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Cristianismo

Benedicto XVI y la Ultima Cena, Una Controversia Teologal

Mis hermanas y hermanos de la ortodoxia, de los cuales sufro persecución constante, por apoyar la Teología de la Liberación y tener una mirada compasiva y fraterna hasta hacia los homosexuales (ya que ellos están sumidos en la oscuridad de la confusión de estos tiempos de relativismo autodestructivo) Ahora resulta que miran con malos ojos al propio Papa Benedicto XVI, que solo se ajusta a los hechos históricos y no tanto a la tradición (apegarse a la tradición era lo que justamente hacían los fariseos, enemigos de Jesucristo, ya que el era, es y será siempre un renovador e innovador de la Fe, ese fue su mandamiento enseñado a través de su conducta mas que de sus palabras)

 

 

Benedicto XVI: Fecha de la Última Cena (Ultras acusan al Papa de hereje).

 

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SS Papa Benedicto XVI, antes conocido como el cardenal Ratzinger


 

Blog de Xabier Pikaza, 17.04.11

 

Un capítulo fascinante del libro de J. Ratzinger, Jesús de Nazaret II (Madrid 2011, págs. 129-139) trata de la fecha de la última cena. Podría parecer marginal, pero el tema ha “revolucionado” a una parte del mundo católico. Recordaré dos datos:

 

a) En vísperas de la publicación del libro se corrió la idea de que el Papa defendía la hipótesis de la Señora A. Jaubert, según la cual Jesús, siguiendo una costumbre esenia, habría celebrado la Última Cena el Martes de Pasión, no el jueves como suele decirse. Muchos pensaron que ese cambio podría influir en la fecha de las celebraciones y procesiones de la Semana Santa, y así me llamaron sorprendidos e inquietos los del Canal Sur de Sevilla. Les dije que no sabía lo que iba a decir el Papa. Que la hipótesis del Martes Santo estaba históricamente bien fundada y que se discutía desde hace cincuenta años entre los exegetas. Pero que ese posible dato crítico (el Martes de la Cena) nunca cambiaría a mi juicio las fechas litúrgicas del Jueves, Viernes y Sábado Santo (con procesiones incluidas).

 

b) Pues bien, salió el libro (a mediados de Marzo) y los interesados pudimos ver que el Papa seguía defendiendo la fecha de la Cena el Jueves Santo, de manera que nada cambiaba en ese plano. Pero introducía otros cambios y razonamientos de más trascendencia, que han “desquiciado” a parte del personal “ultra/ultra”, que le acusa de herejía. No pongo los lugares (son cientos, en internet) por no alimentar a la fiera. Las razones para acusarle y condenarle están básicamente en sus páginas sobre la fecha de la Última Cena. El asunto es delicado y merece tratarse con cierta detención y con gran cariño, como homenaje al Papa Ratzinger, por bajar de la Cátedra Papal al Ruedo Teológico

 

Tres herejías papales (según un comunicado ultra):

 

1. BENEDICTO XVI CRITICA EL EVANGELIO DE MATEO (y Marcos) Y RECHAZA SU VERACIDAD HISTÓRICA, ENSEÑANDO QUE LA BIBLIA SE CONTRADICE A SÍ MISMA.
2. BENEDICTO XVI AFIRMA QUE LA ÚLTIMA CENA DE JESÚS NO FUE CENA DE PASCUA (CONTRA EL CONCILIO DE TRENTO)
3. BENEDICTO XVI ADMITE QUE SU LIBRO PRESUPONE EL MÉTODO DE LA EXÉGESIS “HISTÓRICO-CRÍTICA“ (EN CONTRA DEL MÉTODO TEOLÓGICO Y DOGMÁTICO DE LA IGLESIA).

(cf: http://radiocristiandad.wordpress.com/2011/04/07/analisis-del-libro-de-benedicto-xvi-jesus-de-nazareth-ii/)

 

Tres acusaciones significativas… y de largo alcance.

 

a) Al suponer que hay contradicciones históricas en los evangelios… el Papa está apelando a un tipo de exégesis histórico/crítica que él mismo parecía negar en otros escritos.

 

b) Al afirmar que la Última Cena no fue Cena de Pascua (en línea judía) el Papa pone en riesgo una forma tradicional de entender la Unidad de las Escrituras y, sobre todo, el carácter sacrificial de la Cena y de la Muerte de Jesús. Millones de Cristianos han creído que la Última Cena fue la Pascua judía plenificada. Así lo supone toda la liturgia romana, así parece afirmarlo dogmáticamente Trento. Parece que el Papa va en contra de una tradición milenaria de la Iglesia.

 

c) Al optar por Juan, en contra de Marcos y Mateo, el Papa está suponiendo que unos evangelios dicen la verdad (el de Juan), mientras otros se equivocan o “mienten teológicamente” pues afirman lo contrario… De esa manera, el Papa se sitúa en la línea de la exégesis histórico-crítica, que él mismo (y los ultras de diversa denominación) habían condenado y condenan. Una vez que introduces la exégesis crítica en el campo del estudio de la Biblia y de la Teología todo toma un sentido diferente (todo podría ser relatizado).

 

El Papa parece tan "hereje" como Pagola

 

En nuestros países (España, América Latina) apenas conozco ultras/ultras capaces de condenar al Papa por herejía..., pero muchos (incluso algunos obispos) están muy nerviosos y callados con este libro (y en especial con este capítulo), pues el Papa va en contra de sus presupuestos dogmatizantes (no dogmáticos). Varios miembros de la Congregación para la Doctrina de la Fe (de España) han criticado (¡en privado!) este libro del Papa, pues va en contra de sus principios.

En esa línea, pienso, por ejemplo, que lo que dice Pagola en su famoso (y condenado libro sobre Jesús de Nazaret) es agua bendita en relación con lo que dice (supone) aquí la exégesis del Papa.. Al introducir la crítica exegética en los textos y al optar por determinadas "soluciones", en contra de otras que parecen más tradicionales (inerrancia literal, no oposición textos NT, carácter pascual Cena Jesús...), el Papa se está deslizando en el mismo camino exegético de Pagola, y quizá con implicaciones que son para la fe mayores (y más sorprendentes) que las de Pagola (por seguir con nuestro ejemplo).

Sobre estos argumentos pienso tratar en los días que viene, afirmando que el libro del Papa, en este punto, me parece valiente, honrado y necesario. No sé si estoy de acuerdo con su hipótesis (la Cena de Jesús no fue pascual, se celebró según Juan no la noche de Pascua, sino la víctima…), pero admito la lucidez de su análisis y la valentía de su exégesis.

Otras veces, en este blog (en relación a Jesús de Nazaret I) he criticado aspectos de la exégesis de Benedicto XVI (él mismo nos animaba a ello en el prólogo de su libro). Aquí quiero rendir un homenaje a su forma de leer los relatos de la Cena (en cuanto a la fecha).

El Papa se ha expuesto a la crítica de los ultra/ultra. Toda mi admiración a él, por haberse expuesto a ello. Seguiremos tratando el tema. Aquí me limito a poner las páginas centrales de su discutido trabajo sobre la fecha de la cena. Estoy seguro de que a muchos lectores les interesa, por su limpidez, por su claridad. Seguiré con el tema (poniendo días sucesivos la hipótesis que el Papa ha criticado)

(Pongo como imagen una composición crítica donde el libro del Papa aparece como libro de niños, para niños... Pero quiero invertir su sentido, diciendo que es un libro para niños y grandes..., de forma que al discutir estos temas nos sitúa ante una exigencia fuerte de verdad, algo que quieren los niños auténticos, como aquellos a los que el Papa alude en su libro, hablando de la Entrada de Jesús en el Templo. Los niños de corazón buscan la verdad y no tienen miedo de ella, en contra de los mayores, que nos hemos acostumbrado muchas veces a las mentiras oficiales).

