La Operación Gladio Al Desnudo
Los ejércitos secretos de la OTAN (I)
Cuando el juez Felice Casson reveló la existencia de Gladio…
por
Daniele Ganser *
La Red Voltaire emprende la publicación seriada de la obra de referencia sobre la actividad de los servicios secretos de la OTAN desde la creación de la alianza atlántica hasta los años 1990. A pesar de ser un trabajo de historiador, esta investigación sobre Gladio es mucho más que un simple tema histórico ya que está íntimamente ligada a nuestra vida diaria. Esa estructura secreta sigue estando activa y los Estados europeos se mantienen aún bajo el tutelaje anglosajón, como lo demuestran las investigaciones parlamentarias sobre los secuestros perpetrados por la CIA desde el año 2001. La comprensión de la política en Europa se hace imposible sin un conocimiento preciso de las redes «Stay-Behind». Esta primera entrega relata el descubrimiento de Gladio por parte de los magistrados italianos a finales de los años 80.
Las ruinas de la estación ferroviaria de Bolonia después del atentado perpetrado por los terroristas de la OTAN (1980).
El 31 de mayo de 1972, un auto-bomba estalló en un bosque cercano al pueblo llamado Peteano, en Italia, dejando un herido grave y un muerto entre los carabineros, la policía uniformada italiana. Los carabineros habían llegado al lugar después de recibir una llamada telefónica anónima. Al inspeccionar un auto Fiat 500 allí abandonado, uno de los carabineros levantó el capó, provocando así la explosión. Dos días después, una nueva llamada telefónica anónima reclamaba la autoría del atentado en nombre de las Brigadas Rojas, grupúsculo terrorista que trataba en aquel entonces de romper el equilibrio del poder en Italia mediante la realización de tomas de rehenes y de asesinatos de altos personajes del Estado. La policía se volvió inmediatamente hacia la izquierda italiana y encarceló a cerca de 200 comunistas. Durante más de 10 años, los italianos vivieron convencidos de que el acto terrorista de Peteano había sido obra de las Brigadas Rojas.
Posteriormente, en 1984, Felice Casson, un juez italiano, decidió reabrir el caso ya que le intrigaban toda una serie de irregularidades y falsificaciones cometidas alrededor del drama de Peteano. El juez Felice Casson descubrió que la policía no había investigado el lugar de los hechos. También notó que el informe que había concluido en aquel entonces que los explosivos utilizados eran los mismos que utilizaban tradicionalmente las Brigadas Rojas era en realidad una falsificación.
Marco Morin, un experto en explosivos de la policía italiana, había proporcionado deliberadamente conclusiones falsas. Morin era miembro de la organización italiana de extrema derecha «Ordine Nuovo» y, en el contexto de guerra fría, había aportado así su contribución a lo que él consideraba una lucha legítima contra la influencia de los comunistas italianos. El juez Casson logró probar que, al contrario de lo que había concluido Morin, el explosivo utilizado en Peteano era el C4, la sustancia explosiva más poderosa de aquel entonces y que también formaba parte del arsenal de las fuerzas de la OTAN.
«Simplemente quise arrojar una nueva luz sobre años de mentiras y secretos. Eso es todo», declaró posteriormente el juez Casson a los periodistas que lo interrogaban en su minúscula oficina del palacio de justicia, junto a la laguna de Venecia. «Quería que, por una vez, los italianos supieran la verdad.» [1]
El 24 de febrero de 1972, cerca de Trieste, un grupo de carabineros descubre por casualidad un escondite de armas lleno de municiones, armas y explosivo del tipo C4, idéntico al utilizado en Peteano. Los policías estaban convencidos de haber descubierto una red criminal. Años más tarde, la investigación del juez Casson permitió determinar que se trataba en realidad de uno de los cientos de escondites subterráneos creados por el ejército secreto del llamado stay-behind, estructura que responde a las órdenes de la OTAN y que se conoce en Italia por la apelación codificada de Gladio (del latín Gladius, denominación de la espada corta en uso en la Roma de la antigüedad). Casson notó que los servicios secretos del ejército italiano y el gobierno de aquella época se habían esforzado considerablemente por mantener en secreto el descubrimiento de Trieste así como su contexto estratégico.
Al proseguir su investigación sobre los extraños casos de Peteano y Trieste, el magistrado descubrió con asombro, no la mano de la izquierda italiana sino la de los grupúsculos de extrema derecha y de los servicios secretos del ejército tras el atentado de 1972. La investigación del juez reveló la existencia de una estrecha colaboración entre la organización de extrema derecha Ordine Nuovo y el SID (Servizio Informazioni Difusa), o sea los servicios secretos del ejército italiano. Ordine Nuovo y el SID habían preparado juntos el atentado de Peteano, y luego habían acusado a los militantes de la extrema izquierda italiana, las Brigadas Rojas.
Casson logró identificar al hombre que había puesto la bomba, un tal Vincenzo Vinciguerra, miembro de Ordine Nuovo. Como era el eslabón final de una larga cadena de mando, Vinciguerra sólo fue arrestado varios años después del momento de los hechos. Confesó y declaró que había gozado de la protección de toda una red de simpatizantes, tanto en Italia como en el extranjero, que habían hecho posible su huida después del atentado. «Es todo un mecanismo que se puso en marcha», contó Vinciguerra. «Lo cual quiere decir que desde los carabineros hasta el ministro del Interior, pasando por la aduana y los servicios de inteligencia civiles y militares, todos habían aceptado el razonamiento ideológico justificaba al atentado.» [2]
Vinciguerra subrayaba, con toda razón, el agitado contexto histórico en que se había producido el atentado de Peteano. A fines de los años 1960, con el surgimiento de la revolución pacifista y los movimientos estudiantiles de protesta contra la violencia y contra la guerra de Vietnam en particular, el enfrentamiento ideológico entre la derecha y la izquierda se había intensificado, tanto en Europa Occidental como en Estados Unidos.
La inmensa mayoría de los ciudadanos comprometidos con los movimientos sociales de izquierda recurrían a formas de protesta no violentas, como manifestaciones, actos de desobediencia civil y, sobre todo, debates con moderadores. En el seno del parlamento italiano, el poderoso Partido Comunista (Partito Communisto Italiano, PCI) y en menor medida el Partido Socialista (Partito Socialisto Italiano, PSI)
simpatizaban con ese movimiento.
Los movimientos sociales de izquierda se oponían a la política de los Estados Unidos, a la guerra de Vietnam y sobre todo a la repartición del poder en Italia ya que, a pesar de disponer de una importante mayoría en el parlamento, el PCI no había recibido ningún ministerio y se le mantenía así al margen del gobierno. La derecha italiana estaba perfectamente conciente de que aquello constituía una injusticia flagrante y una violación de los principios básicos de la democracia.
Fue en aquel contexto de guerra fría y de lucha por el poder que los extremistas recurrieron al terrorismo en Europa Occidental. A la extrema izquierda, los grupos terroristas más notorios fueron los comunistas italianos de las Brigadas Rojas así como la Rote Armee Fraktion alemana o RAF (Fracción Ejército Rojo). Fundadas por varios estudiantes de la universidad de Trento que no tenían ningún conocimiento en cuanto a técnicas de combate, las Brigadas Rojas contaban entre sus miembros a Margherita Cagol, Alberto Franceschini y Alberto Curcio.
Al igual que los miembros de la RAF, éstos estaban convencidos de la necesidad de recurrir a la violencia para cambiar la estructura del poder vigente, que les parecía injusto y corrupto. Al igual que las acciones de la RAF, las de las Brigadas Rojas no tenían como blanco a la población civil sino a determinados individuos que consideraban representantes del «aparato del Estado», como banqueros, generales y ministros, a los que secuestraban y a menudo asesinaban. Las acciones de las Brigadas Rojas, que tuvieron lugar principalmente en la Italia de los años 1970, dejaron 75 muertos.
Debido a su poca capacidad estratégica y militar y a su inexperiencia, los miembros de las Brigadas Rojas acabaron siendo arrestados mediante redadas, y posteriormente juzgados y encarcelados.
Al otro extremo del tablero político de la guerra fría, la extrema derecha también recurrió a la violencia. En Italia, su red incluía a los soldados clandestinos del Gladio, los servicios secretos militares y organizaciones fascistas como Ordine Nuovo. Al contrario del que practicaba la izquierda, el objetivo del terrorismo de derecha era sembrar el terror en todas las capas de la sociedad mediante atentados dirigidos contra grandes multitudes y destinados a provocar la mayor cantidad posible de muertos para acusar posteriormente a los comunistas.
El juez Casson logró determinar que el drama de Peteano formaba parte de ese esquema y entraba en el marco de una serie de crímenes que había comenzado en 1969. Durante aquel año 4 bombas habían estallado poco antes de la Navidad en varios lugares públicos de Roma y Milán. El saldo había sido de 16 muertos y 80 heridos, en su mayoría campesinos que iban a depositar en el Banco Agrícola de la Piazza Fontana de Milán lo que habían recaudado en el día a través de sus ventas en el mercado. Conforme a una estrategia maquiavélica, la responsabilidad de aquella masacre fue atribuida a los comunistas y a la extrema izquierda, se escamotearon las pistas y se realizó inmediatamente una ola de arrestos.
La población en su conjunto tenía muy pocas posibilidades de descubrir la verdad ya que los servicios secretos militares se esforzaron por enmascarar el crimen. En Milán, una de las bombas no había llegado a estallar, debido al mal funcionamiento del mecanismo de relojería, pero en los primeros actos de disimulación, los servicios secretos la hicieron estallar en el lugar de los hechos y varios componentes de artefactos explosivos fueron depositados en la casa de Giangiacomo Feltrinelli, célebre editor conocido por sus opiniones de izquierda. [3]
«Según las estadísticas oficiales, entre el 1º de enero de 1969 y el 31 de diciembre de 1987 se registraron 14 591 actos de violencia con motivos políticos», afirma el senador Giovanni Pellegrino, presidente de la Comisión Investigadora Parlamentaria sobre Gladio y el terrorismo, al recordar la violencia del contexto político de aquel periodo de la historia reciente de Italia. «Quizás no resulta inútil recordar que aquellas “acciones” causaron la muerte a 491 personas así como heridas y mutilaciones a otras 1 181.
Cifras dignas de una guerra, sin parangón en Europa.» [4] Después de los atentados de la Piazza Fontana, en 1969, y de Peteano, en 1972, otros actos de terrorismo volvieron a ensangrentar el país. El 28 de mayo de 1974, en Brescia, una bomba dejó 8 muertos y 102 heridos entre los participantes en una manifestación antifascista. El 4 de agosto de 1974, un atentado a bordo del tren «Italicus Express», que enlaza Roma con Munich, mató a 12 personas e hirió a 48. El punto culminante de aquella ola de violencia se produjo en una soleada tarde, el 2 de agosto de 1980, en el día de la fiesta nacional de Italia, cuando una explosión de gran potencia devastó el salón de espera de los pasajeros de segunda clase en la estación de trenes de Bolonia, matando a 85 personas e hiriendo o mutilando a otras 200. La masacre de Bolonia es uno de los mayores atentados terroristas que haya sufrido Europa en todo el siglo 20 [5].
Contrariamente a los miembros de las Brigadas Rojas, que acabaron todos en la cárcel, los terroristas de extrema derecha lograron escapar después de cada atentado ya que, como señala Vinciguerra con toda razón, todos gozaron de la protección del aparato de seguridad y de los servicios secretos del ejército italiano. Años más tarde, cuando al fin se estableció el vínculo entre el atentado de la Piazza Fontana y la derecha italiana, se le preguntó a Franco Freda, miembro de Ordine Nuovo, si al cabo del tiempo creía haber sido manipulado por personajes que ocupaban altos cargos, generales o ministros.
Freda, admirador declarado de Hitler, que había publicado Mein Kampf en italiano gracias a su pequeña estructura personal de edición, respondió que, según sus conceptos, todo el mundo es más o menos manipulado: «Todos somos manipulados por otros más poderosos que nosotros», declaró el terrorista. «En lo que me concierne, admito haber sido una marioneta movida por ideas pero en ningún caso por los hombres de los servicios secretos, ni aquí [en Italia] ni en el extranjero. En otros términos, yo mismo escogí mi lucha y la desarrollé según mis ideas. Eso es todo.» [6]
En marzo de 2001, el general Giandelio Maletti, ex jefe del contraespionaje italiano, dejó entrever que además de la de la red clandestina Gladio, de los servicios secretos militares italianos y de un grupúsculo de terroristas de extrema derecha, las matanzas que desacreditaron a los comunistas italianos recibieron también la aprobación de la Casa Blanca y de la CIA. Al comparecer como testigo en el juicio contra los terroristas de extrema derecha acusados de estar implicados en los atentados de la Piazza Fontana, Maletti declaró: «La CIA, siguiendo las directivas de su gobierno, quería crear un nacionalismo italiano capaz de obstaculizar lo que consideraba un deslizamiento hacia la izquierda y, con ese objetivo, pudo utilizar el terrorismo de extrema derecha.» (…) «Uno tenía la impresión de que los americanos estaban dispuestos a todo para impedir que Italia se inclinara hacia la izquierda», explicó el general, antes de agregar:
«No olviden que era Nixon quien estaba a la cabeza del gobierno y Nixon no era un tipo cualquiera, [era] un político muy hábil pero un hombre de métodos poco ortodoxos.» Retrospectivamente, el general de 79 años expresó críticas y amargura: «Italia fue tratada como una especie de protectorado. Me avergüenza que todavía estemos siendo objeto de un control especial.» [7]
Durante las décadas de 1970 y 1980, el parlamento italiano, en cuyo seno los partidos comunista y socialista ostentaban una parte importante del poder, manifestó creciente inquietud ante aquella ola visiblemente interminable de crímenes que ensangrentaban el país sin que se lograra identificar a los autores ni a quienes los ordenaban.
Aunque ya en aquel entonces circulaban entre la izquierda italiana los rumores de que aquellos misteriosos actos de violencia eran una forma de guerra secreta que Estados Unidos había desencadenado contra los comunistas italianos, no existían pruebas que permitiesen probar aquella teoría que parecía traída por los pelos. Sin embargo, en 1988 el Senado italiano creo una comisión parlamentaria especial de investigación presidida por el senador Libero Gualteri, comisión cuyo nombre era más que elocuente: «Comisión parlamentaria del Senado italiano encargada de investigar sobre el terrorismo en Italia y las razones por las cuales los individuos responsables de las matanzas no han podido ser identificados: El terrorismo, los atentados y el contexto político-histórico.» [8]
El trabajo de la comisión resultó extremadamente difícil. Los testigos se negaban a declarar. Hubo documentos destruidos. La propia comisión, que se componía de representantes de los partidos de izquierda y de derecha, se dividió al abordar la cuestión de la verdad histórica en Italia y en lo tocante a las conclusiones que debían ser o no reveladas al público.
El juez Felice Casson revela la existencia de una red clandestina creada por la OTAN. Oficialmente creada para proteger a los Estados miembros, la OTAN es en realidad un protectorado anglosajón. Washington y Londres no vacilaron en ordenar atentados terroristas en Italia para falsear el juego de la democracia.
Al mismo tiempo, basándose en el testimonio de Vincenzo Vinciguerra –el terrorista de Peteano– y en los documentos que había descubierto, el juez Casson comienza a entrever la naturaleza de la compleja estrategia militar que se había utilizado. Comprende poco a poco que no se trataba simplemente de terrorismo sino de terrorismo de Estado, financiado con el dinero de los contribuyentes. Obedeciendo a una «estrategia de la tensión», el objetivo de los atentados era instaurar
un clima de tensión en el seno de la población.
