Augusto C. Sandino, general de los hombres libres
Por Aldo Díaz Lacayo
En una coyuntura regional de lucha nacionalista y revolucionaria, le bastaron cinco años a Augusto C. Sandino para completar su formación político-ideológica en la universidad de la vida. Había salido de su pueblo natal, Niquinohomo, en junio de 1921, para regresar a Nicaragua en junio de 1926, a integrarse a la guerra civil en defensa de la Constitución, que había estallado el mes anterior.
Una primera formación político-sindical en las compañías norteamericanas de la costa Caribe de Centroamérica (1921-1923) —incluida la de su patria—, cimentada no sólo en la lucha por mejores condiciones laborales sino principalmente en la reivindicación militante de la soberanía nacional; y una segunda revolucionaria, en la región petrolera del Golfo de México durante el período de mayor desarrollo de la revolución mexicana (1923-1926), signado por la confrontación con potencias extranjeras que dominaban el petróleo. Una formación igualmente cimentada en la defensa de la soberanía nacional pero ésta vez desde el gobierno revolucionario de México y con base en la Constitución de 1917 —la primera en el mundo que reconoce los derechos sociales y proclama la propiedad del Estado sobre el suelo y el subsuelo.
La defensa de la soberanía nacional frente a potencias extranjeras en el marco de la Constitución de la República, deviene, entonces, en fundamento doctrinario, político-ideológico, de Augusto C. Sandino, los mismos principios que enarbolaba la nueva guerra civil nicaragüense, reconocida precisamente como Guerra Constitucionalista; porque reivindicaba el derecho constitucional del Vicepresidente a asumir la presidencia al renunciar el Presidente. Derecho anulado manu militari por el gobierno de Los Estados Unidos, que desde 1912 mantenía ocupada militarmente a Nicaragua. Suficiente motivación para Sandino.
Pero esta motivación, profundamente sentida pero racionalmente asumida, se estrella muy pronto contra el espíritu oportunista —pragmático, según los interventores—, del jefe militar de la Guerra Constitucionalista. Presionado-halagado por el delegado personal del presidente norteamericano, este jefe decide deponer las armas, a las puertas del triunfo, a cambio de la presidencia de Nicaragua. Tal como sucedió en noviembre de 1928.
En efecto, el 4 de mayo de 1927 el jefe militar nicaragüense, José María Mocada, firma con Henry L. Stimson, delegado del presidente Coolidge, el Pacto del Espino Negro —así reconocido históricamente porque fue rubricado bajo un frondoso árbol de ese nombre, en la entonces Villa de Tipitapa, muy cercana a Managua. Algunos historiadores niegan el hecho de la firma, que el propio Moncada reconoce.
Pero también ese 4 de mayo —que el Frente Sandinista reivindica como día de la dignidad nacional— Augusto C. Sandino inicia su entrada triunfante a la historia, de Nicaragua, de América Latina y El Caribe, y del Mundo. Porque al rechazar el Pacto del Espino Negro Sandino decide confrontarse directamente contra el interventor, cambiando así radicalmente la naturaleza de la guerra: de una guerra civil a una guerra de liberación nacional. De una guerra en defensa de la Constitución a otra por la reivindicación plena de la soberanía e independencia nacional; y del derecho internacional, principalmente de los principios de autodeterminación y no-intervención. El propio Sandino denominó a su organización militar como Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua.
Fue una larga guerra irregular, del 4 de mayo de 1927 al 1 de enero de 1933, infinitamente desigual en tropas, armamento y tecnología —el pequeño ejército loco, como le llamó Gabriela Mistral, contra un imperio mundial—, durante la cual Los Estados Unidos utiliza la aviación como arma de guerra, por primera vez en la historia militar universal. Una guerra que termina sin embargo con la derrota del imperio, porque, dice Neruda “Sandino con sus guerrilleros,/ como un espectro de la selva,/ era un árbol que se enroscaba/ o una tortuga que dormía/ o un río que se deslizaba./ Pero árbol, tortuga, corriente/ fueron la muerte vengadora,/ fueron sistemas de la selva,/ mortales síntomas de araña.”