 

Benedicto XVI, La fecha de la Última Cena (Jesús de Nazaret II, 129-139)

 

El problema de la datación de la Última Cena de Jesús se basa en las divergencias sobre este punto entre los Evangelios sinópticos, por un lado, y el Evangelio de Juan, por otro. Marcos, al que Mateo y Lucas siguen en lo esencial, da una datación precisa al respecto. «El primer día de los ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?"... Y al atardecer, llega él con los Doce» (Mc 14,12.17). La tarde del primer día de los ácimos, en la que se inmolaban en el templo los corderos pascuales, es la víspera de Pascua.

Según la cronología de los Sinópticos es un jueves. La Pascua comenzaba tras la puesta de sol, y entonces se tenía la cena pascual, como hizo Jesús con sus discípulos, y como hacían todos los peregrinos que llegaban a Jerusalén. En la noche del jueves al viernes —según la cronología sinóptica— arrestaron a Jesús y lo llevaron ante el tribunal; el viernes por la mañana fue condenado a muerte por Pilato y, seguidamente, a la «hora tercia» (sobre las nueve de la mañana), le llevaron a crucificar. La muerte de Jesús es datada en la hora nona (sobre las tres de la tarde). «Al anochecer, como era el día de la preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea..., se presentó decidido ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús» (Mc 15,42s). El entierro debía tener lugar antes de la puesta del sol, porque después comenzaba el sábado. El sábado es el día de reposo sepulcral de Jesús. La resurrección tiene lugar la mañana del «primer día de la semana», el domingo.

Esta cronología se ve comprometida por el hecho de que el proceso y la crucifixión de Jesús habrían tenido lugar en la fiesta de la Pascua, que en aquel año cayó en viernes. Es cierto que muchos estudiosos han tratado de demostrar que el juicio y la crucifixión eran compatibles con las prescripciones de la Pascua. Pero, no obstante tanta erudición, parece problemático que en ese día de fiesta tan importante para los judíos fuera lícito y posible el proceso ante Pilato y la crucifixión. Por otra parte, esta hipótesis encuentra un obstáculo también en un detalle que Marcos nos ha transmitido. Nos dice que, dos días antes de la Fiesta de los Ácimos, los sumos sacerdotes y los escribas buscaban cómo apresar a Jesús con engaño para matarlo, pero decían: «No durante las fiestas; podría amotinarse el pueblo» (14,1s). Sin embargo, según la cronología sinóptica, la ejecución de Jesús habría tenido lugar precisamente el mismo día de la fiesta.

Pasemos ahora a la cronología de Juan. El evangelista pone mucho cuidado en no presentar la Última Cena como cena pascual. Todo lo contrario. Las autoridades judías que llevan a Jesús ante el tribunal de Pilato evitan entrar en el pretorio «para no incurrir en impureza y poder así
comer la Pascua» (18,28). Por tanto, la Pascua no comienza hasta el atardecer; durante el proceso se tiene todavía por delante la cena pascual; el juicio y la crucifixión tienen lugar el día antes de la Pascua, en la «Parasceve», no el mismo día de la fiesta. Por tanto, la Pascua de aquel año va desde la tarde del viernes hasta la tarde del sábado, y no desde la tarde del jueves hasta la tarde del viernes.

Por lo demás, el curso de los acontecimientos es el mismo. El jueves por la noche, la Última Cena de Jesús con sus discípulos, pero que no es una cena pascual; el viernes —vigilia de la fiesta y no la fiesta misma—, el proceso y la ejecución. El sábado, reposo en el sepulcro. El domingo, la resurrección. Según esta cronología, Jesús muere en el momento en que se
sacrifican los corderos pascuales en el templo. El muere como el verdadero Cordero, del que los corderos pascuales eran mero indicio.

Esta coincidencia teológicamente importante de que Jesús muriera al mismo tiempo en que tenía lugar la inmolación de los corderos pascuales ha llevado a muchos estudiosos a descartar la cronología de la versión joánica, porque se trataría de una cronología teológica. Juan habría
cambiado la datación de los hechos para crear esta conexión teológica que, sin embargo, no se manifiesta explícitamente en el Evangelio. Con todo, hoy se ve cada vez más claramente que la cronología de Juan es históricamente más probable que la de los Sinópticos, porque —como ya
se ha dicho— el proceso y la ejecución en el día de la fiesta parecen difícilmente imaginables. Por otra parte, la Última Cena de Jesús está tan estrechamente vinculada a la tradición de la Pascua que negar su carácter pascual resulta problemático.

Por eso, siempre se han dado intentos de conciliar entre sí ambas cronologías. El más importante de ellos —y fascinante en numerosos detalles particulares— para lograr una compatibilidad entre las dos tradiciones proviene de la estudiosa francesa Annie Jaubert, que desde 1953 ha desarrollado su tesis en una serie de publicaciones. Sin entrar aquí en los detalles de esta propuesta, nos limitaremos a lo esencial.

La señora Jaubert se basa principalmente en dos textos antiguos que parecen llevar a una solución del problema. El primero es un antiguo calendario sacerdotal transmitido por el Libro de los Jubileos, redactado en hebreo en la segunda mitad del siglo II antes de Cristo. Este
calendario no tiene en cuenta la revolución de la Luna, y prevé un año de 364 días, dividido en cuatro estaciones de tres meses, dos de los cuales tienen 30 días y uno 31. Cada trimestre, siempre con 91 días, tiene exactamente 13 semanas y, por tanto, hay sólo 52 semanas por
año. En consecuencia, las celebraciones litúrgicas caen cada año el mismo día de la semana.

Esto significa, por lo que se refiere a la Pascua, que el 15 de Nisán es siempre un miércoles, y que la cena de Pascua tiene lugar tras la puesta del sol en la tarde del martes. Jaubert sostiene que Jesús habría celebrado la Pascua de acuerdo con este calendario, es decir, la noche del
martes, y habría sido arrestado la noche del miércoles.

La investigadora ve resueltos con esto dos problemas: en primer lugar, Jesús habría celebrado una verdadera cena pascual, como dicen los Sinópticos; por otro lado, Juan tendría razón en que las autoridades judías, que se atenían a su propio calendario, habrían celebrado la Pascua
sólo después del proceso de Jesús, quien, por tanto, habría sido ejecutado la víspera de la verdadera Pascua y no en la fiesta misma. De este modo, la tradición sinóptica y la joánica aparecen igualmente correctas, basadas en la diferencia entre dos calendarios diferentes.

La segunda ventaja destacada por Annie Jaubert muestra al mismo tiempo el punto débil de este intento de encontrar una solución. La estudiosa francesa hace notar que las cronologías transmitidas (en los Sinópticos y en Juan) deben concentrar una serie de acontecimientos en el
estrecho espacio de pocas horas: el interrogatorio ante el Sanedrín, el traslado ante Pilato, el sueño de la mujer de PiIato, el envío a Herodes, el retorno a Pilato, la flagelación, la condena a muerte, el via crucis y la crucifixión. Encajar todo esto en unas pocas horas parece —según
Jaubert— casi imposible. A este respecto, su solución ofrece un espacio de tiempo que va desde la noche entre martes y miércoles hasta el viernes por la mañana.

En este contexto, la investigadora hace notar que en Marcos hay una precisa secuencia de acontecimientos por lo que se refiere a los días del «Domingo de Ramos», lunes y martes, pero que después salta directamente a la cena pascual. Por tanto, según la datación transmitida, quedarían dos días de los que no relata nada. Finalmente, Jaubert recuerda que, de este
modo, el proyecto de las autoridades judías de matar a Jesús precisamente antes de la fiesta habría podido funcionar. Sin embargo, Pilato, con sus titubeos, habría pospuesto la crucifixión hasta el viernes.