La extrema derecha y sus partidarios en el seno de la OTAN temían que los comunistas italianos adquiriesen demasiado poder y es por ello que, en un intento de «desestabilizar para estabilizar», los soldados clandestinos de los ejércitos del Gladio perpetraban aquellos atentados, que atribuían después a la izquierda. «Para los servicios secretos, el atentado de Peteano era parte de lo que se llamó “la estrategia de la tensión” », explicó públicamente el juez Casson en un reportaje de la BBC dedicado al Gladio. «O sea, crear un clima de tensión para estimular en el país las tendencias socio-políticas conservadoras y reaccionarias.
A medida que se aplicaba esta estrategia en el terreno, se hacía necesario proteger a los instigadores ya que comenzaban a aparecer pruebas de su implicación. Los testigos ocultaban ciertas informaciones para proteger a los extremistas de derecha.» [9] Vinciguerra, un terrorista que, al igual que otros que habían estado en contacto con la rama Gladio de los servicios secretos militares italianos, fue muerto por causa de sus convicciones políticas, declaró: «Había que actuar contra los civiles, contra la gente del pueblo, contra las mujeres, los inocentes, los anónimos desvinculados de todo juego político. La razón era muy simple. Se suponía que tenían que forzar a aquella gente, al pueblo italiano, a recurrir al Estado para pedir más seguridad. A esa lógica política obedecían todos esos asesinatos y todos esos atentados que siguen sin castigo porque el Estado no puede inculparse a sí mismo ni confesar su responsabilidad en lo sucedido.» [10]
El horror de ese diabólico plan sólo va apareciendo, sin embargo, de forma progresiva y quedan aún muchos secretos por revelar hoy en día. Además, el paradero de todos los documentos originales sigue siendo desconocido. «Después del atentado de Peteano y de todos los demás que siguieron», declaró Vinciguerra en el juicio que se hizo en su contra, en 1984, «nadie debiera dudar ya de la existencia de una estructura activa y clandestina, capaz de elaborar en la sombra ese tipo de estrategia de matanzas». Una estructura que, según el propio Vinciguerra, «está imbricada en los propios órganos del poder.
Existe en Italia una organización paralela a las fuerzas armadas, que se compone de civiles y de militares y de vocación antisoviética, o sea destinada a organizar la resistencia contra una eventual ocupación del suelo italiano por parte del Ejército Rojo.» Sin mencionarlo por su nombre, ese testimonio confirmó la existencia del Gladio, el ejército secreto y stay-behind creado por orden de la OTAN. Vinciguerra lo describió como «una organización secreta, una superorganización que dispone de su propia red de comunicaciones, de explosivos y de hombres entrenados para utilizarlos». El terrorista reveló que esa «superorganización, a falta de invasión soviética, recibió de la OTAN la orden de luchar contra un deslizamiento del poder hacia la izquierda en el país. Y eso fue lo que hicieron, con el apoyo de los servicios secretos del Estado, del poder político y del ejército.» [11]
Más de 20 años han transcurrido desde el revelador testimonio del terrorista arrepentido que, por vez primera en la historia italiana, estableció un vínculo entre la red stay-behind Gladio, la OTAN y los atentados con bombas que enlutaron el país. Y sólo ahora, al cabo de todos estos años, después de la confirmación de la existencia del ejército secreto y del descubrimiento de los escondites de armas y de explosivos, los investigadores e historiadores logran interpretar por
fin el sentido de las palabras de Vinciguerra.
Pero, ¿son dignas de crédito las palabras de ese hombre? Los hechos que se produjeron después del juicio parecen indicar que sí. El ejército secreto fue descubierto en 1990 y, como para confirmar indirectamente que Vinciguerra había dicho la verdad, el apoyo del que había gozado hasta aquel entonces por parte de las altas esferas le fue bruscamente retirado. Contrariamente a lo sucedido con otros terroristas de extrema derecha, que habían sido puestos en libertad después de haber colaborado con los servicios secretos italianos, Vinciguerra fue condenado a cadena perpetua. Pero Vinciguerra no fue el primero en revelar la vinculación entre el Gladio, la OTAN y los atentados.
Tampoco fue el primero en hablar de la conspiración del Gladio en Italia. En 1974, durante una investigación sobre el terrorismo de extrema derecha, el juez de instrucción Giovanni Tamburino había sentado un precedente al inculpar al general Vito Miceli, el jefe del SID, los servicios secretos militares italianos, por haber «promovido, instaurado y organizado, con la ayuda de otros cómplices, una asociación secreta que agrupaba civiles y militares y cuyo objetivo era provocar una insurrección armada para modificar ilegalmente la Constitución y la composición del gobierno». [12]
El 17 de noviembre de 1974, durante su propio juicio, el general Miceli, ex responsable del Buró de Seguridad de la OTAN, reveló, furioso, la existencia del ejército Gladio y lo describió como una rama especial del SID: «¿Disponía yo de un superSID a mis órdenes? ¡Por supuesto! Pero no lo monté yo mismo para tratar de dar un golpe de Estado. ¡No hice más que obedecer las órdenes de Estados Unidos y la OTAN!» [13]
Gracias a los sólidos contactos que tenía del otro lado del Atlántico, Miceli no salió malparado. Fue liberado bajo fianza y pasó 6 meses en un hospital militar. Hubo que esperar 16 años más hasta que, bajo la presión de los descubrimientos del juez Casson, el primer ministro italiano Andreotti revelara ante el parlamento italiano la existencia de la red Gladio. Al enterarse, Miceli montó en cólera. Poco antes de su muerte, en octubre de 1990, Miceli no pudo seguir conteniéndose: «¡Yo fui a la cárcel porque me negaba a revelar la existencia de esta superorganización secreta y ahora Andreotti se para delante del parlamento y lo cuenta todo!» [14]
En la cárcel, Vinciguerra, el que había puesto la bomba de Peteano, explicó al juez Casson que, en su misión de debilitamiento de la izquierda italiana, los servicios secretos militares y la red Gladio habían contado con la ayuda no sólo de Ordine Nuovo sino también de otras organizaciones de extrema derecha muy conocidas, como Avanguardia
Nazionale: «Detrás de los terroristas había mucha gente que actuaba en la sombra, gente que pertenecía o colaboraba con el aparato de seguridad.
Yo afirmo que todos los atentados perpetrados después de 1969 eran parte de una misma estrategia.» Vinciguerra, miembro de Ordine Nuovo, contó como él mismo y sus camaradas de extrema derecha habían sido reclutados para ejecutar las acciones más sangrientas con el ejército secreto Gladio: «Avanguardia Nazionale, al igual que Ordine Nuovo, eran movilizados en el marco de una estrategia anticomunista que no emanaban de grupúsculos que gravitaban en las esferas del poder sino del poder mismo y que formaba parte de las relaciones de Italia con la alianza atlántica.» [15]
El juez Casson se alarmó ante aquellas revelaciones. Para erradicar la gangrena que carcomía el Estado siguió la pista del misterioso ejército clandestino Gladio que había manipulado la clase política durante la guerra fría y, en enero de 1990, pidió permiso a las más altas autoridades del país para extender sus investigaciones a los archivos de los servicios secretos militares, le Servizio Informazioni Sicurezza Militare (SISMI), nuevo nombre del SID desde 1978.
En julio de aquel mismo año, el primer ministro Giulio Andreotti lo autorizó a consultar los archivos del Palazzo Braschi, sede del SISMI en Roma. El magistrado descubrió allí, por vez primera, documentos que demostraban la existencia en Italia de un ejército secreto cuyo nombre de código era Gladio, que estaba a las órdenes de los servicios secretos militares y cuyo objetivo era la realización de operaciones de guerra clandestina.
Casson encontró también documentos que demostraban la implicación de la alianza militar más grande del mundo, la OTAN, y de la última superpotencia existente, Estados Unidos, en los actos de subversión así como sus vínculos con la red Gladio y con grupúsculos terroristas de extrema derecha en Italia y en toda Europa occidental. Para el juez Casson, el hecho de disponer de tales informaciones representaba un peligro, cosa de la cual él estaba enteramente conciente ya que en el pasado otros magistrados italianos que sabían demasiado habían sido asesinados en plena calle: «Desde julio hasta
octubre de 1990, yo fui el único que sabía [de la Operación Gladio], lo cual podía acarrearme una desgracia.» [16]
Pero la temida desgracia no tuvo lugar y Casson logró resolver el misterio. Basándose en los datos que había descubierto se puso en contacto con la comisión parlamentaria que presidía el senador Libero Gualteri, encargada de investigar sobre los atentados terroristas. Gualteri y sus pares se inquietaron ante los descubrimientos que les comunicó el magistrado y reconocieron que había que agregarlos al trabajo de la comisión ya que explicaban el origen de los atentados y las razones por las cuales se habían mantenido impunes durante tantos años. El 2 de agosto de 1990, los senadores ordenaron al jefe del ejecutivo italiano, el primer ministro Giulio Andreotti, «informar en 60 días al parlamento sobre la existencia, la naturaleza y el objetivo de una estructura clandestina y paralela sospechosa de haber operado en el seno de los servicios secretos militares con el fin de influir en la vida política del país». [17]
Al día siguiente, el 3 de agosto, el primer ministro Andreotti se presentó ante la comisión parlamentaria y, por primera vez desde 1945, confirmó, como miembro en funciones del gobierno italiano, que una organización de seguridad que actuaba bajo las órdenes de la OTAN había existido en Italia. Andreotti se comprometió ante los senadores a entregarles un informe escrito sobre aquella organización en un plazo de 60 días: «Presentaré a esta comisión un informe muy detallado que he pedido al ministerio de Defensa. [El informe] tiene que ver con las operaciones preparadas por iniciativa de la OTAN ante la hipótesis de una ofensiva contra Italia y la ocupación de la totalidad del territorio italiano o de una parte del mismo. Según lo que me han indicado los servicios secretos, esas operaciones se desarrollaron hasta 1972. Se decidió entonces que ya no eran indispensables. Proporcionaré a la comisión toda la documentación necesaria, tanto sobre el tema en general como sobre los descubrimientos del juez Casson en el marco de las investigaciones sobre el atentado de Peteano.» [18]
Giulio Andreotti, que tenía 71 años en el momento de la audiencia, no era un testigo cualquiera. Su comparencia ante la comisión le dio la oportunidad de sumergirse nuevamente en su larguísima carrera política, probablemente sin equivalente en Europa occidental. A la cabeza del partido demócrata-cristiano (Democrazia Cristiana Italiana o DCI), que actuó durante toda la guerra fría como baluarte contra el PCI, Andreotti gozaba del apoyo de Estados Unidos. Conoció personalmente a todos los presidentes estadounidenses y, a los ojos de muchos observadores italianos y extranjeros, fue el político más influyente de la Primera República Italiana (1945-1993).
Al cabo de décadas de manipulación de la democracia, Giulio Andreotti recupera la memoria.
A pesar de la poca duración que caracterizó a los gobiernos de la frágil Primera República italiana, la habilidad de Andreotti le permitió mantenerse en el poder gracias a numerosas coaliciones convirtiéndose así en un personaje inevitable en el Palazzo Chigi, la sede del gobierno italiano. Nacido en Roma en 1919, Andreotti se convirtió en ministro del Interior a los 35 años antes de imponer un verdadero record al ocupar 7 veces el sillón de primer ministro y obtener sucesivamente no menos de 21 carteras ministeriales, entre ellas la de ministro de de Relaciones Exteriores, que le fue confiada 7 veces. Sus partidarios lo comparaban con Julio Cesar y lo llamaban el «Divino Giulio» mientras que sus detractores lo veían como el arquetipo del tramposo y lo llamaban «el Tío». Se cuenta que su película de gángsters preferida era Goodfellas, por la frase de Robert De Niro: «No delates nunca a tus socios y evita hablar de más». La mayoría de los observadores están de acuerdo en que fue su talento como estratega lo que permitió que el Divino Giulio lograra sobrevivir a las numerosas
fechorías e intrigas del poder en las que muy a menudo estuvo directamente implicado. [19]
Al revelar la existencia de la Operación Gladio y de los ejércitos secretos de la OTAN, «El Tío» había decidido finalmente romper la ley del silencio. Al derrumbarse la Primera República, al final de la guerra fría, el poderoso Andreotti, que no era ya más que un anciano, fue arrastrado ante numerosos tribunales acusado de haber manipulado las instituciones políticas, de haber colaborado con la mafia y de haber ordenado en secreto el asesinato de opositores políticos. «La justicia italiana se ha vuelto loca», exclamó en noviembre de 2002 el primer ministro Silvio Berlusconi cuando la Corte de Apelación de
Perugia condenó a Andreotti a 24 años de cárcel.
Mientras que los jueces recibían amenazas de muerte y había que ponerlos bajo protección policial, los canales de televisión interrumpían la transmisión del fútbol para anunciar que Andreotti había sido encontrado culpable de haber encargado al padrino de la mafia Gaetano Badalamenti el asesinato, en 1979, del periodista de investigación Mino Pirelli para evitar que se supiera la verdad sobre el asesinato del presidente de la República Italiana, el demócrata-cristiano Aldo Moro. La iglesia católica trató de salvar la reputación del Divino Giulio. Ante la gravedad de los hechos, el cardenal Fiorenzo Angelini declaró: «Jesucristo también fue crucificado antes de resucitar». A pesar de todo, Andreotti no acabó sus días tras las rejas. Los veredictos en su contra fueron anulados en octubre de 2003 y «El Tío» fue puesto nuevamente en libertad.
Durante sus primeras revelaciones sobre la Operación Gladio ante los senadores italianos, el 3 de agosto de 1990, Andreotti puso especial énfasis en precisar que «esas operaciones prosiguieron hasta 1972» para protegerse a sí mismo de posibles repercusiones. En efecto, en 1974, cuando era ministro de Defensa, el propio Andreotti había declarado oficialmente en el marco de una investigación sobre varios atentados cometidos por la extrema derecha: «Yo afirmo que el jefe de los servicios secretos descartó varias veces de forma explícita la existencia de una organización secreta de cualquier naturaleza o envergadura». [20]
En 1978, Andreotti también había prestado testimonio en el mismo sentido ante los jueces que investigaban el atentado perpetrado en Milán por la extrema derecha.
Cuando la prensa italiana reveló que el ejército secreto Gladio, lejos de haber sido disuelto en 1972, seguía estando activo, la mentira de Andreotti no pudo seguir sosteniéndose. Durante las semanas siguientes, en agosto y septiembre de 1990, contrariamente a lo que acostumbraba a hacer, el primer ministro se comunicó profusamente con el extranjero, trató de ponerse en contacto con numerosos embajadores y se entrevistó con ellos. [21] Como el apoyo internacional tardaba en llegar, Andreotti, que temía por su cargo, pasó a la ofensiva y trató de subrayar la importancia del papel de la Casa Blanca y de otros muchos gobiernos de Europa occidental que no sólo habían conspirado en la guerra secreta contra los comunistas sino que habían participado en ella activamente. Al tratar de dirigir la atención hacia la implicación de otros países, Andreotti recurrió a una estrategia eficaz aunque bastante arriesgada.
El 18 de octubre de 1990, Andreotti envió urgentemente un mensajero del Palazzo Chigi a la Piazza San Macuto, donde sesionaba la comisión parlamentaria. El mensajero entregó al secretario de recepción del Palazzo Chigi el informe titulado «Un SID paralelo – El caso Gladio». Un miembro de la comisión parlamentaria, el senador Roberto Ciciomessere, supo por casualidad que el informe de Andreotti había sido entregado y que estaba en manos del secretario del Palazzo Chigi. Al echar un vistazo al texto, el senador quedó grandemente sorprendido al comprobar que Andreotti no se limitaba a proporcionar una descripción de la Operación Gladio sino que, en contradicción con su propia declaración del 3 de agosto, reconocía que la organización seguía estando activa.
El senador Ciciomessere pidió una fotocopia del informe, que le fue denegada con el pretexto que, según el procedimiento en vigor, el presidente de la comisión, el senador Gualtieri, tenía que ser el primero en conocer el contenido del informe. Pero el senador Gualtieri nunca llegó a leer aquella primera versión del informe de Andreotti sobre la red Gladio. Tres días después, cuando iba a guardarlo en su portadocumentos para llevarlo a su casa y leerlo allí durante el fin de semana, Gualtieri recibió una llamada del primer ministro informándole que éste necesitaba inmediatamente el informe «para volver a trabajar algunos pasajes».
