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La Vejez y la Juventud Para Jesucristo Según Comblin (Póstumo)

LA VEJEZ A LA ESPERA DEL REINO DE DIOS 1

 

 

José Comblin

 

 

Jesús no fue viejo. No conoció la vejez. Ese hecho fue, incluso, una objeción que le hicieron los judíos: ¿Ni siquiera tienes cincuenta años y viste a Abraham? (Ju 8, 57). En realidad, Jesús suprimió los privilegios de los viejos. En las civilizaciones antiguas, los viejos tenían el privilegio de la sabiduría, que les concedía un gran poder.. En el propio pueblo de Jesús los Ancianos ocupaban un lugar de privilegio, y Jesús muchas veces entró en conflicto con ellos (Mc 11,27; Lc 9,22). En muchas sociedades la dirección correspondía a un Consejo de Ancianos. Con Jesús esta situación privilegiada desaparece. Pues, en la mente de Jesús la prioridad no debe ser dada a los viejos, sino a los niños.

 

El privilegio de los niños

 

“Llamando a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: En verdad os digo: si no cambiáis y no os volvéis como los niños, no entrareis en el Reino de los cielos. Aquel, pues, que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el Reino de los cielos. El que acoge en mi nombre un niño, me acoge a mí mismo” (Mt 18, 2-5)

 

“Dejad a los niños, no impidáis que vengan a mí, pues el Reino de los cielos es para aquellos que son como ellos” (Mt 19,14). Lucas agrega. “En verdad, yo les digo, quien no reciba el Reino de Dios como un niño en él no entrará” (Lc 18,17)

 

“Viendo las cosas prodigiosas que él acababa de hacer y a aquellos niños que gritaban en el templo ¡Viva el hijo de David!, los sumos sacerdotes y los escribas quedaron indignados y le dijeron: Oyes lo que ellos dicen? “ Pero Jesús les dijo: “Si, nunca leyeron este texto: “De la boca de los pequeñitos y de los niños de pecho preparaste tu alabanza?” (Mt 21, 15-16)

 

A Nicodemos, que ya era viejo, Jesús dice: “A menos que nazca de nuevo, nadie puede ver el Reino de Dios”. Nicodemos le dice: “Como un hombre podría nacer siendo viejo? Podría él entrar una segunda vez en el seno de su madre?” (Ju 3,3-4)

 

La razón del privilegio de los niños queda muy clara en los textos citados. Los niños no son privilegiados y colocados como ejemplo en virtud de las cualidades que tendrían. El tema de la inocencia o de la pureza de los niños es un tema moderno que, por otra parte, fue desmentido por todos los estudios científicos objetivos.

 

El privilegio de los niños está en su pequeñez, en su carencia total de poder. Lo que constituye el modelo de los niños es su pequeñez. Para entrar al Reino de Dios como los niños es preciso ser pequeño o tornarse pequeño. Es preciso esperar el Reino de Dios como los niños, esto es, sin poder alguno, de modo puramente receptivo. Nadie puede entrar en el Reino si viene armado de poder. Solamente quien se haya sin poder, podrá entrar.

 

 

El Reino de Dios no es la recompensa de la sabiduría o de los méritos de los viejos: no existe ningún mérito ante el Reino de Dios. Todo es gracia, don gratuito. Los niños esperan sin pretensión como un niño que espera todo porque no saben hacer nada.

 

Semejante a los niños

 

Los viejos deben recibir con particular atención ese mensaje de Jesús. Cuándo comienza la vejez? Cuando la persona comienza a sentir que está perdiendo sus capacidades. Poco a poco los viejos sienten que su salud se hace frágil, que aparecen enfermedades, que la memoria baja y la sensibilidad también. La imaginación se apaga poco a poco, el cuerpo queda debilitado,: la vista disminuye, los oídos se tornaba más sordos, las manos ya no aseguran como antes. El viejo descubre que ya no puede trabajar como antes. Queda cansado, cualquier esfuerzo exige un reposo más largo. Después de un problema de salud, aparece otro. Cuando mejora por un lado se manifiesta otro problema en otro órgano. El anciano ya no es capaz de actuar como antes.

 

Como consecuencia, él pierde prestigio de autoridad en la sociedad y dentro de la propia familia. Las civilizaciones antiguas reservaban la mayor parte del poder a los ancianos, pero esta situación era el resultado de una educación rígida, represiva, que sometía mentalmente los hijos a los padres y estos a los abuelos. Era el resultado de una domesticación mental y física. Esto está desapareciendo y podemos pensar que esta evolución es el resultado de la fermentación de los temas cristianos.