A este cambio de la fecha de la Última Cena del jueves al martes se opone sin embargo la antigua tradición del jueves, que, en todo caso, encontramos claramente ya en el siglo II. Pero la señora Jaubert aduce un segundo texto sobre el que basa su tesis: la llamada Didascalia de
los Apóstoles, un escrito de comienzos del siglo III donde se establece el martes como fecha de la Cena de Jesús. La estudiosa trata de demostrar que este libro habría recogido una antigua tradición cuyas huellas podrían detectarse también en otras fuentes.

Sin embargo, a todo esto se debe responder que las huellas de la tradición que se manifiestan en este sentido son demasiado débiles como para resultar convincentes. Otra dificultad es que el uso por parte de Jesús de un calendario difundido principalmente en Qumrán es poco verosímil. Jesús acudía al templo para las grandes fiestas. Aunque predijo su fin, y lo confirmó con un dramático gesto simbólico, Él observó el calendario judío de las festividades, como lo demuestra sobre todo el Evangelio de Juan. Ciertamente se podrá estar de acuerdo con la estudiosa francesa sobre el hecho de que el Calendario de los Jubileos no se limitaba estrictamente a Qumrán y los esenios. Pero esto no es razón suficiente como para poder aplicarlo a la Pascua de Jesús. Esto explica por qué la tesis de Annie Jaubert, fascinante a primera vista, es rechazada por la mayoría de los exegetas.

He presentado de manera tan detallada dicha tesis porque nos da una idea de lo variado y complejo que era el mundo judío en tiempos de Jesús; un mundo que, a pesar de nuestro creciente conocimiento de las fuentes, sólo podemos reconstruir de manera precaria. Por tanto, no negaría a esta tesis una cierta probabilidad, aunque, considerando sus problemas, no se la pueda aceptar sin más. Entonces, ¿qué diremos? La evaluación más precisa detodas las soluciones ideadas hasta ahora la he encontrado en el libro sobre Jesús de John P. Meier, quien, al final de su primer volumen, ha presentado un amplio estudio sobre la cronología de la vida de Jesús. Él llega a la conclusión que hemos de elegir entre la cronología de los Sinópticos y la de Juan, demostrando que, ateniéndonos al conjunto de las fuentes, la decisión debe ser en favor de Juan.

Juan tiene razón: en el momento del proceso de Jesús ante Pilato las autoridades judías aún no habían comido la Pascua, y por eso debían mantenerse todavía cultualmente puras. Él tiene razón: la crucifixión no tuvo lugar el día de la fiesta, sino la víspera. Esto significa que Jesús
murió a la hora en que se sacrificaban en el templo los corderos pascuales. Que los cristianos vieran después en esto algo más que una mera casualidad, que reconocieran a Jesús como el verdadero Cordero y que precisamente por eso consideraran que el rito de los corderos había
llegado a su verdadero significado, todo esto es simplemente normal. Pero queda en pie la pregunta: ¿Por qué entonces los Sinópticos han hablado de una cena de Pascua? ¿Sobre qué se basa esta línea de la tradición? Una respuesta realmente convincente a esta pregunta ni siquiera Meier la puede dar. No obstante, lo intenta —al igual que otros muchos exegetas— por medio de la crítica redaccional y literaria. Trata de demostrar que los pasajes de Mc 14,1 y 14,12-16 —los únicos en los que Marcos habla de la Pascua— habrían sido añadidos más tarde. En el propio y verdadero relato de la Última Cena no se habría mencionado la Pascua.

Esta propuesta —por más que la sostengan muchos nombres importantes— es artificial. Pero sigue siendo justa la indicación de Meier de que en la narración de la Última Cena como tal el rito pascual aparece en los Sinópticos tan poco como en Juan. Así, aunque sea con alguna reserva, se puede aceptar esta afirmación: «El conjunto de la tradición joánica... está totalmente de acuerdo con la que proviene de los Sinópticos por lo que se refiere al carácter de la Cena, que no corresponde a la Pascua» (A Marginal Jew, I, p. 398).

Pero, entonces, ¿qué fue realmente la Última Cenade Jesús? Y, ¿cómo se ha llegado a la idea, sin duda muy antigua, de su carácter pascual? La respuesta de Meier es sorprendentemente simple y en muchos aspectos convincente. Jesús era consciente de su muerte inminente. Sabía que ya no podría comer la Pascua. En esta clara toma de conciencia invita a los suyos a una Última Cena particular, una cena que no obedecía a ningún determinado rito judío, sino que era su despedida, en la cual daba algo nuevo, se entregaba a sí mismo como el verdadero Cordero, instituyendo así su Pascua.

En todos los Evangelios sinópticos la profecía de Jesús de su muerte y resurrección forma parte de esta cena. En Lucas adopta un tono particularmente solemne y misterioso: «He deseado ardientemente comer esta comida pascual con vosotros antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el Reino de Dios» (22,15s). Estas palabras siguen siendo equívocas: pueden significar que Jesús, por una última vez, come la Pascua acostumbrada con sus discípulos. Pero pueden significar también que ya no la come más, sino que se encamina hacia la nueva Pascua.

Una cosa resulta evidente en toda la tradición: la esencia de esta cena de despedida no era la antigua Pascua, sino la novedad que Jesús ha realizado en este contexto. Aunque este convite de Jesús con los Doce no haya sido una cena de Pascua según las prescripciones rituales del judaísmo, se ha puesto de relieve claramente en retrospectiva su conexión interna con la muerte y resurrección de Jesús: era la Pascua de Jesús. Y, en este sentido, É1 ha celebrado la Pascua y no la ha celebrado: no se podían practicar los ritos antiguos; cuando llegó el momento para ello Jesús ya había muerto. Pero Él se había entregado a sí mismo, y así había celebrado verdaderamente la Pascua con aquellos ritos. De esta manera no se negaba lo antiguo, sino que lo antiguo adquiría su sentido pleno.

El primer testimonio de esta visión unificadora de lo nuevo y lo antiguo, que da la nueva interpretación de la Ultima Cena de Jesús en relación con la Pascua en el contexto de su muerte y resurrección, se encuentra en Pablo, en 1 Corintios 5,7:«Barred la levadura vieja para ser una masa nueva, ya que sois panes ácimos. Porque ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo» (cf. Meier, A Marginal Jew, I, p. 429s). Como en Marcos 14,1, la Pascua sigue aquí al primer día de los Ácimos, pero el sentido del rito de entonces se transforma en un sentido cristológico y existencial. Ahora, los «ácimos» han de ser los cristianos mismos, liberados de la levadura del pecado. El cordero inmolado, sin embargo, es Cristo. En este sentido, Pablo concuerda perfectamente con la descripción joánica de los acontecimientos. Para él, la muerte y resurrección de Cristo se han convertido así en la Pascua que perdura. Podemos entender con todo esto cómo la Última Cena de Jesús, que no sólo era un anuncio, sino que incluía en los dones eucarísticos también una anticipación de la cruz y la resurrección, fuera considerada muy pronto como Pascua, su Pascua. Y lo era verdaderamente.

 

La Última Cena fue el Martes, no el Jueves Santo (Ariel Álvarez 1)

 

Blog de Xabier Pikaza, 19.04.11

 

El último post, con la discusión del Papa sobre la fecha y carácter de la Última Cena, ha tenido muchísimos lectores, lo que significa que el tema importa. El Papa había dicho (Jesús de Nazaret I, 18) que, más allá de la investigación histórica, siempre falible, el Jesús “real” es el Jesús de los evangelios. Pues bien, en su nuevo volumen (Jesús de Nazaret II), el mismo Papa ha tenido que acudir a la investigación exegética para determinar dónde está y quién es el Jesús real, porque los evangelios tienen opiniones diferentes (y se oponen o complementan).