Gualtieri sintió cierta incomodidad, pero finalmente aceptó de mala gana devolver el documento al Palazzo Chigi, luego de hacer varias fotocopias del mismo. [22] Los métodos poco habituales a los que recurrió Andreotti provocaron un escándalo en toda Italia y no hicieron más que agravar las sospechas. Los periódicos publicaron titulares como «Operación Giulio», en referencia a la Operación Gladio, y entre 50 000 y 400 000 ciudadanos indignados, inquietos y furiosos participaron, respondiendo al llamado del PCI, en una marcha por el centro de Roma, una de las manifestaciones más importantes de aquel periodo, bajo la consigna «Queremos la verdad». Algunos desfilaron disfrazados de gladiadores. En la Piazza del Popolo, el líder del PCI, Achille Occhetto, anunció a la multitud que aquella marcha obligaría al gobierno a revelar las tenebrosas verdades que había mantenido en secreto durante tantos años: «Estamos aquí para obtener la verdad y transparencia». [23]
El 24 de octubre, el senador Gualteri tuvo de nuevo en su poder el informe de Andreotti sobre el «SID paralelo». Dos páginas habían desaparecido y esta versión final ya no tenía más que 10. El parlamentario la comparó con las fotocopias de la primera versión y notó inmediatamente que varios fragmentos sensibles sobre las conexiones internacionales y la existencia de organizaciones similares en el extranjero habían sido suprimidos. Además, todas las menciones relativas a la organización secreta, que anteriormente aparecían en presente, lo cual sugería que seguían existiendo, aparecían ahora en
pasado. Estaba claro que la estrategia de Andreotti consistente en enviar un documento y recuperarlo después para modificarlo antes de reenviarlo de nuevo no podía engañar a nadie.
Los observadores coincidieron en que aquella manobra atraería obligatoriamente la atención hacia los fragmentos eliminados, o sea sobre la dimensión internacional del caso, lo cual tendría como resultado que se disminuyera la culpabilidad del primer ministro. Sin embargo, la ayuda del extranjero no llegó.
En la versión final de su informe, Andreotti explicaba que Gladio había sido concebido en los países miembros de la OTAN como una red clandestina de resistencia destinada a luchar contra una posible invasión soviética. Al terminar la guerra, los servicios secretos del ejército italiano, el Servizio di Informazioni delle Forze Armate (SIFAR), predecesor del SID, había firmado con la CIA «un acuerdo sobre “la organización de la actividad de una red clandestina postinvasión”, acuerdo designado con el nombre de Stay Behind, en el que se renovaban todos los compromisos anteriores que implicaban a Italia y Estados Unidos».
La cooperación entre la CIA y los servicios secretos militares italianos, como precisaba Andreotti en su informe, se encontraba bajo la supervisión y la coordinación de los centros encargados de las operaciones de guerra clandestina de la OTAN: «Una vez que se constituyó esa organización secreta de resistencia, Italia estaba llamada a participar (…) en las tareas del CPC (Clandestine Planning Committee), fundado en 1959, que operaba en el seno del [Supreme Headquarters Allied Powers Europe (SHAPE), el cuartel general de las potencias europeas de la OTAN (...); en 1964, los servicios secretos italianos se integraron también al ACC (Allied Clandestine Committee).» [24]
El ejército secreto Gladio, como reveló Andreotti, disponía de considerable armamento. El equipamiento proporcionado por la CIA había sido enterrado en 139 escondites distribuidos en bosques, campos e incluso en iglesias y cementerios. Según las explicaciones del primer ministro italiano, esos arsenales contenían «armas portátiles, municiones, explosivos, granadas de mano, cuchillos, dagas, morteros de 60 mm., fusiles sin retroceso calibre 57, fusiles con mirillas telescópicas, transmisores de radio, prismáticos y otros tipos de equipamiento diverso» [25] Además de las protestas de la prensa y de la población contra las acciones de la CIA y la corrupción del gobierno, las escandalosas revelaciones de Andreotti también dieron lugar a una verdadera fiebre en la búsqueda de escondites de armas.
El padre Giuciano recuerda el día en que los periodistas invadieron su iglesia en busca de los secretos enterrados del Gladio, movidos por intenciones ambiguas: «Me avisaron después del mediodía cuando dos periodistas de Il Gazzettino vinieron a preguntarme si yo sabía algo sobre depósitos de municiones aquí, en la iglesia. Empezaron a cavar en este lugar y rápidamente encontraron dos cajas. Pero el texto indicaba buscar también a unos 30 centímetros de la ventana. Así que retomaron sus excavaciones por allí. Apartaron una de las cajas ya que contenía una bomba de fósforo. Los carabineros salieron mientras que dos expertos abrían la caja. Todavía había otra más, que contenía dos metralletas. Todas las armas estaban nuevas, en perfecto estado. Nunca habían sido utilizadas.» [26]
En contradicción con lo que el terrorista Vinciguerra había indicado en los años 1980, Andreotti afirmaba insistentemente que los servicios secretos militares italianos y los miembros de Gladio no tenían absolutamente nada que ver con la ola de atentados que se había producido en Italia. Según Andreotti, antes de ser reclutado, cada miembro de Gladio era sometido a exámenes intensivos y tenía que «ajustarse rigurosamente» a la ley que regía el funcionamiento de los servicios secretos con el fin de probar su «fidelidad absoluta a los valores de la Constitución republicana antifascista».
El procedimiento tenía también como objetivo garantizar la exclusión de todo aquel que ocupara alguna función administrativa o política. Además, según afirmaba también Andreotti, la ley estipulaba que «los elementos preseleccionados no tuviesen antecedentes penales, no tuviesen ningún compromiso de tipo político y no participaran en ningún tipo de movimiento extremista». Al mismo tiempo, Andreotti señalaba que los miembros de la red no podían declarar ante la justicia y que sus identidades así como otros detalles sobre el ejército secreto eran secreto militar. «La Operación, debido a sus modalidades concretas de organización y de acción –tal y como estaban previstas por las directivas de la OTAN e integradas en su estructura específica– debe prepararse y ejecutarse en el más absoluto secreto.» [27]
Las revelaciones de Andreotti sobre el «SID paralelo» sacudieron Italia. A muchos les costaba aceptar la idea de un ejército secreto dirigido por la CIA y la OTAN en Italia y en el extranjero. ¿Podía ser legal una estructura de ese tipo? El diario italiano La Stampa fue particularmente duro: «Ninguna razón de Estado puede justificar que se mantenga, que se cubra o se defienda una estructura militar secreta compuesta de elementos reclutados en base a criterios ideológicos –dependiente o, como mínimo, bajo la influencia de una potencia extranjera– y que sirva de instrumento para un combate político. No existen, para calificar eso, palabras que no sean alta traición o crimen contra la Constitución.» [28]
En el senado italiano, representantes del Partido Verde, del Partido Comunista y del Partido de los Independientes de Izquierda acusaron al gobierno de haber utilizado las unidades de Gladio para practicar una vigilancia territorial y perpetrar atentados terroristas con el objetivo de condicionar el clima político. Pero el PCI estaba sobre todo convencido de que, desde el comienzo de la guerra fría, el verdadero blanco de la red Gladio no había sido un ejército extranjero sino los propios comunistas italianos. Los observadores subrayaban que «con ese misterioso SID paralelo, fomentado para contrarrestar un imposible golpe de Estado de la izquierda, estuvimos corriendo sobre todo el peligro de vernos expuestos a un golpe de Estado de la derecha (…) No podemos creer eso (…), que ese superSID haya sido aceptado como una herramienta militar destinada a operar “en caso de una ocupación enemiga”. El único verdadero enemigo fue y ha sido siempre el partido comunista italiano, o sea un enemigo interno.» [29]
Decidido a no asumir sólo aquella responsabilidad, el primer ministro Andreotti se presentó ante el parlamento italiano, el mismo día que entregó su informe final sobre Gladio, y declaró: «A cada jefe de gobierno se le informaba la existencia de Gladio». [30] Sumamente embarazosa, esa declaración comprometió entre otros a los ex primeros ministros, como el socialista Bettino Craxi (1983-1987); Giovanni Spadolini del Partido Republicano (1981-1982), entonces presidente del senado; Arnaldo Forlani (1980-1981), quien era en 1990 secretario de la DCI; y Francesco Cossiga (1978-1979), en aquel
entonces presidente de la República.
Al verse de pronto en el ojo de la tormenta, debido a las revelaciones de Andreotti, las reacciones de estos altos dignatarios
fueron confusas. Craxi afirmaba que nunca se le había informado la existencia de Gladio, hasta que le pusieron delante un documento sobre Gladio firmado de su puño y letra en la época en que él era primer ministro. Spadolini y Forlani sufrieron similares ataques de amnesia, pero también tuvieron que retractarse de sus declaraciones iniciales. Spadolini provocó la hilaridad de todo el mundo al precisar que había que distinguir entre lo que él sabía como ministro de Defensa y lo que le informaban como primer ministro. Francesco Cossiga, presidente de la República desde 1985, fue el único que reconoció plenamente su papel en la conspiración.
Durante una visita oficial en Escocia, anunció que estaba incluso «feliz y orgulloso» de haber contribuido a la creación del ejército secreto como encargado de asuntos de Defensa en el seno de la DCI, en los años 1950. [31] Declaró que todos los miembros de Gladio eran buenos patriotas y se expresó en los siguientes términos: «Yo considero como un gran privilegio y una prueba de confianza (…) el haber sido escogido para esa delicada tarea (…) Tengo que decir que estoy orgulloso de que hayamos podido guardar ese secreto durante 45 años.» [32] Al abrazar así la causa de la organización implicada en actos de terrorismo, el presidente tuvo que enfrentar, a su regreso a Italia, una tempestad política y exigencias de renuncia y de destitución por alta traición provenientes de todos los partidos. El juez Casson tuvo la audacia de llamarlo a comparecer como testigo ante la comisión investigadora del senado.
Pero el presidente, que visiblemente ya no estaba tan «feliz», se negó de forma colérica y amenazó con cerrar toda la investigación parlamentaria sobre Gladio: «Reenviaré al parlamento el acta que extiende sus poderes y, si [el parlamento] la aprueba de nuevo, reexaminaré el texto para determinar si reúne las condiciones para presentar un rechazo [presidencial] definitivo de su promulgación». [33] Como aquella amenaza no tenía ninguna justificación constitucional, los críticos empezaron a cuestionar la salud mental del presidente. Cossiga renunció a la presidencia en abril de 1992, 3 meses antes del término legal de su mandato. [34]
En una alocución pública pronunciada ante el senado italiano el 9 de noviembre de 1990, Andreotti subrayó nuevamente que la OTAN, Estados Unidos y numerosos países de Europa occidental, como Alemania, Grecia, Dinamarca y Bélgica, estaban implicados en la conspiración stay-behind. Como prueba de sus alegaciones, reveladores datos confidenciales fueron entregados a la prensa, la publicación política italiana Panorama divulgó íntegramente el documento El SID paralelo – El caso Gladio, que Andreotti había entregado a la comisión parlamentaria.
Cuando las autoridades francesas trataron de negar su propia implicación en la red internacional Gladio, Andreotti contestó
implacablemente que Francia también había participado secretamente en la última reunión del comité director de Gladio, el ACC, que se había desarrollado en Bruselas sólo unas pocas semanas antes, los días 23 y 24 de octubre de 1990, ante lo cual, un poco incómoda, Francia tuvo que reconocer su participación en la operación. A partir de entonces, se hacía imposible desmentir la dimensión internacional de la guerra secreta y el escándalo no tardó en extenderse por toda Europa
occidental.
Después, siguiendo las fronteras de los Estados miembros de la OTAN, se propagó rápidamente por Estados Unidos. La comisión del parlamento italiano encargada de investigar sobre Gladio y sobre los atentados perpetrados en su país concluyó: «Aquellas matanzas, aquellas bombas, aquellas operaciones militares fueron organizadas, instigadas o apoyadas por personas que trabajan para las instituciones italianas y, como se descubrió más recientemente, por individuos vinculados a las estructuras de la inteligencia estadounidense». [35]
Los ejércitos secretos de la OTAN (II)
Cuando se descubrió el Gladio en los Estados europeos…
Proseguimos la publicación seriada de la obra de referencia sobre las
redes stay-behind de la OTAN. En este segundo capítulo, el historiador
suizo Daniele Ganser describe la larga serie de descubrimientos que
revelaron la existencia de esa organización clandestina en toda Europa
occidental y más allá así como el manto de silencio que rápidamente se
extendió sobre ese escándalo. La cuestión planteada entonces por el
Parlamento Europeo era saber si las instituciones democráticas no eran
más que una fachada tras la cual los anglosajones venían manipulando a
los pueblos de Europa occidental desde hacía medio siglo. Una pregunta
que sigue siendo válida.
Fin del año 1990, el escándalo sobre el Gladio estalla en
momentos en que el presidente francés Francois Mitterrand prepara la
opinión pública para la entrada de Francia en la guerra de Irak junto a
Estados Unidos. Mitterrand confía a su ministro de Defensa, Jean-Pierre
Chevenement (con los brazos cruzados en la foto) la misión de acallar
la verdad. Los franceses deben seguir ignorando que, desde hace medio
siglo, una estructura militar clandestina dirige los Estados de Europa
occidental al margen de las instituciones democráticas.
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Este artículo es la continuación de la primera parte: «Cuando el juez Felice Casson reveló la existencia de Gladio…»
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Los periodistas extranjeros reunidos en el club de la prensa de Roma
en el verano de 1990 se quejaban de la cobardía de sus redacciones ante
el delicado caso Gladio y su dimensión internacional. Efectivamente, se
hace necesario recordar el delicado contexto en que se produjeron las
revelaciones que el primer ministro italiano Giulio Andreotti hiciera
el 3 de agosto ante el senado de su país sobre la existencia de un
ejército secreto stay-behind creado por la OTAN en toda Europa
occidental.
La reveladora alocución de Andreotti tuvo lugar el día después del 2
de agosto de 1990, día de la invasión de Kuwait por el dictador iraquí
Sadam Husein. En París, Londres y Washington, jefes de redacciones y
consejeros militares temían que aquel escándalo viniera a perturbar los
preparativos para la guerra del Golfo.
El 2 de agosto, en Nueva York, Estados Unidos, Gran Bretaña y
Francia, «espantados por la invasión de Kuwait», habían impuesto en el
Consejo de Seguridad de la ONU, con la anuencia de China y Rusia, la
adopción de la resolución 660, que ordenaba «la retirada inmediata e
incondicional de todas las fuerzas iraquíes de las posiciones ocupadas
el 1º de agosto de 1990».
En Occidente y en el mundo entero los medios de difusión estaban
entonces focalizados en la «crisis del Golfo» y relataban como Estados
Unidos, bajo la presidencia de George Bush padre, había emprendido la
mayor operación militar desde la Segunda Guerra Mundial a la cabeza de
una coalición de países a la que pertenecían Alemania, Francia, Gran
Bretaña, Italia y Holanda para liberar Kuwait de la ocupación iraquí en
el marco de una operación bautizada como «Tormenta del Desierto», en
enero y febrero de 1991 [1].
Las grandes cadenas televisivas tenían así simultáneamente dos extrañas
historias que poner a la disposición del público: una guerra limpia en
el Golfo Pérsico y el escándalo del Gladio en Europa, que finalmente
optaron por silenciar [2].
