevadas y la severa caída inicial de las bolsas fue seguida por una persistente recuperación. En la segunda mitad del 2009, los mercados bursátiles de Brasil, Chile, Perú o Colombia registraron incrementos del 100%.

Por otra parte, el volumen de las reservas supera al nivel predominante durante las crisis de las últimas décadas y la carga del endeudamiento externo ha bajado. Estos pasivos (netos de reservas internacionales) equivalían al 6% de PIB (2008), frente al 30% predominante durante las eclosiones anteriores. (4)

Esta menor gravitación de los desequilibrios financieros ha reducido el interés de las interpretaciones centradas en esta órbita. También el énfasis en los aspectos monetarios ha decaído, ante la limitada corrosión sufrió que esta vez el sistema bancario.

Pero este cambio no es obra de la naturaleza. Reflejó la monumental transformación que sufrieron las entidades financieras, como consecuencia del tendal de quebrantos generados por las últimas crisis. Los bancos de la región han sido menos golpeados que sus equivalentes del Primer Mundo por haber procesado la depuración, actualmente en curso en las entidades de Estados Unidos y Europa.

Pero esta mayor consistencia poscrisis es un arma de doble filo, ya que atrae nuevas burbujas hacia la región. En un marco de bajas tasas de interés y alto riesgo de los bancos metropolitanos, los capitales de corto plazo afluyen a la zona para lucrar con los vaivenes de las acciones, los inmuebles y las monedas. Esta llegada de fondos contrasta, con la caída de 35- 45% de la inversión extranjera de largo plazo, que se registró durante el 2009.

Los conocidos efectos desestabilizadores que genera este arribo de capitales golondrinas han conducido a introducir restricciones (especialmente en Brasil). Pero si la rentabilidad de esas operaciones persiste, las barreras podrían quedar neutralizadas por otras vías de ingreso de los mismos fondos.

En esta oportunidad, el tradicional canal financiero de transmisión de la crisis ha sido reemplazado por un impacto comercial. La súbita caída de los precios (29%) y del volumen de las exportaciones, que se observó entre el comienzo de la crisis (septiembre 2008) tiene pocos precedentes. Aunque alcanzó un piso (junio del año siguiente) y fue seguido de una nueva apreciación de las materias primas, el resultado final de esta oscilación es incierto.

La renovada demanda de China, India y otras economías intermedias podría estabilizar estos precios, determinando una inédita gravitación de las compras asiáticas sobre el ciclo comercial latinoamericano. Pero este cambio de comprador no altera la fuerte atadura de la región al vaivén de cotizaciones de los bienes exportados. El ascenso de estos precios permitió cinco años de continuada reactivación y la reciente recuperación ha operado cómo un salvavidas de poca consistencia.

Regresión social y deterioro popular

El estallido de la crisis provocó un inmediato aumento de 1% de la desocupación en la región. Al menos tres millones de personas perdieron su empleo durante los primeros meses del 2009, revirtiendo la moderada recuperación de puestos de trabajo, que se registró durante el crecimiento del quinquenio precedente.

Las últimas estimaciones indican un incremento del 7,4 al 8,3% (o 9%) de la tasa promedio de desocupación. Esta media incide en forma variable en las distintas economías (Argentina 8,8%, Chile 10,7%, México 6,12%). El paro comenzó golpeando a los asalariados de las industrias más internacionalizadas y terminó afectando duramente a los trabajadores precarizados e informales. En la juventud el desempleo duplica el promedio general. Hay 50 millones de jóvenes latinoamericanos que se encuentran totalmente afuera del sistema educativo y 20 millones de niños trabajan en condiciones infrahumanas. (5)

Este agravamiento del desempleo coincide con una expansión de la pobreza, que afectaría a un rango de 6 a 10 millones de individuos. El porcentaje de los desamparados latinoamericanos continuará girando en torno al 40% de la población, con picos de agravamiento en las recesiones y reducidas mejoras durante las reactivaciones. Este océano de pobres alimenta crecientes formas de precariedad laboral en todos los países. (6)

En las naciones más desguarnecidas la irrupción de la crisis incluyó, además, la desgracia del hambre. Este flagelo es un resultado directo de la reconversión neoliberal del agro, que acentuó la especialización exportadora, el éxodo rural y la falta de alimentos. América Latina participa con 53 millones de individuos en el mapa mundial de la desnutrición. (7)

Otra consecuencia de la crisis ha sido la abrupta reducción de las remesas. Esta disminución de los envíos familiares afecta particularmente a los países centroamericanos, que sufrieron una verdadera desarticulación demográfica. Uno de cada 10 mexicanos reside en Estados Unidos y sus transferencias de fondos se han tornado vitales, al pasar de 7.500 millones de dólares (2000) a 26.000 millones (2007). (8)

En los últimos meses del 2009 se verificó incluso el inédito fenómeno de remesas inversas, es decir giros realizados desde el Sur hacia los familiares que perdieron su empleo en el Norte. Pero el retorno a casa no parece una opción, en el cuadro actual de recesión agravada por la gripe porcina y el desplome de turismo.

La crisis también deteriora la distribución del ingreso, recreando el ensanchamiento de la brecha social, que se atenuó levemente durante el reciente ciclo de crecimiento. El índice Gini (que mide este desnivel) registraría un incremento del 0,47% al 0,51%.

Para una región que padece los mayores índices de desigualdad del planeta, las consecuencias de cualquier desmejora en esta área son dramáticas. Basta observar las cifras predominantes en la principal economía de la región, para notar la dimensión de esa asimetría. En Brasil el 10 % más rico posee casi el 75% de la riqueza total y el 45% de estos recursos es acaparado por 5000 familias, localizadas en cuatro ciudades. (9)

La desintegración social que generan estos niveles de desigualdad se traduce en un explosivo incremento de la criminalidad. Las pandillas son reclutadas entre jóvenes desempleados que soportan la marginalidad urbana, potenciada por la destrucción de las comunidades agrarias. Una multitud de individuos sin trabajo, oficio u horizonte de vida ha sido empujada a esa informalidad por la reconversión capitalista de las últimas décadas.

La delincuencia se ha expandido, además, por la cultura del consumismo y de la ostentación que propagó el neoliberalismo, mientras demolía el nivel de vida las familias obreras. Los capitalistas que causaron esta tragedia, ahora protestan vivamente contra sus efectos, especialmente cuando padecen en carne propia los secuestros o robos sanguinarios, que caracterizan a la nueva criminalidad. Los responsables de esta degradación también se quejan de la baja formación educativa, cómo si la regresión en este plano fuera ajena al aniquilamiento sufrido por la escuela pública.
Explicación por intervencionismo

Los voceros de CEPAL han acompañado las oscilantes interpretaciones de la crisis que expusieron los economistas más afamados. Primero caracterizaron la eclosión como el mayor estallido de la posguerra y al poco tiempo, diagnosticaron un súbito fin de ese desmoronamiento. Ponderaron, además, la madurez y capacidad de resistencia que ha exhibido América Latina frente a estos temblores. (10)

En ningún momento aclararon cómo se produjo el mágico pasaje de una catástrofe económica a una recaída irrelevante. En cambio, atribuyeron la novedosa capacidad que ha mostrado la zona para atemperar la crisis global, a las políticas heterodoxas de intervención estatal. Algunos autores contrastaron estas acciones con la parálisis o ineficacia, que impuso en ocasiones anteriores, la subordinación ortodoxa a los dictados del mercado.

La intervención del estado ha sido efectivamente un dato generalizado, que se manifestó en distinto tipo de medidas. Algunas tendieron a disuadir el aumento de las tasas de interés y otras a sostener parcialmente la demanda mediante la expansión monetaria. Esta política predominó con diversos matices en casi todos los países, desmintiendo la apología neoliberal a las cualidades autocorrectivas del mercado. Pero esta orientación no fue un invento latinoamericano. Acompañó una tendencia mundial que asumió mayor intensidad en Estados Unidos y Europa.

Pero esta intervención ha sido posible en la región por la existencia de reservas acumuladas durante la prosperidad del 2003-08. Como en ese período se registraron tasas de crecimiento del 5% anual y mejoras de los términos de intercambio del 100%, los gobiernos contaron con un margen de acción inexistente en los colapsos anteriores. Aprovecharon la coyuntura creada por el primer período de crecimiento latinoamericano superior a las economías desarrolladas desde la posguerra. Especialmente el auge externo proveyó ingresos fiscales, que permitieron evitar la repetición de la bancarrota mexicana de los 80 o el quebranto argentino del 2001.

Pero la intervención que pondera CEPAL no fue neutra. Socorrió con fondos públicos a los grandes bancos o empresas, mediante auxilios que excluyeron la redistribución de ingresos. El incremento del gasto público benefició a las clases dominantes y solo incorporó compensaciones secundarias en el área social.

La atención que igualmente se ha puesto en evitar un desplome del poder adquisitivo, refleja el temor que han dejado las grandes rebeliones populares de las últimas décadas. Más que una repentina inclinación por la heterodoxia, en la cúpula del poder ha estado fresco el recuerdo de esos levantamientos sociales.

Explicación por ajuste

Los economistas ortodoxos atribuyen el limitado impacto de la crisis en la región a la aplicación de estrictas políticas de superávit fiscal, restricción monetaria y endeudamiento controlado. Consideran que esta sobriedad permitió afrontar con sólidos escudos el vendaval externo. (11)

Esta caracterización registra la existencia de un contexto fiscal y monetario efectivamente distinto al pasado reciente. La deuda regional equivalente al 53% del PBI y al 365% de exportaciones en 1987 se redujo al 21% y el 87% de estos guarismos en el 2008. También los bancos presentan un nivel más acotado de apalancamiento, en un marco de endeudamiento público y privado más reducido. (12)

Pero este escenario no fue forjado con sobriedad administrativa. Ha sido el resultado de un ajuste social brutal, que incluyó procesos de licuación de deudas, desvalorización de capital y transferencias de ingresos solventados por las mayorías populares.

Los neoliberales omiten esta cirugía, que también condujo a la reorganización de las finanzas a favor de un grupo más selecto de entidades. Estas limpiezas han convertido por ejemplo a Brasil, en un niño mimado del establishment global. El país recibe altas calificaciones de los banqueros (investment grade) e incluso presta plata al FMI. Luego de una escalada de quiebras (1994), que centralizó todo el sistema en pocas manos, las principales instituciones sobrevivientes se han especializado en operaciones con derivados y opciones. Sólo 25 entidades controlan el 81% de los activos y mantienen altos lucros de intermediación, en un marco de mayor estabilidad monetaria.

En México se consumó un proceso semejante luego del colapso de 1994. Pero en este caso, la concentración de bancos se produjo junto a la extranjerización de todo el sistema, especialmente luego del pasaje del Banamex al Citigrup y del Bancomer al BBVA. Toda la estructura de préstamos ha quedado, además, muy conectada a la subordinación económica a Estados Unidos.

En Argentina la reorganización bancaria sucedió al descomunal colapso del 2001-02. Aquí no sólo hubo cierre y venta de entidades, sino también expropiaciones de depósitos, canjes compulsivos de las deudas, pesificaciones de acreencias dolarizadas y default de bonistas. La magnitud de este estallido terminó limitando la hegemonía lograda por las finanzas durante los años 90, pero no revirtió una estructura financiera retrógrada y concentrada. Sólo 10 entidades controlan el 77 % de los depósitos. (13)

Cómo procesos semejantes (o más turbulentos) de reorganización bancaria se registraron en Ecuador y Venezuela (y otros países), la eclosión reciente llegó a Latinoamérica en el período de reestructuraciones que sucede a las crisis. Pero esta coyuntura es frágil y no brinda protección frente a un rebote del temblor externo o una nueva erosión endógena. Las causas estructurales de la pulverización sufrida por los bancos durante los años 80 y 90 persisten y la repetición de esos estallidos es una posibilidad siempre latente.

Los dos factores que pospusieron este desenlace –altos precios de las materias primas exportadas y cierto control del déficit fiscal y la inflación- están sujetos a imprevisibles y repentinos desajustes. Los economistas ortodoxos presienten esta fragilidad y advierten contra los peligros que afronta la región. Pero siempre olvidan considerar cuán responsables son de esa vulnerabilidad.

Claudio Katz es economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda).

Notas:
1) Esta evaluación continúa nuestro primer análisis: Katz Claudio, “América Latina frente a la crisis global”, Crisis capitalista, economía, política y movimiento, Espacio Crítico Ediciones, Bogotá, 2009.
2) Mientras que en Estados Unidos la crisis se prolongó hasta 1939, en la mayor parte de América Latina concluyó en 1932-35. Maira Luis, “¿Cómo afectará la crisis la integración regional?”, Nueva Sociedad, n 224, noviembre-diciembre 2009.
3) Esta evaluación presenta Ocampo José Antonio, “La crisis económica global”, Nueva Sociedad n 224, noviembre-diciembre 2009.
4) Ocampo La crisis.
5) Rojas Aravena Francisco, “Siete efectos políticos de la crisis internacional en América Latina”, Nueva Sociedad n 224, noviembre-diciembre 2009. Fazio Hugo, “Las grandes crisis latinoamericanas de los últimos 15 años”, La explosión de la crisis global, LOM, Santiago, 2009. También Página 12, 8-12-09
6) La Nación, 11-11-09, 6-9-09.
7) La Nación, 15-10-09.
8) CEPAL Informe, 15-7-09, La Nación, 22-11-09
9) La Nación, 6-9-09, Página 12, 26-12-09. Pochman Marcio. “El país de los desiguales”. Le Monde Diplo, diciembre 2007.
10) CEPAL, “Panorama de la inserción internacional de América Latina y el Caribe”, 10-12-2009, Santiago de Chile. También La Nación, 11-11-09.
11) Esta tesis plantea Arriazu Ricardo, “América Latina logró ser menos vulnerable”, Clarín, 21-9-09. También Sturzenegger Federico, en Página 12, 2-2-08.
12) Clarín, 21-9-09.
13) Página 12, 27-1-09.

 

(Argenpress) Latinoamérica II: Del industrialismo a la exportación básica

 

El vaivén de los precios internacionales de los insumos incide como nunca sobre la economía latinoamericana. México depende de los ingresos que aportan las ventas de petróleo, Argentina ha quedado atada a la valorización y depreciación de la soja y Brasil está pendiente de los productos básicos que comercializa. Esta subordinación a la cotización de metales, alimentos o combustibles es muy superior en los restantes países de la zona.

La primarización en debate

Es indudable que el modelo exportador ha recuperado preeminencia en la región. Los grandes proyectos de infraestructura buscan garantizar salidas externas, para materias primas elaboradas siguiendo el esquema extractivo. Los principales conglomerados concentran su actividad en el sector primario, recreando la especialización que históricamente empujó a Latinoamérica a un status periférico.

Entre 1985 y 1996 fueron extraídos 2.706 millones de toneladas de productos, compuestos en un 88% por minerales y petróleo. La región es muy codiciada por las compañías mineras, que explotan los cuantiosos acervos de cobre y hierro y los grandes yacimientos de litio y uranio. También reúne las reservas más significativas de agua y biodiversidad del planeta.

Durante la mayor parte del siglo XX el desarrollismo se opuso a la especialización exportadora que promovían los liberales. Pero este rechazo se atenuó en las últimas décadas y ha desembocado en la actualidad, en una curiosa reivindicación de la primarización por parte de CEPAL.

El principal vocero de la heterodoxia industrialista reivindica el “potencial que ofrecen las actividades basadas en recursos naturales”, resalta su aporte tecnológico y defiende la suscripción de acuerdos de libre comercio, para facilitar el ingreso de los productos básicos a las economías desarrolladas. (1)
Estos planteos no sólo contrastan con la tradición industrialista, que encarnó la CEPAL entre 1950 y 1980. También ignoran los argumentos que se esgrimieron durante décadas, contra las nefastas consecuencias del modelo primario-extractivo. Este esquema generó en el pasado sometimiento externo, saqueo de recursos y perdurables obstáculos a la acumulación.

En la actualidad impone la persistencia de la pobreza y provoca la expulsión de la población rural, sin gestar puestos de trabajo equivalentes en las áreas urbanas. Todas las objeciones clásicas a la primarización mantienen su vigencia. La gravitación de las empresas transnacionales, la mundialización y la emergencia de Asia no atenúan las adversidades de ese modelo.

En realidad, los viejos problemas de la inserción exportadora han sido potenciados por las nuevas consecuencias de la devastación ambiental. Los propios técnicos de CEPAL han evaluado los dramáticos costos sociales del cambio climático para América Latina, en materia de pestes, enfermedades y deterioro del agua o el suelo. (2)

Pero estos impactos son divorciados de sus fundamentos en el esquema primario-extractivo. Especialmente se olvida que la principal fuente de emisión de gases tóxicos en la región proviene de la minería a cielo abierto, la deforestación y el uso irracional del suelo para ampliar monocultivos.

Este deterioro del medio ambiente no se corrige en América Latina con lamparillas que ahorren electricidad o automóviles híbridos. Se requieren políticas de conservación de la naturaleza, radicalmente opuestas a la continuada primarización del comercio exterior. (3)

Prioridades de Estados Unidos

América Latina sigue ocupando un lugar estratégico para Estados Unidos, cómo gran reserva de recursos naturales. La región cumple una función decisiva en el aprovisionamiento de los metales y el petróleo que utilizan el Pentágono y el complejo industrial del Norte. Mediante tratados bilaterales de libre comercio, Estados Unidos ha buscado resguardar este abastecimiento, mientras refuerza su exportación de productos elaborados y generaliza la fabricación de partes en las zonas francas. (4)

El imperialismo norteamericano encara esta acción para superar una crisis de dominación, sobre una región tradicionalmente manejada como extensión de su propio territorio. La gestión de Bush estuvo signada por el fracaso del ALCA y la reaparición de revueltas populares antiimperialistas. Esta oleada también dio lugar a nuevos gobiernos enfrentados con el Departamento de Estado. Obama busca revertir esta pérdida de influencia estadounidense, que se verifica mucho más en el hemisferio sur que en Centroamérica. (5)

Estados Unidos busca también recuperar el terreno perdido a manos del capital europeo, desde el fuerte ingresó de España a sectores claves de las finanzas y los servicios latinoamericanos. Europa no disputa preeminencia militar, ni gran liderazgo político en la zona, pero alienta acuerdos de libre comercio para favorecer a sus propias compañías. Habrá que ver si el duro efecto de la crisis actual sobre las firmas españolas, les permite preservar su presencia como segundos inversores externos de la región.

La llegada de China a una zona históricamente alejada de su radio de acción representa un desafío mucho más serio para Estados Unidos. La potencia oriental se ha convertido en gran demandante de petróleo, soja y cobre y su intercambio con Latinoamérica saltó de 10 billones de dólares (2000) a 140 billones (2008).

Además, la economía china inunda de productos a sus nuevos socios y ha logrado convertir a Brasil en un cliente de primer orden. El intercambio entre ambos países tiende a superar el comercio brasileño-estadounidense y un deslizamiento del mismo tipo, comienza a observarse en Perú, Chile y Argentina.

Pero el gigante del Norte ya ha reaccionado suscribiendo un acuerdo de libre comercio transoceánico (Vietnam, Singapur, Australia), que aglutina también a sus socios del pacífico sudamericano. En este escenario se dirime la disputa por el gran botín de los recursos naturales que atesora la región.

El ocaso de la burguesía nacional

La vieja estructura industrial que producía limitadamente bienes para el mercado interno ha quedado remodelada por las sucesivas crisis que padeció América Latina. Ese tejido forma parte en la actualidad del esquema exportador, especialmente en los tres países que desenvolvieron un sector fabril de importancia.
La renovada gravitación de las materias primas no ha destruido a la industria latinoamericana, pero debilitó su incidencia en comparación a la posguerra. Se ha modificado el perfil de la manufactura por el creciente peso de las corporaciones foráneas. Sin embargo, también irrumpieron multinacionales latinas, en los nichos no ocupados por las grandes firmas internacionales.

El retroceso relativo de la industria regional es más visible en comparación a la expansión de las firmas asiáticas. La participación general de ambas zonas en el comercio mundial siguió trayectorias claramente distintas. Mientras que América Latina ha mantenido su presencia tradicional (del 4% del total en 1980 al 5 % en 2008), Asia saltó del 6% al 23%, en el mismo período. La diferencia en el tipo de productos vendidos es mucho más significativa, ya que en la primera zona mantiene su especialización en materias primas y la segunda genera manufacturas industriales. (6)

El escenario del 2010 es tan sólo una expresión coyuntural de esta divergencia. América Latina crecería 2 o 3 %, frente al 12% de China y el 8% de la India. Es indudable que la gravitación preeminente de las finanzas y un patrón de crecimiento centrado en exportaciones básicas ha recreado las viejas limitaciones de la industria latinoamericana.

El viraje de las últimas décadas ha modificado, además, el perfil social de las clases dominantes. Las viejas burguesías nacionales promotoras del mercado interno han quedado sustituidas por nuevas burguesías locales, que jerarquizan la exportación y la asociación con empresas transnacionales. El neoliberalismo consolidó este cambio en las tres principales economías de la región.

La antigua burguesía industrial brasileña forjada al calor de las políticas desarrollistas perdió primacía. Desde los años 80 fue reemplazada en el manejo del estado por el bloque actual de banqueros, hombres del agro-negocio y exportadores industriales. En México, el unánime apoyo que brindan los capitalistas al acuerdo de librecomercio con Estados Unidos, ilustra más categóricamente la declinación del viejo proteccionismo industrialista. En Argentina, el salto de un esquema a otro, adoptó formas dramáticas de demolición fabril y destrucción del viejo empleo formal forjado durante la sustitución de importaciones.

Este cambio en las clases dominantes también dio lugar a una creciente predilección por la rentabilidad financiera de corto plazo, junto a nuevas ligazones con empresas foráneas. Ambos procesos se verifican en la fuga de capitales o a la inversión externa de capitales, que no encuentran colocaciones rentables en la acumulación interna.

Pero la desaparición de las viejas burguesías nacionales no extingue a las clases capitalistas locales, que siguen actuando en función de sus propios intereses y disputan varias franjas de actividad con firmas foráneas. Constatar la declinación de la burguesía nacional sólo implicar registrar que un segmento de la clase dominante (y una estrategia de acumulación) han perdido relevancia. No hay extranjerización total, ni copamiento transnacional. Los capitalistas latinoamericanos constituyen la fuerza social predominante en el manejo de los estados, aunque es mayor su inclinación a profundizar la asociación con el poder financiero global. (7)

Un ejemplo de este cambio fue la actitud asumida por los gobiernos de México, Brasil y Argentina frente a la crisis reciente. Los tres países fueron incorporados a las reuniones del G 20, para apuntalar el socorro internacional de los bancos quebrados. Tal como se esperaba, la administración neoliberal mexicana adscribió en forma ciega a todas las iniciativas de la Reserva Federal. Pero las mismas posturas adoptaron los presidentes más autónomos de Brasil y Argentina.

Las tres administraciones avalaron el sostén mundial del dólar y de los bancos quebrados. Concertaron esta postura en las reuniones mantenidas en Chile a mitad del 2009, con el vicepresidente estadounidense y el primer ministro británico. Este cónclave fue calificado en forma absurda por la prensa, como un “encuentro de líderes progresistas”.

Utilizar esa denominación para describir la convergencia regional con autoridades anglo-estadounidense es tan ridículo, cómo otorgarle el premio Nobel de Paz al máximo exponente de imperialismo. En las reuniones que tramitaron la socialización de las pérdidas sufridas por los banqueros, no podía filtrarse ninguna pizca de progresismo. México, Brasil y Argentina asumieron esa agenda, para ratificar que sus clases dominantes comparten las prioridades del capitalismo global.

“¿Posliberalismo?”

Otra manifestación de esta misma alineación ha sido el apoyo al FMI para reorganizar las finanzas mundiales. Naciones que han sufrido en carne propia los ajustes que impone ese organismo, acompañan ahora la recomposición de esa entidad.

México solicitó inmediatamente un nuevo crédito, Brasil subió la apuesta aportando capital fresco al Fondo y Argentina comenzó un largo camino de retorno al organismo que repudió, luego de cancelar las ilegítimas deudas que mantenía con esa entidad.