El caso más visible de esa oposición es la fecha y carácter de la Última Cena, que se ha dicho siempre que fue en Jueves, y que fue Cena de Pascua. Después de una larga discusión con la señora A. Jaubert (quien sostenía hace tiempo que la Cena fue el Martes Santo), el Papa se inclina a pensar que fue el Jueves, aunque no tuvo carácter de Pascua. Muchos me han rogado que precise el tema, y le he pedido a A. Álvarez que tenga la amabilidad de hacerlo, y así lo ha hecho, en el trabajo que sigue, que he dividido en dos partes: Hoy la fecha de la Cena (que fue el martes); mañana el “iter” del juicio y pasión de Jesús.

 

Sigue introducción de X. Pikaza

 

Lo anterior significa que, al menos en algún sentido, el Papa ha tenido que dar marcha atrás, aceptando la opinión de gran parte de la exégesis protestante y católica desde hace varios decenios y afirmando que al Jesús real de los evangelios se llega a través de la investigación histórica, que es siempre (o, al menos en muchos casos) bastante hipotética. En esa línea, basándose en la diferencia entre los evangelios, y acudiendo a la crítica histórica, el Papa afirma, con Juan (en contra de Mt y Mc) que la Última Cena de Jesús no fue pascual, con lo que ha levantado la protesta de los ultra-católico (ultra-montanos, más papistas que él mismo).

En su estudio de la fecha de la Última Cena, el Papa expone, de un modo minucioso y muy cercano la hipótesis de A. Jaubert (La Date de la Cène: Calendrier Biblique et Liturgie Chrétienne, Études Bibliques, J. Gabalda, Paris 1957), y lo hace de tal forma que el lector tiene la impresión de que también él la defenderá, diciendo que su Cena se celebró el Martes Santo, como parecían hacer algunos esenios… Pero, al fin de su discurso, dando quizá una pirueta, con la ayuda de J. Meier, el Papa se decanta por la hipótesis de Juan, diciendo que la Cena fue el Jueves, pero sin ser Cena Pascual. De esa forma ha mostrado que el Jesús Real es el de los evangelios...., pero es un Jesús que ha de ser estudiado con la lupa de la crítica histórica, que ofrece pistas y caminos (pero no respuestas dogmáticas).

Así lo han seguido, en mi último post, miles de lectores, de los cuales, unos cuantos me han preguntado y pedido precisiones. Pues bien, como éste es un campo que exige un estudiado especializado, aunque tengo algunas ideas (y estudié en su tiempo con pasión el tema), le he pedido a mi amigo A. Álvarez Valdés que nos lo explique, pues él quien más sabe de esto entre nosotros.

Amablemente, Ariel me ha respondido con un precioso trabajo que voy a publicar hoy (en su primera mitad) y mañana en la siguiente. Ariel A. Valdés afirma dos cosas.

 

(a) Que la Última Cena fue pascual, pero se celebró el Martes Santo (en la línea de la hipótesis de A. Jaubert, que el Papa expone con detalle, para luego no aceptarla).

 

(b) Que el juicio de Jesús fue más largo de lo que suponen los evangelios actuales, durando tres días, como indicaré mañana.

 

Ariel publicó su trabajo el año 1994, cuando casi nadie entre nosotros se ocupaba del problema… Tiene la ventaja de la claridad y expone una hipótesis que es, al menos, tan verosímil como la del Papa, con la ventaja de que defiende el carácter pascual de la Última Cena de Jesús.

Gracias, Ariel, por permitirme publicar tu trabajo. Mis lectores (que son los tuyos, y los del libro del Papa) te lo agradecerán, viendo que en este campo eres más “ortodoxo” que el mismo Papa (pues defiendes el carácter pascual de la Cena de Jesús). Quiero añadir que el trabajo de Ariel, notable por su claridad, va en la línea del de A. Jaubert, pero aporta precisiones y aclaraciones que son muy importantes

 

La Fecha de la Última Cena I (Ariel Álvarez Valdés)

 

La postura de san Juan

 

El jueves santo, todos los católicos del mundo celebran la última cena de Jesús, durante la cual instituyó la eucaristía, lavó los pies a sus discípulos, y nos dejó el mandamiento del amor al prójimo. Al día siguiente, a las 3 de la tarde, moría clavado en una cruz.

¿Pero esa cena realmente tuvo lugar un jueves? Para poder plantear el problema, conviene tener presente una característica de la cultura judía. Mientras para nosotros, el día comienza a la medianoche, es decir, a la hora cero, para los judíos el día comienza la tarde anterior, alrededor de las 5. Es decir, el lunes comienza el domingo a la tarde, el martes comienza el lunes a la tarde, y así sucesivamente.

Ahora bien, según el Evangelio de Juan, el año en que murió Jesús la Pascua cayó en sábado (Jn 19,31); por lo tanto, había que comer el cordero pascual la tarde anterior, es decir, el viernes. Pero como Jesús iba a estar muerto ese viernes a las 3 de la tarde, y no llegaría a cenar con sus discípulos, la adelantó para el jueves. Por eso san Juan dice que Jesús celebró la última cena “antes de la fiesta de la Pascua” (Jn 13,1), es decir, el jueves por la noche. De ahí que también los cristianos celebremos el jueves como día de la última cena.

 

El disenso de los otros tres

 

Pero el problema se plantea cuando vemos que los otros tres Evangelios, aunque coinciden con Juan en que Jesús murió un viernes a las 3 de la tarde (Mt 27,62; Mc 15,42; Lc 23,54), afirman que Jesús no adelantó la cena, sino que cenó el mismo día de Pascua.

Así, Mateo y Marcos dicen que cenaron “el primer día de los ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual” (Mt 26,17; Mc 14,12). Los “ázimos” era el primero de los siete días que duraba la pascua, y por lo tanto, el viernes a la noche. Lucas, más explícito, aclara que Jesús se sentó a cenar en “la fiesta de los ázimos, llamada Pascua” (Lc 22,1.7.14).

O sea que mientras para Juan, la última cena fue antes de la Pascua (el jueves), para los sinópticos fue el mismo día de Pascua (el viernes). ¿Cuál de las dos versiones sería la verdadera?

 

La solución: Qumrán

 

A lo largo de los siglos se han propuesto distintas soluciones, sin que llegara a convencer ninguna. Pero en 1947 fueron descubiertos los manuscritos del Mar Muerto, en Qumrán, y con ellos apareció una nueva solución, que parece arrojar nuevas luces a este acertijo.

¿Qué son los manuscritos del Mar Muerto? Formaban parte de una vieja biblioteca del s.I a. C, perteneciente a una secta judía llamada de los esenios. Entre los numerosos libros allí encontrados, se hallaron dos (el Libro de los Jubileos, y el Libro de Henoc), que revelaron que en tiempos de Jesús no había uno sino dos calendarios distintos en uso. El primero, llamado “solar” (porque se basaba en el curso del sol), estaba dividido en 12 meses, 8 de 30 días y 4 de 31, con un total de 364 días. Como este calendario tenía 52 semanas justas, todos los años eran iguales, es decir, siempre comenzaba el mismo día de la semana (el miércoles), y todas las fiestas importantes también caían el mismo día (miércoles).

¿Por qué el calendario solar daba tanta importancia al miércoles? Porque según el Génesis cuando Dios creó el mundo, fue el cuarto día, es decir, el miércoles, cuando hizo al sol, la luna y las estrellas, que son los astros que rigen el calendario. Por ello, es a partir del miércoles que se debe comenzar a contar el curso del tiempo.

Este calendario parece haber sido utilizado por los judíos en los primeros tiempos. En efecto, algunos libros del Antiguo Testamento, como el Pentateuco o Ezequiel, muestran que ciertas fechas, ciertos datos cronológicos, la fiesta de Pascua (que siempre caía en miércoles), y otras celebraciones, se regían según este calendario solar.

 

El cambio de calendario

 

En el siglo II a.C., se produjo un cambio en el calendario. Por influencia de la cultura griega, los dirigentes israelitas adoptaron el llamado calendario “lunar”, basado justamente en las fases de la luna. Éste tenía la ventaja de que todos los meses comenzaban con la luna nueva, lo cual permitía que las fiestas religiosas pudieran celebrarse según las fases de la luna. Así, por ejemplo, la Pascua coincidía con la luna llena. Pero tenía una desventaja: las fiestas ya no caían siempre en miércoles, sino que podían caer en cualquier día de la semana.