Como consecuencia de las revelaciones del primer ministro italiano
Giulio Andreotti, el escándalo atraviesa las fronteras de Italia
cuando, el 30 de octubre, el ex primer ministro socialista de Grecia,
Andreas Papandreou, confirma en el diario griego Ta Nea que él mismo
había descubierto, en 1984, una estructura secreta de la OTAN muy
parecida al Gladio italiano y cuyo desmantelamiento había ordenado de
inmediato. Otras voces se hicieron oír para exigir una investigación
parlamentaria sobre el ejército secreto y su supuesto papel en el golpe
de los coroneles de 1967. Pero el gobierno conservador griego de la
época hizo caso omiso. El ministro de defensa Varvitsiotis explicó que
un ex agregado militar griego en Washington que había trabajado para la
OTAN examinaría las acusaciones, pero anunció: «El gobierno no tiene
nada que temer» [3].
De Grecia el escándalo pasó después a Alemania donde, el 5 de
noviembre, un parlamentario verde, Manfred Such, que se había enterado
del escándalo a través del diario alemán TAZ, emplazó solemnemente al
gobierno de Helmut Kohl a expresarse sobre las sospechas de existencia
de estructuras del tipo Gladio en Alemania. Mientras que en el
ministerio de Defensa alemán se reflexionaba sobre la forma más
conveniente de encarar aquel emplazamiento, el canal privado de
televisión RTL provocó la indignación pública al revelar, en un
reportaje especial dedicado a Gladio, que ex miembros de las SS
hitlerianas habían formado parte de la rama alemana de la red y que, en
muchos otros países, partidarios de la extrema derecha habían sido
enrolados en el ejército secreto anticomunista.
La tensión aumentó todavía más cuando el vocero del gobierno alemán,
Hans Klein, trató de explicar de forma confusa que «el Gladio alemán no
era, como se ha dicho, un comando secreto o una unidad de guerrilla», y
agregó que no podía mencionar detalles debido a que el asunto era
secreto militar [4].
Las declaraciones de Klein provocaron un escándalo entre los
socialdemócratas y los verdes de la oposición, quienes vieron en ellas
un trampolín dada la cercanía de las elecciones federales.
El parlamentario Hermann Scheer, el especialista en cuestiones de
defensa en el seno del SPD, el partido socialdemócrata alemán, comparó
aquella misteriosa red a una especie de «Ku Klux Klan», más destinado a
realizar operaciones clandestinas contra la población y contra la
oposición que a luchar contra una improbable invasión soviética. Scheer
insistía en que urgía implementar una investigación sobre Gladio «antes
de que puedan hacer desaparecer las pruebas» [5].
«Este asunto es de la competencia del fiscal general
(Generalbundesanwalt)», explicó Scheer, «ya que la existencia de una
organización militar secreta fuera de todo control gubernamental o
parlamentario es totalmente contraria a la ley fundamental y entra, por
lo tanto, dentro del campo de la justicia penal» [6].
El parlamentario socialdemócrata Wilfried Penner, miembro de la
Comisión Parlamentaria de Control (PKK) de los servicios secretos
alemanes, precisó que nunca había oído hablar de la red secreta de la
OTAN ni «de sus ramificaciones mafiosas» y que «este asunto tenía que
ser tratado públicamente, a la vista de todos» [7].
Burkhard Hirsch, responsable de los servicios secretos en el seno del
gobierno y miembro de la PKK, se declaró también «extremadamente
inquieto» ya que «si algo puede permanecer en secreto durante tanto
tiempo, y pueden confiar en mi larga experiencia, es porque hay algo
podrido» [8].
Las voces que se elevaban desde las filas del SPD exigiendo una
investigación oficial se callaron sin embargo rápidamente cuando el
gobierno democratacristiano reveló que los ministros socialdemócratas
también habían mantenido el secreto durante los años que estuvieron en
el poder. Es por esa razón que, a pesar de las protestas de los verdes,
la cuestión se zanjó a puertas cerradas.
En Bélgica, en la noche del 7 de noviembre, el ministro socialista
de Defensa Guy Coeme confirmó a una población espantada que en su país
también había existido un ejército secreto vinculado a la OTAN. En una
referencia implícita a las matanzas registradas en Brabante –durante
los años 1980, hombres vestidos de negro habían abierto fuego sobre los
clientes de varios supermercados causando numerosos muertos–, el
ministro agregó: «Quiero descubrir ahora si existe un vínculo entre las
actividades de esa red secreta y la ola de atentados que ensangrentó
nuestro país durante los últimos años» [9].
Enfrentando las cámaras de la prensa, el primer ministro belga
Wilfried Martens, visiblemente preocupado, declaró: «Soy primer
ministro desde hace 11 años, pero siempre ignoré la existencia de una
red de ese tipo en nuestro país». Los periodistas señalaron que el
primer ministro, «de ordinario tan sosegado ante cualquier
circunstancia», parecía esta vez «cualquier cosa menos relajado» [10].
El parlamento belga decidió entonces formar una comisión especial
encargada de investigar sobre la red stay-behind de Bélgica. Un año
después, luego de haber obtenido el desmantelamiento de la red, dicha
comisión presentó un valioso informe público de no menos de 250
páginas [11].
Los parlamentarios belgas lograron descubrir que el ejército
clandestino de la OTAN seguía estando activo. Supieron que el ACC, que
se componía de los generales que comandaban los ejércitos stay-behind
de numerosos países de Europa occidental, se había reunido en el mayor
secreto en su cuartel general de Bruselas los días 23 y 24 de octubre
de 1990. Aquel consejo se había desarrollado bajo la presidencia del
general Raymond Van Calster, jefe del Servicio General de Inteligencia
(SGR, siglas en francés), los servicios secretos militares belgas.
Van Claster montó en cólera cuando varios periodistas lograron
seguir la pista hasta él y lo contactaron repetidamente por teléfono.
La primera vez mintió a la prensa al negar categóricamente, el 9 de
noviembre, haber presidido la reunión internacional del ACC y al
afirmar que Gladio era una cuestión estrictamente italiana. Más tarde
admitió que una red secreta había sido efectivamente instaurada en
Bélgica después de la Segunda Guerra Mundial «con el fin de recoger
datos de inteligencia ante la hipótesis de una invasión soviética» [12].
Desmintiendo enérgicamente todo «vínculo directo con la OTAN», el
general se negó a entrar en detalles, aunque afirmó solemnemente: «No
tenemos nada que esconder» [13].
En Francia, el gobierno del presidente socialista Francois
Mitterrand trató de restar importancia al asunto anunciando, a través
de un representante prácticamente desconocido, que el ejército secreto
«estado disuelto desde hacia mucho tiempo [en nuestro país]» [14].
El general Constantin Melnik, jefe de los servicios secretos franceses
entre 1959 y 1962, hizo correr además, a través del diario más
importante de Francia, el rumor de que el Gladio francés había «sido
probablemente desmantelado inmediatamente después de la muerte de
Stalin en 1953 y no debía existir ya bajo la presidencia de De Gaulle
[o sea después de 1958]» [15].
La prensa francesa se alineó detrás del gobierno, que aquel entonces
se encontraba en plenos preparativos para la guerra del Golfo, y se
cuidó de hacer preguntas demasiado delicadas. Fue así como un
«escándalo que ocupaba los titulares de primera plana en todos los
diarios de Europa sólo se reflejó en una pequeña nota en los diarios
parisinos» [16].
Implacablemente, el primer ministro italiano Andreotti echó por
tierra la mentira francesa al declarar el 10 de noviembre de 1990 que
Francia había participado también en la última reunión de la jefatura
de Gladio, el ACC, celebrada en Bélgica el 23 de octubre de 1990.
Después de aquella revelación, el ministro francés de Defensa
Jean-Pierre Chevenement, ante aquella situación embarazosa, trató de
limitar los daños afirmando que el ejército secreto francés se había
mantenido pasivo: «Según las informaciones de que dispongo, nunca tuvo
más función que la de mantenerse a la espera y cumplir una función de
enlace».
En respuesta a un periodista de radio que le preguntaba si se iba a
producir en Francia una tormenta política similar a las Italia y
Bélgica, el ministro se entregó a varias especulaciones sobre las
actividades terroristas o de otro tipo del ejército secreto antes de
contestar con toda calma: «No lo creo». [17]
La prensa subrayó que el gobierno estaba haciendo todo lo posible por
evitar que la población viera en Gladio una «abominación nacional» [18].
En Gran Bretaña, varios voceros del ministerio de Defensa se
turnaban día tras día dando invariablemente a la prensa casi la misma
respuesta: «Lo siento pero nunca abordamos cuestiones de seguridad» o
«Se trata de una cuestión de seguridad, por lo tanto no la abordaremos»
o quizás «No nos dejaremos arrastrar al terreno de la seguridad
nacional» [19].
Mientras que los diarios seguían publicando día tras día titulares
sobre el escándalo del Gladio, el ministro británico de Defensa Tom
King se aventuró a abordar con desenfado el inquietante asunto: «No sé
detrás de qué quimera están corriendo ustedes. La cosa parece
terriblemente apasionante, pero me temo que soy un completo ignorante
en la materia. Estoy mucho mejor informado sobre el Golfo» [20].
En el contexto de los preparativos para la Operación Tormenta del
Desierto y la guerra contra Irak, al parlamento británico le pareció
que no era urgente crear una comisión o abrir un debate parlamentario
[sobre Gladio] y prefirió respaldar al gobierno del primer ministro
John Major. En el verano de 1992, no se había proporcionado aún ninguna
versión oficial sobre Gladio, lo cual provocó la indignación de
periodistas como Hugh O’Shaughnessy: «El silencio de Whitehall [21]
y la falta casi total de curiosidad demostrada por los parlamentarios
sobre un escándalo en que Gran Bretaña está tan profundamente implicada
resultan extraordinarios [22].
En Holanda, el primer ministro Ruud Lubbers, en el cargo desde 1982,
decidió reaccionar ante el delicado problema con el envío al
parlamento, el 13 de noviembre, de una carta en la que confirmaba la
existencia de un ejército secreto similar en el país y subrayando que
«esa organización nunca estuvo bajo el control de la OTAN» [23].
Posteriormente, Lubbers y el ministro de Defensa de Holanda, Relus Ter
Beek, informaron a puertas cerradas al Comité encargado de las
cuestiones vinculadas a la inteligencia y la seguridad en el seno del
parlamento sobre ciertos detalles sensibles del Gladio holandés. «Los
sucesivos jefes de gobierno y ministros de Defensa estimaron siempre
que era preferible no involucrar en el secreto a los demás miembros del
gabinete ni al parlamento», declaró Lubbers ante los diputados,
agregando que estaba orgulloso de que una treintena de ministros
hubieran sido capaces de mantener aquello en secreto.
Mientras los parlamentarios denunciaban el peligro que implicaba la
existencia de un ejército secreto cuya existencia era desconocida para
el parlamento y para la inmensa mayoría de la ciudadanía, se decidió
que la red secreta no sería objeto de ninguna investigación
parlamentaria ni informe público alguno. «El problema no es tanto que
tal cosa [el Gladio] haya podido o pueda existir aún hoy en día»,
declaró el miembro de la oposición liberal Hans Dijkstal, «sino más
bien que el parlamento no haya sido informado de nada antes de ayer en
la noche» [24].
En el vecino Luxemburgo, el primer ministro Jacques Santer se
presentó ante el parlamento el 14 de noviembre de 1990 y confirmó que
un ejército secreto creado por iniciativa de la OTAN había existido
también en su país. «Las actividades de esas personas se limitaban, y
así fue desde su origen, a entrenarse para su misión, o sea a aprender
a reaccionar individualmente en un entorno hostil o a coordinar los
esfuerzos con los países aliados», insistió Santer [25].
El reclamo de Jean Huss, un representante del partido verde
alternativo que demandaba en primer lugar que se abriera un debate
parlamentario sobre la cuestión y la posterior creación de una comisión
investigadora parlamentaria, fue sometido a votación y rechazado por la
mayoría de los parlamentarios.
Cuando la prensa internacional anunció que «en Portugal, una radio
de Lisboa reportó que células de la red asociada a la Operación Gladio
fueron utilizadas durante los años 50 en la defensa de la dictadura de
derecha de Salazar», el gobierno en funciones respondió emitiendo un
desmentido oficial [26].
El ministro portugués de Defensa, Fernando Nogueira, declaró el 16 de
noviembre de 1990 que nunca había tenido conocimiento de la presencia
de una red Gladio de ningún tipo en Portugal y afirmó que no se
disponía en el ministerio de Defensa ni en la Comandancia de las
fuerzas armadas «de ninguna información sobre la existencia o las
actividades de una “estructura Gladio” en Portugal» [27].
Un general retirado desmintió la versión del gobierno y confirmó en
la prensa, de forma anónima, que un ejército paralelo existía también
en Portugal y que «dependía del ministerio de Defensa, del ministerio
del Interior y del ministerio de Asuntos Coloniales» [28].
En la vecina España, país que, al igual que Portugal, había vivido la
mayor parte de la guerra fría bajo el yugo de una dictadura de derecha
que reprimía la oposición política mediante el terror y la tortura,
Alberto Oliart, ministro de Defensa a principios de los años 1980,
calificó de «pueril» el hecho de preguntarse si la España franquista
también había tenido un ejército secreto de extrema derecha ya que
«aquí, Gladio era el gobierno mismo» [29].
En Dinamarca, ante la presión pública, el ministro de Defensa Knud
Engaard se dirigió al parlamento, el Folketing, el 21 de noviembre para
desmentir que alguna organización «de cualquier naturaleza» hubiese
sido creada en el país por la OTAN y sostenida por la CIA. «Como las
informaciones relativas a una operación montada por los servicios
secretos ante la hipótesis de una ocupación del país son
confidenciales, incluso altamente confidenciales», subrayó el ministro,
«me resulta imposible hablar de ellas ante el parlamento danés». Pelle
Voigt, que había traído el caso de Gladio al parlamento, hizo notar que
«la respuesta del ministro de Defensa era contradictoria y confirmaba
indirectamente que Dinamarca también tenía su red clandestina» [30].
Esto dio lugar a una discusión a puertas cerradas en el seno de la
Comisión del parlamento danés encargada de controlar la acción de los
servicios secretos.
Cuando la prensa de Noruega empezó a interpelar al gobierno sobre el
tema del Gladio, la respuesta que recibió fue la más corta que se haya
ofrecido nunca sobre ese tema. «Las palabras de Hansen siguen siendo
exactas», declaró el vocero del ministerio de Defensa Erik Senstad,
refiriéndose así a una intervención del ministro de Defensa Rolf Hansen
ante el parlamento, intervención que databa de 1978 y en la que el
ministro no tuvo más remedio que reconocer la existencia en Noruega de
un ejército secreto, que ya había sido descubierto. El contralmirante
Jan Ingebristen, quien había renunciado a su cargo de jefe de la
inteligencia militar noruega en 1985, provocó la indignación de la
población al justificar el secreto que rodeaba la existencia de
aquellos ejércitos. «No hay en ello nada sospechoso. Si esas unidades
están destinadas a actuar clandestinamente en territorio ocupado, es un
imperativo que se mantengan en secreto» [31].
En Turquía, la élite del poder reaccionó ante el escándalo del
Gladio el 3 de diciembre a través del general Dogan Beyazit, presidente
del Departamento de Operaciones del ejército turco, y del general Kemal
Yilmaz, comandante de las Fuerzas Especiales, quienes confirmaron en la
prensa la existencia de un ejército secreto creado por la OTAN y
dirigido por el «Departamento de Operaciones Especiales» con la misión
de «organizar la resistencia ante la posibilidad de una ocupación
comunista» [32].
Mientras los generales trataban de convencer a la opinión de que los
miembros del Gladio turco eran todos buenos «patriotas», los
periodistas y el ex primer ministro Bulent Ecevit revelaron que el
ejército secreto, bautizado contraguerrilla, estaba implicado en actos
de tortura, atentados y asesinatos así como en los sucesivos golpes de
Estado que habían caracterizado la historia reciente de Turquía. El
ejército se negó a responder las preguntas del parlamento y de los
ministros civiles y el ministerio de Defensa turco le advirtió a Ecevit
que «¡hubiera hecho mejor en cerrar el pico!» [33].