Esta nueva convalidación del FMI es frecuentemente justificada con la reivindicación de esta institución, en su papel compensador de los desequilibrios internacionales. Se afirma que este apoyo a las regiones subdesarrolladas en los momentos de crisis, será reforzado con mayor inyección de recursos. (8)
Pero la credibilidad actual de esta fábula se ha reducido significativamente. El FMI siempre auxilia a los bancos afectados por el quebranto de los estados e impone medidas de ajuste que solventan los oprimidos.

Un “rol más activo del Fondo” sólo implica exigencias más drásticas sobre los deudores.

Es muy frecuente escuchar que se ha producido una súbita transformación del FMI, que “aprendió las lecciones del pasado”, “ya no exige sacrificios” y respeta a la “soberanía de las naciones”. Pero resulta muy difícil encontrar algún indicio de esta insólita conversión de agresor de los pueblos en transmisor del desarrollo.

En los hechos el FMI continúa implementando la misma política, con idénticos ultimátum. Basta observar los últimos convenios firmados por El Salvador, Islandia o Pakistán, para notar esa continuidad. Es cierto que en los últimos meses se triplicaron los recursos del organismo, se renovó el menú de créditos y apareció una línea de préstamos más flexible para complementar el tradicional Stand By. Pero los convenios mantienen las exigencias de siempre. Serbia y Bosnia debieron aceptar reducciones de salarios de los empleados públicos y Ucrania o Bielorusia tuvieron que introducir la dura ley del déficit cero. Lo único que ha cambiando es el discurso que legitima estos ajustes. (9)

Las nuevas ilusiones en el FMI tienen un objetivo político. Buscan aislar a los gobiernos y movimientos sociales que mantienen críticas al organismo, exigen su abandono y proponen construir entidades alternativas al mayor emblema del neoliberalismo.

La moda actual de revalorizar al FMI es compartida por muchas corrientes neodesarrollistas, hostiles a la primacía asignada al capital foráneo (“ahorro externo”) y a la obstrucción al desenvolvimiento industrial, que generan las altas tasas de interés. Esos enfoques divergen del neoliberalismo convencional, pero aceptan la prioridad exportadora, el ajuste salarial y la estrecha asociación con las corporaciones transnacionales. Al igual que CEPAL, renuncian a las aristas conflictivas del viejo desarrollismo y se oponen a una redistribución radical del ingreso, complementada con nacionalizaciones y reformas agrarias. (10)

Sólo la aplicación de estas tres últimas medidas implicaría el inicio real de un estadio “posliberal”. Es un error aplicar esta noción a gobiernos que mantienen la privatización de los recursos básicos, la estructura fiscal regresiva y la concentración de capitales y tierras en el agro.

Los cambios progresistas en estas tres áreas constituyen puntos de partida insoslayables para comenzar rupturas con el legado neoliberal, que preservan los denominados gobiernos progresistas. En este terreno se diferencian de sus antecesores nacionalistas, que a mitad del siglo pasado chocaban con la oligarquía y el capital extranjero, para desenvolver la industrialización autónoma e introducir reformas sociales.

 

 

(Argenpress) Latinoamérica III: Variedades de Políticas Económicas

 

Claudio Katz (especial para ARGENPRESS.info)

En la región se observan políticas económicas diferenciadas en función de dos procesos: la consolidación o erosión del neoliberalismo y el avance o reflujo de la resistencia popular. Estas singularidades se expresan en cuatro variantes de orientación oficial.

Neoliberalismo ortodoxo en México

La economía azteca ha sido particularmente afectada por la crisis actual. Mientras que el PBI se contraería 0,8% en Brasil y mantendría una leve suba de 1,5% en Argentina, decaerá 7% en México. A pesar de esta contracción, el gobierno de Calderón reafirmó la política neoliberal de las últimas décadas, otorgando mayores atribuciones al Banco Central para administrar el ajuste. Al igual que en la crisis anteriores, la eclosión actual induce a profundizar la atadura al neoliberalismo.

Esta política se inició en México a mitad de los 70 con un crack que precipitó el endeudamiento externo y el despojo petrolero. El descalabro posterior de 1982 condujo a la suscripción del NAFTA y el desmoronamiento bancario de 1994 desembocó en más privatizaciones y librecomercio. Esta dinámica de neoliberalismo continuado, ubica a México más cerca del patrón mundial, que de las peculiaridades latinoamericanas.

Esta orientación no obedece sólo al ascenso del partido derechista PAN, sino que es también compartida por la vieja burocracia nacionalista del PRI. Esta política económica se afianzó a pesar de sus nefastas consecuencias. Ha consagrado una profunda dualización entre la minoría que lucra con el modelo vigente y la mayoría afectada por ese esquema. Los perdedores se localizan especialmente en sectores de la pequeña empresa, en la región sureña y en la masa de asalariados, que perdieron un millón de puestos de trabajo en última década.

La crisis actual ha puesto de relieve la enorme dependencia hacia Estados Unidos, que absorbe el 85% de las exportaciones del país. La recesión de la potencia vecina paralizó todo el cordón de maquiladoras, creando una situación muy crítica en los sectores automotor, electrónico y textil. A diferencia de lo ocurrido en 1994, esta vez no se avizora una salida con mayores ventas al norte.

El esquema de maquilas es vulnerable, además, por la baja competitividad de actividades que operan con tecnologías fragmentadas. Los enormes lucros de las corporaciones foráneas se asientan en los bajos costos salariales. Esas empresas han reforzado la desintegración de la vieja estructura industrial, introduciendo mayores niveles de explotación y depredación ambiental. Ni siquiera han alentado aumentos significativos de la producción, cómo lo demuestra el bajo crecimiento industrial (desde el año el año 2000, sólo un tercio de la media prevaleciente en los 70). (1)

Pero el modelo actual es sostenido también por los grupos capitalistas aglutinados en torno a las nuevas multinacionales locales (Telmex, Cemex, Grupo Bimbo). Estas corporaciones se expandieron en los mercados vecinos, desarrollando especialidades no cubiertas por sus competidores metropolitanos (farmacia, medios de comunicación, cemento, alimentos).

El estancamiento industrial coincide con la consolidación de México cómo abastecedor petrolero de Estados Unidos. Mientras que en 1988 se destinaba a ese mercado el 50% del crudo, las colocaciones actuales bordean el 80%. Luego de Canadá y Venezuela, el país se ha convertido en la tercera fuente suministro del combustible importado por la primera potencia.

Pero lo más llamativo es la brutal depredación que sufre este recurso. En los últimos seis años se extrajo el 87 % de todo el crudo sustraído en la era contemporánea. Esta absorción contrasta con el 13% capturado durante el largo período precedente de cuatro décadas (1938-76). Además, se han privilegiado toscas formas de primarización por la demora en construir refinerías. México es el sexto exportador mundial de petróleo, pero debe importar el 40% de la gasolina que consume por falta de procesamiento local del combustible.

La baja inversión en exploración está agotando, además, las reservas y reforzando las presiones para privatizar la empresa estatal PEMEX. Esta firma se ubica en el podio de las diez principales petroleras del mundo, cuenta con ingresos anuales de 100.000 millones de dólares y nutre el 40% de los recursos del presupuesto estatal. Pero ha sufrido los típicos procesos de endeudamiento y saqueo que preceden al remate de las compañías públicas.

La lista de aspirantes a ganar esta subasta es tan nutrida, cómo la resistencia que genera liquidar la compañía que financia al estado. Por esta razón, una administración ultra-liberal no logra consumar su traspaso al sector privado. (2)

Social-liberalismo en Brasil

El impacto de la crisis global en Brasil fue semejante al promedio latinoamericano, pero la economía del país cumpliría un rol más activo en la eventual reactivación del 2010. Los pronósticos indican un crecimiento de 5,5%, frente a 4% de Argentina y 3,5% de México. Si estas previsiones se cumplen, cambiaría la tónica del rezago brasileño, observado durante el reciente ciclo de crecimiento regional. Mientras que Argentina o Venezuela crecieron en ese quinquenio al 7 u 8% del PBI, Brasil no superó el 3%. (3)

Pero cualquier análisis basado en estos vaivenes de la coyuntura tiende a ensombrecer el afianzamiento de la principal economía de la región. Esta consolidación es muy resaltada por los voceros del capital financiero, que alaban a Lula y pronostican la conversión de Brasil en la quinta potencia del plantea, a mitad de siglo XXI. Ponderan especialmente la atracción que ejerce la magnitud de su mercado sobre las inversiones externas. Esta afluencia aumentó un 30% durante el año pasado, a pesar de la caída del 14% que registró esa variable en el resto del mundo.

El entusiasmo capitalista toma en cuenta también la significativa expansión internacional de las multinacionales brasileñas, que comienzan a incursionar en Centroamérica, África y Medio Oriente. Un núcleo de 14 firmas ya figura en la lista de las 100 principales firmas globales emergentes. Las compañías con inversiones significativas en el exterior pasaron de 6 a 877 firmas desde 1990. También llama la atención el peso de las exportaciones manufactureras básicas. Esta actividad expresa una reconversión de larga data, ya que las ventas externas de bienes industriales saltaron de 6,2% del total (1964), al 54% en la última década. (4)

La gravitación de estas compañías y la presencia de exportaciones industriales diferencian a Brasil del resto de la región. Pero esta singularidad no aproxima el modelo vigente al proteccionismo de posguerra, ni a la precedente utilización de la renta cafetalera, para un proceso de industrialización asentado en la sustitución de importaciones. (5)

Las multinacionales brasileñas operan con sus socios internacionales, privilegian las exportaciones y mantienen un gran retraso tecnológico, no sólo con las economías centrales, sino también con sus pares de Asia. La influencia que ha ganado la empresa aeronáutica Embraer es un caso aislado. En Brasil no se ha desarrollado ningún sector de inversiones complejas en computación, servicios, automotores o actividades nucleares. Los gastos de investigación y desarrollo se ubican por debajo del promedio de la OCDE e incluso Corea del Sur registra 30 veces más patentes, con un tercio de la población del país sudamericano. (6)

Esta limitación obedece, en gran medida, a la creciente incidencia de las agro-exportaciones, que en el último período recuperaron primacía en desmedro de la industria. El viejo liderazgo en café, jugo de naranja o azúcar, ahora es complementado por el negocio de la soja y próximamente del etanol. Si se concreta el millonario programa de extracción del petróleo descubierto en la costa, este recurso podría sumarse a la canasta primaria de ventas externas.

Un efecto de esta gravitación es la inclinación de los distintos gobiernos a negociar mayor acceso al mercado agrícola internacional, a cambio de aperturas importadoras que afectan a la industria tradicional. Pero otra consecuencia más devastadora de la euforia generada por el agronegocio es la destrucción ambiental. La frontera de la soja y de la ganadería se expande desmontando el Amazonas. Las diez grandes empresas que propician esta invasión destrozan con agrotóxicos una monumental reserva de la naturaleza.

Estas mismas compañías bloquean cualquier intento de avanzar en la reforma agraria, potencian el éxodo rural y reducen la tierra cultivable para la alimentación local. También lucra con estas agresiones el 1,5% de los propietarios latifundistas, que detenta el 57% de la superficie rural relevada (en 2003). (7)

Todas las evaluaciones elogiosas del capitalismo brasileño omiten señalar que los beneficios son acaparados por una minoría de financistas, ruralistas e industriales. La reciente decisión de aportar fondos al FMI (por un volumen de fondos equivalente a un año de auxilios sociales) es coherente con este apuntalamiento de los poderosos. Para ascender en la escala global se destina a ese organismo, los recursos que necesitan los desamparados.

Basta observar cualquier dato de la realidad social brasileña para notar la persistencia de una fuerte brecha con cualquier país del Primer Mundo. No sólo los niveles de explotación o desigualdad son muy superiores, sino que persiste una guerra premoderna de las elites contra los pobres. (8)

El modelo económico actual mantiene los pilares del neoliberalismo introducido durante los años 90. Durante ese período se consumó una convergencia de sectores dominantes en la decisión compartida de reducir los salarios, achatar las jubilaciones y privatizar las empresas públicas. Durante esta etapa los bancos impusieron astronómicas tasas de interés que condujeron al colapso del endeudamiento público.

Estas crisis desembocaron, a su vez, en un giro exportador que reforzó el papel del agronegocio y la incidencia de los industriales exportadores en el bloque dominante. Por esta razón se moderaron las privatizaciones, se reordenó la apertura comercial y se adaptaron las altas tasas de interés a un nuevo equilibrio vigente en la cúpula del poder. Aunque Lula ha favorecido a los bancos y a los vendedores de productos básicos, otorgó lugares privilegiados a la burguesía industrial, dentro de los límites que permite el pago a los acreedores.

El gobierno actual también asoció a la burocracia sindical a las elites dominantes, en un marco de creciente asistencialismo a los pobres. Esta política configura un esquema socioliberal diferenciado del neoliberalismo precedente, tanto en la ampliación del bloque hegemónico de los poderosos, cómo en la cooptación de las lideres obreros provenientes del PT y la CUT. Con esta política, el neoliberalismo ingresó en una nueva fase. (9)

Este esquema ha suscitado una verdadera idolatría hacia Lula por parte del capital global. Es un error confundir el rechazo cultural que genera el actual presidente entre ciertas elites, las rencillas de poder o la enemistad de los medios comunicación, con el respaldo que el primer mandatario ha logrado entre las clases dominantes. El gobierno optó por extender el asistencialismo para bloquear la ampliación real de los derechos sociales y se congració con los poderosos, evitado el discurso beligerante que caracterizó al viejo nacionalismo de Vargas, Goulart o Brizola. (10)

Intento neodesarrollista en Argentina

La crisis reciente y el alivio posterior siguieron en Argentina pautas semejantes a Brasil. Pero la recaída ha sido más llamativa en la economía austral, por el contraste con el período previo (2003-08) de elevado crecimiento.

Esa recuperación cerró una década de virulenta cirugía neoliberal, que incluyó formas extremas privatización, apertura comercial y flexibilización laboral, con dos picos de crisis hiper-inflacionaria. El aparato productivo fue reorganizado en un marco de regresión industrial y empobrecimiento de la clase media. El crecimiento del último quinquenio sólo atenuó estos dos flagelos. La pobreza se ha perpetuado en torno al 30% de la población, en un país que desconoció esa escala de miseria durante la mayor parte del siglo XX.

Otro aspecto de este retroceso ha sido el vuelco hacia la especialización exportadora liderada por la soja, que ya acapara el 70% de la tierra cultivable. La amplia gama de granos y carnes que vendía Argentina ha quedado sustituida por la mono-producción de un insumo de altísima rentabilidad, que no contribuye al desenvolvimiento agrícola integral.

La pérdida de posiciones económicas se refleja, además, en la reducida presencia de multinacionales propias. A diferencia de México o Brasil, este tipo de empresas se cuenta en Argentina con los dedos de la mano. El desmantelamiento del viejo tejido industrial centrado en el mercado interno, no fue seguido por ningún desarrollo de exportaciones manufactureras.

Pero lo más distintivo del país ha sido la contundencia de la reacción popular. La rebelión masiva del 2001-02 provocó un quebranto institucional, sin ningún parangón en México o Brasil. Las clases dominantes perdieron la cohesión por arriba, que han mantenido en estos dos países e incluso emergió un sector hostil a la estrategia neoliberal.

Estas peculiaridades explican la introducción de políticas neo-desarrollistas bajo el mandato de los Kirchner. Estas orientaciones buscaron recomponer la gravitación de la burguesía industrial, en desmedro de los bancos y en conflicto con el agro-negocio. El intento se llevó a cabo inicialmente, en condiciones internacionales favorables y en el contexto interno de alta rentabilidad que generó la mega-devaluación (2001). Con esa política se apuntaló una recomposición de la autoridad del estado, que suscitó durante varios años el aval de toda la clase capitalista. (11)

A diferencia de México y Brasil, esta orientación también incluyó ciertas concesiones sociales que rompieron la sucesión de agresiones patronales. Hubo recomposición del salario formal y recuperación de la capacidad negociadora de los asalariados. El modelo neodesarrollista implicó un reconocimiento de este cambio de relaciones de fuerzas con los oprimidos. Privilegió los subsidios a los capitalistas, pero también buscó afianzar el manejo estatal de crecientes porciones de la renta agraria, para atemperar la presión por abajo. Cuando el modelo perdió fuerza, irrumpieron las tensiones con el establishment y se desató una profunda crisis, que permanece irresuelta desde el 2007. (12)

Pero los Kirchner no se equiparan con Perón. Un verdadero abismo separa las acotadas concesiones del último período de las enormes conquistas populares de los años 50. No se ha puesto en práctica ningún intento serio de redistribuir los ingresos y revertir el pavoroso crecimiento de la desigualdad social.

El gobierno argentino intentó resucitar el industrialismo con cierta protección arancelaria, aprovechando el escenario creado por el descalabro del 2001. Pero favoreció más a la cúpula del empresariado que al grueso de firmas y actuó como abogado de las grandes compañías que se han internacionalizado (especialmente Techint). Esta postura fue muy evidente, cuando los intereses de estas empresas fueron amenazados por las medidas de estatización adoptadas en Venezuela.

El neodesarrollismo contemporáneo difiere, además, de su precedente por la ausencia de grandes proyectos de inversión pública y por la renuncia a introducir nacionalizaciones en los sectores claves de la economía. Desenvuelve una política distinta al socioliberalismo de Brasil, pero se ubica en el mismo marco de clases dominantes que han sustituido el modelo burgués nacional por esquemas de exportación y mayor asociación con el capital transnacional.

El ensayo neo-desarrollista no pudo revertir la desarticulación productiva y la enorme dependencia del equipamiento foráneo. Tampoco recompuso la baja competitividad de la industria y su alto nivel de extranjerización. Por esta razón ya muestra signos de agotamiento. El obstáculo más importante a su continuidad es la predilección que exhiben las clases dominantes por los elevados lucros que ofrece la primarización. La hostilidad de las elites hacia la política gubernamental, la salida de capitales, las inversiones en el exterior y la continuada venta de grandes empresas a firmas foráneas ilustran el escaso apego actual de los acaudalados al curso neodesarrollista.

Este distanciamiento fue acentuado por todos los desequilibrios que erosionan a ese modelo. El deterioro del tipo de cambio, la baja inversión privada, el cuello de botella energético y la inflación han afianzado la búsqueda de un nuevo esquema, más asentado en la agroexportación, que podría implementar el gobierno actual o su reemplazante.

Reformismo distribucionista

La política económica en Venezuela, Bolivia y Ecuador difiere del resto de la región por su cariz reformista. Los tres gobiernos alineados en el nacionalismo radical enfrentan serios conflictos con el imperialismo y las clases dominantes y adoptan medidas tendientes a mejorar el poder adquisitivo popular, a partir de cierta redistribución del ingreso.

La crisis global golpeó a estos países con la misma severidad que a las restantes economías. La caída inicial de las exportaciones de petróleo afectó a Venezuela, las dificultades con el gas incidieron sobre Bolivia y la retracción de las remesas golpeó a Ecuador. Pero estas adversidades encontraron un límite al promediar el 2009. En los tres países se adoptaron también ciertas medidas de protección de los sectores populares, en un marco de austeridad, que no alteró significativamente la política económica.

Venezuela logró altas tasas de crecimiento desde el año 2003 merced a la bonanza petrolera. Por primera vez en la historia del país, la clase dominante no ha sido la única beneficiaria de esa ventaja. Se concretó una importante reducción de la pobreza (de 62% en 2003 a 31,5% en 2008) y de la indigencia (de 29% a 9% en ese período). También disminuyó el analfabetismo y se amplió la cobertura sanitaria. Además, decayó el desempleo de 18,4% (2003) a 8,3% (2007). Estos avances se financiaron con los fuertes incrementos del gasto social (de 170% entre 1998 y 2006), que acompañaron a la ampliación de los ingresos gubernamentales. (13)

Estas erogaciones han permitido garantizar el aprovisionamiento de alimentos, mediante un sistema de distribución estatal a bajo precio (Mercal) y facilitaron un programa de construcción de viviendas populares. Pero el principal obstáculo inmediato que enfrenta esta acción es el descontrol de la inflación, que promedia porcentajes muy superiores al resto de la región (23% durante el 2009) y licúa la recomposición del poder adquisitivo.

La carestía no obedece sólo al sabotaje de los capitalistas que desabastecen en los picos de la tensión política. Tampoco se explica por el desborde de importaciones o el aumento desproporcionado de la liquidez. Tiene un fundamento estructural en el escaso aprovisionamiento local de bienes para satisfacer el aumento del consumo. La única forma progresista de resolver este cuello de botella es mediante un sostenido proceso de industrialización.

El mismo tipo de reformas sociales se ha concretado en Bolivia, pero en un contexto histórico de atraso y pobreza muy superiores. Este elevado subdesarrollo (incluso para los parámetros latinoamericanos) acota el margen de acción para implementar mejoras sociales. En estas condiciones se ha utilizado la renta de los hidrocarburos para introducir una cobertura para los niños, un ingreso para los jubilados y un subsidio para las mujeres embarazadas.

También se avanzó significativamente en la reducción del analfabetismo, la creación de hospitales y la introducción de coberturas sanitarias, apoyadas con la acción de médicos cubanos. Con estas medidas la pobreza recién ha comenzado a disminuir del 68% a 58%, mientras la indigencia bajó del 38 a 31%. La tragedia social de arrastre es gigantesca, en un país que ha expulsado al exterior a una gran porción de sus ciudadanos. (14)

Finalmente en Ecuador, los avances sociales se han concentrado en el incremento del salario mínimo y el control sobre el trabajo precario. El país no sólo integra el pelotón de naciones más rezagadas de la región, sino que soportó, además, varias crisis financieras de proporciones mayúsculas. Tiene 1,5 millones de exilados económicos y un porcentaje muy elevado de desempleados. Las mejoras logradas en la recaudación de impuestos han servido para incrementar los gastos sociales, extender las coberturas asistenciales y mejorar la educación y la salud públicas. (15)

Las medidas adoptadas en los tres países constituyen sólo moderados puntos de partida para resolver una tragedia social de largo arrastre. Estas iniciativas son necesarias, pero no alcanzan para resolver ningún problema estructural de economías muy periféricas y dependientes. Sin remover los obstáculos que históricamente han bloqueado el desenvolvimiento de estas naciones resultará imposible conseguir avances perdurables para el grueso de la población. (16)

Las acotadas nacionalizaciones

La nacionalización de distinto de tipo de empresas constituye una iniciativa central para este tipo de gobiernos. Este curso se aceleró en Venezuela con traspasos que incluyeron una siderúrgica (SIDOR), una planta arrocera (de Cargill), un banco importante (del grupo Santander) y 75 empresas de servicios petroleros. El estado ingresó en 12 rubros, con el explícito objetivo de multiplicar el desarrollo industrial.

Este curso difiere de la prioridad económica precedente, exclusivamente centrada en diversificar los mercados de exportación del petróleo, para superar la atadura al mercado estadounidense. Con este propósito se apuntaló al aprovisionamiento de China y se ha buscado introducir una negociación de los contratos en euros. Pero esas medidas no resuelven la enorme dependencia de la economía venezolana del vaivén internacional del precio del crudo. Es sabido que por debajo de cierta cotización, cualquier modelo que se ensaye pierde sustento. La baja del promedio del 2008 (86 dólares) a la media del 2009 (56 dólares) provocó un serio impacto en la economía, que podría traducirse en un fuerte estancamiento durante el 2010 (previsiones de crecimiento del 0,5%).

Las nacionalizaciones también difieren de la simple renegociación de los contratos de extracción del petróleo con las grandes compañías, que predominó en los últimos años. Con estas tratativas se logró aumentar las rentas para el estado, luego de un proceso de intensos conflictos con varias firmas (especialmente Exxon), que no ha quedado totalmente zanjado. En este terreno quedan pendientes muchas definiciones, especialmente en el tratamiento de los nuevos pozos de crudos extra pesados ubicados en la faja del Orinoco, cuya comercialización requiere elevadas inversiones adicionales.