Debido a la practicidad de esta nueva manera de contar el tiempo, y a que era el calendario que estaba en uso internacionalmente, poco a poco se fue imponiendo en Palestina. Pero no todos lo aceptaron. Los círculos sacerdotales (que escribieron las tradiciones antiguas de los Patriarcas en el Pentateuco) prefirieron seguir con el solar, sobre todo en la liturgia. También algunos grupos judíos más conservadores, y los estratos más populares, mantuvieron el antiguo calendario.

Sabemos por ejemplo que un sector de los judíos (los esenios de Qumrán) se negó a aceptar el nuevo cómputo, considerándolo una alteración a la Ley de Moisés. Por eso los libros mencionados (el Libro de los Jubileos y el Libro de Henoc) ordenaban preservar el calendario primitivo. Lo mismo se lee en otra obra, llamada el Manual de Disciplina, también hallada en Qumrán, que dice: “Que no se salga ni un paso fuera de lo que la Palabra de Dios dice de sus tiempos. Que no se avancen sus fechas ni se retrase ninguna de sus fiestas”.

 

Los dos tenían razón

 

Al parecer, pues, en tiempos de Jesús estaban en vigencia los dos calendarios. El solar (más antiguo) en los estratos más populares, y en el que la fiesta de Pascua caía siempre en miércoles (es decir, el martes a la noche). Y el lunar, utilizado por el sacerdocio oficial y las clases más elevadas, en el que la fiesta de Pascua podía caer cualquier día de la semana. El año de la muerte de Jesús cayó en sábado, no en miércoles.

Ahora bien, si suponemos que Jesús con sus discípulos celebró la última cena según el calendario más antiguo (es decir, el martes por la noche), día en que lo hacía también el pueblo más simple, entonces desaparecen las contradicciones de los Evangelios. En efecto, cuando los sinópticos afirman que Jesús celebró la cena “el mismo día de Pascua”, se refieren al calendario antiguo, mientras que cuando san Juan dice que cenó “antes de la Pascua”, alude el calendario oficial.

 

Una Pasión de tres días (miércoles-jueves-viernes), no de uno solo (con A. Álvarez II)

 

Blog de Xabier Pikaza, 20.04.11

 

Conforme a la visión tradicional (fundada en Mc 14-15), la Pasión de Jesús duró sólo un día exacto, que se dividía, según los judíos, en tres vigilias/velas nocturnas (de cuatro horas actuales cada una) y en cuatro horas diurnas (de tres horas cada una):

A la puesta del sol (empezado el viernes judío) se reunieron para la Cena.
– Primera vigilia de la noche (de seis a diez), cena pascual (o no pascual, como dice el Papa Benedicto XVI)
– Segunda vigilia (de diez a dos de la madrugada), Oración del huerto, con traición de Judas
– Tercera vigilia (de dos a seis), juicio informal en casa de Caifás, con negación de Pedro
– Hora prima (de seis a nueve), juicio rápido ante el Sanedrín y condena de Pilato
– Hora tercia (en torno a las nueve), crucifixión
– Hora sexta (en torno a las doce), oscuridad de muerte
– Hora nona (en torno a las tres de la tarde) gran grito de Jesús y muerte
– Opsías (Mc 15,42)… Entre la hora nona y la puesta de sol (de tres a seis de la tarde): bajaron a Jesús de la cruz, le envolvieron en el lienzo y le enterraron, según ley, de forma que cuando el sol se metía volvieron los sepultureros con José de A. a su labores pascuales, las mujeres amigas de Jesús a su llanto.

Ésta es la interpretación tradicional, siguiendo el calendario litúrgico de Mc 15-16; pero han sido muchos los lectores e investigadores que han pensado que se trata de un horario simbólico, muy apretado. Que no pueden meterse en ese horario tantas cosas como pasaron, especialmente si se piensa que es histórico el juicio de Herodes (según Lucas): de Pilato a Herodes, de Herodes a Pilato… Por eso han buscado otras posibilidades, como veremos con la ayuda de Ariel Álvarez en lo que sigue.

 

Tema actual, un profesor de física de Cambridge cuenta las horas.

 

Ha salido ayer en la presa de varios países, como amablemente nos indicaba Burbu, y como me ha comunicado A. Ropero (¡Gracias, Alfonso):

«Tu post sobre la Última Cena no ha podido ser más oportuno, ese mismo lunes The Times reseñaba un libro sobre el mismo tema y con las mismas conclusiones. El enfoque es distinto al de Ariel Álvarez y de menos enjundia teológica e histórica, pero parece interesante. En cualquier caso, te envío la noticia de su publicación y celebro tu aguda visión para los temas actuales del cristianismo».

La nota, publicada en la edición impresa de El Mundo (19, IV, 11), era más extensa, según creo recordar, pues apenas tuve tiempo de leerla con cuidado. La edición virtual la recoge así:

La Última Cena fue un miércoles y no un jueves, según un experto británico

La Última Cena que compartió Jesucristo con sus 12 apóstoles en la noche del Jueves Santo tuvo lugar en realidad un miércoles, según afirma un experto británico en un libro publicado por la Universidad de Cambridge.
"He descubierto que la 'Última Cena" tuvo lugar el miércoles 1 de abril del año 33", declaró al diario The Times de este lunes el profesor Colin Humphreys, de la Universidad de Cambridge.
En un libro titulado "The Mystery of the Last Supper" ("El misterio de la última cena"), el universitario trata de aportar su granito de arena a un tema que divide a teólogos e historiadores.
"Ese es el problema: los expertos en la Biblia y los cristianos creen que la Última Cena comenzó tras la puesta de sol del jueves y la crucifixión se llevó a cabo al día siguiente hacia las 09h00. Los juicios de Jesús se produjeron en varias zonas de Jerusalén. Los expertos recorrieron la ciudad con un cronómetro para ver cómo se podían producir todos los acontecimientos entre el jueves por la noche y el viernes por la mañana: la mayoría concluyó que era imposible", subrayó el profesor, según extractos de su libro.
Los discípulos Mateo, Marcos y Lucas dicen que la Última Cena fue una comida pascual, mientras que Juan afirma que tuvo lugar antes de la Pascua judía. "La solución que he encontrado es que tienen todos razón pero que se refieren a dos calendarios diferentes", explica el universitario. Reconciliando los dos calendarios, el profesor concluye que la Última Cena se celebró en realidad la víspera del "Jueves Santo".

El libro está publicado en la Cambridge Univ. Press (Marzo 2011), una de las más prestigiosas del mundo científico. El autor es profesor de Física Experimental, uno de los más importantes del mundo, pero no es exegeta, y quizá sus datos (igual que le pasaba a los datos bíblicos de su genial colega Newton) deben ser revisados (y confirmados, si fuere preciso) desde la exégesis, y eso lo haré ofreciendo a mis lectores la segunda parte del trabajo de Ariel Álvarez, que ayer publiqué.

Sólo quiero recordar una vez más que el “martes tarde/noche” es ya bíblicamente miércoles… que, sea como fuere, en la opinión tradicional, la Última Cena tuvo ya lugar el Viernes Santo (y no el Jueves), como solemos decir hoy.

 

Lo que sigue es tuyo, Ariel. Gracias por todo. Imposible que entrara todo

 

Si suponemos, pues, que Jesús celebró la última cena el martes por la noche, y que esa misma noche fue apresado por las autoridades, se solucionan también otras dificultades, admitidas por los estudiosos. Una de ellas es la cantidad de episodios vividos por Jesús en tan pocas horas. Porque si, como tradicionalmente pensamos, la última cena fue el jueves y la crucifixión el viernes, tenemos apenas 15 horas para colocar todos los acontecimientos de la pasión de Jesús, que son muchos.