Mientras la contraguerrilla [turca] proseguía varias operaciones, el
propio Departamento de Estado estadounidense señalaba en su informe de
1995 sobre los derechos humanos que «fuentes confiables en el seno de
organizaciones humanitarias, representantes de la comunidad kurda y
kurdos presentes en el lugar afirman que el gobierno autoriza, incluso
organiza, el asesinato de civiles». El informe precisaba que «las
asociaciones de defensa de derechos humanos refieren una tesis
generalizada y creíble según la cual un grupo de contraguerrilla
vinculado a las fuerzas de seguridad estuvo cometiendo “matanzas
secretas”».
Cuando la periodista [estadounidense] Lucy Komisar trató de extender
la investigación a los Estados Unidos descubrió rápidamente que, en
cuestión de secretos militares, su propio gobierno no era mucho mejor
que los generales turcos. «El Pentágono se negó a decirme si Washington
seguía proporcionando fondos o algún tipo de ayuda al Departamento de
Operaciones Especiales. En realidad, esquivaron todas mis preguntas
sobre ese tema.» Komisar recibió siempre respuestas evasivas: «Los
representantes que pude ver me respondieron que no sabían nada o que
los hechos eran demasiado recientes como para que hubiese algo en los
archivos o que yo estaba describiendo una operación de la CIA sobre la
que nada podían decirme». Un historiador del Pentágono le respondió:
«Ah, ¿usted quiere hablar de la organización “stay-behind”? ¡Eso es
confidencial!» [34].
Pero el problema de la contraguerrilla [turca] no tardó en
reaparecer. El 3 de noviembre de 1996, un automóvil negro marca
Mercedes chocó con un tractor en una autopista, cerca del apartado
pueblo de Susurluk, más de 150 kilómetros al sur de Estambul. Un
dirigente de la contraguerrilla turca, un alto responsable de la
policía y un miembro del Parlamento resultaron muertos en el accidente.
Muchos vieron en ello la prueba concreta de la profunda implicación del
gobierno en la guerra sucia de la contraguerrilla y miles de personas
salieron a la calle para protestar contra el «Estado de Susurluk» y
exigir que se liberara el país «del control de las pandillas».
En enero de 1998, el primer ministro Mesut Ylmaz tuvo que informar
ante millones de teleespectadores sobre las conclusiones de los 7 meses
de investigación parlamentaria sobre el escándalo de Susurluk. «Esto es
la anatomía de un escandaloso caos», comenzó el primer ministro, antes
de reconocer que un «escuadrón de la muerte se había mantenido en el
seno del Estado» mientras que «todos los órganos del poder tenían
conocimiento de la situación» [35].
Como consecuencia de la profusión de revelaciones acusadoras en toda
Europa occidental, el escándalo del Gladio fue objeto de debate en el
Parlamento Europeo el 22 de noviembre de 1990. La Comunidad Europea se
componía en aquel entonces de 12 miembros, y todos se veían afectados
por el escándalo [36].
Los 12 habían establecido entre sí una estrecha cooperación y se
disponían a instaurar el Mercado Común, que debía garantizar la libre
circulación de personas, bienes y servicios y capitales. Sin embargo,
las cuestiones de seguridad y de defensa seguían estando en manos de
cada uno de los Estados miembros ya que estos seguían siendo soberanos
en ambos aspectos.
«Señor presidente, damas y caballeros, una exigencia de orden moral
y político se plantea a la nueva Europa que poco a poco estamos
construyendo», así abrió el debate aquel día el eurodiputado Falqui.
«Esta Europa sólo podrá sobrevivir basándose en la verdad y en la
perfecta transparencia de sus instituciones ante las oscuras intrigas
contra la democracia que han marcado la historia, incluso la historia
reciente, de muchos países europeos.» Subrayó Falqui que no habría
«futuro alguno, señoras y señores, si no disipamos ese sentimiento de
haber vivido en lo que pudiéramos llamar un doble Estado, abierto y
democrático por un lado, por el otro clandestino y reaccionario. Es por
ello que tenemos que conocer la naturaleza y el número de redes
“Gladio” a las que dieron abrigo los Estados miembros de la Comunidad
Europea» [37].
El eurodiputado belga Dury (socialista) compartía aquellas
preocupaciones al declarar a sus colegas parlamentarios: «Lo que nos
inquieta en el caso Gladio es que tales redes hayan podido existir a
espaldas y fuera de todo control de las instituciones políticas
democráticas. Ese es, a mi entender, el principal problema
subsistente.» Dury concluyó que la historia de los ejércitos secretos
debía ser investigada: «Estamos, por nuestra parte, convencidos de la
necesidad de arrojar luz sobre todo este asunto para definir todas sus
implicaciones y poner fin a los abusos que pudiesen perdurar y afectar
a otras organizaciones así como prevenir las posibles tentaciones que
pudiesen haberse suscitado».
Según el eurodiputado belga, la investigación tenía que abordar
también el papel de la OTAN «aunque en lo tocante a su responsabilidad
y la del SHAPE, no creo que se pueda hablar de conspiración», indicó.
«Me parece, a pesar de todo, que tenemos que mantenernos especialmente
vigilantes y atentos si queremos que se sepa toda la verdad. Bien
sabemos que ciertos miembros de Gladio son también miembros de los
comités de la OTAN». Y concluyó: «Arrojar luz sobre este tipos de zonas
oscuras constituye precisamente la obligación que nos confiere nuestro
mandato democrático» [38].
«Señor presidente, el sistema Gladio operó durante 40 años bajo
distintos nombres», declaró ante sus colegas el parlamentario griego
Ephremidis. «Operó en la clandestinidad y razonablemente podemos
atribuirle una responsabilidad en todos los actos de desestabilización,
de provocación y de terrorismo cometidos en nuestros países a lo largo
de 4 décadas, actos en los que seguramente se encuentra implicado de
forma directa o indirecta». Ephremidis denunció enérgicamente la red
stay-behind en su conjunto y sobre todo «el hecho que [esa red] haya
sido instaurada por la CIA y la OTAN, las cuales –con el pretexto de
defender la democracia– pisotearon ésta última y la utilizaron en aras
de sus funestos propósitos».
Al aludir de forma implícita al papel que desempeñó el Gladio griego
en el golpe de Estado de 1967, señaló indignado el hecho que «la
democracia que se supone disfrutamos no ha sido ni es en realidad otra
cosa que una fachada» y llamó al Parlamento Europeo a realizar una
investigación. «Hay que descubrir cada una de las sutilezas del asunto
y, para ello, tenemos que formar una subcomisión investigadora
encargada de escuchar a los testigos y de dar a conocer toda la verdad
para que se tomen todas las medidas necesarias para liberar por fin
nuestros países de esas organizaciones clandestinas» [39].
El parlamentario belga de Donnea (reformador liberal) ofreció, por
su parte, una visión muy diferente: «Señor presidente, al término de la
Segunda Guerra Mundial, para la mayoría de nuestros Estados estaba
plenamente justificada la creación de servicios que tuvieran como
misión la preparación de redes de resistencia que pudieran ser
activadas en caso de ocupación de nuestro territorio por parte de los
ejércitos del Pacto de Varsovia». Este eurodiputado belga subrayó:
«Estamos por lo tanto en deuda con todos aquellos que, mientras la
guerra fría se prolongaba eternamente, trabajaron en esas redes». Para
de Donnea era evidente que los ejércitos secretos tenían que seguir
siendo secretos: «Para mantener su eficacia, esas redes tenían
necesariamente que mantenerse en la sombra», aunque deseaba de todas
maneras que salieran a la luz sus supuestos vínculos con actividades
terroristas: «Dicho esto, si existen indicios o fuertes presunciones
que permiten suponer que esas redes hayan podido actuar de forma ilegal
y anormal en ciertos países, es interés de todos averiguar la verdad y
castigar a los culpables» [40].
El diputado flamenco Vandemeulebroucke resumió de manera bastante
justa el sentir de numerosos europeos: «Este caso deja un gusto amargo
porque se remonta a la creación de la Comunidad Europea y porque
pretendemos precisamente instaurar una nueva forma de democracia».
Precisó Vandemeulebroucke que era sobre todo el secreto que rodeaba la
operación lo que le inquietaba como parlamentario, ya que «los
presupuestos de esas organizaciones clandestinas se mantuvieron también
en secreto. No se discutieron nunca en ningún parlamento y queremos
expresar nuestra inquietud en cuanto al hecho que (…) resulta evidente
que existen órganos capaces de tomar decisiones y de hacer que estas se
apliquen sin verse sometidos a ningún tipo de control democrático».
El diputado holandés concluyó: «Quiero protestar más enérgicamente
aun contra el hecho que el ejército americano, ya sea a través del
SHAPE, de la OTAN o de la CIA, se arrogue el derecho de interferir en
nuestra democracia». Reconoció después que el asunto no entraba dentro
del campo de competencia del Parlamento Europeo. «Estoy perfectamente
conciente de que no somos competentes en materia de seguridad y de
mantenimiento de la paz», explicó. «Es por eso que la resolución votada
pide la creación de una comisión investigadora parlamentaria en cada
uno de los 12 Estados miembros para se sepa la verdad» [41].
Como consecuencia de los debates, el Parlamento Europeo decidió
adoptar una resolución sobre el caso Gladio. La resolución contenía una
enérgica denuncia del fenómeno y, en su preámbulo, intentaba describir
la operación a través de 7 puntos:
1.
«Considerando que varios gobiernos europeos han revelado la existencia
desde hace 40 años y en varios Estados miembros de la Comunidad de una
organización que realiza operaciones armadas y de inteligencia
paralela»;
2.
«Considerando que durante estos 40 años esa organización escapó a todo
control democrático y fue dirigida por los servicios secretos de los
Estados interesados en colaboración con la OTAN»;
3.
«Temiendo que tales redes hayan podido interferir ilegalmente en los
asuntos políticos internos de los Estados miembros o que sigan teniendo
la capacidad de hacerlo»;
4.
«Considerando que en ciertos Estados miembros los servicios secretos
militares (o elementos incontrolables en el seno de esos servicios) han
estado implicados en graves actos de terrorismo y criminales como se ha
probado mediante diversas investigaciones judiciales»;
5.
«Considerando que esas organizaciones actuaron y siguen actuando fuera
de todo marco legal, no están sometidas a ningún control parlamentario
y, en la mayor parte de los casos, sin que sean informados los más
altos responsables del gobierno y los garantes de la Constitución»;
6.
«Considerando que las diferentes organizaciones “Gladio” disponen de
sus propios arsenales y equipamientos militares que les garantizan una
fuerza de ataque desconocida, constituyendo así una amenaza para las
estructuras democráticas de los países en los que operan y han operado»;
7.
«Profundamente preocupado ante la existencia de órganos de decisión y
de ejecución fuera de todo control democrático y de naturaleza
totalmente clandestina, en momentos en que un fortalecimiento de la
cooperación comunitaria en materia de seguridad está siendo el centro
de todos los debates».
Después de aquel preámbulo, la resolución condenaba, en primer
lugar, «la creación clandestina de redes de acción y de manipulación y
[llamaba] a abrir una profunda investigación sobre la naturaleza, la
estructura, los objetivos y todo otro aspecto de esas organizaciones
secretas o de todo grupo disidente, sobre su utilización como forma de
injerencia en los asuntos políticos internos de los países interesados,
sobre el problema del terrorismo en Europa y sobre la posible
complicidad de los servicios secretos de los Estados miembros o de
terceros países».
En segundo lugar, la Unión Europea protestaba «enérgicamente contra
el derecho que sean arrogado ciertos responsables del ejército
estadounidense que trabajan para el SHAPE o para la OTAN a estimular la
creación en Europa de una red clandestina de inteligencia y acción».
En un tercer punto, la resolución llamaba a «los gobiernos de los
Estados miembros a desmantelar todas las redes militares y
paramilitares clandestinas».
Como cuarto punto, la Unión Europea exhortaba «las jurisdicciones de
los países en los que la presencia de tales organizaciones militares
[estaba] comprobada a determinar con exactitud su composición y su
forma de operar y a establecer un listado de todas las acciones que al
parecer realizaron con vistas a desestabilizar las estructuras
democráticas de los Estados miembros».
La UE reclamaba además que «todos los Estados miembros tomen las
medidas necesarias, de ser necesario mediante la nominación de
comisiones parlamentarias de investigación, con el fin de hacer un
listado exhaustivo de las organizaciones secretas en ese contexto y, al
mismo tiempo, de controlar sus vínculos con sus respectivos servicios
de inteligencia y, de ser el caso, con grupos terroristas y/u otras
prácticas ilegales».
El sexto punto de la resolución estaba dirigido al Consejo de
Ministros de la Unión Europea, muy especialmente a los ministros de
Defensa, y lo llamaba a «proporcionar toda la información sobre las
actividades de esas servicios clandestinos de inteligencia y de acción».
En el séptimo punto, el Parlamento Europeo pedía «a su comisión
competente que escuchara testigos con el fin de aclarar el papel y el
impacto de la organización “GLADIO” y de otras redes similares».
Como último punto, aunque no menos importante, y aludiendo
explícitamente a la OTAN y a los Estados Unidos, el Parlamento Europeo
«[ordenaba] a su presidente transmitir la presente resolución a la
Comisión del Consejo de Europa, al secretario general de la OTAN, a los
gobiernos de los Estados miembros y al gobierno de los Estados Unidos» [42].
Mucho ruido para nada. Ni una sola de las 8 medidas que exigía el
Parlamento Europeo se ejecutó debidamente. Bélgica, Italia y Suiza
fueron los únicos países que nombraron cada uno una comisión
investigadora parlamentaria y presentaron un informe público sustancial
y detallado.
Y, aunque la resolución se puso en conocimiento de los servicios
interesados de la Unión Europea, la OTAN y el gobierno estadounidense,
ni el secretario general de la OTAN Manfred Worner, ni el presidente de
los Estados Unidos George Bush padre apoyaron la apertura de una
investigación exhaustiva u ofrecieron explicaciones públicas.
Los ejércitos secretos de la OTAN (III)
Gladio: Por qué la OTAN, la CIA y el MI6 siguen negando
La existencia del gobierno de las sombras instituido por Estados Unidos
y Gran Bretaña en el conjunto de países aliados quedó fehacientemente
demostrada durante las investigaciones judiciales y parlamentarias
realizadas en los años 1980 y 90. A pesar de ello, la OTAN, la CIA y el
MI6 siguen negando hoy en día. Y es que Washington y Londres no ven en
ello una etapa histórica sino un dispositivo actual. Esto último ha
quedado demostrado con los recientes secuestros perpetrados en Europa y
con el escándalo de los vuelos secretos de la CIA que marcaron la era
de Bush. Si los ejércitos secretos de la OTAN siguen siendo un secreto
militar, es porque se mantienen activos.
Antes de asumir sus funciones como nuevo comandante supremo de
la OTAN (SACEUR), el 2 de julio de 2009, el almirante James G.
Stavridis visitó discretamente el SHAPE para reunirse con los jefes de
las redes stay-behind.
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Este artículo es la continuación de:
1. «Cuando el juez Felice Casson reveló la existencia del Gladio...»
2. «Cuando se descubrió el Gladio en los Estados europeos...»
Cuando se producen las revelaciones sobre la red Gladio, en 1990, la
OTAN, que es la alianza militar más grande del mundo, contaba con 16
países miembros: Alemania, Bélgica, Canadá, Dinamarca, España, Francia,
Grecia, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Holanda, Portugal, Gran
Bretaña, Turquía y los Estados Unidos, país que asume el papel de
comandante.
Ante las revelaciones del primer ministro italiano Giulio Andreotti,
la reacción de la alianza atlántica fue de confusión y de temor por su
imagen cuando se estableció el vínculo entre los ejércitos stay-bahind
y los atentados, actos de tortura, golpes de Estado y otras operaciones
terroristas que se habían cometido en varios países de Europa
occidental.
