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Educar para ¿La Paz de los Cementerios o la Paz Con Justicia Equitativa?

Educar para la Paz

 

Hay palabras que por el uso perverso que de ellas se ha hecho han sido condenadas a la más absoluta ambigüedad, motivo por el cual generan sospechas cuando no rechazo en buena parte de quienes las reciben. Y así vemos que un término tan loable en su origen como es “paz” genera en no pocas mentes tantas alarmas como su contrario “guerra”. Razones hay para ello más que sobradas, pues a estas alturas de la historia son ya muchos los millones de seres que han sufrido y aun sufren la “paz” de quienes la imponen mediante sanguinarias guerras y crueles represiones. Y no en tiempos pasados sino en tiempos actuales, pues como todo el mundo sabe hasta las Fuerzas de Paz de la ONU son ejércitos compuestos por tropa de origen pobre al servicio de los ricos, pues sirven para imponer el orden que establecen los países poderosos y sus clases dominantes.

La palabra “paz” al uso, según viene voceada desde las altas esferas, no es sino una falacia. Piden paz los opresores, los déspotas de todo género cuando quieren que nadie se oponga a sus punibles acciones. Apelan a la paz ciudadana y a su correlato el orden los gobiernos autoritarios que no aceptan que nadie discuta sus arbitrarias decisiones. La paz es, para toda esa canallada, el escudo que les permite permanecer en la arbitrariedad y la injusticia sin que nadie les discuta nada.

Desde muy antiguo se ha asociado paz con sumisión, con aceptación resignada de las imposiciones de quienes detentan el poder. En la formación de esa idea ha contribuido no poco la religión católica. Habiendo nacido en el seno del poder, la Iglesia Católica Romana ha tenido sumo cuidado de predicarle paz al pueblo asociándola a la sumisión y desvinculándola de la justicia, algo que por pocas luces que se tenga ya se ve claramente que es un camino sin otra salida que la impunidad de quienes detentan el poder.

La paz como incondicional mansedumbre, como sumisión de unos seres humanos a la voluntad de otros no es sino una apología de la injusticia y del más absoluto desorden, tanto si esa sinrazón ocurre en el seno de un sistema tan sencillo como puede ser una familia como si es a nivel estatal o mundial.

Afortunadamente, la naturaleza humana tiene en su raíz suficiente sentido de la supervivencia como para despertar de todos los letargos mentales en que puedan intentar sumirlo quienes manipulan el pensamiento colectivo, lo cual hace que cada vez sea más manifiesto el rechazo a semejante forma de entender la paz.

Desde una perspectiva pedagógica, superada la trasnochada idea de paz que nos predicaron durante siglos las fuerzas del poder, debemos entender hoy que educar para la paz es educar en el respeto a la dignidad humana, en la justicia equitativa, en la libertad responsable y en el compromiso humano, valores sin los cuales cualquier simulacro de paz es pura falacia.

Sin dioses, sin ídolos, sin mitos, sin falacias ni dogmas; con tan sólo la confianza profunda en la capacidad humana para discernir el bien del mal, lo justo de lo injusto, lo noble de lo espurio, lo humano de lo inhumano... Esa es la senda que la pedagogía actual tiene que hollar de nuevo en esta civilización que ha emponzoñado con intereses y odios los viejos caminos de la sabiduría y de su tradicional vehículo transmisor, el lenguaje.

La tarea de educar y de educarse no exime a nadie. Es un imperativo categórico que afecta a todo ser humano. Cada cual debe llevarla a cabo en la medida de sus capacidades sin que quepa excusa alguna. Nadie puede sentirse exento de esta obligación, pues es la principal de las funciones de relación que tenemos en tanto que miembros de la gran familia humana.

A la vista de la situación mundial presente, quienes tienen responsabilidades educativas, sea cual sea el grado de responsabilidad que ocupen y el modo como lo hagan, deberán replantearse qué senda van a seguir en sus tareas de ahora en adelante. Nadie puede ignorar que llevamos siglos avanzando por una ruta equivocada, la cual nos ha traído hasta el caos presente y nos conduce inexorablemente hacia el caos total.

La Paz no es ningún regalo, tiene un precio y un gran costo, que es el de cultivarla primero en la propia mente, intelecto y corazón, para luego con esfuerzo construirla día a día con quienes tengamos cerca y hacer que vaya extendiéndose como una mancha de aceite hasta abarcar todo el mundo.

Construir la Paz equivale a oponerse a la injusticia, a alzarse contra ella y contra quienes la ejercen.

En un mundo de injusticia, Paz exige subversión.

PepCastelló

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