En efecto, después de su arresto en el huerto de Getsemaní, Jesús fue llevado a casa de Anás, el ex sumo Sacerdote, donde tuvo lugar el primer interrogatorio (Jn 18,12).

Luego lo condujeron a la casa de Caifás, sumo sacerdote de turno (Jn 18,14). Allí esperaron a que reuniera el Sanedrín, tribunal supremo de justicia de los judíos, integrado por los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas (Mc 14,53).

Durante la sesión intentaron conseguir testigos falsos para acusar a Jesús, lo cual les resultó trabajoso porque los que encontraban no se ponían de acuerdo (Mc 14,55-59).

A continuación lo humillaron con golpes, escupitajos y burlas (Mc 14,65). Al amanecer se reunió por segunda vez el Sanedrín con sus 71 miembros (Mc 15,1) y decidieron condenarlo a muerte.

 

El largo proceso romano

 

Pero las cosas no terminaron ahí. Después del proceso religioso llevaron a Jesús ante Pilato, el gobernador civil (Lc 23,1). La sesión debió de durar bastante. Hubo primero una reunión de los judíos con el Prefecto romano, donde le presentaron las acusaciones. Siguió un interrogatorio privado a Jesús, con la posterior declaración de inocencia de Pilato, y nuevas y repetidas acusaciones por parte de los judíos.

Pilato, para desentenderse del acusado, al que juzgaba inocente, decidió remitirlo a Herodes Antipas, gobernante de la Galilea, ya que Jesús por ser galileo pertenecía a su jurisdicción (Lc 23,7). También este encuentro debió de llevar tiempo, pues el Evangelio afirma que Herodes le hizo muchas preguntas (Lc 23,9). Finalmente lo devolvió otra vez a Pilato (Lc 23,11).

El gobernador, entonces, volvió a reunir a los sumos sacerdotes, magistrados y todo el pueblo. Luego de conversar otra vez con Jesús, decide someter a la opinión popular la liberación de Barrabás o de Jesús. Ante la insistencia de la gente, Pilato acepta soltar a Barrabás (Mt 27,11-25). Siguió el rito de la flagelación, la coronación de espinas, los últimos intentos de Pilato de liberar a Jesús, y finalmente la sentencia y la lenta caminata hasta el calvario (Mt 27,27-31).

Y todo ello, entre la noche del jueves y el mediodía del viernes.

 

La nueva distribución

 

Resulta imposible colocar en tan breve tiempo todos estos sucesos. En cambio con la nueva fecha de la última cena todo se distribuye mucho mejor, de la siguiente manera:

Martes: por la noche Jesús celebra la Pascua. Luego va al monte de los Olivos a orar, donde es apresado y llevado ante el sumo sacerdote.

Miércoles: por la mañana, tiene lugar la primera sesión del Sanedrín, que escucha a los testigos. Por la noche, Jesús la pasa en la cárcel de los judíos.

Jueves: por la mañana, delibera por segunda vez el Sanedrín y condena a muerte a Jesús. Inmediatamente es llevado ante Pilato, quien lo interroga y lo envía a Herodes. Esa noche, Jesús la pasa en la cárcel de los romanos.

Viernes: por la mañana Pilato recibe por segunda vez a Jesús. Lo hace flagelar, lo corona de espinas, pronuncia la sentencia, y lo manda a crucificar. A las 3 de la tarde, muere en la cruz.

 

Un juicio según la Ley

 

Hay una tercera ventaja que favorece la nueva hipótesis de la última cena de Jesús en martes. Basándonos en la Mishná, (el libro sagrado de los judíos, que recoge la legislación complementaria del Antiguo Testamento), se habría violado una serie de leyes durante el juicio a Jesús, si es que nos atenemos a la fecha tradicional de la cena.

Efectivamente, la legislación judía ordenaba que todo juicio debía llevarse a cabo durante el día. Si la cena de Jesús fue el jueves, debemos suponer que el Sanedrín sesionó inmediatamente después, y por lo tanto durante la noche, lo cual habría sido ilegal. Por otra parte, resulta improbable que los sanedritas y los testigos estuvieran reunidos a esa hora para deliberar, sin tener la certeza de que Jesús sería apresado. En cambio si la cena fue el martes por la noche, podemos suponer que las sesiones tuvieron lugar en la mañana del miércoles y jueves.

Sabemos además por la Mishná que estaba prohibido condenar a muerte a un reo en víspera del sábado o de fiesta. Si seguimos el cómputo tradicional, Jesús habría sido condenado a muerte por el Sanedrín el viernes por la mañana, víspera de sábado y de fiesta de Pascua. En cambio con la nueva teoría, Jesús sería condenado a muerte el jueves por la mañana, cuando aún faltaba un día y medio para la Pascua y el sábado.

También ordenaba la Ley judía que no se condenara a muerte a nadie dentro de las 24 horas de su arresto, para evitar que en la decisión pesaran aún los ánimos caldeados. Según la cronología breve, Jesús fue condenado a muerte a las pocas horas de ser apresado. En cambio con la cronología larga, sería arrestado el martes por la noche y condenado el jueves por la mañana, en el plazo estipulado por la ley.

Dado el respeto reverencial que los judíos tenían por sus normas, es improbable que, en el juicio a Jesús, se transgrediera de un modo tan grosero las leyes, que por otra parte ellos mismos procuraban defender.

 

El silencio de los días

 

Otros detalles menores también quedan más claros si sostenemos que la última cena tuvo lugar el martes, y que Jesús murió el viernes.

Por ejemplo, los Evangelios narran paso a paso los últimos días de Jesús hasta el martes por la noche. Pero del miércoles y jueves no dicen una palabra. Este misterioso silencio llevó a pensar que Jesús habría pasado esos días en privado con sus discípulos. Ahora sabemos que estuvo en la cárcel, como parte de su larga pasión.

 

 

 

Lo apoya la tradición

 

Finalmente, una buena confirmación de esta hipótesis de la última cena la encontramos en el testimonio de la Iglesia primitiva. Así, una obra antigua del siglo III, llamado Didascalia de los Apóstoles, nos informa: “Después de haber comido la Pascua el martes por la tarde, nosotros (los apóstoles) fuimos al monte de los Olivos, y por la noche apresaron al Señor. Al día siguiente, que es el miércoles, permaneció El custodiado en la casa del sumo sacerdote” (5,14).

También Victorino de Pettau, Obispo de Estiria, fallecido hacia el 304, dejó un escrito donde dice: “Cristo fue apresado el cuarto día (martes por la tarde, miércoles para los judíos). Por su cautividad ayunamos el miércoles. Por su Pasión ayunamos el viernes”

Otro Obispo, Epifanio de Salamina, en Chipre, que murió en el 403, escribió: “Cuando comenzaba el miércoles (martes por la noche) el Señor fue apresado, y el viernes crucificado”.

Ya la Didajé, un libro del siglo I, conocía esta tradición, y recomendaba: “Vosotros ayunad el miércoles y el viernes” (VIII 1).

Hay, pues una antiquísima costumbre, desde el siglo I, que parece apoyar la hipótesis de la Cena pascual el martes por la tarde.

 

Fiel hasta el final

 

La Iglesia, siguiendo al Evangelio de san Juan, siempre recordó como día de la última cena el Jueves Santo. Con la nueva hipótesis del martes, ¿habrá que cambiar la liturgia de la Semana Santa? Claro que no. La liturgia, en la Iglesia, tiene una finalidad pedagógica, no histórica. Y así como celebramos el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre, aún cuando sabemos que esa fecha no es históricamente cierta, podemos seguir celebrando la última cena el jueves, pues de lo que se trata es de obtener un provecho espiritual.