El lunes 5 de noviembre de 1990, al cabo de un largo silencio que
había durado cerca de un mes, la OTAN negó categóricamente las
alegaciones de Andreotti sobre la implicación de la alianza atlántica
en la Operación Gladio y sus vínculos con los ejércitos secretos. El
principal vocero de la OTAN, Jean Marcotta, afirmó desde el cuartel
general del SHAPE, en Mons (Bélgica) que: «La OTAN nunca ha previsto
recurrir a la guerrilla o a operaciones clandestinas. Siempre se ha
ocupado de cuestiones exclusivamente militares y de la defensa de las
fronteras de los países aliados [1].»
Posteriormente, el martes 6 de noviembre, otro vocero explicó que el
desmentido del día anterior era falso. Este otro vocero sólo
proporcionó a los periodistas un breve comunicado en el que se
precisaba que la OTAN nunca comentaba asuntos que eran secreto militar
y que Marcotta debió haberse mantenido en silencio [2].
La prensa internacional criticó amargamente aquellas contradicciones en
la estrategia de relaciones públicas de la alianza militar: «Mientras
que verdaderos sismos sacuden el continente entero, un vocero de la
OTAN hace un desmentido: nada sabemos de Gladio ni de las redes
stay-behind. Y ahora un lacónico comunicado viene a desmentir el
desmentido “incorrecto” y nada más [3]».
Mientras se producía el derrumbe de la credibilidad de la OTAN, los titulares de los diarios eran: «Unidad clandestina de la OTAN “sospechosa de vínculos con el terrorismo”» [4].
«Red secreta de la OTAN acusada de subversión: La Comisión descubrió
que Gladio, brazo armado clandestino de la OTAN en Italia, se había
convertido en un refugio de fascistas que combatían el comunismo
mediante atentados terroristas que debían justificar un endurecimiento
de las leyes.» [5] «La bomba que estalló en Bolonia provenía de una unidad de la OTAN» [6].
Un diplomático de la OTAN, que insistió en conservar el anonimato,
justificó ante los periodistas: «Ya que se trataba de una organización
secreta, no espero que abunden las respuestas, aunque ya haya acabado
la guerra fría. Si hubo vínculos con organizaciones terroristas, ese
tipo de información debe estar enterrado muy hondo. Y si no es el caso,
¿qué hay de malo en preparar el terreno para la resistencia en caso de
que los soviéticos atacaran?» [7]
Según la prensa española, inmediatamente después del fiasco de la
operación de comunicación de los días 5 y 6 de noviembre, el secretario
general de la OTAN Manfred Worner convocó a los embajadores de la
alianza atlántica para una reunión a puertas cerradas sobre Gladio el 7
de noviembre. El «Supreme Headquarters Allied Powers Europe o SHAPE,
órgano de mando del aparato militar de la OTAN, coordinaba las acciones
del Gladio, eso fue lo que reveló el secretario Manfred Worner durante
una entrevista con los embajadores de las 16 naciones aliadas de la
OTAN», reportó la prensa española. «Worner habría pedido tiempo para
realizar una investigación sobre las causas del desmentido formal» que
la OTAN había publicado el día anterior. «Eso es lo que habría
anunciado a los embajadores del Consejo Atlántico reunidos el 7 de
noviembre, según ciertas fuentes.»
El más alto oficial de la OTAN en Europa, el general estadounidense
John Galvin, había confirmado que las alegaciones de la prensa eran en
gran parte correctas, pero que había que mantener el secreto. «En
aquella reunión a puertas cerradas, el secretario general de la OTAN
precisó que los altos oficiales interrogados (se refería al general
John Galvin, comandante en jefe de las fuerzas aliadas en Europa)
habían indicado que el SHAPE coordinaba las operaciones que realizaba
el Gladio. En lo adelante, la política de la OTAN será negarse a hacer
cualquier comentario sobre los secretos oficiales.» [8]
Según fuentes que han expresado su deseo de mantenerse en el
anonimato, el Buró de Seguridad de la OTAN estaba directamente
implicado en la Operación Gladio [9].
Con sede en el cuartel general de la OTAN en Bruselas, el misterioso
Buró de Seguridad es parte integrante de la OTAN desde la creación de
la alianza atlántica, en 1949. Su misión consiste en coordinar,
supervisar y aplicar las políticas de seguridad de la OTAN. El director
de la Seguridad es el principal consejero del secretario general en
materia de seguridad, dirige el Servicio de Seguridad del cuartel
general y es responsable de la coordinación general de la seguridad en
el seno de la OTAN.
Pero lo más importante es que preside el Comité de Seguridad de la
alianza atlántica, órgano que reúne regularmente a los jefes de los
servicios de seguridad de los países miembros de la OTAN para discutir
sobre cuestiones de espionaje, terrorismo, subversión y otras amenazas,
entre ellas el comunismo en Europa occidental, que pudieran representar
un peligro para la OTAN.
En Alemania, el investigador Erich Schmidt Eenboom reveló que los
jefes de los servicios secretos de varios países de Europa occidental,
sobre todo los de España, Francia, Bélgica, Italia, Noruega, Luxemburgo
y Gran Bretaña, se habían reunido varias veces a finales del año 1990
para elaborar una estrategia de desinformación que debía contrarrestar
las numerosas revelaciones sobre Gladio [10].
Aquellas reuniones se desarrollaron al parecer en el muy secreto
Buró de Seguridad. «El hecho que las estructuras clandestinas de Gladio
fuesen coordinadas por un comité internacional de seguridad que se
componía únicamente de representantes de los servicios secretos»,
resalta el diario portugués Expresso, «plantea otro problema:
el de la soberanía nacional de cada uno de los Estados». Durante la
guerra fría, ciertos servicios de inteligencia actuaban fuera de todo
marco democrático. «Parece como si varios gobiernos europeos hubiesen
perdido el control de sus servicios secretos» mientras que la OTAN
mantenía, por su parte, relaciones particularmente estrechas con los
servicios secretos militares de cada uno de los Estados miembros.
«Parece evidente que la OTAN aplica un principio de confianza
restringida. Según esa doctrina, ciertos gobiernos no son lo
suficientemente activos en la lucha contra el comunismo así que no es
de utilidad informarlos sobre las actividades del ejército secreto de
la OTAN.» [11].
Bajo el título «Manfred Worner habla sobre el Gladio», la prensa
portuguesa publicó detalles suplementarios sobre la reunión del 7 de
noviembre. «El secretario general de la OTAN, el alemán Manfred Worner,
explicó a los embajadores de los 16 países aliados de la OTAN la
función de la red secreta –que fue creada en los años 1950 con el fin
de organizar la resistencia ante la eventualidad de una invasión
soviética.»
Tras las puertas cerradas, «Worner confirmó que el comando militar
de las fuerzas aliadas, el Supreme Headquarters Allied Powers Europe
(SHAPE), coordina las actividades de la “Red Gladio”, instaurada por
los servicios secretos de los diferentes países de la OTAN, a través de
un comité creado en 1952 y presidido actualmente por el general Raymond
Van Calster, jefe de los servicios secretos militares belgas»,
posteriormente se supo que se trataba del ACC. Según el diario, «la
estructura se creó en Italia antes de 1947, más tarde redes similares
se crearon en Francia, Bélgica, el Reino Unido, Holanda, Luxemburgo,
Dinamarca, Noruega y Grecia». «El secretario general reconoció también
que el SHAPE había proporcionado “informaciones falsas” negando la
existencia de esa red secreta, pero se negó a explicar las numerosas
contradicciones en las que se enredaron numerosos gobiernos al
confirmar o negar la realidad sobre las redes Gladio en sus respectivos
países». [12]
En medio de la tormenta, la prensa trató repetidamente de obtener
una explicación, o al menos algún comentario, de la más alta autoridad
civil de la alianza atlántica, el secretario general de la OTAN Manfred
Worner. Pero, conforme a la política de la alianza que consistía en no
pronunciarse sobre secretos militares, Worner rechazó todos los pedidos
de entrevistas [13].
El término «secretos militares» focalizó la atención de los
periodistas, que empezaron entonces a buscar ex responsables de la OTAN
ya retirados que pudiesen expresarse con más libertad sobre el caso.
Joseph Luns, un ex diplomático de 79 años que había ocupado las
funciones de secretario general de la OTAN desde 1971 hasta 1984,
concedió una entrevista telefónica a varios reporteros desde su
apartamento en Bruselas. Afirmó no haber sido informado nunca de la
existencia de la red secreta, hasta que se había enterado, en fecha
reciente, a través de la prensa: «Yo nunca había oído hablar de eso a
pesar de que ejercí algunas responsabilidades en el seno de la OTAN».
Luns admitió, sin embargo, haber sido puesto al tanto «de forma
limitada» en ocasión de operaciones especiales y estimó como «poco
probable pero no imposible» que Gladio hubiera podido existir sin que
él lo supiera [14].
«El
único organismo internacional que ha funcionado es la OTAN, simplemente
porque se trata de una alianza militar y porque nosotros estábamos al
mando », respondió un día el presidente estadounidense Richard Nixon [15].
Hacía notar, con toda razón, que aunque la OTAN tenía su sede
europea en Bélgica, su verdadero cuartel general estaba en Washington,
en el Pentágono. Desde la creación de la alianza atlántica, el
comandante en jefe de la zona Europa, el SACEUR (Supreme Allied
Commander Europe), que ejerce sus funciones desde su cuartel general,
el SHAPE, con sede en Casteau (Bélgica), fue siempre un general
estadounidense. Los europeos podían, por su parte, nombrar al más alto
responsable civil, el secretario general. Pero, desde la nominación del
general Dwight Eisenhower como primer SACEUR, la más alta función
militar en Europa estuvo sistemáticamente en manos de oficiales
estadounidenses. [16]
Thomas Polgar, oficial de la CIA en retiro, confirmó, después de que
se descubriera la existencia de los ejércitos secretos en Europa
occidental, que la coordinación de dichos ejércitos estaba a cargo de
«una especie de grupo de planificación de guerra no convencional»
vinculado a la OTAN [17].
Sus palabras fueron confirmadas por la prensa alemana cuando esta
subrayó que, durante todo el periodo de la guerra fría, ese
departamento secreto de la OTAN estuvo bajo control estadounidense.
«Las misiones de los ejércitos secretos son coordinadas por la “Sección
de Fuerzas Especiales”, que se encuentra en un ala altamente vigilada
del cuartel general de la OTAN en Casteau», reportó un diario alemán.
«Una puerta gris de acero que se abre como la caja fuerte de un banco y
mediante una combinación cifrada impide el acceso de toda persona no
autorizada.
Los oficiales de los demás departamentos invitados a penetrar allí
tienen que presentarse en una ventanilla oscura en la que son sometidos
a un control. La Sección de Fuerzas Especiales está bajo la dirección
de oficiales británicos y estadounidenses exclusivamente y la mayoría
de los documentos que allí circulan llevan la inscripción “American
eyes only” (Únicamente para el personal americano)» [18].
Para contrarrestar la influencia de los partidos comunistas en
ciertos países de Europa occidental, la OTAN había emprendido, desde su
creación al término de la Segunda Guerra Mundial, una guerra secreta no
convencional. Según los descubrimientos de la investigación
parlamentaria belga sobre el Gladio, esa lucha comenzó incluso antes de
la fundación de la alianza atlántica, bajo la coordinación, a partir de
1948, del “Clandestine Committee of the Western Unión” (CCWU) o Comité
Clandestino de la Unión Occidental. Según la prensa, todas las
«naciones [participantes en Gladio] eran miembros del CCWU y asistían
regularmente a reuniones a través de un representante de sus servicios
secretos. Estos estaban generalmente en contacto directo con las
estructuras stay-behind» [19].
En 1949, al firmarse el Tratado del Atlántico Norte, el CCWU fue
secretamente incorporado al nuevo aparato militar internacional y
operó, a partir de 1951, bajo la nueva apelación de CPC. En aquella
época, el cuartel general europeo de la OTAN se encontraba en Francia y
el CPC tenía su sede en París. Como antes lo había hecho el CCWU, el
Comité se encargaba de la planificación, la preparación y la dirección
de las operaciones de guerra no convencional que realizaban los
ejércitos stay-behind y las Fuerzas Especiales. Sólo los oficiales que
disponían de autorizaciones emitidas por el nivel superior estaban
autorizados a penetrar en la sede del CPC donde, bajo la vigilancia de
los expertos de la CIA y del MI6, se reunían varias veces al año los
jefes de los servicios secretos de los Estados de Europa occidental
para coordinar las operaciones de guerra clandestina que se
desarrollaban en toda la parte occidental del continente.
En 1966, cuando el presidente de la República Francesa Charles de Gaulle expulsó a la OTAN de Francia,
el cuartel general europeo de la alianza atlántica tuvo que mudarse de
París a Bruselas, lo cual provocó la cólera del presidente de los
Estados Unidos, Lyndon Johnson. En el más absoluto secreto, el CPC
también se mudó para Bélgica, como se reveló gracias a la investigación
sobre el Gladio belga [20].
La histórica expulsión de la OTAN del territorio francés ofreció
entonces una primera imagen real de los oscuros secretos de la alianza
atlántica. Para Philip Willan, especialista en operaciones secretas:
«La existencia de protocolos secretos de la OTAN que implicaban a los
servicios secretos de los países firmantes y que tenían como objetivo
evitar que los comunistas tuviesen acceso al poder se divulgó por vez
primera en 1966, cuando el presidente De Gaulle decidió retirarse del
comando conjunto de la OTAN y denunció esos protocolos como una
violación de la soberanía nacional» [21].
Si los documentos originales de los protocolos anticomunistas
secretos de la OTAN siguen siendo confidenciales, las especulaciones
sobre su contenido no dejaron de multiplicarse como consecuencia del
descubrimiento de la existencia de los ejércitos secretos stay-behind.
En un artículo dedicado al Gladio, el periodista estadounidense Arthur
Rowse escribió que «una cláusula secreta del tratado inicial de la OTAN
de 1949 estipulaba que todo país candidato a la adhesión tenía que
haber instaurado anteriormente una autoridad de Seguridad Nacional
encargada de dirigir la lucha contra el comunismo por grupos
clandestinos de ciudadanos» [22].
Un especialista italiano en servicios secretos y operaciones clandestinas, Giuseppe de Lutiis, descubrió que en el momento de su integración a la OTAN, en 1949,
Italia firmó, además del Pacto Atlántico, una serie de protocolos
secretos que estipulaban la creación de una organización no oficial
«encargada de garantizar el alineamiento de la política interna
italiana con la del bloque occidental por todos los medios necesarios,
incluso en que caso de que la población llegara a manifestar una
inclinación divergente» [23].
El historiador italiano especializado en el Gladio, Mario Coglitore,
ha confirmado también la existencia de esos protocolos secretos de la
OTAN [24].
Después de las revelaciones de 1990, un ex oficial de inteligencia de
la OTAN, que puso énfasis en conservar el anonimato, llegó a afirmar
que esos documentos protegían explícitamente a los miembros de la
extrema derecha considerados útiles en la lucha contra los comunistas.
El presidente de los Estados Unidos Truman y el canciller alemán
Adenauer al parecer «firmaron un protocolo secreto durante la adhesión
de la RFA a la OTAN, en 1955, en el que se estipulaba que las
autoridades de Alemania Occidental se abstendrían de emprender acciones
judiciales contra reconocidos extremistas de derecha» [25].
El general italiano Paolo Inzerilli, quien dirigió el Gladio en su
país desde 1974 hasta 1986, subrayó que los «omnipresentes americanos»
controlaban el CPC secreto que se hallaba a cargo de la coordinación de
la guerra clandestina. Según el general Inzerilli, el Comité había sido
fundado «por orden del comandante en jefe de la OTAN en Europa. Era [el
Comité] el intermediario entre el SHAPE, el cuartel general de las
potencias aliadas en Europa y los servicios secretos de los Estados
miembros para las cuestiones de guerra no convencional» [26].
