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Racionalismo y Racionalistas

Richard Dawkins y David Attenborough

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Richard Dawkins

 

 

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David Attenborough

 

 

 

El periódico The Guardian reunió a dos de los científicos más afamados de Gran Bretaña, David Attenborough  y Richard Dawkins, para hablar sobre los grandes temas: la unidad de la vida, la ética, la energía, Handel, y la alegría de conducir una moto de nieve.

¿Cuál es la parte científica de su campo científico que piensan que todos deberíamos conocer?

David Attenborough: La unidad de la vida.

Richard Dawkins: La unidad de la vida que se produce mediante evolución, ya que todos descendemos de un ancestro común único. Es casi demasiado bueno para ser verdad que sobre un planeta esta extraordinaria complejidad de vida haya surgido de lo que es un proceso bastante inteligible. Y somos la única especie capaz de comprenderlo.

¿Dónde y cuándo piensan mejor?

DA: No tengo ni idea. Todo lo que sé es que cuando me atasco en algo y me voy a la cama, me levanto con la respuesta.

RD: Esto es un fenómeno fascinante. ¿No es cierto?

DA: Eso si puedo encontrar la respuesta.

RD: Poca gente dice: “creo que ahora estaré una hora pensando”.

DA: Los matemáticos lo hacen. Yo tenía un tío que era matemático, y uno de sus estudiantes preguntó “¿cuánto tiempo puede usted pensar?” Replicó: “a veces dos o tres minutos”. Y este joven apuntó “yo nunca lo logro más de 90 segundos”. Por supuesto, esto es pensamiento abstracto y, en general, yo no soy un pensador abstracto.

¿Qué les entretiene?

RD: Internet.

DA: Solía trabajar con música, pero ahora no puedo. La música es demasiado importante para no concederle toda mi atención.

¿Qué problema esperan ustedes que los científicos habrán resuelto hacia el fin de siglo?

DA: La producción de energía sin efectos perjudiciales. El problema es que entonces seríamos tan poderosos que no habría restricciones y continuaríamos destrozándolo todo. La energía solar sería preferible a la nuclear. Si pudiera aprovecharse para la desalinización podríamos hacer florecer el Sáhara.

RD: Estaba pensando más académicamente: el problema de la conciencia humana.

¿Pueden recordar el momento que decidieron ser científicos?

RD: Solamente me entusiasmé en mi segundo año de una licenciatura de ciencias. A diferencia de ti, yo nunca fui un naturalista de muchacho, a mi pesar. Eran las cuestiones intelectuales, filosóficas las que me interesaban.

DA: Yo soy un naturalista más que un científico. Simplemente observar una flor o una rana siempre me ha parecido la cosa más interesante que se puede hacer. Otros dicen que los seres humanos son bastante interesantes, que lo son, pero a la manera de un niño no estás interesado en la sicología de Tía María; estás interesado en cómo una larva de libélula se transforma en libélula.

RD: Sí, es llevar dentro dos planos enteramente separados, dos programas diferentes.

DA: ¡No podía creerlo! Recuerdo haberle preguntado a un adulto: “¿qué ocurre dentro de un capullo?” Él contestó que “la oruga está totalmente descompuesta en una especie de sopa. Y a continuación empieza de nuevo”. Y me acuerdo que yo dije: “eso no puede ser verdad”. Como procedimiento, no puede imaginarse como evolucionó.

¿Cuál es el error más común acerca de su trabajo?

RD: Sé que estás trabajando en un programa sobre los fósiles del Cámbrico y del precámbrico, David. Mucha gente puede pensar “se trata de animales muy antiguos, del principio de la evolución; no lo hicieron muy bien”. Sospecho que no es el caso.

DA: Eran igualmente buenos, pero como generalistas, muchos quedaron fuera de la competición.

RD: Así que probablemente es cierto que hay un elemento progresivo en la evolución a corto plazo, pero no en el largo plazo, que cuando un linaje se diversifica, le va mejor durante cinco millones de años pero no durante 500 millones. No se puede observar mejora progresiva en este tipo de escala temporal.  

DA: No, las cosas se vuelven cada vez más especializadas. No necesariamente mejores.

RD: Los ojos de “cámara” de cualquier animal moderno serían mejores de lo que lo eran antes.

DA: Efectivamente… pero no elaboran más allá de la función. Cuando escucho a una soprano cantar un aria de Handel con una asombrosa coloratura de esa particular laringe, me digo que tiene que haber una razón biológica que fue útil en algún momento. La laringe de un ser humano no evolucionó sin tener alguna función. Y la única función que puedo ver es la atracción sexual.