Pero lo que si conviene tener en cuenta, es que la pasión de Cristo fue mucho más larga de lo que comúnmente pensamos. No duró unas pocas horas sino varios días, lo cual confirma que su muerte no fue el desenlace abrupto de una turba exaltada e irracional que en un breve lapso decidió su fin, sino la resolución premeditada y consentida de las autoridades judías, romanas y el pueblo todo.

Aparece, así, la pasión de Cristo con contornos mucho más dramáticos y pavorosos de lo que estábamos habituados a meditar. Pero aparece también con mayor claridad su inexorable voluntad de seguir hasta el fin, no obstante los penosos cuatro días de tormento en los que buscaron quebrantar su resistencia. Jesús no fue fiel por unas pocas horas, sino todo el tiempo que duró su pasión. Nosotros, sus discípulos, no debemos contentarnos con ser fieles un corto tiempo. Debemos serlo todo el tiempo que dure la lucha que la vida nos impone.

 

San Pedro, Un RevisiĆ³n A Su Liderazgo

Anomalías Históricas Sobre San Pedro

 

Reflexiones sobre los textos bíblicos

El carácter anómalo y confuso de Pedro
San Pedro, pintura de El Greco.
Venerado por católicos, evangélicos, coptos y ortodoxos, el apóstol Pedro (Simón, el pescador) recorre la historia del cristianismo con un significativo protagonismo. La nota que presentamos del profesor James O. Pellicer, nos propone una forma distinta de leer en las Sagradas Escrituras el papel de este discípulo de Jesús de Nazareth. Y textos en mano, reflexionar al personaje a partir de una visión superadora de cierta historiografía “de catecismo” existente: ¿Fundador de la Iglesia? ¿Murió en Roma y allí está enterrado? ¿O en Antioquía? ¿O en Jerusalén de donde nunca salió? Los interrogantes se suceden.
James O. Pellicer / Profesor Emérito de la Universidad de Nueva York

El carácter anómalo y confuso de Pedro, no sólo se ve en los evangelios gnósticos. Aparece siempre, especialmente en los evangelios canónicos. En el Huerto de Getsemaní estaba armado; sacó una espada e hirió gravemente a un sirviente del sumo sacerdote (Juan, cap. 18:10). Cuando la situación se tornó tensa, se puso a dormir (Marc. 14: 37) y más tarde, atemorizado ante una sirvienta, negó a Jesús delante de todos diciendo que no lo conocía (Luc. 22:57).
La elección de Pedro que se atribuye a Jesús: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia es sumamente rara; aparece sólo en Mateo 16:17 y ss. y es de origen muy dudoso; nadie más la cita en todo el Nuevo Testamento a pesar de lo importante que es (1). De hecho, la Iglesia Católica Romana establece su alegada supremacía y exclusiva legitimidad en este texto.
A su vez, siendo tal la magnitud del texto, tendría que aparecer en todos los otros evangelios como ocurre con los hechos más importantes de la vida de Jesús, tales como el bautismo y Juan el Bautista, la salida a Galilea, la agonía en Getsemaní y varios otros.
Sobre todo, los escritores romanos de los primeros siglos deberían citarlo, como es obvio, para fundamentar su poder. Sin embargo, nada. Posiblemente, este pasaje no existió en el texto original y sea simplemente un agregado posterior. Además, tanto Pedro como Pablo declaran que la única piedra fundamental es Cristo. Véanse para Pablo la primera carta a los corintios, capítulo 3, vers. 11y 12 y para Pedro, su primera carta, cap.2, versículo 4.
A su vez, nótese la incompatibilidad de ese texto con su contexto. Apenas unas líneas más abajo, Jesús increpa a Pedro y lo llama Satanás (versículo 23). Dice textualmente Jesús refiriéndose a Pedro: ¡Apártate de mí, Satanás! Me eres un tropiezo porque no pones tus miras en las cosas de Dios sino en las de los hombres . Lo más asombroso del caso es que Jesús utiliza las mismísimas palabras con que había rechazado al Demonio durante la tentación en el desierto. Jesús le había dicho al diablo: ¡Apártate de mí, Satanás! (Lucas 4: 8). El texto griego utiliza exactamente las mismas palabras en los dos pasajes, tanto el referente al Demonio como el que se dirige a Pedro.




A pesar de no haber podido encontrar Pío XII la tumba
de San Pedro en el Vaticano, en la década de los 40 hizo
excavar el pasillo central de la Basílica de San Pedro,
construyó una magnífica escalinata y colocó al pie una
urna de cristal que contiene un cofre de oro más pequeño,
al que hizo poner un letrero: "Tumba de San Pedro".



Nótese, además, que la mentada primacía de Pedro no coincide con otros pasajes evangélicos en los que Jesús claramente manifiesta su posición. Véase el texto ya examinado en otra parte de este estudio, Juan cap. 20: Jesús esperó a que Pedro se retirara para aparecerse a María Magdalena y confiarle su mensaje, en el cual se incluía ir a ver a Pedro mismo y comunicarle sus decisiones. No es posible creer que Jesús lo haya hecho por inadvertencia; como tampoco se puede admitir que Pedro no se haya dado cuenta de que estaba siendo pospuesto a una mujer y, quizás, eso mismo haya sido la causa del trato descomedido que él y los demás le dieron a María Magdalena cuando fue con la noticia de la tumba vacía. Véase Lucas 24:11; prácticamente la trataron de loca (2).
En el Evangelio de María, escrito en el siglo segundo y descubierto en 1896, Pedro aparece declarando: María debe apartarse de nosotros porque las mujeres no son dignas de la vida.
Es importante también notar que el quinto libro del Nuevo Testamento, Hechos de los Apóstoles , para nada menciona que Pedro fuera la piedra fundadora de la Iglesia. Al revés, declara taxativamente que la única piedra en la que se asienta la salvación de los seres humanos es Cristo Jesús (Hechos 4:11-12). Más aún, en este mismo libro se observa que la naciente iglesia se gobernaba por el mandato colectivo de los doce apóstoles (Hechos, 4:36, 6: 2-7, etc.). Un poco más adelante se lee: Entonces, los doce apóstoles y los ancianos, con toda la iglesia, decidieron ... (Hechos 15: 22). Son los doce los que convocan a los discípulos; más aún, mandan venir a Pedro para encargarle ir a predicar a Samaría (Hechos 8:14). Cuando se decide que hacen falta auxiliares son los doce los que nombran y ordenan a los primeros diáconos (Hechos 6: 1-7). Cuando ocurre algo tan importante como es la primera reunión oficial de la Cristiandad, el primer concilio ecuménico, no es Pedro quien lo preside y saca las conclusiones finales sino Santiago, el hermano del Señor (Hechos, Cap. 15) y después, los doce y los ancianos lo confirman.
También es incomprensible la afirmación de que Pedro hubiera estado en Roma y allí hubiera sido su primer obispo. De haber sido así, alguien lo hubiera nombrado. San Pablo en su carta a los Romanos lo hubiera saludado como saludó a todos hasta los más desconocidos y como claramente lo mencionó en Antioquía cuando pasó por allí. Pero nada. No hay nada más que leyendas posteriores.
Algunos pensadores creen que Pedro habría muerto en Antioquía donde habría sido obispo. Sin embargo, el osario encontrado hace poco en un cementerio de cristianos, en el Monte de los Olivos, cerca de Jerusalén, con su nombre propio escrito en arameo Shimon bar Jona (Simón, hijo de Jonas (Mat. 16:17), hace posible suponer que nunca se alejó definitivamente de allí.

La tumba de San Pedro

San Pedro: una tumba que despierta interrogantes. Pío XII,
en la década de los 40, ordenó construirla en el pasillo
central de la Basílica.