 

Los viejos deben reconocer que están perdiendo sus capacidades. Deben reconocer que no pueden ejercer una autoridad. Por vía de consecuencia ellos pierden la legitimidad del poder. No tiene más el derecho de imponer su voluntad a las generaciones siguientes. Ellos deben retirarse y entregar el poder a las generaciones siguientes, reconociendo su incapacidad.

 

No pueden mentirse a sí mismos procurando convencerse que todavía tienen todas sus capacidades o mentales. Deben reconocer que se debilitaron. No pueden mentir a sus subordinados, obligándolos a afirmar que ellos todavía tienen plena fuerza. Los más jóvenes tampoco pueden mentirles haciéndolos creer que todavía están con pleno vigor, cuando no lo están.

 

Todo sucede como si los viejos volvieran al estado de infancia. Se vuelven cada vez más dependientes de los otros, poco a poco, hasta para las cosas más simples de la vida, necesitan de ayuda. Para muchos esta dependencia constituye una humillación. Algunos se vuelven amargados porque no aceptan lo que está aconteciendo. Otros se revelan, y su rebelión se trasforma en mal humor, se vuelven desagradables para las mismas personas que les prestan ayuda. Sin embargo Jesús muestra el camino.

 

Para los adultos parece difícil aceptar la palabra de Jesús sobre los niños. Ellos sienten orgullo de su fuerza, hacen la experiencia de sus capacidades. Para ellos la palabra de Jesús resulta incomprensible. La condición de los viejos ayuda. Los ancianos pueden sentir en su propio cuerpo y en la mente el regreso a un estado de creciente impotencia. Esta edad depende mucho de las personas y de su estado de salud. Algunos pocos todavía son jóvenes y activos a los 90 años. Un poco más numerosos son los octogenarios todavía en la vida activa. A los 70 años muchos tuvieron que abandonar toda actividad. Otros comienzan a sentir la declinación ya antes.

 

Salvo los casos de muerte repentina, todos pasan por una etapa de disminución de las capacidades, de vuelta a una condición humilde, un verdadero regreso a la condición de niño. Esta situación no debe crear desesperación. Muy por el contrario.

 

Pues ella es una señal de los tiempos, una oportunidad ofrecida para entrar en el espíritu de Jesús y aceptar voluntariamente un regreso al estado de la infancia. Este no puede ser un motivo de tristeza y si de alegría porque es volver al estado privilegiado de Dios, al estado en que el ser humano se torna frágil, humilde, pequeño, sin poder. Muchos lamentan la pérdida del poder, pero es justamente esa pérdida de poder que permite el acceso a la condición de los niños.

 

Es verdad que los niños soportan más fácilmente su estado de dependencia porque saben que ellos van a crecer y adquirir todas las capacidades que admiran en los adultos que cuidan de ellos. Pero los ancianos saben también que al final de la vejez se abre una vida nueva de juventud perpetua. La vejez no es definitiva, es una etapa en el camino al pueblo de Dios. Ella es un paso privilegiado porque une más íntimamente a Jesús.

 

La espera del reino

Jesús dice que es necesario esperar el reino de Dios con la condición de los niños. Los niños esperan recibir. No pueden salvarse por sí mismos. Esperan que la madre o el padre o cualquier otra persona vengan a resolver su problema y a darles la satisfacción que desean. Esta es la disposición necesaria para el reino de Dios. Estamos en la espera. Dios marca los tiempos. Tanto para la etapa final, como para las etapas en la vida presente. No somos los dueños del Reino de Dios. No hacemos lo que queremos, sino aquello que Dios realiza en cada época de la historia.


El viejo también no hace lo que quiere, debe esperar la ayuda de los otros. Aprende a esperar. Esta espera vivida en la vida y cada día constituye la escuela y el aprendizaje de la verdadera y profunda espera, la espera del Reino de Dios. El viejo está cada vez más llamado a vivir de esperanza, en la medida en que hace la experiencia de sus limitaciones.


Así son los viejos que aparecen en el Nuevo Testamento. Es el caso de Simeón. "Era justo y piadoso: esperaba la consolación de Israel" (Lc 2:25). Su justicia y su piedad estaba en esto: - esperaba el Reino de Dios. No se le atribuyen obras admirables. Simplemente espera. Era la mejor cosa que podía hacer. Era lo que lo tornaba modelo digno de ser citado en el Evangelio. En la misma condición estaba la profetisa Ana, muy avanzada en edad.


Hubo un viejo que no buscaba más el Reino de Dios. Era sacerdote y se dedicaba con celo a oficio sacerdotal. Estaba tan compenetrado en su oficio que no esperaba otra cosa. Su nombre era Zacarías. El evangelio dice de él y de su mujer que: “ambos eran justos delante de Dios y seguían todos los mandamientos y observancias del Señor de una manera irreprensible " (Lc 1,6).