Obviamente los neoliberales pegaron el grito en el cielo por una sucesión de nacionalizaciones que revierte el proceso de privatizaciones. Los críticos socialdemócratas optaron por una crítica más elíptica. Sugieren que las estatizaciones son medidas obsoletas o inviables en manos de los funcionarios venezolanos. Contrastan su aplicación con la política de promoción de los negocios privados seguida por Lula, que es ponderada como un hito de la modernización. (17)

Pero esta visión olvida que las nacionalizaciones son indispensables para construir una industria moderna con empleo, en una economía históricamente obstruida por los derroches de la burguesía rentista. Cuestionar su introducción equivale a perpetuar el viejo esquema de despilfarro petrolero, que la clase dominante ha recreado junto a la hipócrita reivindicación de la iniciativa privada y el espíritu empresario.

Las nacionalizaciones enfrentan muchas adversidades de administración, pero lo que más conspira contra sus efectos positivos es el pago de las indemnizaciones. Estos desembolsos no se justifican, especialmente frente a empresas como SIDOR, que surgieron de cuestionados procesos de privatización. Estas erogaciones han costado 15.000 millones de dólares, que podrían haber sido utilizados en la inversión pública. (18)

También existe una seria indefinición en la forma de gestión. La burocracia estatal siempre obstruyó el funcionamiento de las empresas públicas y facilitó el enriquecimiento privado. Pero ahora se podría introducir el control obrero y social requerido para optimizar la administración de esas compañías.

Otra decisión clave comenzó a implementarse en los últimos meses, con la intervención en dos bancos (Canarias y Pro Vivienda), para ampliar el porcentaje de entidades bajo manejo estatal. Esta presencia es aún minoritaria, pero se encuentra en franco avance. La estatización afectó a un magnate estrechamente asociado con el gobierno, que cayó en desgracia por el destape de grandes desfalcos. Por primera vez son penalizados los banqueros, que acumularon fortunas en los últimos años, lucrando con la especulación de los bonos públicos y el tipo de cambio.

Esta acción podría iniciar un conflicto con la “boliburguesía”, que emergió en la última década desde la cúspide del estado. Este sector constituye el principal enemigo interno del proceso bolivariano. Actúa como segmento privilegiado, participa activamente del derroche consumista y se ha integrado al 10% más rico de la población que maneja el 35,2% del PBI. Los derechistas de Miami estiman que la reciente nacionalización de bancos podría repetir el camino de la revolución cubana. (19)

Pero existe un serio problema de prioridades. Las nacionalizaciones no siguen un plan, ni están sostenidas en las inversiones energéticas requeridas para su desenvolvimiento. El gran apagón que sufre el país al comienzo del nuevo año no sólo obedece a la adversidad climática, sino a un retraso en la provisión eléctrica que deteriora a toda la economía.

Los capitalistas ponen ahora el grito en el cielo, pero jamás invirtieron un dólar en este terreno y nunca fueron penalizadas por el gobierno. Al contrario, un contundente indicador de los beneficios acaparados por los poderosos es la participación del sector privado en el PBI, que creció del 64,7% (1998) al 70,9% (2008), mientras que el sector público decreció del 34,8% a 29,1%. Estos datos revelan que los recursos públicos se han utilizado para desenvolver concesiones sociales o subsidiar a los capitalistas, en pleno estancamiento de la inversión privada. (20)

Esta última parálisis confirma que los acaudalados no están dispuestos a aportar un sólo un centavo de sus fortunas, mientras avizoren un horizonte de radicalización. Cuánto más se prolongue el intento oficial de seducir a este sector, mayor será la demora en la industrialización, que depende por completo de la inversión pública. Estos dilemas se extienden a la agricultura, que continúa proveyendo un porcentaje muy reducido de los alimentos consumidos en el país.

En Bolivia las nacionalizaciones son más indispensables y al mismo tiempo más complejas por el grado de atraso del país. El manejo estatal de la renta que generan los hidrocarburos ha sido clave para lograr mejoras sociales, a partir de un espectacular incremento de 20 % del PBI de los ingresos gubernamentales. Este aumento es más significativo que el crecimiento de la economía, a una tasa que supera ampliamente el promedio de las últimas tres décadas (5,2% desde el 2006). (21)

El gobierno ha optado hasta ahora por el proyecto de estatización más conservador. Aceptó especialmente el pago de indemnizaciones, en gran parte destinadas a la compra de las refinerías que manejaba Petrobrás. Quedó a mitad de camino la iniciativa de realizar una auditoria de las inversiones privadas sobredimensionadas, se cancelaron juicios a los viejos administradores y se toleró una mala gestión de la petrolera estatal, bajo grandes presiones de las multinacionales.

Estas vacilaciones convergen con definiciones muy contradictorias en otros ámbitos. Por un lado se han dispuesto medidas de nacionalización (con indemnizaciones) de las telecomunicaciones y los ferrocarriles. Por otra parte, continúa la política de fuertes concesiones al capital privado en la minería. En este sector los impuestos son bajos y persiste el proyecto de privatizar el rico yacimiento de El Mutún. (22)

También existe una convocatoria al capital extranjero para explotar los recursos petroleros del Amazonas. El argumento oficial destaca que ese camino permitirá contrapesar el poder económico que tiene la derecha, con el desarrollo de los recursos naturales de otras regiones. Pero esta política conduciría a fortalecer otro polo capitalista, que no resultará más afín a un proyecto popular por su carácter foráneo. La historia de Bolivia desmiente en forma categórica esta ilusión. La erradicación del atraso exige desenvolver un proceso racional de nacionalizaciones, en lugar de alentar competencias entre grupos dominantes por el usufructo del modelo extractivo.

Las mismas señales contradictorias se verifican en el decisivo terreno agrario. Los últimos proyectos han fijado el máximo de los predios en 5000 o 10000 hectáreas, en lugar de las 50.000 actuales. Pero no se limitaría el uso de tierras ociosas en manos del estado, ni se afectaría la enorme concentración en manos de terratenientes extranjeros. Estos sectores controlan el 66% de tierras y han consumado un generalizado desmonte para plantar soja, que ya es la segunda exportación de Bolivia. Sólo cien familias manejan este lucrativo negocio, en un país que tiene el 87% de la tierra en manos del 7% de población. (23)

Las definiciones adoptadas en Ecuador se ubican por el momento en un terreno más básico. En ningún sector se han puesto en marcha el tipo de nacionalizaciones que se introdujeron en Venezuela y Bolivia. Se realizó, en cambio, una importante auditoria de la deuda, por parte de una comisión especialmente designada para investigar las operaciones ilegítimas. Esta evaluación confirmó, que el país desembolsó varias veces el monto total de su deuda, a través de distintos fraudes. (24)

La auditoria fue seguida por un canje de la deuda aceptado por el 91% de los acreedores. La revisión de los pasivos constituye la principal diferencia de esta transacción con la encarada por otras administraciones (como el canje argentino del 2005). Pero el gobierno decidió posteriormente limitar las impugnaciones de otros contratos.

Esta restricción es coherente con la ausencia de transformaciones económicas significativas en la estructura capitalista. Se mantienen las privatizaciones y opera un gabinete con representantes directos del agronegocio y la gran minería. Al eludir un curso de estatización, también subsiste la estrategia de insertar al país como localidad de tránsito de las materias primas que fluyen entre Brasil y Asia.

La continuidad de la petro-dependencia y del modelo extractivo ha desatado fuertes conflictos con el movimiento indígena. Por un lado, el gobierno promueve la protección del medio ambiente, mediante un proyecto de resignar las explotaciones en la selva, a cambio de cierta compensación internacional. Pero al mismo tiempo se ha convocado a una licitación internacional, para extraer los recursos naturales de esa zona.

Este llamado supone avanzar en la minería de cielo abierto, vulnerando las restricciones de la nueva constitución. Por esta razón estalló un duro conflicto con los movimientos sociales, que incluyó una terrible secuela de represión. Este precedente ilustra las terribles consecuencias de preservar el rumbo capitalista. (25)

 

Claudio Katz es economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda).

1) Un contundente balance de este esquema presenta Valle Baeza Alejandro, “México, del estancamiento a la crisis”, razonyre2.razonyrevolucion.org/index.php, mayo 2009. Ver también: Blanke Svenja. “México: una crisis sin (grandes respuestas)”, Nueva Sociedad n 224, noviembre-diciembre 2009.
2) Este proceso es detallado por Colmenares Francisco, “Saldos de la crisis económica y del petróleo”, OSAL 26, 2009. Saxe Fernández John. “PEMEX: tejiendo su democratización”. La Jornada, 14-2-08.
3) Un análisis del impacto de la actual eclosión en comparación con las precedentes brinda: Buenos Fabio, “¿Por qué a economía brasileña nao foi atingida ate agora pela crise?”, 30-8-09. alainet.org/active
4) Informe completo en The Economist, “Special report on business and finance in Brasil”, november. 14th 2009. También Castro Jorge, “Las transnacionales brasileñas descuentan el respaldo de Lula”, Clarín, 31-5-09.
5) Esta errónea comparación plantea Skaf Paulo, “La experiencia brasileña”, Página 12 28-6-09.
6) The Economist (Special Brasil), Bonilha Patricia, “A atuacao desintegraora do BNDES na Anérica do Sul”, Brasil do Fato, 15-12-09
7) Telles Mello José Alfredo, “Alianza do goberno com o agronegocio impulsiona desmatamiento”, Correio da ciudadanía 31-1-08.
8) En 2008 la policía de Río mató a una de cada 23 personas que se resistieron a ser detenidas, mientras que en Estados Unidos este indicador se ubica en una de cada 37.000 detenciones. Con un discurso jurídico que naturaliza la muerte, la policía tiene carta blanca para limpiar las ciudades, proteger a los ricos y librar a los desposeídos a su propia suerte, en la selva que impera en las favelas. Malaguti Batista Vera, “Rio virou um laboratorio de técnicas genocidas”, Correio da Ciudadanía, 6-11-09. Lima Rocha Bruno, “El capitalismo salvaje y la guerra urbana en Rio de Janeiro”. radioinformaremosmexico.wordpress.com, 30-10- 2009.
9) Esta acertada tesis plantea: Boito Jr Armando, “As relacoes de classe na nova fase do neoliberalismo no Brasil”, Sujetos sociales y nuevas formas de protesta en la historia reciente de América Latina, CLACSO, Buenos Aires, 2006.
10) Rodríguez de Almeida, “Nacional burgués e nacional popular em tempos de ufanismo neodesenvolvimentista” www.brasildefato.com.br/ 25/11/2009
11) Hemos analizado estos temas en Katz Claudio, “El giro de la economía argentina”, Anuario EDI, n 3, año 2007, Katz Claudio “Coyuntura, modelo y distribución”, Anuario EDI, n 2, año 2006, Buenos Aires.
12) Un análisis en Sanmartino Jorge, “Crisis acumulación y forma de estado en la Argentina post-liberal”. lahistoriadeldia.wordpress.com/ 3-12- 2009.
13) Weisbrot Mark, Sandoval Luís, “La economía venezolana en tiempos de Chávez”, CEPR, Washington, julio 2007.
14) Clarín, 8-12-09.
15) Rosero Andrés. “El proceso político en perspectiva”, correosemanal.blogspot.com, 30-1- 2008.
16) Este problema es analizado por Toussaint Eric, “La route de l´histoire: tourné au Venezuela, en Equateur et en Bolivie”, Inprecor n 553-554, septembre-octobre 2009.
17) Natanson José, “¿Chavizaqué?”, Página 12,1-6-09.
18) Guerrero Modesto, “Estatizaciones complicadas”, Página12, 11-3-09.
19) Ocando Casto, “La ofensiva de los banqueros, una purga política del chavismo”, El Nuevo Heraldo, 10-12-09. También Ambito Financiero, “Los boligárcas”, “No crece la clase media”, 13-2-07. Olivera Francisco, “Los negocios con Venezuela”, La Nación 16-3-08.
20) Álvarez R Victor, “La transformación del modelo productivo venezolano”, 31-3-2008 centrointernacionalmiranda.gob.ve/personal/docs
21) Weisbrot Mark, Ray Rebecca y Johnston Jake, “Bolivia: La economía bajo el gobierno de Morales”, Centro de Investigación en Economía y Política, Washington, Diciembre 2009.
22) Soliz Rada Andrés, “La integración fraudulenta”, 13-7-09, mujeresporlademocracia.blogspot.com
23) Restivo Nestor. “Inquietud de los argentinos con fuertes inversiones en soja”. Clarín 2009
24) Toussaint Eric. “Ecuador: los desafíos de la nueva asamblea constituyente y de la deuda”. www.aporrea.org/internacionales/ 14/01/08
25) Zibechi Raúl, “Socialismo o represión”, La Jornada, 12-10-09.

 

 

 

Rebelion. Latinoamérica IV: Contraofensiva imperial

 

La derecha y el imperialismo han puesto en marcha varias acciones para recuperar preeminencia, con operaciones diseñadas en el cuartel general del norte. Estados Unidos encabeza esta reacción con intimidaciones militares hacia una región que ha experimentado todo tipo de expediciones coloniales.

El puntapié de la nueva campaña es la reactivación de la IV Flota que el Comando Sur estableció en Miami desde el abandono del canal de Panamá. Ese centro monitorea una vasta red de instalaciones que aseguran cobertura aérea y marítima para cualquier incursión eventual de los marines. 

El GARROTE CON BUENOS MODALES 

La estrategia en marcha se asienta en las nuevas bases militares de Colombia, que supervisan el rearme de los ejércitos títeres y la recreación de operaciones secretas inspiradas en las viejas técnicas de la Guerra Fría. Estas acciones forman parte de un diseño global, que ha reproducido en Afganistán las formas de intervención ensayadas con el Plan Colombia.

Algunos analistas relativizan el peligro de las bases montadas en ese país. Estiman que Estados Unidos jerarquiza la atención de otros frentes y que la burguesía colombiana está demasiado ocupada en manejar sus negocios o controlar la actividad del profesionalizado ejército local [2] .

Esta tranquilizadora mirada combina ceguera e ingenuidad, en el desconocimiento de las prioridades bélicas del imperialismo estadounidense. Bastar recordar el prontuario de secuestros, torturas y salvajismos que acumulan sus discípulos de Colombia, para notar cuán absurdo es el retrato de esos gendarmes cómo pulcros servidores de la patria.

El cordón militar que está erigiendo el Pentágono apunta en lo inmediato a erosionar el ALBA y a hostigar a los gobiernos de Venezuela, Ecuador y Bolivia. También pretende enviar mensajes de amenaza a las administraciones poco confiables de Guatemala o El Salvador y al presidente adverso de Nicaragua. Con la fortificación de todo el flanco sur se busca, además, completar un cerco de militarización en torno a México. Es obvio que la cobertura aérea de largo alcance está dirigida a ejercer un control de todo el Amazonas, sin consultas con Brasil.

El golpe de Honduras ha sido un episodio clave de esta arremetida, ya que sin el auspicio de la embajada estadounidense habría abortado antes de cobrar forma. La asonada contó con el evidente sostén de generales apadrinados por el Pentágono y empresas estadounidenses, que controlan la economía del pequeño país. Cortando significativamente las visas o bloqueando las remesas, el Departamento de Estado habría desecho el golpe en pocos minutos [3] .

Obama desplegó un gran cinismo para justificar esa inacción (“nos critican cuando intervenimos y cuando no intervenimos”) e hizo la vista gorda durante todo el tiempo requerido, para asegurar la estabilización del golpe. Utilizó un doble discurso de rechazo formal y sostén práctico de los derechistas e hizo lo imposible para obligar a Zelaya a legitimar su propia destitución, mediante un plan de recuperación irrisorio (y de pocas horas) de su cargo.

Existe un intenso  debate sobre cuál ha sido la responsabilidad directa de Obama en el operativo golpista. Algunos analistas subrayan su total connivencia (Golinger, Petras), otros destacan que fue prisionero de una acción manejada por los republicanos (Wallerstein). Ciertos enfoques remarcan que se ha buscado condicionar su gestión (Almeyra) o atarla a los grandes poderes que rodean la Casa Blanca (Borón) [4] .

Con el tiempo se desvelará la trama secreta de la conjura y el papel jugado por Obama. Pero es evidente que el primer mandatario cubrió el manejo de la conspiración por parte de su embajada, mientras su principal funcionaria (Hillary Clinton) canalizaba todas las presiones planteadas por los republicanos para sostener el golpe.

Cualquiera que haya sido su inclinación inicial y los determinantes de su conducta (especialmente el deterioro de situación en Afganistán e Iraq), es indudable que Obama terminó convalidando una típica agresión colonial. Esta postura desmintió todas sus convocatorias a erigir una “nueva época” en las relaciones de Estados Unidos con la región.

Con lo ocurrido en Honduras concluyó el corto idilio de mensajes amistosos y resurgieron las presiones descaradas del Departamento de Estado. Este organismo ya exigió una contundente alineación de América Latina contra Irán y todos los demonizados gobiernos de mundo árabe.

En realidad, Obama retoma una diplomacia de buenos modales para implementar el uso del garrote, en un contexto muy distinto al imperante durante la era Bush. Debutó con una hipócrita postura de humildad y una retórica conciliadora que eludía definiciones. Aceptó la decisión de la OEA de anular varias restricciones obsoletas contra Cuba, pero no levantó el embargo. Tampoco modificó la política de agresión contra Venezuela.

Pero el test de Honduras ha servido para ilustrar su rápido acomodamiento a los mandatos generales de la política exterior estadounidense. Este amoldamiento vuelve a confirmar que los republicanos y los demócratas representan dos versiones de una misma política imperial de la primera potencia.

Obama ha retomado el multilaterialismo liberal, que sus antecesores Roosevelt y Carter ya utilizaron para reorganizar la supremacía estadounidense sobre América Latina, en dos circunstancias críticas (la depresión del 30 y la derrota de Vietnam). Esta misma función pretende cumplir ahora el sucesor de Bush. Su acción está guiada por un intervencionismo solapado, destinado a recrear el liderazgo hegemónico [5] .

 

MILITARIZACIÓN Y NARCOTRÁFICO

 

Estados Unidos continúa justificando su militarización de la región con el pretexto del narcotráfico. Esta cobertura ya acumula varias décadas y ha perdido credibilidad. Comenzó con Reagan en 1986, fue redoblada con la invasión Panamá (1989) y finalmente consolidada con el Plan Colombia (2000). Pero ya resulta obvio, que la intervención de los gendarmes sólo conduce periódicas mudanzas de plantaciones y centros de distribución de un país a otro.

Este reciclado obedece a la persistente demanda de drogas por compradores del Norte, especialmente en las localidades que no despenalizan el consumo. Pero también opera la asociación directa que tienen distintos sectores del propio poder estadounidense, con un negocio excepcionalmente lucrativo. La complicidad de los grandes bancos con el lavado de dinero es ya un dato inocultable.

Los multimillonarios ingresos que genera el tráfico son, además, utilizados por el propio aparato militar estadounidense para financiar operaciones ocultas y mantener ejércitos de mercenarios. El cultivo de heroína ha resurgido, por ejemplo, durante la reciente invasión a Afganistán, con la misma intensidad que los estupefacientes florecen en todas las localidades militarizadas de México [6] .

Pero las monumentales ganancias que genera el tráfico dieron también lugar a una enriquecida una narco-burguesía, que impone formas de administración territorial. Un sector de origen marginal, que adiestra su propio ejército de pandillas ha logrado comprometer a amplios segmentos de la burocracia y las fuerzas armadas.

En varios países las clases dominantes coexisten con esta lúmpen-burguesía, cuándo despliega el terror contra las protestas populares o cuándo desenvuelve funciones filantrópicas para blanquear el dinero sucio. Pero el crecimiento desmedido de este grupo rompe la cohesión del estado y provoca una disgregación permanente de la vida social. En estas circunstancias se multiplican las tensiones y se afianza la militarización [7] .

La experiencia ha demostrado que la respuesta bélica sólo desparrama sangre, encendiendo una irrefrenable escalada de violencia. Mientras que el número de asesinatos alcanza cifras pavorosas en México, el Departamento de Estado tiende a oficializar este clima de guerra con propósitos intervencionistas. La medios de comunicación estadounidenses ya le colgaron a su vecino la carátula de “estado fallido” y auspician un despliegue de gendarmes no sólo en la frontera, sino también dentro del territorio azteca.

Pero el mayor epicentro de esta violencia continúa localizado en Colombia, donde existen tres millones de desplazados y permanentes descubrimientos de cuerpos descuartizadas en fosas comunes. Estas tragedias son utilizadas por Uribe para justificar la instalación de bases estadounidenses, olvidando que el arribo de estas tropas no ha modificado el clima de terror imperante en el país. El principal líder continental de la reacción desenvuelve un discurso esquizofrénico. Por un lado se declarara victorioso en la batalla contra las drogas y por otra parte convoca a los marines, para impedir el incontenible avance ese flagelo.

Es obvio que Uribe actúa bajo mandato directo del Pentágono. Ya permitió que los invasores tomen el control directo de los aeropuertos y del espacio radioeléctrico y les ha otorgado plena inmunidad, para encubrir las incursiones que realizan los paramiliares en las zonas fronterizas.

Las nuevas bases estadounidenses no han sido instaladas para contener el narcotráfico, sino para aumentar la presión agresiva sobre Venezuela y Ecuador. Reiteradamente Uribe ha intentado involucrar a ambos países en falsas denuncias de complicidad con las drogas. La tensión que ha creado no expresa “conflictos de seguridad” por “disputas de soberanía, poder local o legitimidad interior” [8] .

Esta interpretación -asentada en un falso objetivismo neutralista- oculta que Colombia prepara agresiones, con propósitos reaccionarios y por mandato del imperialismo estadounidense. Toda la red de organismos de la CIA (como la Nacional Endowment for Democracy y el USAID) está operando a pleno, en la financiación de acciones contra gobiernos, movimientos o personalidades antiimperialistas.

Lo más preocupante de esta arremetida es la convalidación diplomática que ha logrado Uribe. Primero forjó un frente derechista con sus colegas de México y Perú y luego forzó la resignada aprobación de las bases de los gobiernos centroizquierdistas de Brasil y Argentina. Con el argumento de “salvar la continuidad” del nuevo organismo regional (UNASUR), estas administraciones neutralizaron las voces de repudio (Venezuela, Bolivia y Ecuador) y avalaron la presencia de los tropas del Pentágono. 

GOLPISMO Y DESESTABILIZACIÓN 

El zarpazo de Honduras confirma la gravedad de la contraofensiva reaccionaria en todo el continente. Demuestra que el golpismo no es una reliquia del pasado, sino un recurso que preserva con formalismos institucionales las anacrónicas asonadas militares.

Las justificaciones expuestas para destituir a Zelaya fueron totalmente absurdas. La consulta impulsada por el presidente derrocado para un eventual cambio de la Constitución no violaba ninguna ley. Al contrario, abría un camino cierta democratización para un país sometido al bipartidismo oligárquico. La escuálida clase dominante no le perdonó al mandatario desplazado su tenue ensayo reformista de aumentos salariales, control de las importaciones y rupturas del monopolio petrolero [9] .

En Honduras se reeditó el mismo tipo de golpismo que fracasó en Venezuela (2002) y Bolivia (2007). Pero incluyó situaciones más grotescas, cómo secuestrar a un presidente en piyama y difundir un texto de renuncia inexistente. Se está tanteado la introducción de “dictaduras posbananeras”, que el imperialismo y la derecha ambicionan para varios países. El objetivo es imponer situaciones de hecho, una vez superada la adversa reacción diplomática internacional, sabiendo que la viabilidad de las nuevas tiranías depende de la resistencia interior [10] .

Hasta ahora sólo lograron consumar este operativo de forma provisional. Concretaron elecciones amañadas en un marco de elevada abstención, pero juegan al “aguante”. Si logran perdurar en el gobierno, inclinarán la balanza internacional a su favor, especialmente entre los numerosos presidentes latinoamericanos, que siempre navegan por dónde sopla el viento.

El golpe ha envalentonado a otros los derechistas, que tienen en la mira a los gobiernos de Guatemala, El Salvador o Nicaragua. Las elites dominantes no toleran cambios mínimos en países históricamente manejados por dictaduras vandálicas. Están acostumbrados a reaccionar de forma brutal ante cualquier alteración del status quo.

Otro candidato a sufrir el mismo acoso es el presidente Lugo de Paraguay. Desde hace meses padece una sucesión de intimidaciones macartistas, que pueden desembocar en un juicio político. Aunque gobierna con un equipo neoliberal y mantiene ejercicios militares con el Pentágono, enfureció al establishment con tibias medidas de reforma (proyecto de impuesto a la renta personal, restitución de la gratuidad del hospital público, vacunación, catastro de propiedades agrícolas ).