A pesar de los esfuerzos de Pío XII por demostrar que había encontrado la tumba de San Pedro en el Vaticano, es absolutamente cierto que no la encontró. La iglesia de San Pedro se edificó en el siglo IV como un pequeño templo sobre un cementerio. Pero, pagano. Nótese que los cristianos no enterraban sus muertos entre los paganos por aquello de “levantarse un día al sonido de la trompeta”. Pío XII ciertamente habrá encontrado restos humanos del siglo primero como es natural, habiendo sido el lugar un cementerio, pero nunca pudo producir identificación alguna de esos restos. Además, si Pedro hubiera sido el obispo de Roma, la sepultura de sus restos habría tenido alguna clase de distinción, de honor; al menos su nombre escrito en el osario como el que se halló en el Monte de los Olivos. Pero, nada.

Diferentes interpretaciones artísticas de la imagen de San Pedro


  
San Pedro, siglo VI                          Pintura de Rubens.


  
Simon, detalle de Durero, 1526.               Apóstol Pedro, José de Ribera.


Retablo. Museo del Hermitagge, Rusia.

A pesar de no haber podido encontrar Pío XII la tumba de San Pedro en el Vaticano, en la década de los 40 hizo excavar el pasillo central de la Basílica de San Pedro, construyó una magnífica escalinata y colocó al pie una urna de cristal que contiene un cofre de oro más pequeño, al que hizo poner un letrero: "Tumba de San Pedro".

Más aún, Pedro nunca pudo haber sido "obispo de Roma" por la sencilla razón de que, en ese tiempo, todavía no existían los "obispos". Las primeras comunidades cristianas nacieron en casas de familia, grupos privados que al extenderse se manejaron mediante colegios de ancianos ("presbíteros") y no tenían todavía obispos, que recién aparecieron avanzado el siglo segundo, según el modelo imperial, con una sola persona a la cabeza. Así se deduce de los más antiguos documentos romanos, como la carta de Pablo a los Romanos, la carta de Clemente, el Pastor Hermas y la correspondencia de Aniceto, posiblemente el primer obispo de Roma. Las comunidades empezaron a tener propiedades y adquirir bienes que habían de administrarse y necesitaban un poder ejecutivo que las manejase. Los primeros grupos cristianos que se establecieron en Roma en esos momentos eran muy pequeños y se reunían en casas de familia (como se ve en la carta de Pablo a los romanos), en barrios de inmigrantes griegos (San Pablo les escribe en griego). Todavía no tenían conciencia de ser romanos, ni de Roma, la cabeza del mundo, pero pronto llegarían a tenerla y sentirían como sintieron la necesidad de un apóstol fundador.



Algunos pensadores creen que Pedro habría muerto
en Antioquía donde habría sido obispo. Sin embargo,
el osario encontrado hace poco en un cementerio de
cristianos, en el Monte de los Olivos, cerca de Jerusalén,
con su nombre propio escrito en arameo Shimon bar Jona
(Simón, hijo de Jonas (Mat. 16:17), hace posible suponer
que nunca se alejó definitivamente de allí.


Los centros cristianos anteriores, como Antioquía, Éfeso, Alejandría, ostentaban apóstoles o evangelistas fundadores como Juan, Pablo, Felipe o Marcos pero en Roma, nada. Estaban muy lejos de la cuna del cristianismo, no tenían santuarios, tumbas sagradas o grandes teólogos pero eran el centro del mundo y era urgente exhibir su propio apóstol y ¿por qué sólo uno y no dos? ¿Pedro y Pablo, por ejemplo? Para ello había que crear un texto bíblico que hiciera a Pedro alguien importante entre los apóstoles y no solamente un cobarde que había negado a Jesucristo en su momento más dramático. Vendría muy bien algo así como: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. etc. Y, obvio, había que hacerlo viajar a Roma.

"Ecclesía"

La magnificencia de la Basílica de San Pedro en Roma.


¡A Roma! El Cristianismo inicial nada tuvo que ver con Roma; ni se le hubiera ocurrido jamás a nadie tener que ver con ella; y menos aún a Jesucristo.
Adviértase que quienes introdujeron ese texto en el Evangelio de Mateo eran posibles romanos o romanizantes que hablaban latín o griego. El juego de palabras Petrus/petra (Pedro/piedra) sólo existe en Latín, apenas en griego, pero no en arameo, la lengua de Jesús. Además, el concepto greco-romano de "ecclesía" (iglesia) tampoco tiene sentido aquí. Jesús y sus oyentes sólo tenían experiencia de la sinagoga cuya esencia era y es totalmente diferente. En el texto de Mateo 16:18, la palabra "iglesia" sale como algo muy corriente, algo por todos conocido -edificaré mi iglesia-; sin embargo, no lo era; ciertamente no para los judíos y menos para los pobres pescadores, discípulos de Jesús. Ecclesía era la asamblea de los ciudadanos en la Grecia antigua, pagana. Se formaba en Atenas por la concurrencia de varones mayores de 18 años cuyos padres fueran también ciudadanos atenienses; se reunían 40 veces al año en el cerro Pnyx. En la experiencia judía, tanto la palabra como el concepto de "iglesia" eran totalmente inexistentes. Jesús no la pudo decir ni Mateo escribirla. Ni una vez aparece dicha palabra en toda la Biblia judía, ni tampoco en los evangelios fuera de este único texto en cuestión, de Mateo. Es obvio que esta palabra revela una experiencia posterior al momento en que aparece en ese Evangelio; sólo más tarde, cuando los grupos cristianos entraron en contacto con el mundo griego, surge dicho vocablo en la terminología cristiana, aunque con un sentido diferente del griego; es algo así como la "congregación de los fieles".


En la experiencia judía, tanto la palabra como el
concepto de "iglesia" eran totalmente inexistentes.
Jesús no la pudo decir ni Mateo escribirla. Ni una vez
aparece dicha palabra en toda la Biblia judía, ni tampoco
en los evangelios fuera de este único texto en cuestión, de Mateo.

Así, en el libro de los Hechos de los Apóstoles la palabra sale 20 veces; en San Pablo 62 veces (3); en Santiago, una vez en referencia a que si alguien se enferma, llame a los presbíteros de la iglesia y oren por él (Santiago 5:14). En Pedro, asombrosamente, ninguna! En Juan, 3. En Judas, ninguna. En el Apocalipsis, la palabra aparece 15 veces, sobre todo en referencia a las "iglesias de Asia", lo que era Grecia (hoy Turquía).
Además, que Pedro se convirtiera en apóstol de la Roma pagana contradice el previo acuerdo entre él y Pablo, confirmado por los dirigentes (4) de la primera iglesia cristiana: Pedro sería apóstol de la circuncisión; es decir, dedicado a la conversión de los judíos y Pablo el de los gentiles; es decir, los paganos (Carta a los Gálatas 2: 7-9), cosa que cumplieron exactamente como se ve en sus cartas, las de Pablo dirigidas a los gentiles y las de Pedro a los judíos.



Notas

(1) Literalmente, el texto del versículo 18 dice: Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo reveló la carne ni la sangre sino me Padre que está en los cielos. Y yo también te digo que eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella.

(2) Es en los evangelios gnósticos, recientemente descubiertos en Egipto (Nag Hammadi) donde mejor se aprecia este esfuerzo de los varones por desplazar a las mujeres del sitio de privilegio que les había dado Jesucristo.

(3) En Romanos, la palabra sale 5 veces; en Corintios I y II, 29; en Gálatas, 3; en Efesios, 11; en Filipenses, 2; en Colosenses, 4; en Tesalonicenses I y II, 4; En I Tim., 3; en Filemón, 1. Todas en el mundo griego. En Hebreos, como es natural, ninguna.

(4) Aquí, entre los muchos dirigentes de la naciente Iglesia, Pablo menciona tres; el primero es Santiago (Jacobo) y dice que "que parecían ser las columnas" (Recuérdese que Pablo era nuevo y no conocía a nadie en el grupo inicial). Lo aceptaron estrechándole la mano y lo enviaron a convertir a los paganos mientras ellos se quedaban en el apostolado de los judíos, según explica Pablo con esmerado detalle en esta carta los Gálatas.