RD: La selección sexual es importante y probablemente infravalorada.

DA: Lo que me gusta pensar es que si yo creo que el macho del ave del paraíso es hermoso, mi apreciación de ello es precisamente que lo mismo sirve para una hembra del ave del paraíso.

¿A qué científico vivo más admiran y por qué?

RD: David Attenborough.

DA: No sé. La gente dice que Richard Feynman fue una de estas extraordinarias mentes que podía lidiar con ideas de las cuales no tengo idea. Y escuchas aspectos auxiliares como que tocaba bien los bongos, y me lo hacen humano. Así que admiro a este hombre que podía tratar con la teoría de cuerdas y también tocar los bongos. Pero el está fuera de mi alcance. No tengo ni idea de lo que decía.

RD: Parece que no hay sentido en aquello en que la física ha ido más allá de lo que la intuición humana puede entender. No deberíamos sorprendernos demasiado acerca de ello porque nosotros evolucionamos para entender cosas que se mueven a un ritmo medio o a una escala media. No podemos hacer frente a la muy pequeña escala de la física cuántica o a la gran escala de la relatividad.

DA: Un físico me dirá que este sillón está hecho de vibraciones y que no está en realidad aquí. Pero cuando Samuel Johnson fue impelido a demostrar la existencia material de la realidad, se acercó a una gran piedra y la pateó. Yo estoy con él.

RD: Es fascinante que la silla es en su mayor parte espacio vacío y que lo que te impide pasar a su través son las vibraciones o los campos de energía. Pero también es fascinante que, debido a que somos animales que evolucionaron para sobrevivir, lo que representa la solidez para la mayoría de nosotros es algo por lo que no se puede traspasar. También, la ciencia del futuro puede ser muy diferente de la ciencia de la actualidad, y se debe tener la humildad de admitir cuando no se sabe. Pero en lugar de llenar este vacío con duendes o espíritus, pienso que debemos decir: “la ciencia está trabajando en ello”.

DA: Sí, había una carta en el periódico [sobre los comentarios de Stephen Hawking acerca de la no existencia de dios] que decía: “es meridianamente claro que la función del mundo es proclamar la gloria de dios”. Pensé, ¡¿qué significa esta frase?!

¿Qué les impide dormir por la noche?

DA: La preocupación acerca de las cosas en las que estaba trabajando hasta demasiado tarde.

RD: Tengo el mismo problema.

¿Cuál ha sido el momento más fascinante de sus carreras?

DA: Uno podría ser cuando me sumergí por primera vez en un arrecife de coral y me moví entre un mundo de complejidad insólita.

RD: Algo que tenga que ver con un rompecabezas resuelto. Las cosas se ponen en su lugar y se puede observar una diferente manera de ver las cosas que de repente cobra sentido.

DA: Estamos viviendo en los tiempos intelectuales más fascinantes de la historia. A lo largo de mi vida se han descubierto profundidades y principios enormes. Cuando era un estudiante, me dirigí al profesor de geología y pregunté: “¿podría hablarnos sobre la deriva de los continentes?” Y me respondió: “en el momento que podamos demostrar que los continentes se mueven un milímetro, lo consideraré, pero hasta que llegue este momento todo es pura quimera, muchacho”. Después de dejar Cambridge, se confirmó, y todos los problemas desaparecieron (por qué los animales australianos eran diferentes, por ejemplo) cosa que cambió nuestra comprensión y dio sentido a todo. Cuando hice Vida sobre la Tierra tuvimos que empezar con organismos realmente complejos porque la ecología de los océanos primigenios no era conocida. Pero tu estás haciendo un libro para niños. Háblame de él.

RD: Es acerca de la ciencia en términos generales. Cada capítulo empieza con los mitos, así en el capítulo sobre el Sol, por ejemplo, tenemos un mito azteca, un antiguo mito egipcio, un mito aborigen. A eso se le llama “magia de la realidad” y uno de los problemas que estoy trabajando es la distinción entre el uso de la palabra “magia”, como en un truco de magia, y la magia del universo, la vida en la Tierra, que se usa en un sentido poético.

DA: No, creo que existe una distinción entre magia y maravilla. Magia, en mi opinión, debería restringirse a las cosas que en realidad no son. Los conejos no viven realmente en sombreros. Eso es magia.

RD: De acuerdo, pero ¿qué pasa si tomas una chistera y todo lo que puedes ver en su interior son pequeñas cosas marrones aburridas, y entonces una de ellas se raja y emerge una mariposa?