Lugo ha pospuesto la reforma agraria en un país dónde el 85% de las tierras cultivables se encuentran en manos del 2,5% de población. Pero los conservadores no están dispuestos a tolerar ningún retoque de esa estructura oligárquica. Ya impusieron el retiro del vicepresidente del gobierno y propician un clima destituyente, mediante insistentes campañas en torno a la corrupción, la inseguridad y la inmoralidad publica [11] .

La estrategia agresiva que ha puesto en marcha la derecha latinoamericana se apoya en dos gobiernos claves: Perú y México. En el primer país, Alan García otorgó cobertura las tropas estadounidenses para ejercicios en distintos puntos del territorio. Además, tuvo su bautismo de fuego en la batalla contra las comunidades indígenas del Amazonas, que resistieron el ingreso de las petroleras y la privatización de los bosques.

Esa expropiación de tierras es una exigencia del tratado de Libre Comercio firmado con Estados Unidos. Pero la arremetida chocó con la combativa respuesta de los pobladores, que frenaron el atropello con huelgas y movilizaciones a un coste de treinta muertos.

En México, Calderón despliega agresiones de todo tipo. Su última embestida incluyó la clausura de la compañía de Luz y Fuerza Central, con el fin de aniquilar un bastión de sindicalismo independiente. Recurrió a una ocupación de gendarmes, que emula las formas de presión inauguradas por Thatcher y Reagan.

Pero esta arremetida enfrenta la decidida resistencia de los trabajadores, en un marco de creciente desgaste del partido gobernante PAN. Esta vertiente asumió la administración del país con la ambición de sustituir la prologada primacía que mantuvo el PRI durante varios decenios. Pero al cabo de nueve años de incontables fracasos y desprestigios, esa expectativa tiende a diluirse [12]

INSTRUMENTOS E IDEOLOGÍA 

Los medios de comunicación se han convertido en el principal canal de propagación de las campañas reaccionarias. Los neoliberales ya no esgrimen tanto las desprestigiadas banderas de la apertura comercial, la desregulación laboral o las privatizaciones. Su principal  estandarte es la “libertad de prensa”, que identifican con la impunidad de los grandes diarios o las emisoras para manipular la información.

Este hábito presenta en la actualidad ribetes escandalosos. Mientras que en Honduras reina la censura, el encarcelamiento de periodistas y el cierre de señales independientes, la prensa regional se dedica a demonizar cualquier incidente menor de Venezuela, Bolivia o Ecuador. Los magnates del periodismo han puesto la cruz a todos los gobiernos que intentan democratizar la información, cancelando licencias irregulares o acotando el monopolio privado de los noticieros [13] .

La  asimetría en la difusión de las noticias adopta formas groseras. Las estrellas del periodismo convencional operan como un poder supremo que define mediante el formato de la cobertura la agenda de cada día. Exigen la renuncia de funcionarios, despliegan lobbies a favor o en contra de individuos previamente seleccionados, actúan cómo inquisidores y adoptan la pose de los afamados.

Sus comentarios son repetidos por auditorios masivos y propagados con más intensidad que la opinión de cualquier político. Nadie elige a estos nuevos sacerdotes que no justifican sus puntos de vista ni se someten al debate público de ideas. Sus atributos son inmensos. Fijan los temas del Parlamento, determinan las prioridades de la acción pública y hasta precipitan las decisiones cotidianas de muchos presidentes.

Los medios de comunicación operan, en la actualidad, cómo el principal canal de transmisión de la  ideología conservadora.  Desde ese púlpito, la derecha despotrica contra los “excesos populistas”, que observan en las movilizaciones populares o en el ejercicio frecuente de los derechos electorales. Este tipo de participación eriza la piel de los intelectuales liberales, que sólo valoran la pasiva convalidación del orden vigente.

La hipocresía de los argumentos derechistas es particularmente visible en el despliegue de criterios republicanos para cuestionar la  reelección de Chávez y justificar al mismo tiempo la perpetuación presidencial de Uribe. Cualquier teoría viene bien, si es funcional a una gestión reaccionaria.

Cuándo se agotan los razonamientos para aprobar las conveniencias del momento, los conservadores invocan otra justificación más elitista: la necesidad de superar las taras culturales de la población latinoamericana. Este retraso mental es principalmente situado en la escasa adaptación a las reglas competitivas del capitalismo [14] .

Pero el debut de la crisis global también ha brindado a los derechistas la oportunidad de retomar su convocatoria a fuertes ajustes, que alentarían la llegada de los capitales externos. Las viejas tonterías de los años 90 han vuelto a circular, especialmente en los momentos de mayor pánico financiero. En esas circunstancias reaparecen los llamados a cumplir con todos los deberes requeridos “para ser elegidos por las corrientes mundiales de inversión” [15] .

Pero este postulado tiene menor asidero empírico que cualquier otra creencia neoliberal. Las inclinaciones de los inversores están orientadas por patrones de rentabilidad, que no guardan correspondencia  directa con la fe conservadora de cada gobierno. No es la ideología de Lula o Calderón las que orientan actualmente el mayor flujo de fondos hacia Brasil en comparación con México. Existen múltiples causas en la determinación del rédito que prometen los negocios en cada coyuntura y país.

Las campañas derechistas simplemente machacan una y otra vez sobre ciertos lugares comunes para reactivar los proyectos de libre comercio, privatización o flexibilización laboral. Con estas convocatorias intentan recrear los reflejos conservadores de grandes segmentos de las clases medias. Azuzar esta reacción para generar confrontaciones con sectores más empobrecidos es un objetivo central de la clase capitalista.

Pero esta polarización es un arma de doble filo, ya que también precipita desengaños y furias contra los manipuladores. El comportamiento cambiante de los sectores medios es una variable que frecuentemente escapa a quiénes diseñan las políticas antipopulares.

Conviene no perder de vista que la derecha está embarcada en una contraofensiva para doblegar las rebeliones y los movimientos sociales de la última década. No encabeza iniciativas frontales como en los años 90 y enfrenta límites mucho mayores que en ese período.

Los reaccionarios que avanzaron en Honduras durante 2009 fracasaron en varios intentos de mayor envergadura en el hemisferio sur (Venezuela, Bolivia y Ecuador). Sus gobiernos más emblemáticos atraviesan por situaciones críticas (México, Perú) y en la región centroamericana persiste una situación contradictoria. La derecha obtuvo victorias electorales en ciertos países (Panamá), pero perdió la presidencia de dos países claves (El Salvador, Nicaragua). El resultado general de la arremetida reaccionaria es una incógnita aún sin resolver. 

 


[1] Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es: www.lahaine.org/katz

[2] Natanson José, “Tensiones y pretensiones en Sudamérica”, Página 12, 30-8-09.

[3] La participación en el golpe de funcionarios de la embajada (Lanny Davis y Bennet Ratcliff), de empresas (“Chiquita Brands- ex United Fruit, Addidas, Knights Apparel, Gap) de estudios jurídicos estadounidenses, ya ha sido ampliamente documentada. Gelman Juan, “USA-Honduras”, Página 12 30-7-09.

[4] Golinger Eva, “El guión de Washington: el golpe se repite, ahora en Honduras”, Aporrea, 6-7-09. Petras James, “Entrevista radial”, Chury, 5-7-09, Wallerstein Immanuel, “La derecha contraataca”, www.pagina12.com.ar/diario/elmundo 23-7 2009 Wallerstein Inmanuel, “El retorno de la derecha latinoamericana”, Página 12, 2-12-09. Almeyra Guillermo, “El golpe y la crisis”, Sin Permiso, 30-6-09. Boron Atilio, “Lo que Obama puede hacer” Página 12, 14-7-09. Boron Atilio, “Honduras: una improbable solución”, 1-11-2009. Enfoques complementarios en: Dos Santos Theotonio, “Las lecciones de Honduras”, ALAI, 7-7-09. Guerrero Modesto, “¿Adónde va Honduras?” 10-7- 2009 y O´Donnell Santiago, “Hundidos en Honduras”, Página 12, 28-9-09, O´Donnell Santiago, “Escenarios”, Página 12, 22-11-09.

[5] Distintos aspectos de esta estrategia indagan Rozoff Rick, “Estados Unidos intensifica los planos de guerra”, Memoria 238, octubre-noviembre 2009. Bilbao Luis, “Qué se dirime en Bariloche”, ALAI 27-8-09. Grandin Greg, “¿Cómo será la doctrina Obama?”, Memoria 238, octubre-noviembre 2009.

[6] El 93% de heroína actual se cultiva en regiones de Afganistán bajo directo control de Estados Unidos y sus corruptos socios locales. Gelman Juan, “Del heroísmo a la heroína”, Página 12, 8-11-09. 

[7] Petras James, “Latin America: social movements in time of economic crisis”, agosto 2009.  www.globalresearch.ca/index.php"

[8] Como plantea: Tokatlian Juan Gabriel, “¿Guerra en los Andes?”, La Nación 24-11- 2009.

[9] Incluso a los derechistas más alocados les ha costado justificar el golpe. Un ejemplo en Vargas Llosa, “El golpe de las burlas”, La Nación, 25-7-09.

[10] Aspectos de la nueva estrategia en O´Donnnell Santiago, “Dictadura posbananera” Página 12, 2-8-09 y Tokatlian Juan Gabriel, “Neogolpismo”, Página 12 13-7-09. 

[11] Un análisis completo en Stefanoni Pablo, “Paraguay: una nueva Honduras”, utopiaalsur.blogspot.com/ 10-11-2009

[12] Almeyra Guillermo, “Al grito de SME”, www.jornada.unam.mx/ 8-11-2009 y Almeyra Guillermo, “La ofensiva de la derecha”, La Jornada, 17-5-09.

[13] Tan sólo dos muestras de esta indignación derechista puede observarse en: Botana Natalio “La batalla contra los medios”, La Nación, 31-5-09 y Lauría Carlos “Un proyecto que evoca las dictaduras Latinoamericanas”, Clarín 4-8-09.

[14] Un ejemplo en: Oppenheimer Andrés, “La mejor respuesta al populismo”, La Nación, 12-5-09.

[15] Un experto en estos mensajes es Castro Jorge, “Aún con la crisis América Latina puede atraer más capitales”, Clarín, 17-05-09.


 

 

 

 

 

Rebelión. Latinoamérica (V): El peculiar ascenso de Brasil

 

Durante el último año quedó reafirmada la relevancia geopolítica de Brasil, que para muchos analistas ya constituye una potencia emergente. Esta influencia tiene incluso expresiones simbólicas, cómo la obtención de la sede para organizar el Mundial de Fútbol (2014) y los juegos olímpicos (2016) .

Existe un abismo entre la incidencia de Itamaraty y cualquier otro país latinoamericano en los conflictos regionales. Esta supremacía es ampliamente reconocida por su rival tradicional de Argentina. Las elites de este país aceptan un acompañamiento subordinado a las decisiones estratégicas que adopta Brasil [2] .

Pero ejercer ese liderazgo tiene un precio, que no están dispuestos a solventar todos los sectores de la clase dominante brasileña. Obliga a ciertas concesiones económicas en el corto plazo para asegurar la hegemonía posterior, que suscitan fuertes tensiones internas. Las controversias generadas por los precios de importación del gas boliviano y de la hidroelectricidad paraguaya son dos ejemplos recientes de esos conflictos.

 

VENTAJAS Y LÍMITES

 

Las elites brasileñas saben que el poderío  militar es un ingrediente indispensable, para reforzar el liderazgo sudamericano. Por eso Lula suscribió un acuerdo de aprovisionamiento bélico con Francia y aumentó un 50% el presupuesto militar desde el 2003. De paso, clausuró cualquier investigación de los crímenes cometidos por las Fuerzas Armadas, durante las últimas dictaduras. También ha concretado grandes compras aviones para vigilar la frontera.

Pero lo más conflicto sería una eventual revisión del tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, firmado en los años 80 bajo presión norteamericana. Esta carta se mantiene en reserva y existe poca disposición del establishment a revertir esa decisión. Pero la discusión del tema permite negociar el ambicionado asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU, que las grandes potencias no le conceden a Brasil.

El país ya ha pasado su primera prueba de acción subimperial en  Haití. Los militares brasileños comandan las fuerzas de ocupación (MINUSTAH), que mantienen el orden policial en la empobrecida isla. El costo de esta custodia supera toda la asistencia brindada y prometida a los haitianos, en infinitas conferencias internacionales.

En los últimos cinco años, las tropas han garantizado la continuidad de la opresión que sufren los habitantes de los barrios degradados, los obreros explotados de las maquiladoras y los campesinos que huyen hacia República Dominicana. En cambio, su labor no ha servido para evitar los centenares de muertos que dejaron los últimos huracanes. Los militares sólo cumplen funciones de intimidación de las protestas sociales, actuando como guardianes de un neoprotectorado.

Las clases dominantes del principal país sudamericano necesitan reforzar sus exhibiciones de fuerza, si quieren mantener bajo custodia las riquezas del Amazonas, en la mira de los marines afincados en Colombia. Las bases en ese país conspiran contra el proyecto brasileño de gestar un Consejo de Defensa bajo su mando, a través de UNASUR. Lula intentó recortar el alcance de las instalaciones norteamericanas, pero terminó aceptado el hecho consumado que impuso el Pentágono [3] .

En esta partida se juega quién manejará los cuantiosos recursos naturales que rodean a la mayor selva del planeta. El presidente actual dejó claramente establecidas sus prioridades en estas disputas, al entregar 67,4 millones de hectáreas del Amazonas a las latifundistas, que ocuparon predios en forma ilegal. En la distribución de las tierras usurpadas, los dominadores brasileños no quieren ninguna competencia extranjera.

Brasil aspira a ejercer una hegemonía regional, siguiendo el mismo sendero que recorren otras economías intermedias en ascenso. Pero carece de arsenales atómicos y de experiencia en funciones militares foráneas de gran alcance. Por eso mantiene una posición relegada, en comparación al papel que juegan Rusia o China. Algunos autores estiman que comparte esta diferencia con India y otros subrayan la semejanza con Sudáfrica. Al igual que estos dos casos, la creciente gravitación económica e incidencia geopolítica de un país, no alcanza para situarlo en el selecto club de potencias que definen el orden global [4] .

Es evidente que el perfil de Brasil dependerá de la relación que mantenga con Estados Unidos. La subordinación que predominó durante la mayor parte del siglo XX comenzó a modificarse con el desarrollo industrial de los años 60. Durante ese período se afianzó una diplomacia autónoma, más propia de país intermedio que de un socio auxiliar de la primera potencia. En los años 80 Brasil volvió a alinearse con Estados Unidos (y coqueteó con la aceptación del ALCA), pero desde el 2000 reafirmó su política de independencia desde la plataforma del MERCOSUR.

Este rumbo se consolidó en el último lustro, con la convalidación del desarrollo nuclear de Irán y la adopción de una actitud más equidistante frente a Israel. Brasil se ofrece como mediador en Medio Oriente y mantiene serias diferencias con las potencias centrales en la agenda ambiental. Pero sobre todo es evidente su intención de ocupar los espacios abiertos por la crisis de dominación estadounidense.

Este objetivo sólo conduce por el momento a una redistribución de roles, en la  coordinación hegemónica con el poder norteamericano. Brasil mantiene un diálogo aparte con el gigante del norte e intenta realzar su papel de arbitro (y no de protagonista), en las zonas más calientes del planeta . No quiere remover los estrechos vínculos forjados con Estados Unidos durante la guerra fría.

 

NEGOCIACIÓN DEL LIDERAZO

 

A diferencia de otros BRICs, Brasil también ha compartido muchos cursos económicos globales con varios gobiernos norteamericanos. Como exportador de materias primas es un ferviente partidario del libre comercio y en las negociaciones de la OMC ha roto frecuentemente el bloque de los países emergentes, para buscar arreglos bilaterales con las economías avanzadas. Tiene una economía más transnacionalizada e integrada al circuito de las empresas globales que Rusia o la India. Además, desenvuelve los biocombustibles en la misma dirección que Estados Unidos y apuesta a compartir un liderazgo en esta área.

Algunos autores estiman que el país se encuentra ante la disyuntiva  de profundizar su condición periférica (mediante la primarización exportadora y la subordinación a Estados Unidos), o transitar un camino de liderazgo regional propio (con políticas de prioridad industrial). Consideran que el primer camino transformará a Brasil en una periferia de lujo (cómo en otros tiempos fue Argentina), mientras que el segundo lo guiará hacia el sitial que logró Canadá [5] .

Esta visión parte del cuestionable supuesto, que cada clase dominante elige su inserción predilecta en el mercado mundial. No aclara por qué razón la mayoría termina optando por el sendero de los perdedores. Además, en la trayectoria histórica reivindicada aparecen ciertas contradicciones, ya que Canadá terminó ubicado en el lugar elogiado cómo abastecedor de materias primas y socio político incondicional de Estados Unidos. No siguió el rumbo propuesto de industrialización autónoma e independencia diplomática.

En la actualidad Brasil está muy lejos del pelotón de lideres mundiales, pero ya no mantiene ningún rasgo de su vieja condición altamente dependiente. Para formular un diagnóstico más acertado del lugar que ocupa en el escenario internacional es necesario registrar este hecho. L as categorías contemporáneas de semiperiferia y subimperialismo son muy útiles para avanzar hacia una caracterización correcta.

La discusión en boga sobre el futuro de Brasil gira en torno a opciones capitalistas, que definirán ventajas y desventajas para distintos grupos dominantes. No se dirimen mejoras para al conjunto de la nación, ni menos aún para sus clases oprimidas. Es importante reconocer este dato, para situar cualquier análisis en sus justos términos.

El programa socioliberal de Lula canaliza el curso burgués que ha predominado. Por esta razón bloquea conquistas sociales en las ciudades y reformas agrarias en el campo. Ha provocado la reversión de un largo proceso de organización obrera en torno al PT, facilitando la desmovilización y la despolitización de los movimientos populares. El principal instrumento de esta acción ha sido una red de clientelismo, montada en torno a los planes asistenciales.

La estabilización capitalista de Brasil se explica en gran medida, por su escasa participación en el ciclo de rebeliones que conmovió al resto del continente. El sistema político elástico que tiene el país volvió a absorber varios tipos de crisis, sin grandes rupturas. También quedó nuevamente neutralizada la resistencia popular, como ya ocurrió en las dos conmociones anteriores de mayor alcance (1984 y 1992). En esta oportunidad ha cumplido un papel decisivo la cooptación de la burocracia obrera y la manipulación conservadora de los sentimientos populares [6] .

DOS CURSOS DE CENTROIZQUIERDA

 

El perfil socio-liberal de Lula forma parte del espectro general de los gobiernos de centroizquierda. Estas administraciones se diferencian de la derecha por mantener una relación ambigua con Estados Unidos, mientras toleran conquistas democráticas y bloquean las mejoras populares [7] .

Los gobiernos de este tipo han sido favorecidos por el crecimiento económico del último quinquenio y pudieron absorber el cimbronazo de la crisis global. Atenuaron el impacto de esta eclosión con socorros a los empresarios y jerarquizaron el despliegue asistencial, para contrarrestar las resistencias populares.

La atención puesta en los planes sociales distingue a estas administraciones de sus pares derechistas y les ha permitido preservar cierta estabilidad política, sin modificar las desigualdades sociales. Si se reabre la crisis global será muy difícil continuar con esta política de contención. El asistencialismo se ha financiado con la tajada obtenida por los estados de la apreciación que tuvieron las materias primas.

La red de coberturas contribuyó a introducir un colchón  en las tensiones sociales y facilitó la dominación de los acaudalados, sin recurrir al uso sistemático de la violencia que caracteriza a la derecha. Pero estos auxilios no sólo chocan con límites de financiamiento. También afrontan la insatisfacción de los sujetos sociales, que demandan trabajo bien remunerado y no dádivas del estado.

Por otra parte, los principales gobiernos de centroizquierda han cumplido una función clave en la contención política de Venezuela, Bolivia y Ecuador. Muchos analistas omiten este papel, al evaluar positivamente la acción de esas administraciones frente a la contraofensiva imperial. En los hechos, la capacidad para detener esta embestida ha sido muy reducida. Colombia reafirmó la instalación de las bases norteamericanas y el golpismo se recicló en Honduras, sin prestar mucha atención al disgusto de los presidentes progresistas

Esta franja de mandatarios cumplió una función mediadora en Centroamérica para obstruir la resistencia popular. Ejercieron una influencia permanente sobre Zelaya, buscando moderar sus reacciones y lo indujeron a aceptar las negociaciones manejadas por Hillary Clinton, Arias y la OEA. Este camino disuadió la estrategia de confrontación que promovían los movimientos sociales hondureños.

Los gobiernos de centroizquierda comparten estrategias internas semejantes y una alineación diplomática convergente, pero enfrentan situaciones nacionales muy diferentes. Especialmente llamativo es el contraste de la experiencia brasileña y argentina. Mientras que Lula logró consolidar su orientación socioliberal, los Kirchner han enfrentado un sobresalto tras otro. Esta asimetría obedece a marcadas diferencias en el nivel de la acción popular.

El legado de la rebelión popular del 2001 ha obligado a gobernar en Argentina con un ojo siempre puesto en la reacción de los oprimidos. Esta tensión acentúa la falta de cohesión histórica de las clases dominantes y la escasa gravitación estabilizadora de los funcionarios públicos. A pesar de la reconstitución de la autoridad estatal y del sostenido crecimiento económico, los Kirchner no han podido mantener la aprobación que lograron en el período 2003-2007. Se desgastaron en una confrontación con la derecha, que capturó a la clase media y rechazaron toda aproximación con los movimientos sociales.

En un país dónde la vida política se dirime en las calles, no se vislumbra aún quién ha quedado mejor parado. Al concluir el 2009 la derecha perdió capacidad de convocatoria y el gobierno demostró que tiene reservas para recuperar la iniciativa y fijar la agenda política. Pero se apoya en las arcaicas estructuras del Justicialismo y la burocracia sindical y no restablece la sintonía inicial que tuvo con los principales grupos capitalistas. Tampoco resucita la simpatía popular, en un momento de fuerte reaparición de los sindicatos y los movimientos sociales independientes.

 

LOS SINSABORES DEL PROGRESISMO

 

El gobierno centroizquierdista de Uruguay ha exhibido más parecidos con su colega brasileño, que con sus vecinos del Río de la Plata. Indujo la misma desmovilización que propicio Lula, adelantando pagos al FMI, autorizando la depredación forestal, permitiendo la contaminación de empresas forestales y el avance foráneo en el monocultivo de la soja. También generó frustraciones en el plano democrático, mediante el veto a la despenalización del aborto y la falta de compromiso del Frente Amplio con la campaña para anular la ley amnistía a los represores de la dictadura.

Pero es cierto también que en los últimos años se obtuvieron algunos logros parciales en materia de empleo, recuperación salarial y atenuación de la pobreza. Estas mejoras fueron suficientes para resucitar una reacción popular, frente a la tenebrosa perspectiva de una victoria electoral derechista. En esta resistencia se ha sustentado la renovación del mandato centroizquierdista [8] .

El nuevo presidente Mugica sustituye la vieja cultura institucionalista de la clase media por una retórica plebeya, que sintoniza con el empobrecimiento del país. Probablemente este cambio generó la identificación afectiva que facilitó la recuperación electoral del Frente Amplio. Lo que no ha cambiado es la emigración y el envejecimiento, que rodea a una sociedad estancada por la continuidad de un modelo que primariza y recicla la pobreza.

Esta regresión ha sido ignorada por todas las congratulaciones que expresó el establishment sudamericano con la “cultura cívica”, la “continuidad institucional” y la “opinión pública independiente” de Uruguay. Estos elogios sólo ilustran la sensación de satisfacción que exhiben los dominadores con la continuidad de un status quo, que perpetúa los privilegios de una minoría y los padecimientos de la mayoría [9] .

Resulta finalmente engañoso utilizar el calificativo de centroizquierda, para el gobierno de la concertación chilena. El apelativo sólo distingue en este caso, a la administración de las últimas dos décadas de sus adversarios explícitamente alineados con el legado pinochetista. Sin embargo, en los hechos la política seguida por Bachelet tiene muchos puntos de contacto con el neoliberalismo conservador.