Estados Unidos controlaba el CPC, con sus vasallos británicos y
franceses, y constituía juntos a estos últimos una “Comisión Ejecutiva”
en el seno del Comité. «Las reuniones se sucedían al ritmo de una o dos
al año en el cuartel general del CPC, en Bruselas, y los asuntos del
orden del día se debatían entre la “Comisión Ejecutiva” y los
responsables militares», testimonió Inzirelli [27].
«La coordinación entre las acciones de nuestra red stay-behind y las
de las estructuras clandestinas análogas en Europa la hacía el CPC, el
Coordination and Planning Comité [Comité de Planificación y
Coordinación] del SHAPE, el cuartel general de las potencias aliadas en
Europa», explicó el general italiano Gerardo Serravalle. Predecesor del
general Inzirelli, el general Serravalle había tenido bajo sus órdenes
el Gladio en Italia entre 1971 y 1974. Serravalle contó que «durante
los años 1970, los miembros del CPC eran los oficiales responsables de
las estructuras secretas de Gran Bretaña, Francia, Alemania, Bélgica,
Luxemburgo, Holanda e Italia. Esos representantes de las redes
clandestinas se reunían cada año en una de las capitales europeas [28]
Altos responsables de la CIA asistían a cada una de esas reuniones.
«Siempre había representantes de la CIA en las reuniones de los
ejércitos stay-behind», recuerda Serravalle. «Pertenecían a la estación
CIA de la capital donde se desarrollaba la reunión y no participaban en
las votaciones» [29].
«La “Directiva SHAPE” desempeñaba el papel de referencia oficial, por
no decir de doctrina para las redes stay-behind», explica el general
Serravalle en su libro dedicado al Gladio. Precisa también que las
grabaciones del CPC, que él mismo pudo consultar pero que siguen siendo
confidenciales, «abordan [sobre todo] el entrenamiento de los miembros
del Gladio en Europa, cómo activarlos desde el cuartel general secreto
en caso de ocupación del conjunto del territorio nacional y otras
cuestiones técnicas como, por citar la más importante, la unificación
de los diferentes sistemas de comunicación entre las bases stay-behind
» [30].
Paralelamente al CPC, un segundo puesto de mando secreto que
funcionaba como un cuartel general stay-behind fue creado por la OTAN a
principios de los años 1950 bajo el nombre de ACC. Al igual que el CPC,
el ACC estaba en contacto directo con el SACEUR, que a su vez estaba
bajo control estadounidense. Según las conclusiones de la investigación
belga sobre Gladio, el ACC fue creado en 1955 y se encargó de «la
coordinación de las redes “stay-behind” en Bélgica, Dinamarca, Francia,
Alemania, Italia, Luxemburgo, Holanda, Noruega, Gran Bretaña y en
Estados Unidos». Según el informe sobre la investigación belga, en
tiempo de paz las funciones del ACC «incluían la elaboración de
directivas destinadas a la red, el desarrollo de sus capacidades
secretas y el establecimiento de bases en Gran Bretaña y Estados Unidos.
En caso de guerra, se suponía que debía preparar acciones
stay-behind conjuntamente con el SHAPE; a partir de ahí, los
organizadores tenían que activar las bases clandestinas y preparar las
operaciones» [31].
El
comandante del Gladio italiano, Inzirelli, afirma que «las relaciones
en el seno del ACC eran totalmente diferentes» a las que existían en el
CPC. «La atmósfera era claramente más relajada y amigable que en el
CPC.» El ACC, fundado en cumplimiento de «una orden expresa del SACEUR
al CPC», al parecer «se convirtió en una ramificación» de este último [32].
Parece que ese organismo sirvió sobre todo como un foro donde se
compartía la experiencia del Gladio entre los jefes de los servicios
secretos: «El ACC era un comité esencialmente técnico, un foro donde
uno podía intercambiar información y experiencias, mencionar los medios
disponibles o en estudio, compartir sus conocimientos sobre las redes,
etc…» El general Inzirelli recuerda: «Nos hacíamos favores mutuamente.
Cada uno de nosotros sabía que si le hacía falta un experto en
explosivos, en telecomunicaciones o en represión para una operación,
podía dirigirse sin problemas a un colega extranjero ya que los agentes
habían recibido el mismo entrenamiento y utilizaban el mismo tipo de
equipamiento» [33].
Los radiotransmisores llamados Harpoon eran parte del equipamiento
de todos los miembros del ACC. La firma alemana AEG Telefunken los
había concebido y fabricado a mediados de los años 1980, por orden del
comité de dirección de Gladio, a un costo total de 130 millones de
marcos, para reemplazar un sistema de comunicaciones que se había hecho
obsoleto. El sistema Harpoon podía transmitir y recibir mensajes
radiales codificados a una distancia de 6 000 kilómetros permitiendo
así la comunicación entre las redes stay-behind que se encontraban a
ambos lados del Atlántico. «El único equipamiento que tienen en común
todos los miembros del ACC es el famoso radiotransmisor Harpoon»,
reveló Van Ussel, un miembro del Gladio belga que había utilizado ese
equipo personalmente en los años 1980, cuando era un miembro activo de
la organización.
Según Van Ussel, «ese sistema se utilizaba regularmente para
transmitir mensajes entre las bases y los agentes (en particular
durante los ejercicios de comunicación por radio), pero estaba
destinado sobre todo a la transmisión de información de inteligencia en
caso de ocupación» [34].
El ACC disponía de bases en todos los países europeos, incluyendo una
en el Reino Unido. Desde esas bases se podía activar y dirigir las
unidades presentes en los territorios ocupados. Al parecer, el ACC
editaba manuales destinados a los miembros de Gladio. Estos manuales
indicaban los procedimientos comunes a seguir en la realización de
acciones clandestinas, las comunicaciones radiales codificadas y el
salto de frecuencia así como el abastecimiento por vía aérea y los
aterrizajes.
El ACC tenía un sistema de presidencia rotativa con un mandato de 2
años. En 1990, dicha presidencia estaba en manos de Bélgica. La reunión
del ACC que tuvo lugar durante los días 23 y 24 de noviembre se
desarrolló bajo la presidencia del general de división Raymond Van
Calster, jefe del SGR, los servicios secretos militares belgas. El
general Inzirelli recordó que «al contrario del CPC, el ACC no tenía
una dirección establecida y permanente. La presidencia del Comité se
asumía por 2 años y rotaba entre todos los miembros, por orden
alfabético». Por esa razón, el ACC no estaba sometido «al mismo dominio
de las grandes potencias». Inzirelli afirmó que él prefirió trabajar en
el ACC en vez de hacerlo en el CPC, bajo control de los
estadounidenses: «Tengo que reconocer, por haberlo presidido yo mismo
durante 2 años, que el ACC era un comité verdaderamente democrático» [35].
En el marco de toda investigación exhaustiva sobre la Operación
Gladio y las redes stay-behind, salta a la vista la importancia de las
transcripciones y grabaciones de las reuniones del CPC y del ACC como
fuentes esenciales. Desgraciadamente, a pesar de los años transcurridos
desde el descubrimiento de esa red altamente secreta, las autoridades
de la OTAN se han limitado, al igual que en 1990, a oponer el silencio
o el rechazo a las exigencias del público en ese sentido. Al realizar
nuestra propia investigación, durante el verano del año 2000, cuando
nos pusimos en contacto con el servicio de archivos de la OTAN para
solicitar acceso a informaciones suplementarias sobre Gladio,
esencialmente sobre el CPC y el ACC, recibimos la siguiente respuesta:
«Después de haber verificado en nuestros archivos, no existe huella
alguna de los comités que usted menciona».
Cuando insistimos, el servicio de archivos nos respondió: «Le
confirmo nuevamente que los comités que usted menciona nunca han
existido en el seno de la OTAN. Además, la organización que usted llama
“Gladio” nunca ha formado parte de la estructura militar de la OTAN» [36].
Llamamos entonces al Buró de Seguridad de la OTAN, pero nunca pudimos
hablar con su director. Ni siquiera pudimos conocer su identidad,
clasificada como “confidencial”. La señora Isabelle Jacobs nos informó
que era altamente improbable que lográsemos obtener respuestas a
nuestras preguntas sobre un tema tan sensible como el Gladio y nos
aconsejó que transmitiéramos nuestro pedido por escrito a través de la
embajada de nuestro país de origen.
Fue así que, después de que la Misión Suiza de Observación en
Bruselas transmitiera a la OTAN nuestras preguntas sobre el caso
Gladio, el embajador de Suiza Anton Thalmann nos respondió que sentía
informarnos que «Ni yo ni mi personal tenemos conocimiento de la
existencia de los comités secretos de la OTAN que menciona usted en su
carta» [37].
Nuestras preguntas eran: «¿Cuál es el vínculo entre la OTAN, el
Clandestine Planning Committee (CPC) y el Allied Clandestine Committee
(ACC)? ¿Qué papel desempeñan el CPC y el ACC? ¿Qué vínculo existe entre
el CPC, el ACC y el Buró de Seguridad de la OTAN?» El 2 de mayo de 2001
recibimos una respuesta de Lee McClenny, director del servicio de
prensa y comunicación de la OTAN.
En su carta, McClenny afirmaba que «Ni el Allied Clandestine
Committee, ni el Clandestine Planning Committee aparecen en la
documentación de la OTAN, confidencial o no, que he consultado.» Y
agregaba: «Además, no he podido encontrar a nadie que trabaje aquí que
haya oído hablar de esos comités. Ignoro si tales comités han existido
alguna vez en la OTAN, lo que sí es seguro es que no es el caso hoy en
día» [38].
Nuevamente insistimos y preguntamos: «¿Por qué el vocero de la OTAN
Jean Marcotta negó categóricamente, el 5 de noviembre de 1990, todo
vínculo entre la OTAN y el Gladio, palabras que fueron desmentidas dos
días después por un segundo comunicado?». La respuesta de Lee McCleny
fue: «No estoy al corriente de la existencia de vínculos entra la OTAN
y la Operación Gladio. Además, no encuentro a nadie con el nombre de
Jean Marcotta en la lista de voceros de la OTAN» [39]. Se mantenía el misterio.
La CIA, la agencia de inteligencia más poderosa del mundo, no se
mostró más inclinada a cooperar que la mayor alianza militar del mundo
si se trataba de abordar la delicada cuestión del Gladio y de los
ejércitos stay-behind. Fundada en 1947, dos años antes de la creación
de la OTAN, la principal tarea de la CIA durante la guerra fría
consistió en combatir el comunismo a lo largo y ancho del planeta
mediante la realización de operaciones secretas cuyo objetivo era
extender la influencia de los Estados Unidos. El presidente Nixon
indicó una vez que «acciones clandestinas» eran para él «aquellas
actividades que, aunque están destinadas a favorecer los programas y
políticas de los Estados Unidos en el extranjero, se planifican y
ejecutan de forma tal que el público no vea en ellas la mano del
gobierno americano» [40].
Historiadores y analistas políticos han descrito posteriormente de
forma detallada la manera como la CIA y las Fuerzas Especiales
estadounidenses influyeron en la evolución política y militar de
numerosos países de América Latina mediante guerras secretas y no
declaradas. Entre los hechos más destacados podemos citar el
derrocamiento del presidente guatemalteco Jacobo Arbenz, en 1954; el
fracasado desembarco en Bahía de Cochinos, en 1961, que debía provocar
la destitución de Fidel Castro; el asesinato de Ernesto Che Guevara en
Bolivia, en 1967; el golpe de Estado contra el presidente chileno
Salvador Allende y la instalación en el poder del dictador Augusto
Pinochet, en 1973; así como el financiamiento de los Contras en
Nicaragua, después de la revolución sandinista de 1979. [41]
Además de esas acciones en el continente sudamericano, la CIA
intervino también en numerosas ocasiones en Asia y en África derrocando
el gobierno de Mossadegh en Irán, en 1953; apoyando la política de
apartheid en Sudáfrica, lo cual condujo al encarcelamiento de Nelson
Mandela; ayudando a Ben Laden y al-Qaeda en Afganistán, durante la
invasión soviética de 1979; y apoyando al líder khmer rojo Pol Pot
desde la bases que había conservado en Cambodia, después de la derrota
estadounidense en Vietnam, en 1975. Desde un punto de vista
estrictamente técnico, el departamento de operaciones secretas de la
CIA corresponde a la definición de organización terrorista que hace el
FBI. El “terrorismo” es, según el FBI, «el uso ilegal de la fuerza o de
la violencia contra personas o bienes con el fin de intimidar y obligar
a un gobierno, una población civil o un segmento de ésta última a
perseguir ciertos objetivos políticos o sociales» [42].
A mediados de los años 1970, cuando el Congreso de los Estados
Unidos descubrió que la CIA y el Pentágono habían extendido sus propios
poderes casi más allá de todo control, sobrepasándolos incluso en
numerosas ocasiones, el senador estadounidense Frank Church hizo, con
bastante buen tino, el siguiente comentario: «La multiplicación de los
abusos cometidos por nuestros servicios de inteligencia es reveladora
de un fracaso más general de nuestras instituciones fundamentales». El
senador Church presidía una de las 3 comisiones del Congreso que
recibieron la misión de investigar sobre los actos de los servicios
secretos estadounidenses y cuyos informes, presentados a mediados de
los años 1970, constituyen hoy en día une referencia autorizada en lo
tocante a las guerras secretas de Washington [43].
Sin embargo, el impacto de las investigaciones del Congreso
estadounidense fue limitado y los servicios secretos siguieron abusando
de sus prerrogativas, con el apoyo de la Casa Blanca, como quedó
demostrado durante el escándalo del Irángate, en 1986. Aquello llevó a
la historiadora Kathryn Olmsted a plantearse la siguiente «pregunta
crucial»: «¿Por qué, después de haber emprendido su investigación, la
mayoría de los periodistas y miembros del Congreso renunciaron a
desafiar el gobierno secreto?» [44]
Mientras se desarrolla en Estados Unidos el debate sobre la
existencia o no de un «gobierno de la sombra», el fenómeno Gladio
prueba que la CIA y el Pentágono han operado repetidamente fuera de
todo control democrático durante la guerra fría, e incluso después del
derrumbe del comunismo, sin tener nunca que rendir cuentas sobre sus
intrigas. Durante una entrevista concedida a la televisión italiana en
diciembre de 1990, el almirante Stanfield Turner, director de la CIA de
1977 a 1981, se negó de plano a hablar del escándalo Gladio. Cuando los
periodistas, que tenían en mente la gran cantidad de víctimas de los
numerosos atentados perpetrados en Italia, trataron de insistir, el ex
jefe de la CIA se quitó el micrófono con furia y gritó: «¡Dije que cero
preguntas sobre Gladio!», poniendo así fin a la entrevista [45].
Ex oficiales de la CIA de menos rango aceptaron de mejor grado
hablar de los secretos de la guerra fría y de las operaciones ilegales
de la agencia estadounidense. Entre ellos, Thomas Polgar, quien se
retiró en 1981, al cabo de 30 años de servicio. En 1991, Polgar prestó
testimonio contra la nominación de Robert Gates a la cabeza de la CIA,
reprochándole el hecho de haber enmascarado el escándalo del Irángate.
Interrogado sobre los ejércitos secretos en Europa, Polgar explicó,
refiriéndose implícitamente al CPC y al ACC, que la coordinación de los
programas stay-behind estaba en manos de «una especie de grupo de
planificación de guerra no convencional vinculado a la OTAN».
En sus cuarteles generales secretos, los jefes de los ejércitos
secretos nacionales «se reunían cada 2 o 3 meses, siempre en una
capital diferente». Polgar subraya que «cada servicio nacional lo hacia
con mayor o menor celo», aunque admite que «en los años 1970 en Italia,
algunos fueron incluso más lejos de lo que exigía la carta de la OTAN» [46].