Una guerra por lo mismo altamente productiva, un hito en la historia de las luchas por la liberación nacional de los pueblos, en todas las latitudes de la tierra, a pesar de los denodados esfuerzos del imperio por desacreditarla, también en todos los confines. Se impuso la causa ideológica, la novedosa estrategia militar de guerra de guerrillas, y la extraordinaria política comunicacional de Augusto C. Sandino. Prevalecieron los principios, la verdad, la inteligencia.
A nivel nacional Sandino levantó las expectativas populares desde el mismo momento de su rechazo al Pacto del Espino Negro. Y las mantuvo en alto a pesar de la represión, no sólo porque a Los Estados Unidos le resultaba imposible ocultar el intenso movimiento de las tropas interventoras, sino porque el propio Sandino desarrolló una red de inteligencia popular que le permitía ubicar al enemigo y publicitar boca-a-boca las derrotas que le inflingía.
Igualmente, en el ámbito internacional los éxitos de Sandino fueron trascendentales. A menos de un año de iniciada su lucha obligó, literalmente, a la Sexta Conferencia Interamericana reunida en La Habana en enero de 1928 y presidida nada menos que por Calvin Coolidge, presidente del imperio, a considerar como su verdadero objetivo, fuera de agenda desde luego, la agresión contra Nicaragua y la demanda regional a favor de la aprobación del principio de no-intervención como fundamento de la convivencia regional —finalmente aprobado en la siguiente Conferencia, en Montevideo. La Sexta Conferencia Interamericana es el antecedente histórico de la V Cumbre de las Américas, recién celebrada en Trinidad y Tobago, durante la cual todos los gobiernos de América Latina y El Caribe, también fuera de agenda, demandaron al presidente Barack Obama el levantamiento del bloqueo norteamericano a Cuba.
Pero su acción internacional más relevante fue su propuesta del 20 de marzo de 1929, presentada a todos los gobernantes de América Latina —continental y antillana, como él la llamaba—, conocida como Plan de realización del Supremo sueño de Bolívar. Un Plan que retoma la idea unitaria de Bolívar, proponiendo la creación de la ciudadanía latinoamericana, la conformación de la base de un ejército regional, y la institucionalización de la Corte de Justicia Latinoamérica como máxima instancia de poder regional. Un propuesta que con las modalidades propias de la coyuntura actual está siendo retomada por los países de la región.
Y ese mismo año, en medio de una inflexión en la solidaridad internacional, decide viajar a México en busca de pertrechos y avituallamiento para continuar la guerra. Una visita pactada por los gobiernos de México y Los Estados Unidos para confinar a Sandino en Mérida, tal como él mismo lo denunció y la historia lo confirmó, obligándolo a prolongar su visita por un año. Una decisión insólita, que despertó en la derecha regional e internacional la expectativa del fin de la guerra de liberación en Nicaragua, la confirmación de la hegemonía norteamericana sobre la región. Sin embargo, durante todo ese año la guerra continuó su curso exitoso, agigantando así la figura de Sandino y de sus lugartenientes —y por extensión, de los nicaragüenses.
Fue tan grande la proyección antiimperialista internacional de Augusto C. Sandino, que el reconocido intelectual socialista francés Henri Barbusse, destacado miembro de la solidaridad europea con la causa de la liberación nacional de Nicaragua, lo llamó general de los hombres libres.
Managua, martes 12 de mayo de 2009
Escrito para la ANTOLOGÍA POÉTICA “Sandino Orgullo de América”. Convocada con el auspicio de la Sociedad de Escritores de Chile, con el patrocinio de Instituto Nicaragüense de Cultura y de la Embajada de Nicaragua en Chile
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