Zacarías era irreprensible en las observancias. Sin embargo, cuando vino el ángel Gabriel a anunciarle los caminos del Reino de Dios, no creyó, "no creíste en mis palabras, que se realizarán a su tiempo" (Lc 1,20). El servicio del sacrificio en el templo le ocultó la palabra del Señor. Estaba absorbido por su tarea sagrada y no tenía oídos para la palabra del ángel. Por eso fue castigado. Era un viejo todavía apegado a su oficio, pero cerrado al anuncio del Reino. Zacarías es el anti-modelo de los viejos.


Zacarías se convirtió y recuperó el habla. Peor fue el caso de los ancianos que condenaron a Jesús a la muerte y nunca se arrepintieron. Estos no quisieron creer porque no vivían en la espera del Reino de Dios. Estaban apegados al poder que hallaban en la observancia de las leyes y de los mandamientos.


"Los que habían arrestado a Jesús lo llevaron a la casa de Caifás, el Sumo sacerdote, donde estaban reunidos los escribas y los ancianos" (Mateo 26,57). He aquí a Jesús joven frente a esa asamblea de viejos. Todos los viejos denunciando y atacando al joven. Su ira, su celo, su rencor los dominan. "Y todos lo condenaron a muerte" (Marcos 14,64). Encerrados en su tradición religiosa, en su sistema institucional esclerosado, no pudieron reconocer en Jesús la novedad del Reino de Dios y resolvieron deshacerse de él.


Con certeza, todos esos viejos estaban imbuidos de su gran sabiduría, invocaban su experiencia para justificar sus pasiones, pero eran la caricatura de la vejez auténtica. Ellos vivían lo contrario de lo que Jesús vino a anunciar. Su vejez venia a coronar el aprendizaje de la incredulidad, y todas sus obras religiosas eran hipocresía. La experiencia de la vida solamente les sirvió para cerrarles el corazón y la inteligencia.


Jesús no escogió un consejo de ancianos, pero escogió jóvenes para hacer de ellos sus apóstoles y colocarlos al frente de las doce tribus de Israel. Para comenzar una obra nueva, se necesita gente nueva. Jesús rompía con las instituciones de su pueblo.


Es cierto que, después de Jesús, probablemente ya en la segunda generación de los discípulos, muchos volvieron a la tradición judaica y colocaron a viejos al frente de las comunidades. Les dieron el nombre griego de presbíteros. Eran la reproducción de los consejos de ancianos que había en Israel y en diversas asociaciones religiosas del mundo antiguo. La institucionalización de ancianos correspondía a una fase de estabilización de la Iglesia. En este momento, la administración de las comunidades establecidas ya era más importante que la misión en medio del mundo. Más importante que el anuncio del Reino de Dios ya era la administración de los gestos y símbolos religiosos, de los preceptos de las buenas costumbres.


Sin embargo, es interesante recordar que ya en medio de esta instalación de consejos de ancianos, la primera carta a Timoteo insiste en la tradición anterior, fundada por Jesús: "Que nadie desprecie tu joven edad" (1 Tm 4,12). El autor exhorta a Timoteo a evitar todo lo que podría provocar o justificar el desprecio de los presbíteros. Pues, el poder de Timoteo, que es joven, es mayor. Timoteo es el misionero itinerante que anuncia el Reino de Dios. Él tiene autoridad sobre los presbíteros que él mismo debe instituir y no ser instituido por ellos. Él conserva el poder sobre ellos.

Si los obispos son los sucesores de los apóstoles, podríamos esperar que fuesen escogidos bien jóvenes. Pues, los viejos tienden a administrar el pasado y tienen menos osadía, menos creatividad, menos impulso para lanzar a la Iglesia en rumbos nuevos. A pesar de eso, en los últimos tiempos prevaleció la costumbre de elegir a los obispos entre los presbíteros ya viejos. Esto provocó una inercia muy grande. Esos obispos ya no asumen riesgos, tienen miedo a la novedad y prefieren no mirar los signos de los tiempos. Es notable que los obispos de Medellín eran jóvenes y, por eso, abiertos al mundo a ser evangelizado.


La Iglesia católica se transformó en una gerontocracia, lo que se manifiesta por una pasividad muy grande delante de los desafíos del mundo a ser evangelizado, por un miedo a las innovaciones y a las personas que van al encuentro de los pueblos con más osadía.