DA: Sí, eso es maravilloso. Pero no es magia.

RD: De acuerdo. Bien, estás destrozando mi título…

DA: ¿La maravilla de la realidad? Pero esto es bastante cursi.

RD: Sí, es como “tremendo”.

¿Quién es su autor favorito de ciencia ficción?

RD: Uno es el profesor Challenger de Conan Doyle, pero tenía un carácter muy irascible y no es un buen modelo a seguir.

DA: Yo no leo ficción.

¿Cuál es el dilema más difícil que debe hacer frente hoy en día la ciencia? 

DA: ¿Hasta dónde llegar para preservar la vida humana individual?

RD: Ese es uno de bueno, sí

DA: Quiero decir, ¿qué vamos a hacer con el NHS [siglas en inglés del Servicio Nacional de Salud]? ¿Cómo podemos poner un valor en libras, chelines y peniques a la vida de una persona? Hubo un caso de un medicamento contra el cáncer intestinal. Si se dispone de este medicamento, que vale bastantes miles de libras, la vida se alarga unas seis semanas. ¿Cómo podemos tomar esta decisión?

David Attenborough, de 84 años, es un naturalista y presentador. Estudió geología y zoología en Cambridge antes de trabajar en la BBC en 1952 y presentar celebradas series como Vida en la Tierra (1979) y otras más recientes.  Richard Dawkins, de 69 años, estudió en Oxford. Es un biólogo evolucionario, defensor muy conocido del ateísmo y autor de 10 libros. El último es Evolución. El mayor espectáculo sobre la Tierra.

Partidos Religiosos Y Democracia En Costa Rica

(el administrador del blog aclara que no comparte todos los puntos de vista del artículista, pero expone el tema para la necesaria reflexión)

 


Partidos religiosos, un peligro para la democracia

Hugo Mora *

Adital -

Instituciones democráticas peligran cuando fundamentalismo religioso las infiltra

Los partidos minoritarios son esenciales en cualquier sistema que se precie de democrático. Responden a intereses generales no atendidos a menudo por los representantes de las mayorías, intereses todos relacionados con las grandes líneas que arrancan de la Constitución Política en lo que se refiere a necesidades humanas, personales y sociales, que deben garantizarse y aplicarse para todos y por igual.

Estos partidos, como cualquier otro, deben moverse dentro de los límites establecidos por tal carta constitucional, así como por todas las normas legales que de ahí derivan. La Ley, como creación humana, está por encima de todo y de todos, como emanación del principio conocido y reconocido de tantas maneras de que el poder emana del pueblo, y no de ninguna otra instancia natural o sobrenatural. El gobernante, entonces, no importa su nivel o investidura o, para el caso, sus creencias religiosas o filosóficas, debe estar inspirado en sus dichos y acciones por el interés general, no por el propio.

En el Primer Poder de la República, por tanto, uno esperaría encontrarse con partidos que fueran expresión de las legítimas aspiraciones de tipo político de las diferentes corrientes de opinión existentes en una sociedad necesariamente pluralista.

Partidos religiosos. Resulta preocupante, por tanto, observar en la nueva Asamblea Legislativa a dos partidos minoritarios, liderados por sendos pastores de confesión protestante (antagónicos entre sí, como sabemos), llevados mayoritariamente a sus respectivas curules -es de suponer- por el voto de los adeptos de cada uno de esos credos.

Pero la presencia de partidos claramente autodefinidos como religiosos en el Primer Poder de la República es un contrasentido por dondequiera se examine el punto. La democracia es el resultado de una larga lucha política, muchas veces cruenta, en contra de las aspiraciones de las jerarquías religiosas por retener el poder, ejercido directamente o en connivencia con otros sistemas políticos, como en el caso de las monarquías y las dictaduras.

Llegar a la convicción generalizada de que la soberanía y el poder político en una nación se originan en la voluntad popular, y no en una entelequia sobrenatural, supuso un salto cualitativo de gran envergadura en su momento; y lo sigue siendo. La religión puede ser una base -discutible, por cierto- para formar moralmente a los individuos, pero no para dirigir a un Estado, ni siquiera para permear sus estructuras: la religión está mejor servida cuando se reduce al ámbito privado, no cuando mete sus manos en la vida política de los pueblos y los ciudadanos. Ejemplos sobran, aquí, allá y en todos los tiempos.