Administró una herencia de la dictadura, que incluye la preservación de la Constitución de 1980 y un sistema electoral binominal, destinado a bloquear la representación proporcional. También mantuvo el librecomercio, la mercantilización de la educación y la privatización de las jubilaciones. Esta política ha conducido a situar al país, en el podio de los 15 naciones con peor distribución del ingreso del planeta [10] .

En la primera vuelta de las recientes elecciones se registró un importante avance de la derecha, que por primera vez en vez en 20 años ha quedado muy cerca de la presidencia. Su candidato es un empresario encumbrado por el marketing electoral. Este ascenso se apoya, a su vez, en una clase media conservadora forjada durante el pinochetismo, que le ha marcado el paso a todos los gobiernos de la concertación.

Esta coalición se ha desgastado y sufrió una implosión de varias fracciones, que intuyen la necesidad de renovar el libreto. Pero también crece la insatisfacción por abajo, la resistencia social de docentes, estudiantes secundarios, mineros y mapuches, en un marco de cierta recomposición de la izquierda [11] .

De conjunto las administraciones de centroizquierda han defraudado las expectativas que acompañaron su aparición. No concretaron las reformas sociales prometidas y actuaron al servicio de las clases dominantes. Pero esta frustración no se traduce en resultados uniformes de renacimiento de la derecha o consolidación de alternativas de izquierda. Hasta ahora predominan resultados muy variados, que no definen una tendencia general.

 

 

 

 


[1] Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es: www.lahaine.org/katz

 

[2] “Somos vecinos de una potencia mundial y debemos diseñar política en función de ese dato”,  Jozami Aníbal, “Aprendamos de Brasil”,

www.clarin.com/diario/ 23-9-2009 .

 

[3] Lo que está en juego es analizado por Arias Juan, “Lula ordenó reforzar la vigilancia de fronteras”, La Nación, 3-8-09. Tokatlian Juan, “¿Bye bye Consejo Sudamericano de Defensa?”, Página 12, 7-8-09. Tokatlian Gabriel, “Es hora de retirar las tropas de Haití”, Clarín, 26-5-09. Calle Fabián, “Brasil ¿fin de años dorados?”, Clarín, 12-11-09

 

[4] Anderson y Fiori plantean estas comparaciones.  Anderson Perry, “¿O declinio do imperio americano?”, Conferencia USP 17-11-09jornaldaimprensa.com.br/editoria_texto, Fiori José Luís, “A nova geopolítica das nacoes”, Oikos n 8, 2007, Río Janeiro.

[5] Fiori José Luís, “America do Sul a beira do futuro”,

www.cartamaior.com.br/templates/ 04/11/2009.

 

 

[6] Dos análisis de esta tendencia en Arcary Valerio, “O governo e a crise mundial”, 8-7-09, listas.chasque.net/pipermail/ Oliveira Chico, “Consenso despolitiza sociedade e coloca a Lula a directa de FHC”, Jornal Valor Económico, Sao Paulo, 27-05-09. Otro aspecto en Zibechi Raúl, “Progresismo y neoliberalismo”, La Jornada, 17-7-09.

 

[7] Hemos expuesto nuestra caracterización de este tipo de gobierno en Katz Claudio, Las disyuntivas de la izquierda en América Latina. Ediciones Luxemburg, Buenos Aires, 2008 (cap 6).

[8] Distintas miradas críticas exponen: Herrera Ernesto, Berterretche Juan Luis, “Señales de alerta para el progresismo”, 7-7-09, postaportenia.blogspot.com. Zabalza Jorge, “No los voto más”, www.redota.com/foros/carpeta.asp 8-11-2009 . Pieri Mario, “Orfandad estratégica”,

www.egrupos.net/grupo/agendaradical/archivo/msg 10-12 2009 . Labayen Sergio, “Agria victoria”, Rebelión 27-10-09. Zibechi Raúl, “Uruguay: la cultura plebeya camino del gobierno”, ALAI, 22-10-09.

 

 

[9] Ejemplos de estos elogios en: Aliscioni Claudio, “Los desafíos en un país de consensos”, Clarín, 26-10. Palermo Vicente, “Los ejemplos de Uruguay. Brasil y Chile”, La Nación, 26-10-09. Natanson José, “Uruguay y el diálogo de las izquierdas”, Página 12, 29-11-09.

 

[10] La Nación, 13-12-09.

 

[11] Ver: Gaudichard Franck, “De la democracia neoliberal en Chile”, Rebelión, 14-12-09. González Mónica, “Punto final para la transición de la dictadura a la democracia”, Clarín, 14-12-09. Pérez Guerra Arnaldo, “La concertación se agotó”, ALAI, 9-1-209.

 

 

 

Rebelión: Latinoamérica (Parte VI): De la Reforma A La Revolución

Claudio Katz

Durante 2009 los gobiernos reformistas de Sudamérica ganaron la partida. Se afianzaron en batallas contra la derecha, sostenidas en la movilización popular. Los intentos golpistas del Oriente boliviano fueron demolidos, la agresión ensayada por Colombia contra Ecuador fue neutralizada y las campañas destituyentes no prosperaron en Venezuela.

LOGROS Y DESAFÍOS

A principios del año Chávez logró una nueva victoria electoral, que incluyó la recuperación de los votantes que se abstuvieron en el comicio anterior. Con este triunfo, el oficialismo acumuló desde 1988 quince éxitos electorales y varios récords en la reducción de la abstención. También Correa consiguió aplastar a sus adversarios en las urnas. Obtuvo cinco victorias sucesivas desde 2006 y conquistó plena mayoría en 20 de las 24 provincias.

Pero el dato más llamativo ha sido la victoria de Evo. Derrotó primero en la calle la sublevación fascista de Pando, neutralizó luego las maniobras en el Parlamento para distorsionar las leyes electorales y finalmente arrasó en los comicios. Es el primer presidente del convulsionado Altiplano que logra triunfos sucesivos, mejorando su votación anterior e imponiendo una representación abrumadora en las dos Cámaras. Arrebató varios bastiones a la oposición en localidades que habían sostenido al golpismo y conquistó el apoyo de la clase media que rechazaba su figura [2] .

Los resultados alcanzados por los tres gobiernos reformistas desmienten los pronósticos de desplome que difundió el establishment, confundiendo sus propios deseos con la realidad. La intervención activa de las masas permitió, hasta ahora, remontar las conspiraciones de la derecha.

Algunos cínicos afirman que este tipo de afianzamiento es compartido en la región por administraciones de todos los colores políticos. Señalan que el oficialismo de cualquier vertiente cuenta con mayores recursos que la oposición para renovar su manejo del poder. Pero si esa capacidad para reciclarse desde arriba fuera tan imbatible, no habría lugar para la alternancia de los partidos.

Esa caracterización iguala, además, en forma errónea a todos los presidentes, cómo si fuera lo mismo actuar al servicio de los poderosos que gobernar en conflicto con el verdadero poder. Mientras que todas las presidencias derechistas y centroizquierdistas sintonizan con los dueños de la economía, en Venezuela y Bolivia (y en menor medida en Ecuador) predomina una tensión constante con la clase capitalista.

Esos tres gobiernos han desarrollado, además, una estrategia regional antiimperialista en torno al  ALBA, que surgió como proyecto de intercambio comercial solidario opuesto al ALCA y diferenciado del MERCOSUR. Pero se ha consolidado como una referencia radical, alejada de la convergencia que ensaya la centroizquierda con el FMI y el G20.

El nuevo eje geopolítico forjado junto a Cuba incluye, además, a ciertos gobiernos centroamericanos y está sostenido por numerosos movimientos sociales. Esta configuración potencia la autoridad del ALBA y su política de respuestas frontales a la contraofensiva derechista. Ante el golpe de Honduras y la militarización de Colombia, este alineamiento formuló una denuncia contundente de la complicidad estadounidense. Propuso también iniciativas de acción concretas (congelamiento de las relaciones con Colombia, denuncia de los pactos militares), que fueron bloqueadas por los restantes mandatarios de UNASUR.

El ALBA ha trabajado en varios proyectos para erigir una arquitectura financiera regional autónoma, con mecanismos de protección frente a la crisis. Promueve una moneda regional (sucre) para comenzar a emancipar a la región de la dependencia del dólar. También propone la inmediata puesta en marcha del Banco del Sur, contra las dilaciones que impuso Brasil (para evitar la aparición de una entidad rival del BNDES). Aunque Lula aceptó ciertos criterios de funcionamiento igualitario para ese Banco ha limitado su financiación. También obstaculiza su desenvolvimiento para proyectos cooperativos, comunitarios y sociales o su acción como precedente de un fondo de estabilización monetaria de toda la zona.

El ALBA ha intentado sortear esta oposición creando su propio banco. En la última cumbre de este organismo (octubre pasado) se acordó avanzar en un sistema monetario de intercambio y en nuevos tratados comerciales, asentados en una empresa común de exportación e importación [3] .

Estas iniciativas confirman el perfil diferenciado de gobiernos reformistas, orientados a la asociación con Cuba. Durante 2009 la isla fue duramente afectada por la crisis global (caída del turismo, reducción del precio del níquel, menor demanda de cigarros) y una fuerte secuencia de huracanes que acentuó las dificultades de la producción alimentaria. La solidaridad de Venezuela con el suministro de petróleo ha contribuido decisivamente a situar estos impactos muy lejos del dramatismo vivido en 1992-94.

CONGELAMIENTO O RADICALIZACIÓN

El afianzamiento de un polo radical acentúa las disyuntivas que enfrentan esos procesos. Los gobiernos antiimperialistas pueden avanzar hacia rupturas revolucionarias o consolidar la estabilización del capitalismo de Estado. Estas dos perspectivas antagónicas están simbolizados en la historia latinoamericana por el curso seguido por las revoluciones cubana y mexicana.

En el primer caso se consumó una acelerada evolución socialista, que permitió desenvolver profundas transformaciones y mejorar significativamente (durante un largo período inicial) el nivel de vida popular. En el segundo país prevaleció el congelamiento de las reformas y la creación de una nueva capa de opresores desde la cúspide del estado.

Los pasos necesarios para recrear el avance cubano y evitar la regresión mexicana no se están adoptando en ninguno de los tres países sudamericanos. En Venezuela, las confrontaciones recientes con la derecha (ley educativa, medios de comunicación, nacionalizaciones) se implementaron sin crear los mecanismos requeridos para profundizar el protagonismo popular y la democratización política. El control desde arriba del partido oficialista PSUV, la manipulación de dirigentes y los obstáculos al control obrero ilustran estas restricciones.

Estos problemas fueron abiertamente planteados a mitad de año, en un importante encuentro de las vertientes de izquierda del proceso bolivariano. En ese cónclave se cuestionó la falta de respuestas a las demandas de los movimientos sociales, los manejos verticales en el aparato estatal y el papel de los asesores ministeriales carentes de compromiso revolucionario. También se resaltó el fracaso de la audiencia de los medios de comunicación públicos, las indefiniciones del socialismo del siglo XXI y la continuada desigualdad social. La reducida tolerancia inicial a estas objeciones fue posteriormente reemplazada por un reconocimiento implícito de este llamado de atención [4] .

En Bolivia se ha creado un contexto muy propicio para introducir el giro revolucionario. El aplastamiento de la escala putchista durante 2008 y la espectacular victoria electoral de 2009 han abierto todos los espacios para gestar este avance. Impera una situación radicalmente inversa a la existente durante el último ensayo reformista de 1985, cuando la vanguardia minera fue derrotada por la derecha. Sin embargo, hasta ahora no hay indicios de aprovechamiento de este repliegue de la reacción para comenzar la remoción del capitalismo.

La primera condición para avanzar por este camino es profundizar las transformaciones sociales. Este rumbo es abiertamente rechazado por quienes atribuyen el afianzamiento de Evo a las concesiones otorgadas a la oposición en el Parlamento. No registran que la clave de los logros actuales fue la dinámica inversa de movilizaciones, que desgastaron a la derecha y forjaron una alianza de los oprimidos de la ciudad y el campo [5] .

El gran problema actual son los instrumentos para continuar esta acción. El partido oficialista MAS permitió conquistar una nueva Constitución, que ahora debe reglamentarse. Pero cada vez existen más síntomas de mutación de esa organización, que surgió de los sindicatos en lucha y ahora aglutina a pequeños propietarios rurales y urbanos articulados en torno a una capa de funcionarios.

Es evidente, además, que el gran obstáculo para comenzar una transición al socialismo es la convicción en este horizonte. Por un lado se multiplican los llamados oficiales a forjar esa sociedad, pero al mismo tiempo persiste la estrategia de erigir el “capitalismo andino-amazónico”.

Este proyecto es irrealizable en la forma en que fue concebido. Un proceso de acumulación local estrechamente conectado con el mercado mundial no es compatible con las modalidades de equidad de la estructura indígena. El desarrollo capitalista tiende a ensanchar las brechas sociales y a corroer esa vieja conformación. Sólo un proceso socialista podría asimilar ese legado, desenvolviendo un proceso de industrialización que reduzca de forma progresiva la desigualdad.

Los mismos dilemas se procesan en Ecuador a la hora de evaluar los nuevos pasos de la “revolución ciudadana”. Los tres años de este cambio han permitido logros sustanciales, que se sintetizan en el texto de la nueva Constitución. Esta carta incluye el carácter plurinacional del Estado, prohibe a los financistas el manejo de los medios de comunicación, introduce la revocatoria de los mandatos, limita la especulación con el endeudamiento público e impide la socialización estatal de las deudas privadas.

Pero en el ejercicio del gobierno se adoptan medidas que chocan con estas normas. El ejemplo más contundente de esta contradicción ha sido el aval oficial a inversiones transnacionales destinadas a explotar los recursos naturales. Esta decisión suscitó un violento choque con el movimiento indigenista. También el decreto presidencial que otorga a las misiones católicas atributos de evangelización viola la separación de la iglesia y el Estado que establece la Constitución. El trasfondo de estas tensiones es la composición de un gobierno que propone ideas radicales, pero opera con funcionarios comprometidos con los intereses del capital [6] .

Estas ambivalencias del nacionalismo radical se han verificado también en Honduras. La inesperada transformación de un gobernante clásico como Zelaya en partícipe del eje latinoamericano antiimperialista fue un contundente ejemplo del enorme impacto continental que ha generado la existencia del ALBA.

La aceptación de las ofertas petroleras venezolanas desencadenó conflictos con Shell y Texaco que indujeron al golpe de Estado. Pero el giro de Zelaya no respondió sólo a un estímulo exterior. Estuvo directamente influido por el fuerte predicamento que lograron los movimientos sociales al cabo de una férrea lucha contra el TLC y la depredación que realizan las transnacionales.

No es la primera vez en la historia latinoamericana que un presidente o líder militar radicaliza su acción, en un choque con la oligarquía o el imperialismo. Ya ocurrió en Santo Domingo (Camaño), en Perú (Velazco Alvarado) o en Bolivia (Juan José Torres). Pero también existen mayores precedentes de vacilaciones, compromisos con las clases dominantes y frustraciones de la resistencia popular. Zelaya ha oscilado entre ambos antecedentes.

Por un lado se mantuvo firme en la denuncia de la dictadura, en medidas de acción (como el retorno al país) y en el llamado a la insurrección. Por otra parte, pospuso varias veces ese regreso y se sumó al juego de distracciones y maniobras dilatorias que manejó Hillary Clinton. En esta oscilación llegó a aceptar un acuerdo que avalaba el fraudulento proceso electoral a cambio de retomar formalmente la presidencia por poco tiempo. Estas vacilaciones debilitaron la heroica resistencia popular contra el golpe y facilitaron las maniobras que realizó la dictadura para sortear el aislamiento diplomático internacional [7] .

RESISTENCIAS Y REBELIONES

Los desenlaces políticos de América Latina dependen principalmente de los resultados que alcancen las luchas sociales. Estas acciones contribuyeron, especialmente en Bolivia, Ecuador, Venezuela y Argentina, a revertir la secuencia de derrotas populares en que se asienta el neoliberalismo. En esos países se registraron levantamientos que enarbolaron reclamos coincidentes de anulación de las privatizaciones, nacionalización de los recursos naturales y democratización de la vida política. Esas demandas se mantienen como ejes centrales de la resistencia popular. Esta lucha combina actualmente novedosas formas de protagonismo social (indígenas, jóvenes, mujeres) con una acumulación de las experiencias procesadas durante todo el siglo XX [8] .

En la coyuntura de 2008-09 no se han repetido las revueltas generalizadas de los años anteriores. Frente al shock creado por la crisis financiera global predominó una reacción acotada, afín al tipo de respuestas observadas en otros puntos del planeta. Además, los gobiernos latinoamericanos recurrieron con celeridad a fuertes gastos públicos para evitar la reiteración de las sublevaciones que suscitaron los quebrantos bancarios y el caos inflacionario de 1999-2003.

Durante el año se registraron igualmente algunas acciones populares de envergadura frente al ajuste inicial que desató la crisis. Los levantamientos que conmovieron a dos islas del Caribe (Guadalupe y Martinica) fueron muy representativos de esta reacción. Pero, en general, la lucha social no tuvo un detonante único ni respondió directamente a la eclosión global. Un cúmulo de motivaciones desencadenó estos movimientos.

En Perú, los indígenas doblegaron con una extraordinaria resistencia el intento gubernamental de confiscar tierras. En otros países resurgieron las movilizaciones sociales de los asalariados. Unas 200 marchas se concretaron en la ciudad de México y otras 440 conmovieron a Buenos Aires. La batalla de los electricistas en el primer caso y de los obreros de la alimentación o el subte en el segundo, sacudieron la vida social de estas capitales. La furibunda ira que transmiten las crónicas derechistas es un termómetro del impacto que han suscitado estas acciones entre los opresores [9] .

Pero la mayor sorpresa del año ha sido la resistencia casi insurreccional que presentaron los oprimidos de Honduras al golpe derechista. Esta reacción no estaba en los cálculos de nadie, ni se esperaba en un país que operó durante decenios como plataforma centroamericana del imperialismo. Basta observar el balance de la represión para notar cuán heroica ha sido esta lucha. Hasta ahora se computan 21 asesinatos, 4.000 casos de violaciones de derechos humanos y 120 presos políticos, rigurosamente ocultados por todos los voceros de la “prensa libre”.

Durante 100 días de batalla contra el golpe, la respuesta popular alcanzó picos de polarización política y confrontación social que situaron esa rebelión en un plano próximo a los cuatro levantamientos sudamericanos de la última década. La Coordinadora Nacional de la Resistencia se convirtió en un centro organizador de esta acción, a partir del gran protagonismo que tuvieron los sectores sociales de vanguardia de la docencia, el campesinado y los sindicatos de clase [10] .

PLANTEOS ESTRATÉGICOS

En este marco de  reacciones populares, muy variadas pero persistentes, las discusiones de proyectos políticos de la izquierda han recuperado interés. La batalla frontal contra las administraciones derechistas y proestadounidense de Uribe, Calderón o Alan García es una coincidente prioridad. Pero este acuerdo no se extiende a otros terrenos.

Muchos pensadores sostienen que existe una sola línea divisoria en la zona, que separa a la derecha de los restantes gobiernos. Colocan a Lula y a Chávez en un terreno común y distinguen únicamente a los defensores del libre comercio de los partidarios de la integración regional. Convocan a desenvolver políticas comunes de regulación del capital financiero y promoción del mercado interno. Este enfoque cuestiona las iniciativas autónomas de los movimientos sociales que afectan a los gobiernos de centroizquierda, estimando que favorecen a la derecha. Esta postura también considera inexorable apostar por algún sendero de capitalismo más benévolo.

Pero con esta actitud se terminan justificando las medidas que relegan las demandas populares a favor de beneficios que reciben los dominadores. Este curso prevalece actualmente en Brasil, Argentina o Uruguay y se basa en priorizar los subsidios a las empresas a cualquier mejora de los salarios.

Esta visión postula, además, una falsa disyuntiva entre el amoldamiento al statu quo y la aceptación de restauraciones conservadoras más adversas. Olvida que la elección entre lo malo y lo peor sólo conduce al desencanto y a la pérdida de credibilidad popular. Cuando los sectores más esperanzados observan esta ausencia de alternativas frente a la creciente desigualdad se desmoralizan y toman distancia de la acción política.

En muchas ocasiones este escepticismo es la principal causa del retorno electoral de la derecha. Frente a la primacía de distintas variantes de un mismo patrón dominante, no sorprende que los derechistas consecuentes atraigan más votantes, que sus imitadores social-liberales. Este sostén de los conservadores se ha convertido en una vía de sanción al incumplimiento de las promesas de cambios pausados. Una involución de este tipo se vislumbra actualmente en Chile.

La resignación ante el statu quo también conduce a otro resultado: la estabilización conservadora de gobiernos centroizquerdistas, que se verifica en Brasil. Esta administración desenvuelve una política exterior más autónoma, pero es completamente ajena al nacionalismo popular, que históricamente combinó en América Latina acciones antiimperialistas, mejoras sociales y fuerte participación de las masas.

Ciertos autores no registran ningún inconveniente serio en la “buena administración del capitalismo” que desenvuelve Lula. Consideran que este manejo motiva el despechado resentimiento de la derecha, en un marco de bajo nivel de conciencia de los oprimidos [11] .

Pero una acertada gestión del capitalismo sólo es auspiciosa para los poderosos y genera invariables tormentos para los trabajadores. Los asalariados no generan los padecimientos que soportan, ni son culpables de sus elecciones políticas. Esta responsabilidad recae sobre los dirigentes, funcionarios e ideólogos, que justifican la perpetuación de la dominación burguesa, atraídos por las rencillas políticas del momento. Ciertamente Lula proviene del campo popular y sus adversarios actuales del riñón de la burguesía, pero también Obama se forjó en la adversidad racial y ahora sostiene sin ningún remordimiento al Estado imperial.

Ciertos analistas suelen presentar el curso centroizquierdista sudamericano como un beneficio internacional para los gobiernos radicales de Venezuela, Bolivia o Ecuador. Pero olvidan que las alianzas diplomáticas establecidas por los presidentes “progresistas” con estas administraciones apuntan a reforzar negocios de distintos grupos dominantes y a bloquear la radicalización de los procesos más avanzados de la región. En lugar de favorecer rupturas anticapitalistas apuntalan a las “boliburguesías” de cada país.

En el pasado, esta estrategia se justificaba como un desvío necesario para arribar al socialismo por un camino de etapas prolongadas. Pero en la actualidad este argumento sólo aparece en forma ocasional, ya que se ha tornado intuitivamente insostenible. Salta a la vista que la promoción neodesarrollista del capitalismo no guarda ninguna relación con la construcción de una sociedad igualitaria.

La aprobación acrítica de los gobiernos de centroizquierda frecuentemente suscita en la región reacciones simétricas de cuestionamiento ciego a todas las administraciones, cómo si fueran equivalentes. En estos casos se objeta la política de Lula o Kirchner con el mismo parámetro que se enjuicia a Chávez, Evo o Correa. Todos los mandatarios quedan ubicados en un mismo campo burgués, al ser denunciados cómo variantes de este sistema de dominación.

Esta visión es claramente dogmática. Ignora las diferencias cualitativas que separan un ensayo reformista de la simple perpetuación del orden vigente. Tampoco registra la importancia de las confrontaciones que oponen a los gobiernos radicales con el imperialismo. Este tipo de choque ha sido históricamente el motor de los procesos revolucionarios en América Latina. Ignorar esta dinámica conduce al aislamiento, la impotencia y la incapacidad para fusionar la acción militante con la experiencia de las masas para desenvolver la conciencia socialista.

Las posturas dogmáticas son estériles, ya que desvalorizan las mediaciones requeridas para lograr el objetivo socialista. En los casos más extremos se alinean con la derecha por simple repetición de los argumentos elitistas o por abstención ante las confrontaciones en juego. Un ejemplo de este neutralismo son las posturas de neutralidad en las batallas electorales contra la oligarquía de Venezuela, Ecuador o Bolivia.

Las reelecciones presidenciales -que han estado a veces en el centro de estas confrontaciones- han sido habitualmente cuestionadas con los mismos argumentos de derecha liberal. Se objeta la prórroga de los mandatos como si fuera un principio constitucional intocable y de mayor gravitación que la participación popular en un choque con las fuerzas reaccionarias [12] .