 

Pablo VI estableció que los obispos presentaran su renuncia a los 75 años. En cualquier otra profesión este limite ya parecería exagera. Los profesores de Universidad ya pueden jubilarse antes de los 50 años, aunque que esto sea un abuso flagrante. Del mismo modo, en el caso de los obispos, hay una tendencia para retrasar este límite hasta los 78 años e incluso 80 años. Pero está claro que a los 75 años una persona ya no tiene el dinamismo necesario para conducir una porción del pueblo de Dios. Tiende a dejar los problemas sin solución. Los párrocos siguen el modelo de los obispos y retrasar indefinidamente la edad de la entrega del poder.

 

Todo sucede como si el clero tuviese un apego excepcional al poder, negando la condición de la vejez y queriendo mantener la ilusión de capacidad más allá de los plazos normales. El clero parece estar más apegado al poder que las otras categorías sociales, lo que no deja de ser extraño, porque debía dedicarse más a la espera del Reino de Dios, y seguir las exhortaciones de Jesús.

La misión de los viejos


Una vez que los viejos perdieron los poderes, ellos se tornan semejantes a los niños. Si no aceptan esta condición pierden la oportunidad de salvar su vida. Libres de poderes, pueden dedicarse a la esperaba del Reino de Dios. No permanecen confinados en sí mismos. Por el contrario, pueden anunciar ese reino de Dios a otros. Una vez que viven en un estado de esperanza, pueden anunciar esta esperanza a los otros y, en primer lugar, con certeza, a los niños con los cuales se tornaron semejantes

Los viejos serán de esta manera, portadores de la esperanza tanto por el ejemplo de su vida y de su modo de ser, de hablar, de acoger, como por los consejos y por las palabras. Ya no necesitan enseñar a otros cómo hacer las cosas. Los jóvenes saben hacer. Sin embargo, lo que los viejos pueden trasmitir, es la actitud de esperanza que trasfigura la vida. Pueden entrar en el modo de ser de Simeón.

La esperanza del Reino de Dios no se limita a la venida final de Cristo con la llegada de la nueva Jerusalén. Pues, el Reino de Dios ya viene en este mundo y en este tiempo. Los viejos pueden permanecer atentos a los signos, por modestos que sean. Cada señal refuerza la esperanza. Una señal anuncia otra más tarde. De esta manera la esperanza tiene una historia. Lo que hace vivir es la esperanza y, de esta manera, los viejos como los niños pueden ser fuente de vida para todos.

Los viejos pueden deponer toda arrogancia, todo prestigio, toda seguridad. Pueden abandonarse entregarse en las manos de Dios que está realizando su Reino. En un sentido figurado podemos aplicarle las palabras de Jesús a Pedro después de la resurrección: "Cuando eras joven, amarrabas tu cinturón e ibas para donde querías; cuando te hicieres viejo, extenderás las manos y otro atará tu cintura y te llevará a donde no quieres "(Jn 21,18). El viejo es así: ya no puede hacer lo que quiere, perdió el dominio de su vida. Pero será en esta condición, que entrará en el Reino de Dios esperado. Pierde los deseos para acoger lo que viene, con plena esperanza, o sea con la firme confianza de estar caminando rumbo al Reino de Dios y ya dentro del Reino de Dios.
Queda libre de sus deseos, libre de toda ambición, libre de toda adversidad, inclusive libre en medio de la enfermedad y de la debilidad física, porque ya abandonó todo y está viviendo del Reino de Dios.


Reflexionando sobre su vida, el viejo puede decir cómo S. Pablo: "Todas estas cosas que para mí eran ganancias, yo las consideré como pérdida por causa de Cristo. Cómo no, yo considero que todo es pérdida en comparación con este bien supremo que es el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por causa de él perdí todo y considero todo como basura, a fin de ganar a Cristo y ser hallado en él, no ya con una justicia que sea mía, que venga de la ley, sino con la que viene por la fe en Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe. Se trata de conocerlo a él, al poder de su resurrección y a la comunión con sus sufrimientos, hasta hacerme semejante a él en su muerte, a fin de llegar, si es posible, a la resurrección de entre los muertos "(Flp 3, 7 - 11).


"Velad, porque no sabéis ni el día ni la hora" (Mt 25,13). Jesús repite esta advertencia (Marcos 13,33-37). Esta es la tarea de los viejos en primer lugar. Una vez que se hizo la renuncia a todo el pasado, viene el momento de disponerse enteramente para el futuro. En el cristianismo el viejo no mira más para su pasado, sino vive a la espera del futuro que sale más próximo. Todo el pasado es nada en comparación con el futuro que se aproxima. Vacío de su pasado, el ser humano que llega a la final de la caminata, se abre totalmente a la esperanza que se torna a la totalidad de su vida presente. Está vigilando!

 

Editor: Enrique Orellana F.

Traductor: Juan Subercaseaux

 

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