El periodista Arthur Rowse, ex colaborador del Washington Post, dio a
conocer «Las lecciones de Gladio» en un ensayo dedicado al tema:
«Mientras el pueblo estadounidense siga ignorando todo ese oscuro
capítulo de las relaciones exteriores de los Estados Unidos eso no
incitará realmente a las agencias responsables de esta situación a
cambiar de comportamiento. El fin de la guerra fría no cambió gran cosa
en Washington. Estados Unidos (…) sigue esperando con impaciencia un
verdadero debate nacional sobre los medios, los objetivos y los costos
de nuestras políticas federales de seguridad» [47].
Especializados en el estudio de las operaciones clandestinas de la
CIA y de los secretos de la guerra fría, los investigadores del
instituto privado e independiente de investigación National Security
Archive de la universidad George Washington, en Washington, presentaron
a la CIA, el 15 de abril de 1991, un pedido basado en la Freedom of
Information Act (FOIA). Según los términos de esta ley sobre la
libertad de información, todos los servicios del gobierno
estadounidense están obligados a justificar ante la ciudadanía la
legalidad de sus actos. Malcolm Byrne, vicedirector de investigación
del National Security Archive, solicitaba a la CIA el acceso a «todos
los archivos vinculados (…) a las decisiones del gobierno
estadounidense, tomadas probablemente entre 1951 y 1955, sobre el
financiamiento, el apoyo o la colaboración con todo ejército secreto,
con toda red o con cualquier otra unidad, creados con el objetivo de
resistir ante una posible invasión de Europa occidental por parte de
potencias bajo dominio comunista o de realizar operaciones de guerrilla
en países de Europa occidental ante la hipótesis de que éstos se
encontraran bajo el control de partidos o de regimenes comunistas, de
izquierda o que gozaran del apoyo de la Unión Soviética».
Byrne agregaba: «Le ruego que incluya usted en su búsqueda todo
documento que mencione actividades conocidas bajo el nombre de
“Operación Gladio”, en particular en Francia, en Alemania y en Italia» [48].
Byrne
precisaba, con toda razón, que «todos los documentos obtenidos como
consecuencia de este pedido ayudarán a dar a conocer al público la
política exterior de los Estados Unidos en el periodo posterior a la
Segunda Guerra Mundial, así como el impacto del conocimiento, análisis
y adquisición de datos de inteligencia en la política estadounidense de
la época». Pero la CIA se negó a cooperar y, el 18 de junio de 1991,
presentó la siguiente respuesta: «La CIA no puede confirmar ni negar la
existencia o la inexistencia de archivos que respondan a los criterios
de su pedido». Byrne trató de reclamar ante la negativa de la CIA a
proporcionarle información sobre Gladio pero su gestión fue impugnada.
La CIA fundamentó su negativa a cooperar invocando dos dispensas que
permiten bloquear la aplicación de la ley sobre la libertad de
información y que sirven prácticamente para cubrir cualquier cosa ya
que excluyen cualquier documento «clasificado como “confidencial” en
virtud de una decisión tomada por el Ejecutivo en interés de la Defensa
Nacional o de la política exterior» (Dispensa B1) o a título de las
«obligaciones inherentes al estatus del director de proteger la
confidencialidad de las fuentes y métodos de inteligencia, tales como
la organización, las funciones, nombres, títulos oficiales, ingresos y
número de los empleados de la Agencia, conforme a la National Security
Act de 1947 y a la CIA Act de 1949» (Dispensa B3).
Los responsables europeos no navegaron con más fortuna cuando
trataron de enfrentarse al gobierno secreto. En marzo de 1995, una
comisión del Senado italiano presidida por Giovanni Pellegrino,
comisión que había realizado una investigación sobre Gladio y sobre los
atentados perpetrados en Italia, presentó a la CIA un pedido FOIA. Los
senadores italianos pedían acceso a todos los archivos vinculados a las
Brigadas Rojas y al secuestro de Aldo Moro para aclarar si, en el marco
de su programa de intromisión en los asuntos de Italia, la CIA había
infiltrado el grupo terrorista de extrema izquierda antes de que este
asesinara al ex primer ministro italiano y líder de la democracia
cristiana italiana Aldo Moro, en 1978.
La CIA se negó a cooperar, invocando las dispensas B1 y B3 y
rechazó, en mayo de 1995, todos los pedidos de acceso presentados
agregando que dicho rechazo «no confirmaba ni negaba la existencia o la
inexistencia en los archivos de la CIA de los documentos solicitados».
La prensa italiana subrayó lo embarazoso de aquel rechazo y tituló: «La
CIA rechaza pedido de asistencia de la Comisión parlamentaria.
Secuestro de Moro, secreto de Estado en Estados Unidos» [49].
El segundo pedido de información sobre Gladio proveniente de un
gobierno europeo fue presentado a la CIA por el gobierno de Austria en
enero de 2006, como consecuencia del descubrimiento de varios
escondites de armas “altamente secretos” que la CIA había preparado
para el Gladio en montañas y bosques de aquel país, a pesar de la
neutralidad de Austria. Representantes del gobierno estadounidense
respondieron que Estados Unidos correría con los gastos ocasionados por
el desenterramiento y la recogida del equipamiento de las redes [50].
La investigación austriaca estuvo a cargo de los servicios del ministro
del Interior Mickael Sika, quien presentó su informe final sobre los
depósitos de municiones de la CIA el 28 de noviembre de 1997 al
declarar: «No es posible llegar con certeza a ninguna conclusión en lo
tocante a los escondites de armas y el uso al que estaban destinadas».
Por lo tanto: «Para aclarar totalmente el caso sería necesario
disponer de los documentos vinculados a éste, especialmente los que se
encuentran en Estados Unidos» [51].
Un miembro de la Comisión, Oliver Rathkolb, de la universidad de Viena,
presentó entonces un pedido FOIA cuyo objetivo era obtener acceso a los
archivos de la CIA. Pero en 1997, el comité de divulgación de la
agencia opuso un nuevo rechazo que invocaba nuevamente las dispensas B1
y B3 dejando así a los austriacos con la amarga impresión de que la CIA
no estaba obligada a rendir cuentas ante nadie.
Siendo esta la única posibilidad de obtener acceso a los archivos
vinculados al Gladio, nosotros mismos presentamos a la CIA un pedido
FOIA el 14 de diciembre de 2000. Dos semanas más tarde recibimos una
respuesta evasiva a nuestro pedido «vinculado a la “Operación Gladio”»:
«La CIA no puede confirmar ni negar la existencia o la inexistencia de
documentos que correspondan a su pedido». Al invocar las dispensas
restrictivas B1 y B3, la coordinadora encargada de la información y de
las cuestiones vinculadas al respeto de la vida privada, la señora
Kathryn I. Dyer nos negó el acceso a las informaciones sobre la
Operación Gladio [52].
Nosotros hicimos oposición a aquella decisión señalando que: «Los
documentos retenidos deben publicarse en virtud de la ley FOIA sobre la
libertad de expresión ya que las cláusulas B1 y B2 sólo pueden
aplicarse a las operaciones de la CIA que siguen siendo secretas».
Seguidamente demostrábamos que el Gladio no se encontraba ya en ese
caso, precisando los datos que ya habíamos recogido anteriormente
durante nuestras investigaciones, y concluimos: «Si usted, señora Dyer,
invoca en este contexto las cláusulas restrictivas B1 y B3, está usted
privando a la CIA de la posibilidad de expresarse sobre informaciones
relativas al caso Gladio, [informaciones] que de todas maneras serán
reveladas, decida o no la CIA intervenir » [53].
En febrero de 2001, la CIA nos respondió: «Su apelación ha sido
aceptada y se tomarán disposiciones para que la examinen los miembros
del comité de divulgación de la Agencia. Usted será informado de la
decisión que se tome.» Al mismo tiempo, la CIA precisó que aquella
comisión procesaba los pedidos en función de la fecha en que habían
sido presentadas y que «en este momento, tenemos alrededor de 315
apelaciones por examinar» [54].
Nuestro pedido sobre la red Gladio quedaba así en espera, debajo del
montón. En el momento en que redactamos este libro la comisión seguía
sin dar respuesta [55].
Después de la OTAN y la CIA, la tercera organización en orden de
importancia implicada en la operación stay-behind era el MI6 británico.
En 1990, el MI6 no adoptó posición alguna sobre el caso Gladio debido a
una legendaria obsesión por el secreto. La existencia misma del MI6 no
fue admitida oficialmente hasta 1994, con la publicación de la
Intelligence Services Act que estipulaba que la misión de ese servicio
consistía en obtener información de inteligencia y ejecutar acciones
secretas en el extranjero.
Mientras que el ejecutivo británico y el MI6 se negaban a hacer
cualquier comentario, Rupert Allason, miembro del partido conservador,
redactor del Intelligence Quarterly Magazine bajo el seudónimo de Nigel
West y autor de varios libros sobre los servicios británicos de
seguridad, confirmó, en noviembre de 1990, en pleno apogeo del
escándalo Gladio y en una entrevista telefónica concedida a la
Associated Press: «Estábamos, y seguimos estando todavía, fuertemente
implicados (…) en esas redes».
West explicó que Gran Bretaña «participó, claro está, junto a los
estadounidenses, en el financiamiento y la dirección» de varias redes y
que también participaba en el marco de la colaboración entre el MI6 y
la CIA: «Son las agencias de inteligencia británicas y estadounidenses
las que dieron origen al proyecto». West afirmó que, a partir de 1949,
el accionar de los ejércitos stay-behind había sido coordinado por la
Estructura de Comando y Control de las Fuerzas Especiales de la OTAN,
en cuyo seno el Special Air Service (SAS) desempeñaba un papel
estratégico [56].
«La responsabilidad de Gran Bretaña en la creación de las redes
stay-behind en toda Europa es absolutamente fundamental», reportó la
BBC, con cierto retraso, en su edición vespertina del 4 de abril de
1991. El presentador de noticias John Simpson acusó al MI6 y al
ministerio de Defensa británico de no divulgar toda la información que
tenían sobre el tema «en momentos en que las revelaciones sobre Gladio
han provocado que se descubriera la existencia de ejércitos stay-behind
en otros países europeos –en Bélgica, Francia, Holanda, España, Grecia
y Turquía. Hasta en países neutrales como Suecia y Suiza la cuestión
dio lugar a un debate público. En ciertos casos se han abierto
investigaciones oficiales.
En cambio, nada se ha hecho todavía en Gran Bretaña. Sólo hemos
tenido los acostumbrados comunicados del ministerio de Defensa que no
quiere comentar las cuestiones de Seguridad Nacional» [57].
Simpson declaró que después de la caída del Muro de Berlín los
británicos habían podido conocer, con una mezcla de horror y
fascinación, los complots y las operaciones de terrorismo urdidos por
la Stasi, la Securitate y otros servicios secretos de Europa oriental.
«¿Es posible que nuestro bando haya cometido actos comparables?
¡Nunca!», comentó con ironía antes de llamar la atención hacia los
servicios de seguridad de Europa occidental: «Pero ahora empiezan a
aparecer informaciones sobre los abusos que pudieran haber cometido la
mayoría de los servicios secretos de los miembros de la OTAN.
En Italia, una comisión parlamentaria ha recibido la misión de
investigar las acciones de un ejército secreto creado por el Estado con
el objetivo de resistir en caso de invasión soviética. La investigación
ha permitido descubrir la existencia de fuerzas armadas clandestinas
similares en toda Europa. Pero el grupo italiano, conocido bajo el
nombre de Gladio, es sospechoso de haber participado en una serie de
atentados terroristas» [58].
La BBC no logró obtener de los responsables del gobierno ninguna
reacción sobre el escándalo Gladio. La confirmación oficial de la
implicación del MI6 sólo llegó años más tarde y en un contexto más bien
sui generis: en un museo. En julio de 1995, se inauguró en el Imperial
War Museum de Londres una nueva exposición permanente titulada «Las
guerras secretas». «Todo lo que usted puede ver en esta exposición es
parte de los secretos mejor guardados de este país», se aseguraba a los
visitantes en la entrada. «Por vez primera se revelan al público. Y lo
más importante, todo es verídico… la realidad es mucho más increíble y
apasionante que la ficción.»
En una de las vitrinas dedicadas al MI6 un discreto comentario
confirmaba que: «Los preparativos con vistas a una Tercera Guerra
Mundial incluían la creación de comandos stay-behind equipados para
operar detrás de las líneas enemigas en caso de invasión soviética en
Europa occidental». En la misma vitrina, se exhibía una gran caja llena
de explosivos con la siguiente explicación: «Explosivos concebidos
especialmente por el MI6 para ser escondidos en territorios
susceptibles de pasar al enemigo. Podían mantenerse enterrados durante
años sin sufrir la menor alteración.»
Junto a un manual sobre técnicas de sabotaje destinado a los
comandos stay-behind se podía leer: «En la zona británica de ocupación
en Austria, oficiales de la Marina Real fueron destacados especialmente
para preparar escondites de armas en regiones de montaña y colaborar
con agentes reclutados en el terreno» [59]
Varios ex oficiales del MI6 interpretaron aquella exposición como
una señal de que podían hablar en lo adelante sobre la Operación
Gladio. Meses después de la inauguración, los ex oficiales Giles y
Preston, ambos de la Marina Real, los únicos agentes del MI6 cuyos
nombres se mencionaban en la exposición junto a una fotografía tomada
«en los Alpes austriacos, 1953-1954», confirmaron al escritor Michael
Smith que a finales de los años 1940 y principios de los años 1950
estadounidenses y británicos habían reclutado unidades stay-behind en
Europa occidental en previsión de una invasión soviética.
Giles y Preston fueron enviados a Fort Monckton, no lejos de
Portsmouth, en Inglaterra, donde los miembros del Gladio compartían el
entrenamiento de los hombres des SAS bajo la dirección del MI6. Se les
entrenaba en codificación [de mensajes], uso de armas de fuego y
operaciones secretas. «Teníamos que hacer ejercicios, salir en medio de
la noche y simular voladuras de trenes sin que nos descubriera el jefe
de la estación de trenes», recuerda Preston. «Nos acercábamos a rastras
y hacíamos como si pusiéramos cargas explosivas en el lado derecho de
la locomotora». [60]
Giles recuerda haber participado en operaciones de sabotaje contra
trenes británicos en servicio como, por ejemplo, el ejercicio que tuvo
lugar en la estación de Eastleigh: «Poníamos ladrillos en las
locomotoras para simular las cargas de explosivo plástico. Recuerdo
hileras e hileras de vagones enteramente recubiertos de una espesa capa
de nieve, detenidos en medio de las nubes de vapor. Había patrullas de
soldados con perros. En un momento dado, los guardias se acercaron.
Tuve entonces que esconderme entre los cilindros de las locomotoras y
esperar que pasaran. También quitábamos la tapa de los tanques de
aceite de los ejes para echarles arena. Como consecuencia [los ejes] se
recalentaban al cabo de algunas decenas de kilómetros» [61].
A los dos agentes no parecía preocuparles que se tratara de trenes
públicos en servicio: «No era problema mío», explicó Giles, «sólo
estábamos jugando». «Yo tuve que recorrer Greenwich durante 10 días
para aprender a cumplir misiones de seguimiento de personas y a
despistar a quienes estuviesen siguiéndome a mí, la realidad concreta
de la labor del espía», cuenta Preston. Posteriormente, los dos agentes
fueron enviados a Austria con la misión de reclutar agentes y
entrenarlos y supervisaron la red de «búnkeres subterráneos llenos de
armas, ropa y material» que montaban «el MI6 y la CIA» para uso del
Gladio austriaco [62].
Al visitar el cuartel general del MI6 al borde del Támesis, en Londres,
en 1999, no fue una sorpresa enterarse de que el MI6 tiene por regla no
hablar nunca de secretos militares.
(Continuará…)
Daniele Ganser. Historiador suizo, especialista en relaciones internacionales contemporáneas. Se dedica a la enseñanza en la universidad de Basilea, Suiza.
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