UNA REFORMULACIÓN SOCIALISTA

Es importante diferenciar a los gobiernos radicales y de centroizquierda para trazar estrategias de construcción de un proyecto socialista. La distinción permite motorizar políticas de radicalización, igualmente opuestas a la resignación y al sectarismo. Al reconocer los rasgos progresivos que singularizan a los gobiernos reformistas se puede batallar por un rumbo de ruptura con el capitalismo a partir de la acción independiente de los movimientos sociales.

Esta estrategia implica alentar medidas de protección a los pueblos y sanción a los poderosos, para evitar que los desbarajustes provocados por el capitalismo sean solventados por las víctimas de este sistema. Estas acciones incluyen iniciativas que impidan los despidos, garanticen los ingresos mínimos y refuercen los gastos sociales. Son iniciativas que apuntan a la nacionalización efectiva de los sistemas financieros, la revisión del pago de las deudas públicas y la recuperación efectiva del control de los recursos naturales.

Lo importante es convertir las definiciones formales de las nuevas constituciones en hechos palpables de la vida cotidiana. Un paso en esta dirección podría ser la proyección de esos logros a escala regional, mediante la conformación de un parlamento latinoamericano elegido por sufragio universal y surgido de la acción popular.

La convergencia popular que debe construirse al servicio de las mayorías es muy distinta a los programas de integración financiera o comercial que promueven las clases dominantes. El embrión actual de la primera meta es el ALBA, actuando en coordinación con distintos movimientos sociales. Esta entidad podría convertirse en la referencia zonal de una batalla antiimperialista, en contraposición al afianzamiento del statu quo, que prevalece en los encuentros de UNASUR.

Algunos críticos cuestionan esta estrategia considerando que es inviable cualquier acción que supere al neodesarrollismo propiciado por el MERCOSUR [13] . Pero la experiencia regional ha demostrado, una y otra vez, cuán paralizante es ese conformismo para el logro de los anhelos populares. Incluso para alcanzar reformas sociales básicas hay que bregar por una sociedad igualitaria. Sólo una perspectiva de transformaciones radicales genera temor entre los poderosos y consiguientes logros sociales.

La política de radicalización es a veces descalificada por los críticos de la “mitología militante” y de las “utopías sentimentales” [14] . Estas objeciones reproducen el escepticismo estéril que ganó terreno durante el auge del neoliberalismo. Es una postura que actualmente choca con los ideales de lucha social recuperados por la juventud. En general, el espíritu descreído pierde encanto cuándo reaparece la resistencia popular. En esas circunstancias se verifica que la burla y el cinismo sólo encubren resignación frente a la opresión.

El resurgimiento de la esperanza transformadora es el dato clave de la realidad latinoamericana. Esa expectativa explica el lugar central que ocupó la región en la batalla contra el neoliberalismo durante la última década. Es un estado de ánimo colectivo que podría evolucionar hacia un liderazgo de proyectos anticapitalistas. El pilar subyacente de este impulso es la tradición de convergencia del nacionalismo revolucionario con el socialismo, que se forjó a partir de la revolución cubana

Este acervo determina, también, una incidencia directa de los desenlaces actuales sobre el futuro de Cuba. El giro político de la región puso fin al duro aislamiento que sufrió la isla durante los años 90, pero ha puesto en discusión dos alternativas totalmente opuestas para los próximos años.

Los defensores del regionalismo capitalista proclaman abiertamente que Cuba debe sumarse a este eje, renunciado al anhelo de gestar una sociedad comunista. En el polo opuesto se ubica el variado espectro de partidarios de la Revolución, que reivindican su vigencia y promueven caminos de profundización, democratización y renovación socialista [15] .

La batalla entre estos dos cursos antagónicos es una problemática latinoamericana y no sólo cubana. Es evidente que el avance o fracaso de los proyectos radicales en el conjunto del continente contribuirán a inclinar la balanza a favor de uno u otro bando dentro de la isla.

La respuesta positiva a este conflicto es la recreación de un proyecto socialista, a escala regional, que se adapte a los cambios del siglo XXI. La crisis global ha erosionado muchas fantasías sobre las virtudes del capitalismo, pero todavía no se vislumbran los contornos del proyecto alternativo. Hay muchas ideas, pero pocas definiciones sobre los senderos de una transición socialista, que presenta en la actualidad una inédita dimensión ambiental. La necesidad de proteger el planeta de la destructiva corrosión que impone la competencia por el beneficio se ha tornado prioritaria.

Desde el eje del ALBA puede cobrar forma un planteo ecosocialista de alcance global asentado en dos pilares: la denuncia frontal de las raíces capitalistas que presenta la crisis climática actual y las tradiciones regionales de protección de la “madre tierra”. Es un buen momento para encarar este nuevo desafío.

10-1-2010

 


[1] Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es: www.lahaine.org/katz

[2] Ver: Stefanoni Pablo, “Evo, arriba”, Clarín, 2-12-09, “Se abre una nueva etapa”, Clarín, 6-12-09, “Una hegemonía con riesgos en el futuro”, Clarín, 7-12-09. Borón Atilio, “¿Por qué ganó Evo?”, Página 12, 7-12-09.

[3] Ver: Páez Pérez Pedro, “Lo peor de la crisis todavía está por venir”, Página 12, 1-11-09.

[4] CEDICE, Jornadas de reflexión: “Intelectuales, democracia y socialismo”, Centro Internacional. www.aporrea.org/medios/12-6-2009.

[5] Toer postula primera tesis y Almeyra la segunda Toer Mario, “Con sabiduría y una ayudita de los amigos”, Página 12, 7-12-09. Almeyra Guillermo, “Bolivia: El nuevo desafío”. www.jornada.unam.mx 13-12- 2009. 

[6] Un interesante enfoque plantea: Acosta Alberto. “A los tres años de gobierno de la revolución ciudadana”, 7-1-10, www.facebook.com 

[7] Dos balances completamente opuestos plantean: Puricelli, Gabriel, “Mel aguantó, Lula empujó”, www.pagina12.com.ar/ 31-10-09. Toer Mario, “Tiempos que merecen ser vividos”, www.pagina12.com.ar/ 31-10-09 y Roberto Sáenz, “Honduras luego de la llegada de Zelaya”, Socialismo o Barbarie.correosemanal.blogspot.com, 28/09/09.

[8] Ver: Regalado Roberto, “América Latina: No se trata de proceso lineal”, ALAI, 19-8-09.

[9] Un clásico exponente de esta furia es: Oppenheimer Andrés, “La cultura de la ilegalidad en la región”, La Nación, 18-11-09.

[10] Boron Atilio, “El principio del fin” ALAI 22, 9-09. Roberto Saénz, “Honduras luego de la llegada de Zelaya”, www.socialismo-o-barbarie.org, 27-12-09 . Hernández Luis, “La conversión de Manuel Zelaya”, www.pensamientocritico, 11-7- 2009 .  

[11] Pomar Walter, “2009: a direita em desespero”, Correio da Cidadania, Sao Paulo, 27-12-09. 

[12] Dos acertadas posturas en esta discusión en: Guerrero Modesto, “El dilema histórico de la revolución bolivariana”, Página 12,17-2-09. Boron Atilio, “Reelecciones buenas y malas”, Página 12, 27-1-09. 

[13] Rogalski Michel, “Voies d´Amerique Latine”, Tribune Libre, 23-10-07. 

[14] Saint Upery Marc, “Revue des Livres”, n 9. revuedeslivres.net/articles, 30/10/2009.

[15] Un exponente del primer enfoque es Laclau y del segundo Almeyra. Laclau Ernesto, “Los regímenes populares latinoamericanos están muy bien instalados en el poder”, Clarín, 10-5-09. Almeyra Guillermo, “Permítanme discrepar”, www.jornada.unam.mx 2009.

Las Tres Tendencias Transformadoras en América Latina Vistas en 2009




 

En los últimos meses se constata una nota de mayor inquietud en los artículos que diversos analistas de la izquierda i , que se ocupan habitualmente del proceso político en desarrollo en América Latina, realizan sobre la situación y previsible futuro de las experiencias de reformismo radical que diversos gobiernos de izquierda ii impulsan en esa región.

En general son tres conjuntos de datos los que parecen llevar a esa preocupación. El primero sería el sesgo militarista que ha tomado la oposición que a esas experiencias oponen el imperialismo norteamericano y las oligarquías locales, y cuya escalada ha dado un salto cualitativo con el acuerdo por establecer siete nuevas bases de EEUU en territorio colombiano y el golpe de Estado hondureño iii . El segundo sería la situación de impasse en que han entrado estas experiencias transformadoras, dando la impresión de que han llegado a un límite que dudan en sobrepasar. El tercero sería el peligro de reversión electoral en algunos de los países de la región, con un regreso al gobierno de opciones políticas derechistas, que añadirían aún más dificultades tanto a las diversas medidas de integración latinoamericanas como al resto de los gobiernos de izquierda que subsistiesen.

La profundización de la primera tendencia llevaría a un escenario de conflictos internos en algunos países e incluso interestatales con consecuencias imprevisibles de evaluar, se trataría, por supuesto, del escenario más inestable e incontrolable, pudiendo producir graves derrotas del movimiento popular, pero sin descartar tampoco que dicha situación, abierta a su pesar, le ofrezca oportunidades de avance. Los retos que plantean este escenario a los movimientos populares y las organizaciones de izquierda son los retos estratégicos de enfrentamiento abierto a las fuerzas contrarrevolucionarias. A algunas de estas situaciones ya se han enfrentado las experiencias en marcha en América Latina con éxito hasta el momento. Los dos casos más dramáticos fueron el golpe militar contra Hugo Chávez en 2002 y el intento insurrección de los sectores contrarrevolucionarios en septiembre de 2008 en Bolivia. Si la derrota del primero se debió fundamentalmente a la respuesta en gran medida espontánea de los sectores populares, en el segundo caso se trató de una estrategia más elaborada de enfrentar y derrotar la creciente amenaza insurrecional reaccionaria. No obstante, y dada la vía elegida para avanzar en el proceso – de transformación institucional sin ruptura – estas victorias no se convirtieron en definitivas como solía ocurrir en las experiencias revolucionarias del siglo XX. Porque como correctamente señala Nils Castro, “ al cabo es claro que ninguno de esos ejemplos ha dado lugar a una revolución en el sentido clásico del término. Ninguno involucró la toma de la totalidad del poder del estado por una fuerza capaz de fundar una nueva formación histórica en reemplazo del capitalismo. Entendido que no es lo mismo llegar al gobierno que tomar el poder, todos esos procesos se resolvieron en cambios de gobierno institucionalmente obtenidos y reconocidos por medios electorales, más o menos en el marco de las restricciones o limitaciones características del sistema político preexistenteiv

El acuerdo para establecer siete nuevas bases norteamericanas en Colombia y el golpe llevado a cabo en Honduras abren nuevas variantes en el intento de cortar violentamente las experiencias latinoamericanas en marcha. Las dos variantes anteriores fracasaron estrepitosamente y en estos momentos las fuerzas de la oligarquía local y el imperialismo ensayan la variante hondureña. Como señala Javier Biardau, “Actualmente se ensayan golpes preventivos para desplazar a gobiernos reformistas antes de que se radicalicen, sin la intención de reimplantar dictaduras clásicas de mediano plazo. Se busca así una restauración conservadora bajo un aparente respeto del marco constitucional. El ensayo hondureño es una prueba crucial para el imperialismo norteamericano con el fin de calibrar las respuestas de los gobiernos y pueblos del continente latinoamericano, y para determinar las condiciones que permiten sostener a un generalato reaccionario como factor de estabilidad política e institucional.”v. La carta colombiana se mantiene como amenaza latente y, es posible que, como alternativa última si fracasan el resto. Pero sus las graves consecuencias se hacen ya presentes como denuncia Raúl Zibechi, “Una de las peores consecuencias de la ofensiva de Estados Unidos en la región sudamericana es que la desvía de los objetivos que se había trazado: integración y creciente autonomía a través de un banco, una moneda y un consejo de defensa regionales”vi

La confirmación de la tercera de las tendencias abriría el debate de si realmente, como indicaba Petras, estaríamos al final de unos de los varios ciclos por los que ha atravesado América Latina en las últimas décadas. De confirmarse, se estaría abriendo un nuevo ciclo de gobiernos derechistas que reverterían gran parte de los avances alcanzados en estos últimos años por los movimientos populares, frustrando por la vía electoral las actuales experiencias de la izquierda. Este autor no se muestra muy optimista, “ La cuestión básica de si los actuales gobiernos del socialismo del siglo XXI son peldaños hacia la socialización o simplemente gobiernos transitorios que abren camino para la restauración neoliberal pro estadounidense en la región, sigue estando abierta a discusión aun cuando se están acumulando pruebas de que el resultado citado en último lugar es más probable que el primero.”vii

Pero es la segunda tendencia la que hace referencia a los problemas más de fondo a los que se enfrentan las actuales experiencias. No hay duda de que han cubierto un trecho importante en el camino de mejorar las condiciones de vida de los más desfavorecidos, en la apertura de espacios de participación política de amplias mayorías, en la recuperación de las riquezas nacionales y en la obtención de mayor espacio de autonomía frente al imperialismo y las grandes multinacionales. Pero como recordaba en su artículo James Petras, a pesar de las afirmaciones de los publicistas gubernamentales, el aspecto más llamativo de los gobiernos del socialismo del siglo XXI es lo escasamente nuevo o específico de sus políticas. La adopción de una economía mixta y un juego político acorde a las normas institucionales de un estado capitalista liberal, difiere poco de las prácticas de los partidos socialdemócratas europeos de fines de la década de 1940 hasta mediados de 1970”viii

Las críticas de una parte importante de los analistas de la izquierda a las experiencias actuales inciden en que aún no han producido, en ningún caso, una ruptura con el capitalismo. En el caso del artículo de Javier Biardeau su diagnostico es claro y llega a señalar que “ la expansión de las nacionalizaciones que caracteriza al proceso bolivariano -no sólo en el área petrolera, sino también en telefonía, electricidad o agua así como la anulación de la autonomía del banco central podrían llegar a ser funcionales a este proceso de reorganización de la acumulación de fracciones capitalistas”ix.

En el artículo citado de Petras, este autor hace una comparación en materia de realizaciones entre los distintos modelos de socialismo del siglo XX con los países que adscribe al socialismo del siglo XXI para poner en evidencia la distancia que les separa, con gran ventaja para los primeros. Pero, aún siendo de gran interés esta comparación, en lo que no se detiene dicho artículo es justamente en las diferencias existentes en las coyunturas históricas, en los proyectos emancipatorios, en las bases sociales que los sustentaban, en los niveles organizacionales alcanzados, etc. Porque sospechamos que es en este conjunto de factores donde se encuentra la respuesta al hecho de que después de varios años estas experiencias no superen el marco del capitalismo, ni tengan aparentemente una estrategia clara sobre el camino a seguir a partir del punto donde se encuentran hoy.

Emir Sader se inclina por una respuesta orientada en esta dirección, ¿por qué no ha emergido un desafío en toda regla al capitalismo? La respuesta debe buscarse en el equilibrio global de fuerzas tras la victoria de occidente en la guerra fría. Los factores subjetivos -formas de organización colectiva y de conciencia, de la política y del estado necesarios para la construcción de alternativas han sido descabalados en el curso de estos mismos procesos”.

A partir de esta premisa, Sader señala cual es el objetivo realista que se pueden plantear los actuales procesos en marcha, “Las estrategias contraneoliberales -en la única forma posible que pueden asumir, dado el equilibrio de poder a escala global, regional y nacional implican una lucha prolongada por la hegemonía: ni una alianza desigual con los sectores burgueses dominantes (la estrategia reformista), ni la aniquilación del enemigo (lapremisa de la lucha armada). Por el contrario, estas estrategias suponen replantear la lucha por la hegemonía en términos de conquista del poder. 

Y añade un aviso claro a quienes consideran que dichas experiencias son demasiado moderadas y necesitan avanzar más decididamente al socialismo, “Las únicas alternativas a los gobiernos progresistas ahora en el poder en América Latina, incluidos los más moderados, radican a la derecha de los mismos: la izquierda, dada su situación actual, no presenta en ninguna parte un nivel lo suficientemente alto de fuerza o de apoyo, o un discurso alternativo suficientemente claro.” x

Frente a este tipo de análisis que encuentra dificultades objetivas y subjetivas para plantearse metas mucho más ambiciosas orientadas al socialismo, hay otro tipo de discurso que sitúa el peligro de que las actuales experiencias malogren justamente por la situación de impasse en que se encuentran. Es el núcleo de la denuncia de Javier Biardeau, para quién “Los proyectos de capitalismo de estado están a la orden del día, y puede arrastrar a una verdadera oleada de frustración popular. Sin claridad alguna sobre la reinvención de un proyecto socialista, democrático y revolucionario, la presión dominante es un nuevo ensayo de capitalismo regulado, maquillado por un costoso aparato propagandístico de “socialismo bolivariano del siglo XXI”. Esto genera descontento, desconcierto y desencanto (las 3d de la derrota).”

Y precisamente por estas razones crítica a las posiciones como las que representa Emir Sader, “Algunos teóricos de izquierda aprueban el rumbo neodesarrollista, presentándolo como un paso intermedio al socialismo. Pero olvidan que la estabilización de ese curso bloqueará cualquier evolución anticapitalista. El etapismo implícito genera una extraña mezcla de capitalismo de estado aliado a nuevos grupos económicos de poder.” xi


Lo novedoso en las actuales experiencias en América Latina

Con todo lo especifico que tenga la situación actual en América Latina, como todo el mundo sabe el debate no es nuevo, se ha repetido muchas veces a lo largo de la historia del movimiento socialista, y por ello mismo vuelven a aparecer argumentos y enfrentamientos ya conocidos aunque se refieran a una situación diferente de otras del pasado. En este sentido podemos situar en tres diferentes elementos lo más novedoso del proceso actual :

El primero es el hecho de que a diferencia del ciclo inaugurado con la revolución rusa, en que con la excepción de la efímera Comuna de París, no existían antecedentes de la puesta en práctica del proyecto socialista, actualmente toda una serie de ensayos de revolución, de revoluciones triunfantes, y de fracasos de esas revoluciones, aportan toda una serie de lecciones sobre las que reflexionar. Los antecedentes se encuentran en todas las partes del mundo, incluida la propia América Latina que ha visto desarrollarse en su seno revoluciones como la mexicana, la boliviana, la chilena, la sandinista o la cubana, por no citar más que los casos con mayor impacto. Aunque permanecieron los efectos en algunas de estas revoluciones, solo se consolidó y consiguió sobrevivir, incluso a la debacle del socialismo real, la revolución cubana, pero experimentando graves dificultades originadas en el entorno exterior (bloqueo norteamericano, hundimiento comunismo eurosoviético) y en el propio desarrollo de la revolución.

Las actuales experiencias en desarrollo, sobretodo en Venezuela, Bolivia y Ecuador, tienen unas características muy peculiares. En el orden estratégico - de avance sin ruptura brusca con la institucionalidad burguesa heredada - el único ejemplo histórico claro en el que apoyarse fue en el de la corta existencia del gobierno de la UP en Chile, razón por la que ya hice un intento de comparación entre ésta y la de Venezuela.xii Tanto en Venezuela como en Bolivia se produjeron momentos determinantes, como el golpe de Estado en la primera y el golpismo cívico-prefectural en septiembre de 2008 en la segunda, que podrían haber servido de punto de ruptura para iniciar una estrategia de mayor profundización del socialismo siguiendo versiones clásicas de las revoluciones socialistas, sin ir más lejos, de la cubana. Pero optaron por mantener la estrategia de evitar las rupturas bruscas con la institucionalidad heredada y fundar una nueva legitimidad, en su lugar se persistió en las reformas institucionales profundas no rupturistas a través del mecanismo fundamental de implementar nuevas Constituciones, complementadas con los intentos por alcanzar mayores niveles de integración política y económica en América Latina. Si en el primer aspecto evitaban el fantasma del enfrentamiento civil abierto – objetivo que ha buscado claramente la derecha en Venezuela y Bolivia – o el recurso a un régimen autoritario capaz de imponer una nueva orientación más radicalmente socialista; con los procesos de integración puestos en marcha se busca - además de conseguir un mayor margen de autonomía e independencia para diseñar su futuro liberados del imperialismo - la protección frente a las tentaciones intervencionistas en el plano militar del imperialismo, bien directamente o a través de actores nacionales latinoamericanos como está siendo demostrado con Colombia, primero en su intervención contra Ecuador, y ahora como territorio de asentamiento militar norteamericano; pero también otros tipos de intervencionismos como el económico vía FMI, BM, etc.

No obstante, también sabemos cual es el lado negativo evidente de la historia del movimiento socialista en el siglo XX: los fracasos de las revoluciones triunfantes más representativas, que, en el peor de los casos, proyectan una larga sombra de duda sobre la posibilidad de culminar el proyecto socialista, y en el más favorable, alertan sobre las enormes dificultades para alcanzarlo.

Pero, además, no está claro que se disponga de una teoría depurada capaz de utilizar los datos derivados de esas experiencias antecesoras para extraer las necesarias lecciones. El problema en este sentido es que el marxismo, entendido como el cuerpo de doctrina más elaborado desde la izquierda fruto de múltiples aportaciones a la contribución original de Marx, ha mostrado importantes errores, carencias y controversias a lo largo de su historia, y también una falta de adecuación a los cambios sociales de los últimos decenios, de lo se desprende que resulta difícil en estos momentos saber cual es la parte que sigue siendo válida como instrumento de análisis, cual es exactamente la parte desechable y cual debe ser complementada con nuevas aportaciones. Lo que si es claro es la necesidad de es brújula teórica que sirva para interpretar la realidad con el máximo de fiabilidad, porque en caso contrario los errores y fracasos están garantizados, no solamente en los pronósticos - nada importante si solo se quedan en eso, pronósticos - sino en las acciones sociales y políticas que se guíen por ellos, lo cual puede acarrear consecuencias dramáticas.

Boaventura de Sousa Santos expresa este problema de manera brillante, “ En los últimos cincuenta años se ha ensanchado la brecha entre teoría de izquierda y práctica de izquierda, con consecuencias muy específicas para el marxismo. En tanto la teoría de izquierda crítica se desarrolló, principalmente, a partir de mediados del siglo XIX, en cinco países del Norte global (Alemania, Inglaterra, Italia, Francia y los Estados Unidos), y tomando en cuenta particularmente las realidades de las sociedades de los países capitalistas desarrollados, las prácticas de izquierda más creativas ocurrieron en el Sur global y fueron protagonizadas por clases o grupos sociales «invisibles», o seminvisibles para la teoría crítica y hasta para el marxismo, tales como pueblos colonizados, pueblos indígenas, campesinos, mujeres, afrodescendientes, etc. Se creó así una brecha entre teoría y práctica que domina nuestra condición teórico-política de hoy: una teoría semiciega que corre paralela a una práctica seminvisible. xiii

En consecuencia, éste no es un problema exclusivo de los proyectos de la izquierda latinoamericana actual, de los intelectuales y organizaciones de izquierda en general de esa región; el problema de no disponer de un análisis que goce de amplia aceptación en la izquierda sobre el significado, en sentido amplio, de las experiencias del siglo XX y las lecciones a extraer para el futuro atañe a toda la izquierda en general.

Este tema nos engarza con el siguiente, tal como lo expone Roberto Ramírez, al discutir sobre “ el carácter social de los estados que se decían “socialistas”, y especialmente la naturaleza de las revoluciones de posguerra que expropiaron al capitalismo (como las de China y Cuba)”, ya que como expone este autor, “Esto se relaciona a su vez con otro tema teórico y de balance histórico, pero también de inmensa importancia práctica, porque tiene que ver con la estrategia para el relanzamiento de la lucha por el socialismo en el siglo XXI: ¿en qué medida otros sujetos sociales y políticos pueden sustituir a la clase obrera y trabajadora en la revolución socialista? ¿hasta dónde es eso posible? El problema del “sustituismo” se planteó con toda su fuerza ante la realidad de procesos como el de China, y luego Cuba, en los que no era el proletariado, ni social ni políticamente, el sujeto de revoluciones que expropiaban el capitalismo y que además se reclamaban socialistas. Esto parecía desmentir la concepción originaria de Marx que establecía relaciones unívocas entre clase obrera, revolución obrera, dictadura del proletariado y socialismo.”xiv

El segundo elemento de novedad es, efectivamente, el sujeto que está protagonizando las experiencias en curso en América Latina. No es que el sujeto actual no sea el proletariado industrial, porque en el siglo XX el protagonismo hegemónico del proletariado en las revoluciones fue más la excepción que la regla. Lo novedoso es que, incluso en aquellas condiciones, seguía apelándose a la dirección proletaria de la revolución, y en ausencia del proletariado, éste aparecía representado por la organización dirigente de la revolución, fuese un partido comunista u otro tipo de organización. Ello era congruente dentro de una teoría y un discurso que hacía de la clase trabajadora el sujeto hegemónico de la revolución socialista. Pero actualmente, en las experiencias latinoamericanas la clase trabajadora ha dejado de ser el sujeto práctico y teórico que dirige la revolución. Su lugar ha sido ocupado por una mezcla de pueblos indígenas, pobladores marginales de las ciudades, etc. En las tesis de Zibechi, “Los procesos profundos y verdaderos nacen de y en las periferias, nunca en el centro del sistema, tanto a escala planetaria como en cada país. Así como en los años 60 fueron los obreros no calificados, las mujeres y los jóvenes la fuerza motriz de las luchas, en América Latina en el periodo neoliberal fueron los sin (sin derechos, sin tierra, sin trabajo, etcétera) los que estuvieron a la cabeza de la deslegitimación del modelo. En el lenguaje de Marx, los que no tienen nada que perder.”xv

Isabel Rauber explica en que consiste este nuevo sujeto de las que denomina revoluciones desde abajo para diferenciarlas de las revoluciones socialistas desde arriba del siglo XX, “ El sujeto del cambio, el sujeto revolucionario, no existe como tal a priori, es decir, previo a la experiencia. Es en las resistencias y luchas sociales, en la construcción de alternativas sectoriales e intersectoriales, coyunturales y estratégicas, que los diversos actores van desarrollando su conciencia política y avanzando hacia formas complejas de organización y articulación, es decir, hacia la constitución (auto-constitución)   del actor colectivo, fuerza social y política creadora, impulsora y realizadora de los cambios.

Se trata de un sujeto plural, de un colectivo de actores sociales y políticos diversos, que se van articulando en uno y constituyéndose en actor colectivo sobre la base de compartir la orientación estratégica, virtual imán que atrae y fracciona -con modos y por caminos disímiles- a las resistencias, luchas y propuestas alternativas de cambio . xvi

Pero ello implica, explicita o implícitamente, un proyecto emancipatorio diferente que no ha terminado de ser elaborado. Cosa que el propio Zibechi justifica en los siguientes términos, “ Los dominados no actúan de modo simétrico a los dominadores, y por eso no formulan racionalmente un proyecto para luego intentar hacerlo realidad. Como los pobladores chilenos a la hora de construir su campamento – no dibujan planos sino que al habitar generan el espacio habitado – , los sectores populares de nuestro continente van creando su proyecto histórico a medida que lo van recorriendo-viviendo. No hay un plan previo y quien no comprenda esto no puede comprender mucho de la realidad de nuestros pueblos . xvii

No es que otros autores no compartan la visión analítica de los autores de esta corriente interpretativa en la apreciación de los hechos históricos, lo que no comparten son sus apreciaciones en contra de la necesidad de un proyecto histórico explícito, de la coordinación y organización, o su desconfianza en los gobiernos progresistas de la región.

Porque las interpretaciones anteriores se encuentran muy alejadas de la posición ortodoxa en el marxismo, como lo expresa, por ejemplo, Roberto Sáenz, para quién, “En la posguerra se desarrollaron revoluciones democrático-nacionales, antiimperialistas y anticapitalistas, pero ninguna propiamente socialista, como sí había ocurrido luego de la primera guerra mundial. Porque, una vez más, reiteramos que sin la clase obrera al frente del proceso con sus propios métodos de lucha, conciencia y organización, no hay revolución socialista. La revolución socialista no puede consumarse como producto de las “circunstancias objetivas”, de las “tareas” que supuestamente cumplen, sin importar que la clase trabajadora como tal no tenga arte ni parte en ella ni la manera en que se cumplen esas tareas. En el caso de la revolución propiamente socialista, existe necesariamente una relación dialéctica entre las tareas, el sujeto y los métodos mediante los cuales aquéllas se llevan adelante. Esta dialéctica en suma, estamos en presencia de una completa revisión objetivista de la teoría de la revolución”xviii

Claudio Katz, por su parte, añade una explicación que podrimos considerar intermediaria entre las dos anteriores, y plantea respecto a la diversidad de sujetos revolucionarios en América Latina que, “los actores de una transformación socialista son las víctimas de la dominación capitalista, pero los sujetos específicos de este proceso en América Latina son muy diversos” y continúa diciendo que “con miradas idealizadas de la clase obrera industrial -como único artífice del socialismo siempre habrá dificultades para concebir un planteo anticapitalista en la periferia. La socialización de las tradiciones de lucha es más importante para un proceso anticapitalista que la jerarquía de los sujetos participantes. Si las experiencias de resistencia son compartidas, la potencialidad de un cambio revolucionario se acrecienta”. Su conclusión frente a este problema es la de que , “El problema del sujeto ausente tiende a generar debates estériles. Encontrar caminos para garantizar la unidad de los oprimidos y explotados es mucho más importante que dirimir cuál de ellos tendría mayor protagonismo en un salto al socialismo.”xix

El tercer elemento que diferencia a la inmensa mayoría de las experiencias revolucionarias desarrolladas en el siglo XX de las actuales en América Latina es el factor organizativo. La gran mayoría del movimiento obrero y socialista actuó desde el último cuarto del siglo XIX, cuando la socialdemocracia alemana apareció como el modelo exitoso a seguir, a través de organizaciones de carácter político y altamente centralizadas, bien para la lucha electoral, como estableció el modelo socialdemócrata alemán, bien para la lucha clandestina e insurreccional, como estableció el modelo bolchevique. Solo las tendencias anarquistas, anarcosindicalistas y sindicalistas revolucionarias supusieron una ruptura minoritaria a estas dos variantes del modelo principal, que prácticamente dejaron de contar en la práctica con la derrota de la última gran organización anarcosindicalista en la guerra civil española.

Pero si las actuales experiencias en América Latina no se sitúan en las coordenadas organizativas del modelo principal del siglo XX, y no han sido partidos de carácter socialista centralizados los que las han impulsado y sostenido, sin embargo, hay un punto en el que si coinciden, a pesar de esta disimilitud de modelo organizativo, y éste punto es el terreno elegido para impulsar los cambios políticos y sociales, el terreno estatal. El modelo clásico estableció dos estrategias en este sentido, la toma insurreccional del control del Estado para solucionar el problema del poder de un golpe e iniciar las transformaciones de su programa; o la actuación en las instituciones del Estado burgués (gobierno, parlamento, municipios, etc.) para alcanzar reformas (el ejemplo de la socialdemocracia europea) o impulsar transformaciones profundas hacia el socialismo (el ejemplo de la UP chilena).

Actualmente en América Latina se pueden destacar dos momentos diferentes, el primero fue el de la furia de los distintos movimientos en el campo y en la ciudad que arrasaron con los principales gobiernos neoliberales de la región, el segundo el de los gobiernos progresistas que sucedieron a aquellos, consecuencia directa, a veces, de aquella vigorosa movilización social. Vistos por algunos como el instrumento para alcanzar los objetivos de los movimientos, y vistos por otros como opuestos a sus objetivos antisistémicos, “los nuevos gobiernos progresistas y de izquierdas y sus renovadas artes de gobernar, son parte de esa adaptación de las instituciones estatales a la nueva situación de insubordinación generalizada de los de abajo”xx

No es descartable que en algunos de los países latinoamericanos que aún no tienen gobiernos progresistas, como Perú por ejemplo, o en momentos de graves enfrentamientos, como ya ocurrió en el pasado, estos movimientos recuperen un fuerte protagonismo, pero en general son los gobiernos de los países más avanzados en el actual proceso los que llevan las iniciativas en los frentes interno y externo, sin que dispongan del soporte de partidos seriamente consolidados en lo organizativo y en lo ideológico.


Conclusión

En lo inmediato, lo más urgente es, evidentemente, las políticas para hacer frente al nuevo nivel de la ofensiva militarista de las oligarquías locales y el imperialismo puesto en evidencia con el despliegue de bases militares norteamericanas en Colombia y el golpe de Estado en Honduras. Las denuncias, iniciativas, propuestas y llamamientos que se están realizando en este sentido son un claro síntoma de la preocupación que este tema ha suscitado en los gobiernos de la región y entre las fuerzas de izquierda en general, de la conciencia del peligro real que supone la escalada belicista desplegada a pesar del cambio de administración en los Estados Unidos. Definitivamente, parece que el desplazamiento de los neocon de la Presidencia norteamericana no ha alterado los parámetros esenciales de la política exterior imperial.

En segundo lugar, la preocupación por el futuro de las experiencias en desarrollo se centra en la posibilidad de que algunos de los actuales gobiernos progresistas sean desbancados electoralmente por partidos de derechas, dando lugar a un nuevo ciclo político que cancele lentamente el actual en marcha.

Pero, incluso si ambos peligros son sorteados finalmente, seguiría quedando en el aire el camino a seguir para alcanzar esa difusa meta, por el momento, que se ha dado en denominar socialismo del siglo XXI.

Cuando se terminan de escribir estas líneas están apareciendo las primeras noticias y reacciones en torno a la convocatoria realizada desde Caracas en la reunión de 55 partidos de izquierda de todo el mundo para volverse a reunir en abril de 2010 e iniciar la construcción de la V Internacional Socialista. De consolidarse una iniciativa de la profunda carga histórica de este tipo, seguramente se estaría haciendo un esfuerzo realmente importante por solucionar los tres problemas que acabamos de mencionar.

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i(*) Se pueden consultar otros artículos y libros del autor en el blog : http://miradacrtica.blogspot.com/

Para la redacción de este artículo vamos a utilizar diversas aportaciones realizadas por autores que siguen habitualmente el proceso en desarrollo en América Latina y que, como se podrá comprobar, mantienen posiciones diferentes, incluso encontradas, sobre distintos aspectos de este proceso. Intercalar citas siempre es un ejercicio arriesgado que puede suponer una interpretación no exacta de lo dicho por sus autores. Por ello aconsejamos a los lectores interesados la lectura de los textos originales, fácilmente localizables en Internet.

ii Deliberadamente he elegido esta definición dada la diferencia de conceptos utilizados para referirse a estas experiencias (revolución bolivariana, socialismo del siglo XXI, reformismo radical, antineoliberalismo, etc.). No obstante, al menos, se puede suscribir la siguiente definición amplia sobre la izquierda, “izquierda significa el conjunto de teorías y prácticas transformadoras que, a lo largo de los últimos ciento cincuenta años, resistieron a la expansión del capitalismo y al tipo de relaciones económicas, sociales, políticas y culturales que genera, y que se hicieron con la convicción de la posibilidad de un futuro poscapitalista, de una sociedad alternativa, más justa por estar orientada a la satisfacción de las necesidades reales de los pueblos, y más libre, por estar centrada en la realización de las condiciones del efectivo ejercicio de la libertad. A esa sociedad alternativa generalmente se la llamó socialismo”, Boaventura de Sousa Santos, ¿Por qué cuba se ha vuelto un problema difícil para la izquierda?

iii Como artículos más recientes de la preocupación existente ante la amenaza militar pueden verse el de Heinzt Dieterich, Parálisis estratégica de Chávez-Correa-Lula ante Declaración de Guerra de Obama ; y el de Marta Harnecker, Cómo cambiar la correlación actual de fuerzas en América Latina

iv Nils Castro, Una coyuntura liberadora...¿y después?

v Javier Biardeau R., ¿Tiene razón Dieterich?

vi Raúl Zibechi, La Unasur acosada.

vii James Petras, El socialismo del siglo XXI en su contexto histórico

viii James Petras, op. cit.

ix Javier Biardeau R., op. Cit.

x Emir Sader, América Latina ¿el eslabón más débil?

xi Javier Biardeau R., op. Cit.

xii Jesús Sánchez Rodríguez, Venezuela: los retos de la vía democrática al socialismo.

xiii Boaventura de Sousa Santos, ¿Por qué Cuba se ha vuelto un problema difícil para la izquierda?

xiv Roberto Ramírez, Sobre la naturaleza de las revoluciones de posguerra y los estados "socialistas", pág 221

xv Raúl Zibechi, Movimientos, crisis, movimientos.

xvi Isabel Ruber, Siglo XXI: tiempo de revoluciones desde abajo, pág 4

xvii Raúl Zibechi, Autonomías y emancipaciones. América Latina en movimiento, pág. 245

xviii Roberto Sáenz, Las revoluciones de posguerra y el movimiento trotskista_2, pág 4

xix Claudio Katz, Estrategias socialistas en América Latina

xx Raúl Zibechi, Autonomías y emancipaciones. América Latina en movimiento, pág. 272

El Proceso de Cambio Más Allá de las Elecciones En Bolivia



Estamos a poco más de 15 días de la realización de las elecciones nacionales. A estas alturas, salvo un cambio radical, el panorama político y la intención de voto tienen tendencias más bien definidas.

Reconozco que es una experiencia única en mis vivencias de país. Reconozco que cuando empecé a tener edad para votar, a finales de la década de los ’80 participé en las elecciones municipales dando mi voto a las candidaturas casi marginales de la izquierda (lamente nunca haber tenido la oportunidad de votar por Marcelo Quiroga). Era un voto esperando que de ahí se fortalezca alguna alternativa, de a poquito, pacientemente. Eran tiempos de dominio neoliberal.

Después perdí el poco encanto que las elecciones significaban para mí y empecé a pifiar mi voto. Las elecciones no eran una fiesta y se reproducían como un hábito para la repartija del poder entre los mismos de siempre.

En las elecciones generales del año 2002, volví a votar como en una fiesta, con esperanzas, con decisión, sabiendo que mi opción era importante para el país. Recuerdo que ese día fuimos en un triciclo grande, como esos que usan en Puno como taxis, la familia entera, cinco personas montados en el triciclo a compartir esperanzas. Tres años después sentía que esa ilusión de votar, la fiesta electoral, era un sensación compartida por mucha gente, por los siempre excluidos, por la gente que no contaba o era ninguneada, por quienes eran aceptados en las fotos de postal pero rechazados en las esferas del poder real. El ambiente era diferente. Se notaba que la subjetividad colectiva se modificaba. Que era posible creer en que otra Bolivia era posible.

Volví a votar con entusiasmo, con sensación de fiesta desde el año 2002 y nunca sentí la necesidad de afiliación partidaria. Siempre creí que las elecciones y la posibilidad de elegir gobiernos son un derecho fundamental que tenemos, pero que los procesos de cambios están más allá de quienes nos gobiernan, aunque necesitan de gobiernos que hacen posible la transformación. No habría el proceso de cambio que vivimos, así de imperfecto pero profundamente mejor que cualquier otro momento de la historia del país, sin Evo Morales y el MAS. Pero ni Evo sería presidente ni el MAS el partido de gobierno sin un pueblo, sin movimientos sociales, sin sociedad civil, sin innumerables personas que creen, construyen y sienten el proceso de cambio como suyo, sin necesidad de filiación partidaria.

Por eso vivo estas elecciones, las 6 de diciembre, como una fiesta que servirá para dar un nuevo paso gigante en el proceso de cambio. Pero también porque siento que la gente, la mayoría claramente, asume que son tiempos de no vuelta al neoliberalismo económico ni al neoconservadurismo político. Se siente en el ambiente, estamos pasando de la polarización extrema a la consolidación del proyecto de cambio que permitirá debatir más hacia adentro, ser críticos pero sin abandonar la profundización de este hermoso brotar de otra Bolivia, más digna, más justa, más nuestra.

La fiesta invita estar, no sólo el 6 de diciembre, participando, decidiendo, siendo sujetos del país, porque ya no es sólo dar el voto, es saber que además somos parte de una sociedad capaz de movilizarse, de proponer, de gestionar lo público. Es participación creciente de la gente, no voto “rebaño”.

Hay gente que gusta hablar de voto “cautivo”, cuando se refiere al caudal de votación consolidado por el proceso de cambio. Cautivar tiene tres significados, anoto dos de ellos. Uno señala la idea de aprisionar o privar de libertad. Otro significa atraer o ganarse a alguien. Una sonrisa cautiva, seduce, no aprisiona. En ese sentido, sí hay un voto cautivo o, mejor dicho, cautivado por la participación, por los avances en el país, por la dignidad, por procesos de mayor inclusión y equidad. No es privación de la libertad, es expansión de sujetos participantes, en fiesta, cautivados por sus propia capacidad de cambiar el país porque el proceso es de todos y todas, se lo hace en el día a día.

Yo voy a votar así de cautivado, en un acto electoral como fiesta. Pero la fiesta no puede quedarse en ese día. Exige que se complemente con los procesos de transformación de la vida cotidiana, donde vivamos relaciones cotidianas más justas, inclusivas y celebrativas de la diversidad en equidad. Allí también esta brotando otro país, otras subjetividades, otras maneras de sentirnos personas, pero también queda mucho por hacer.

El proceso de cambio que vive el país es mucho más allá de las elecciones, de elegir –reelegir mejor dicho- un presidente, de lograr que la derecha radical y violenta salga derrotada contundentemente. Todo eso es importante y hay que celebrarlo el 6 de diciembre, pero la vida continua después y los desafíos y motivos para la fiesta también.

 

http://evolucion-bolivia.blogspot.com/

Contexto de los Movimientos Sociales en Latinoamérica

América Latina en Movimiento No 449
octubre 2009

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El desafío de la construcción teórica:
Los movimientos sociales en los nuevos escenarios


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Contenido:

Los procesos de articulación política emancipatoria
GALFISA

Pensamiento latinoamericano, cultura e identidades
Fernando Martínez Heredia

Movimientos antisistémicos y gobiernos populares: nuevos desafíos
Gilberto Valdés Gutiérrez

Pistas sobre la construcción de lo político
GALFISA

El nuevo escenario y territorio político en América Latina


Militarización y estrategia hegemónica imperialista

Mujeres y pluralidad sexual: Sociedades diversas, cuestión de humanidad en el siglo XXI
Irene León

Comunicación y cultura: notas para un debate
José R. Vidal

Por un saber emancipado y emancipador

La construcción de alternativas emancipatorias

Juventudes en las luchas y cambios civilizatorios

* La presente entrega se elaboró en coordinación con GALFISA, Cuba.

La Mafiosa Estrategia Imperial en Latinoamérica

La estrategia del imperio en América Latina

 

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El 17 de Agosto de 2009 salió publicado en el periódico La Jornada un artículo de David Brooks, en el que se indica que en información recientemente “desclasificada” sobre documentación oficial y políticas de seguridad nacional en Washington, dada a conocer por el National Security Archive, se revela que al comienzo de la década de los años 70’s, los gobiernos de Estados Unidos y Brasil “discutieron esfuerzos para coordinar la intervención clandestina contra regímenes de izquierda en Chile, Cuba, Perú, Uruguay y otros países para evitar el surgimiento de ‘nuevos Allendes y Castros’ en la región.”

El artículo trata sobre conversaciones entre el entonces presidente de los EUA, Richard Nixon, y el de Brasil, Emilio Garrastazu Médici, en las que se planea una colaboración secreta para intervenir en estos países con la intención de contrarrestar “la tendencia de expansión marxista-izquierdista” en América Latina.

Entre otros puntos de acuerdo las conversaciones revelaron que “Brasil tomaría un papel cada vez más grande en las relaciones hemisféricas…” sin intervenir directamente, pero que “…el régimen no descartará utilizar la amenaza de intervención o las herramientas diplomáticas y la acción encubierta para oponerse a regímenes de izquierda, o mantener a gobiernos amistosos en el poder, o ayudar a ponerlos en lugares como Bolivia y Uruguay.” En uno de los documentos se afirma que en 1971 Nixon comentaba al primer ministro de Gran Bretaña, Eduard Healt que “Brasil apoyaba la posición de Washington y agrega que ‘los brasileños ayudaron a manipular la elección uruguaya’ .”

Todo esto se hizo con el mayor sigilo y en el máximo secreto, ya que el gobierno de Estados Unidos no quería que apareciera su mano en esta “cooperación”. Una pieza clave en la clandestina comunicación fue Henry Kissinger quien años después fue secretario de Estado estadounidense.

La intención de las acciones encubiertas era la de detener el avance de los países y sus pueblos que estaban organizándose hacia formas más justas, independientes y democráticas y rompiendo así con la hegemonía casi absoluta que en ese entonces mantenían los Estados Unidos en la región.

Los múltiples intentos realizados para derrocar el régimen de Fidel Castro en Cuba no prosperaron, sin embargo Salvador Allende en Chile no corrió con la misma suerte y su gobierno cayó abatido por el golpe de Estado concebido, planeado y organizado desde el corazón del imperio junto con sus aliados regionales, como ahora claramente podemos ver, y ejecutado por las cúpulas del poder civil y militar chileno.

Retroceder en el tiempo y echar un vistazo a la historia siempre es bueno en la medida que nos ayuda a comprender mucho de lo que ocurre en la actualidad. La historia parece repetirse el día de hoy y la interpretación que damos es que los planes de conquista del imperio no han cambiado en lo sustancial.

Dos acontecimientos de la mayor importancia internacional sucedieron en los últimos meses, precisamente cuando se conmemoran 200 años de la independencia de los países latinoamericanos de las coronas europeas.

El reciente golpe de Estado en Honduras, que trata de suplir a un gobierno que se acercaba a una integración económica, política y cultural más humanitaria con diversos países de la región, por uno subordinado e incondicional a los designios del gobierno estadounidense.

Por otro lado la firma de un convenio entre los gobiernos de EUA y Colombia para la instalación de nuevas bases militares estadounidenses en territorio colombiano, con las que sumarían siete, bajo el cada vez menos creíble argumento de que tienen como objetivo la lucha contra el narcotráfico, el terrorismo y, deberían agregar los movimientos populares por su autonomía, independencia y soberanía.

Estos dos hechos apuntan hacia un mismo fin: detener la expansión de los gobiernos progresistas en América Latina y en esta ocasión fijan la mirilla de sus armas contra quienes impulsan de manera muy especial la integración de los pueblos de la región; Cuba que ha sabido sobrevivir a los diversos intentos por vencerla, y Venezuela, países que por primera vez en la historia de América Latina impulsan la creación de “un sistema de integración socioeconómica latinoamericano de carácter solidario, la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América, (ALBA) al que se van sumando otros países y que ha parado los pies a los tratados de libre comercio promovidos por EUA que tanto han arruinado a los pueblos latinoamericanos.” Este sistema de integración está rompiendo con la histórica inercia que la época colonia heredó a los países que vivieron durante siglos sometidos a las coronas de España y Portugal y que los obligaba a comerciar exclusivamente con las metrópolis de esos imperios.

La instauración de gobiernos incondicionales a Washington se repite. Por medio de estos pueden desplegar las acciones necesarias para frenar el trabajo de los pueblos en pos de su unidad, para manipular a modo la política interna de los países que les convenga, o para de plano derrocar a los gobiernos que se han revelado en su contra, impidiéndoles desarrollar sus planes de dominio, apropiación y saqueo de los recursos naturales y humanos con que cuentan esos países.

En esta ocasión Cuba y Venezuela están en la estrategia militar del imperio y para ello quieren cerrar el cerco con las bases militares de Colombia, y con el gobierno títere de Honduras que hasta hoy continúa en el poder.

Por otro lado, es necesario apreciar la importancia estratégica que tiene en la región otro país con gobierno de derecha y que también le hace segunda a Washington en sus planes de dominio: México. La imposición de Calderón en la presidencia del país, así como el apoyo que brinda en los hechos al gobierno de EUA, aunque en el discurso presente un planteamiento diferente, es parte de la proyección que el imperio tiene hacia los países latinoamericanos.

De esta manera, y tal como señala el artículo ¿Un protectorado?, de Luis Javier Garrido, publicado en La Jornada el 21 de agosto de 2009, el TLCAN, promovido por Carlos Salinas de Gortari, se “…abrió para el desmantelamiento de la nación y la entrega de la definición del proyecto nacional al gobierno de Washington, y proseguida por Ernesto Zedillo, que al modificar el artículo 28 constitucional en 1995 pretendió fincar las bases para concesionar a las grandes transnacionales áreas estratégicas de la nación, desde el petróleo, la energía eléctrica, la energía nuclear, los ferrocarriles y los puertos, hasta el espacio aéreo, la comunicación satelital, el correo y los teléfonos”. El mismo artículo afirma más adelante que con el gobierno de Calderón se ha llegado a extremos inéditos y muy graves al pretender “entregar el control de las fuerzas armadas de México y, en consecuencia del territorio mexicano, a Washington, siguiendo el modelo de Colombia.” Así el gobierno derechista de Calderón está dejando a las fuerzas armadas del país subordinarse al Pentágono, lo cual es algo muy peligroso para la soberanía de la nación.

Finalmente podemos observar que la estrategia del imperio avanza y repite actos del pasado. El papel que jugó el gobierno de Brasil en la caída de Salvador Allende en Chile puede repetirse hoy con Colombia en la guerra que el Pentágono le hace a Venezuela y Cuba. Sería iluso pensar que no existen diversos planes concebidos y elaborados para llevar a cabo dichas acciones.

A lo largo de la historia de la humanidad, los imperios que han controlado las diferentes etapas históricas han tenido como finalidad el control y sometimiento de las poblaciones, la apropiación y saqueo de sus recursos naturales y humanos. La época moderna no es la excepción. Pero al igual que en el pasado los imperios dominaron durante largos períodos continentes enteros, también cayeron a causa de la presión ejercida por las luchas de liberación de los pueblos y sus gobiernos.

Movimientos Sociales y Globalización Egoista

Globalización imperial y movimientos sociales en Latinoamérica

 

Introducción

 

El crecimiento sin obstáculos del capitalismo euroestadounidense después de la caída del comunismo soviético y europeo, la conversión de China e Indochina al capitalismo de Estado y el auge de dictaduras militares de libre mercado en Latinoamérica, respaldadas por EE.UU., dan un nuevo ímpetu a la construcción occidental imperial llamada “globalización”.

 

El proceso de globalización fue el resultado de condiciones ‘externas’ e ‘internas’ y coaliciones de clase  incrustadas en la estructura social tanto de los países imperiales como de los países ‘recipientes’ u objetivos. La expansión del capital no fue ni un proceso lineal o de expansión (acumulación) continuada ni uno de colaboración sostenida de los paises objetivos. Las crisis en los centros imperiales y las transformaciones de los regímenes en los países colaboradores afectaron al flujo de capital, al comercio, a las normas y a las regulaciones.

 

Una de las consecuencias no pretendidas de la ascensión de las clases dominantes globales fue el surgimiento de movimientos sociales a gran escala y tumultuosos, especialmente en Latinoamérica, que retaron a los gobernantes, ideología e instituciones que mantenían el imperio global.

 

Las relaciones entre globalización imperial y movimientos sociales son complejas, cambiantes y están sujetas a reveses y avances. Este estudio, con atención a Latinoamérica, plantea diversas hipótesis al explorar la relación entre globalización y movimiento social durante un período de treinta y cinco años: desde el comienzo de la doctrina del libre mercado que es la fuerza motora de la globalización (1975) hasta hoy (2010). Este arco temporal nos proveé del tiempo suficiente para observar las operaciones a largo plazo del capital global y las trayectorias históricas de los movimientos sociales. Tomando Latinoamérica en su conjunto como una sola entidad, ampliamos nuestro campo de acción y minimizamos la posibilidad de desarrollos idiosincráticos específicos para un solo país.

 

Nuestra investigación se guía por un número específico de hipótesis que serán testadas a través de un análisis histórico de las tendencias económicas globales y la trayectoria de los movimientos sociales. Empezaremos haciendo un breve repaso de las dinámicas de la globalización y el crecimiento de los movimientos sociales en Latinoamérica para entonces especificar nuestras hipótesis clave acerca de las relaciones entre globalización y movimientos sociales.

 

Globalización: Clase, Estado y Economía

 

El comienzo de una nueva y dinámica fase de expansión de capital imperial, que llamaremos globalización, debe mucho al resultado político favorable de la lucha a escala mundial entre el capital y la clase obrera. La derrota y retirada de la clase obrera en Occidente, particularmente en EE.UU. e Inglaterra, y la autodestrucción de los regímenes comunistas del este pusieron los cimientos para una agresiva cruzada global contra regímenes y movimientos de izquierda en el tercer mundo, especialmente en Latinoamérica. El retroceso de los movimientos obreros fue particularmente vicioso y triunfal en Latinoamérica, donde la mayor parte del continente experimentó la instauración de dictaduras militares que desmantelaron las restricciones nacionales a los flujos de capital y los aranceles.

 

Dentro de este nuevo marco global de artífices de la construcción imperial y regímenes autoritarios colaboracionistas, hay varios factores que intensificaron la expansión global económica.

 

(1) La innovación tecnológica, especialmente las tecnologías de la información, aceleró los flujos de capital y mercancías.

 

(2) La acumulación a gran escala de capital en los Estados imperiales, una bajada relativa en los porcentajes de los beneficios y el creciente rol del capital financiero espolearon las inversiones en ultramar, la especulación y las liquidaciones de empresas privatizadas.

 

(3) La competición intensificada entre EE.UU., la Unión Europea y Asia, llevó a las MNC (Corporaciones Multinacionales en sus siglas en inglés) a buscar ventajas asegurando bancos y recursos; cuotas de mercado dentro de Latinoamérica.

 

(4) El surgimiento de dictaduras derechistas pro occidentales proveyó condiciones socioeconómicas excepcionalmente favorables para liquidaciones y adquisiciones de empresas y recursos locales, extraordinarios dividendos en especulación financiera y oposición mínima de reprimidos sindicatos y partidos nacionalistas y de izquierda.

 

Como consecuencia de estos cambios estructurales, se pusieron en práctica doctrinas de libre mercado y políticas neoliberales con el resultado de acuerdos de libre comercio bilaterales (NAFTA- Tratado de Libre Comercio de América del Norte en sus siglas en inglés-) y desregulación de las economías. El crecimiento de la actividad especulativa enraizó y prosperó al mismo tiempo que las redes de garantía social fueron desmanteladas.

 

Después de más de dos décadas de desarrollo altamente polarizado y crecimiento mediocre, las economías neoliberales se estancaron y entraron en crisis: los precios de las mercancías (commodities)  cayeron, las burbujas financieras estallaron, estafas bancarias a gran escala empobrecieron a los ahorradores de la clase media, inversionistas fueron defraudados... llevando a un colapso económico virtual y a un desempleo masivo. En los primeros años del nuevo milenio, Latinoamérica se enfrentó a una crisis sistémica en la cual los regímenes neoliberales fueron depuestos, los movimientos sociales crecieron y las bancarrotas económicas se multiplicaron. Se elegieron partidos y coaliciones de centro izquierda que tendieron a implantar medidas de mejora que aliviaron el impacto de la crisis. Se aprobaron paquetes de estímulo para reavivar las economías. El auge de los precios agrícolas y minerales en el mercado mundial facilitó la recuperación económica, que duró hasta el comienzo de la recesión económica de 2008.

 

Movimientos Sociales

 

Brotando del polarizado crecimiento, de la intensificada explotación del trabajo y del desplazamiento de campesinos y granjeros, todo ello endémico de las políticas de libre mercado, el descontento social se extiende en las zonas rurales, especialmente entre los trabajadores rurales sin tierra, los campesinos y las comunidades indígenas. Emergió una nueva generación de líderes militantes con capacidad para conectar el malestar local con políticas estructurales nacionales e internacionales. Los movimientos de masas se establecieron en los primeros años de la década de los noventa y lanzaron una serie de campañas masivas y movilizaciones que se extendieron a las ciudades e hicieron involucrarse a la creciente masa de trabajadores urbanos desempleados, funcionarios, y empresarios y profesionales de clase media empobrecidos y cada vez menos reciclables.

 

Las crisis precipitaron revueltas a gran escala, comandadas por los nuevos movimientos sociales, que demandaban cambios sistémicos pero se apaciguaban ante la elección de regímenes de centro izquierda. La primera década del siglo XXI ha sido testigo del ascenso y declive de la actividad de movimientos que eventualmente se asentaban en cambiantes nichos del nuevo orden presidido por los regímenes de centro izquierda.

 

Hipótesis Clave

 

La expansión de la ‘globalización’ o el desarrollo del modelo imperialista centralizado fueron acompañados del crecimiento de los movimientos sociales de masas. Esto plantea la cuestión fundamental de la relación entre los dos procesos. Presentamos varias hipótesis para explorar esta relación.

 

(1) Cuanto mayores sean las desregularizaciones de la economía, mayores serán la aceleración de la globalización y el impulso para el crecimiento de los movimientos sociales.

 

(2) Las crisis y el colapso de la globalización desregularizada lleva a un mayor protagonismo y una mayor radicalización de los movimientos sociales hasta incluir levantamientos sociales que deponen regímenes en curso.

 

(3) Cuanto mayores son la regulación y el control del proceso de globalización por parte del régimen, menor es el impacto de las crisis, más moderadas las actividades de los movimientos sociales y menos probable una rebelión popular.

 

(4) Cuanto más débil sea la red de seguridad social en tiempos de crisis, mayores serán los movimientos sociales y más radicales sus demandas. Por el contrario, cuanto más fuerte sea la red de seguridad social en tiempos de crisis menor será el crecimiento de movimientos sociales y más reformistas sus demandas.

 

(5) La depreciación mundial de las mercancías (commodities) tiene más posibilidades de crear como subproducto movimientos sociales radicales que los períodos de precios boyantes.

 

Combinando nuestras cuatro principales variables en una sóla hipótesis sobre la relación de la globalización y los movimientos sociales, llegamos a las dos proposiciones siguientes:

 

Las condiciones óptimas para los movimientos sociales radicales de masas aparecen cuando una economía sufre una alta desregularización, en tiempos de crisis financieras y recesión productiva, cuando los precios de las mercancías (commodities) están a la baja y en un contexto débil de garantías sociales.

 

Por el contrario, los movimientos sociales radicales de masas tienen menor posibilidad de surgir bajo una economía altamente regulada, con una fuerte red de seguridad social y en un contexto mundial de precios de mercancías (commodities) al alza y economía boyante.

 

Poniendo a prueba la hipótesis: Latinoamérica 1980-2010

 

Entre 1980 y 1990, Latinoamérica experimentó un período de creciemiento moderado y precios estables en el mundo para sus mercancías (commodities). Éste fue un período de desmantelamiento mayor de las regulaciones estatales sobre la economía y de un debilitamiento de las redes de seguridad social. Y aún así no se produjeron levantamientos sociales importantes ni se crearon movimientos sociales de masas, excepto en Chile entre 1985 y 1986, que terminaron con el pacto político, respaldado por EE.UU., entre los pinochetistas y los partidos de la socialdemocracia cristiana y su subsecuente ascenso al gobierno en 1990.

 

Durante la primera mitad de la década de los noventa los precios de las mercancías (commodities) descendieron hasta mínimos históricos, la red de seguridad social continuaba deteriorándose; los beneficios del capital se multiplicaron en una orgía de privatizaciones y adquisiciones extranjeras mientras el crecimiento general se estancaba. Crecieron los movimientos sociales, la movilización de masas, extendiéndose del campo a las ciudades aunque se dieron pocas rebeliones populares.

 

En el período entre el final de la década de los noventa y los primeros años del 2000 (aproximadamente 1999-2003) se experimentó una gran crisis socio-económica y política, incluyendo crisis económicas y financieras en Argentina, Bolivia, Brasil, Venezuela, Ecuador, Perú y Uruguay. Después de más de veinte años de políticas de libre mercado acompañando al proceso de globalización, la red de seguridad social estaba hecha jirones. Los precios de las mercancías (commodities) se mantenían bajos y la desregularización financiera agudizaba la vulnerabilidad de las economías ante la recesión en EE.UU.

 

Entre 2000 y 2005 los regímenes neoliberales se depusieron o cambiaron en Argentina (tres regímenes en dos semanas- 2001-2002), Bolivia (2003, 2005), Ecuador (2000, 2005), Perú, Uruguay, Brasil, Venezuela (el régimen golpista duró cuarenta y ocho horas- 2002). Los movimientos sociales crecieron precipitadamente en toda la región y sus demanadas se radicalizaron, demandas que incluían cambios estructurales fundamentales. El Movimiento de los Campesinos sin Tierra en Brasil (MST) lideró los movimientos de ocupación masiva de tierras en el país. Levantamientos obreros, campesinos e indígenas expulsaron en Bolivia a dos gobiernos elegidos en curso. En Ecuador, coaliciones de movimientos indígenas y urbanos derrocaron un gobierno neoliberal en curso en 2000 y un movimiento ampliamente basado en ciudadanos de las urbes expulsó a un régimen neoliberal corrupto en 2005. En Argentina, una rebelión popular liderada por organizaciones vecinales de trabajadores de clase media, desempleados y empobrecidos, expulsó a presidentes neoliberales y dominó la política de 2001 a 2003. En Venezuela, una movilización popular masiva, con aliados militares, expulsó a la junta empresarial-militar de abril de 2002, respaldada por  EE.UU., y restableció en el poder al Presidente Chávez.

 

El período entre 2003 y 2008 fue testigo de una subida pronunciada  de los precios de las mercancías (commodities) hasta niveles récord. El auge de los regímenes de centro izquierda estuvo acompañado de controles sobre el capital, la restauración parcial de la red de seguridad social, una recuperación económica rápida y un crecimiento relativamente alto. Los movimientos sociales dejaron de crecer, sus demandas se centraron en reformas inmediatas, las movilizaciones fueron menos frecuentes y algunos de sus líderes clave fueron designados cargos en la administración.

 

En el período entre 2008 y 2010 se produjo un pronunciado descenso del crecimiento que reflejaba el impacto de la recesión mundial y la bajada de los precios de las mercancías (commodities). Mientras la mayoría de los países entraba en recesión, el sistema financiero no experimentó un colapso comparable al del período anterior (2000-2002), en parte debido a los controles sobre el capital que tenían lugar desde la primera parte de la década. Mientras crecía el desempleo y los niveles de pobreza se incrementaban, la mejora de la red social minimizó el impacto de la recesión. Los movimientos sociales aumentaron su actividad y experimentaron un crecimiento medio pero con pocos, si es que alguno, retos al poder estatal, al menos durante los primeros dos años de duración de estas crisis en transcurso.

 

Conclusión

 

Nuestro repaso histórico demuestra que factores como la implantación de cambios neoliberales y la profundización en la globalización no llevan por sí solos al crecimiento de movimientos sociales masivos y radicales: así lo atestigua el período de 1980 a 1990. Ni tampoco el bajo precio de las mercancías (commodities), una débil red de seguridad social o unos ingresos estatales en declive provocan levantamientos populares y la creación de movimientos sociales radicales de masas. De la misma forma, una crisis económica, como la recesión de 2008 a 2010, no ha llevado a un resurgir de los movimientos sociales de masas radicales o de las rebeliones populares.

 

Sólo cuando una combinación de factores internos, como una débil red de seguridad social y una economía desregulada, y una crisis externa, como una recesión global, y unos precios de mercancías (commodities) mundiales a la baja, tenemos condiciones posibles para el crecimiento de movimientos sociales de masas radicales y dinámicos.

 

Los escritores que se centran o empiezan desde una perspectiva de ‘sistema mundial’ o cualquier otra de carácter ‘globalista’ cuando intentan estudiar el auge de los movimientos sociales como una función de las ‘operaciones’ de mercado fracasan a la hora de tener en consideración las luchas políticas y sociales internas y las políticas sociales estatales resultantes como factores determinantes.

 

Deberíamos resaltar que las rebeliones de los movimeintos sociales no ocurren de repente porque todas las contingencias tengan lugar. Los levantamientos sociales a finales de los años noventa y la primera mitad de los años del nuevo milenio tuvieron una década de gestación: organizándose, acumulando fuerzas sociales, creando alianzas con disidentes de las instituciones   -como miembros radicales de la iglesia- y desarrollando líderes y cuadros de mando. Las crisis económicas, como mucho, fueron el evento “disparador” del severo descrédito de la clase dominante, minada la imperante ideología de la ‘globalización’, que permitió a los movimientos dar un salto cualitativo de la protesta a la rebelión política y el cambio de régimen.

 

Finalmente, aunque no es esencial para este estudio, deberíamos indicar que mientras los movimientos sociales en su climax fueron capaces de derrocar regímenes neoliberales, no fueron capaces de conseguir poder político y revolucionar la sociedad: sus levantamientos permitieron a políticos de centro izquierda llegar al poder. Irónicamente, una vez en el poder, aprobaron suficientes reformas económicas y sociales como para mantener a distancia la vuelta a la radicalización de los movimientos cuando la crisis económica mundial golpeara de nuevo al final de la primera década de este siglo.

Hacia Más Cambios Sociales En América Latina

 

América Latina: vacilaciones y desafíos

 

Frei Betto



Unidad y lucha continental

El gobierno de Itamaraty tiene la obligación de acogerlo y garantizarle su integridad física y política. Zelaya, por su parte, tiene el deber de respetar las normas que rigen las representaciones diplomáticas.

El mismo Brasil que dio refugio a los generales Stroessner y Oviedo, de Paraguay, no puede ahora favorecer a los militares golpistas de Honduras y entregar a Zelaya a las fieras. Sería igualmente una afrenta a la tradición hospitalaria del Brasil el repatriar a Cesare Battisti a las cárceles italianas.

América Latina vive su mejor momento desde hace décadas: con excepción de Honduras, no hay dictaduras militares en el continente; los gobernantes neoliberales, fieles a los recetarios del FMI y del Banco Mundial, fueron rechazados por el voto popular; hoy tenemos gobiernos democrático-populares que se comprometen a promover reformas de las estructuras por la vía pacífica y democrática.

¿Cuál es lo nuevo en América Latina? Samuel Huntington, relator de la Comisión Trilateral -nefasta conspiración imperialista de la década de 1970-, admitió que en nuestro continente la democracia, como el figurín que agrada a la Casa Blanca, sólo duraría si excluyese la participación de la parcela del pueblo.

Lo nuevo es que los excluidos -indígenas, peones, sin tierra, negros, desempleados, familias de bajos ingresos- ahora insisten en su protagonismo político. Prueba de ello es que un metalúrgico gobierna el Brasil, un indígena Bolivia, un ex guerrillero Nicaragua, una ex presa política Chile, otro ex preso político Uruguay, un sociólogo de izquierda Ecuador, un militar revolucionario Venezuela, un periodista apoyado por ex guerrilleros El Salvador, un ex obispo de la teología de la liberación Paraguay.

No se sabe qué hay de nuevo en Dinamarca, pero es cierto que hay algo nuevo en torno a la línea del Ecuador. De los 34 países de América Latina, en 15 hay presencia, en sus gobiernos, de políticos alineados con el Foro de São Paulo, organismo que desde hace décadas articula en el continente grupos y partidos de izquierda y/o progresistas.

Los países de la región tratan de crear mecanismos de intercambio comercial y de unidad política, como Alba, Unasur, Telesur, el Banco del Sur. Solamente los gobiernos de Colombia y de Perú desentonan en este proceso, sumisos todavía a la dependencia yanqui.

Ahora el desafío es evitar que los gobiernos progresistas sean anexados por el neoliberalismo. Es necesario que América Latina, que alberga al único país socialista del mundo, Cuba, tenga conciencia de sus potencialidades. Mucho antes de que los Estados Unidos crearan sus primeras universidades, Harvard y William&Mary, ya funcionaban la de San Marcos en Perú y la de Santo Domingo en la República Dominicana. Por cierto, ambas fundadas por la Orden Dominicana.

Sin embargo entre nosotros, ahora, la escolaridad media es de 7 años, y de cada 10 estudiantes de enseñanza media sólo 1 la termina. La mortalidad infantil promedio en el continente es de 50 por cada 1000 nacidos vivos, mientras que en Asia es apenas de 10.

Es decepcionante constatar la avidez que ciertos gobernantes latinoamericanos demuestran ante las ofertas del mercado de armas. Nuestros principales enemigos, los que debieran ser combatidos duramente, son todavía el hambre, la falta de salud, de educación, de vivienda y de cultura.

Si los actuales gobernantes democrático-populares no fueran capaces de emprender las reformas prometidas en sus campañas, y se dejaran envolver por el canto de las sirenas neoliberales, alentados por partidos conservadores interesados solamente en mantener parcelas de poder, la desigualdad social, todavía insultante, servirá de caldo de cultivo para el resurgimiento de conflictos armados.

La decepción de los pobres, además de la desesperación que origina en casos personales, engendra semillas de revolución cuando adquiere carácter social.

En Brasil, la entrada de Marina Silva, ex ministra del Medio Ambiente, en la lucha presidencial puede significar una alerta y una promesa. La alerta es que el gobierno de Lula resultó positivo pero no lo suficiente como para implementar reformas estructurales y promover el desarrollo sustentable.

La promesa: que es posible asegurar la gobernabilidad gracias al apoyo de los movimientos sociales, sin ceder a lo que queda de más arcaico, corrupto y conservador en la política brasileña.

EE.UU. No Puede Preocuparse Por El Armamentismo Latinoamericano

El cinismo de Hillary


 

Hillary habló de la carrera armamentista en América latina. En un alarde de cinismo manifestó su preocupación ya que las compras de armas de Caracas “sobrepasan las del resto de la región”.

 

Luego de la entrevista con Tabaré Vázquez, la secretaria de Estado Hillary Rodham Clinton se refirió a la carrera armamentista en curso en América latina y en un alarde de cinismo manifestó su preocupación porque las compras de armas efectuadas por Caracas “sobrepasan las del resto de la región”. En línea con esa inquietud exigió al gobierno bolivariano que “sea transparente en sus compras y claro en sus propósitos”, para evitar que esas armas puedan terminar en manos de la guerrilla, el narcotráfico y organizaciones criminales.

Todo esto lo decía mientras en Quito la cumbre de ministros de Relaciones Exteriores y de Defensa de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) naufragaba a causa de la cerrada oposición de Colombia a firmar un compromiso formal, solicitado unánimemente por los demás gobiernos de la Unasur , mediante el cual se garantizase que las tropas norteamericanas estacionadas en ese país no incursionarían fuera del territorio colombiano. A buen entendedor pocas palabras.

Las declaraciones de Clinton se produjeron casi en simultáneo con un comunicado de la Casa Blanca en el que se informaba de la renovación por otro año del universalmente condenado bloqueo en contra de Cuba, mientras persistía la indiferencia de Obama ante el caso de los cinco cubanos detenidos hace más de diez años precisamente por luchar contra las organizaciones terroristas radicadas en Miami. Si integramos estas tres noticias es evidente que las expectativas suscitadas por el arribo de Obama a la Casa Blanca eran ilusiones que fueron amargamente desmentidas por su gestión de gobierno.

La secretaria de Estado no puede ignorar que las compras de armas de Caracas ascienden a un monto muy inferior al gasto militar de otros países de la región. Por empezar, de Colombia. En segundo lugar, sabe muy bien que Venezuela está amenazada, asediada, hostilizada, acosada por Washington y por su peón sudamericano, Alvaro Uribe Vélez, cuyo prontuario por sus vínculos con el narcotráfico y el paramilitarismo lo convierte en un dócil rehén de la Casa Blanca.

Sabe que Estados Unidos ha decidido reemplazar la base de Manta por siete –no una sino siete– nuevas bases militares en Colombia. Sabe también que Uribe, solícito con sus amos, no quiere firmar ninguna carta que le ate las manos cuando las tropas del imperio acantonadas en su país ataquen a sus vecinos, por empezar Venezuela. Sabe también que a este país le asiste el legítimo derecho a la defensa, y que debe armarse para repeler una agresión militar largamente anunciada.

Sobre Obama y sobre ella recaerá la responsabilidad principal por esta demencial escalada belicista –bases militares, Cuarta Flota, golpe de Estado en Honduras, etcétera–, en perfecta sintonía con el mandato del complejo militar-industrial al cual Obama parece haberse supeditado sin siquiera librar batalla. Seguramente que la historia no los absolverá.

Esta nota fue originalmente publicada por el diario Página 12 - Argentina