Lo notorio de las religiones es separar, dividir, introducir diferencias irreconciliables en la trama social, y hasta perseguir, si eso es todavía posible. Esto puede no ser ajeno a los partidos políticos, pero al menos estos últimos lo hacen en nombre de ideas y argumentos sujetos a examen y discusión; y siempre dentro del respeto a las leyes que los ciudadanos hemos establecido.

Por lo mismo, es nefasto, es ominoso, es funesto tener ahora a dos diputados pastores investidos con el poder que les dan las mismas leyes, pero operando con su propia agenda sectaria en beneficio no de la comunidad general, sino de grupúsculos que deberían ser atendidos por partidos libres del virus religioso.

Por otra parte, la trayectoria de estos dos partidos, cuando han estado antes en la Asamblea, ha sido bastante gris, con episodios incluso risibles, cuando no porque sus representantes se han convertido por conveniencia personal en otros tantos votos para el partido gobernante de turno.

Un peligro. La presencia de grupos religiosos organizados como partidos políticos es un verdadero peligro para la democracia. Sin llegar todavía a esto, las últimas décadas vividas en la política estadounidense han sido claro ejemplo del peligro que corren las instituciones democráticas cuando el fundamentalismo religioso las infiltra.

De manera más evidente, el fenómeno se presenta en el Medio Oriente, donde el Estado judío se ve sometido a las exigencias y presiones de algunos pequeños partidos religiosos que, incluso, tratan de imponer al resto de la población costumbres y prejuicios propios de otras épocas.

Algo similar ocurre en la mayoría de los países musulmanes vecinos, donde el fundamentalismo religioso impone sobre los políticos y la población creencias y prácticas reñidas con los derechos humanos más básicos.

En suma: los partidos mayoritarios, así como los minoritarios con agenda de servicio a toda la sociedad costarricense, deben revisar sus programas para hacerlos atractivos e inclusivos para todos. Su riesgo al no hacerlo así: perder votantes a favor de minúsculas formaciones políticas oportunistas, con una agenda propia, sectaria, divisiva y corrosiva de la necesaria cohesión social fundamentada, sobre todo, en valores cívicos.

[Fuente: La Nación/Opinión, Viernes 14 Mayo de 2010 - P. 41ª].

 

* Profesor, Universidad de Costa Rica

La Ciencia Ante La Polarización Política y El Culto A La Ciencia

 

La comunicación del conocimiento científico en un contexto de creciente polarización política


En este artículo publicado recientemente en la prestigiosa revista científica británica Nature, Dan Kahan aborda el problema de las dificultades a que se enfrenta la comunicación a la opinión pública del conocimiento científico logrado por los especialistas en un mundo políticamente polarizado y con unos medios de comunicación conservadoramente sesgados y banderizos.


Un famoso experimento realizado por psicólogos en la década de 1950 consistió en pasar una grabación de un partido de fútbol americano a estudiantes de dos universidades que disputaban la Ivy League; en el transcurso del mismo quedaba patente que los árbitros tomaban decisiones harto controvertidas contra uno de los dos equipos. Cuando los estudiantes del equipo que resultó favorecido fueron entrevistados para recabar su opinión sobre el desempeño arbitral, resultó que detectaron menos de la mitad de infracciones cometidas por su equipo de las que aseguraban haber visto los estudiantes de la universidad rival. Los investigadores llegaron a la conclusión de que los vínculos grupales habían motivado que los estudiantes de ambas universidades inconscientemente hubieran mirado la cinta con un sesgo favorable a su institución.[1]


Las investigaciones realizadas desde entonces nos permiten inferir que los ciudadanos corrientes reaccionan de un modo muy parecido cuando deben enfrentarse a evidencias científicas sobre riesgos sociales. La gente tiene una fuerte predisposición a inclinarse por la opción que refuerza su conexión con aquellos con los que ha contraído compromisos que considera que son importantes. La consecuencia de esto es que el debate científico público tiende a polarizarse. Los grupos que tienen posiciones antagónicas acerca de "asuntos culturales" como el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo o la oración en la escuela resultan ser también los que tienen las discrepancias más enconadas sobre la certeza del cambio climático o sobre la seguridad de los cementerios nucleares subterráneos.


La capacidad de las sociedades democráticas para proteger el bienestar de sus ciudadanos dependerá en gran medida de que hallemos un modo de neutralizar esta guerra cultural sobre los datos empíricos. Desafortunadamente, las teorías dominantes en el ámbito de la comunicación científica no ayudan a revertir esta situación. Muchos expertos atribuyen la controversia política sobre todo lo relacionado con el riesgo a la complejidad del conocimiento científico subyacente o a la insuficiente difusión de la información disponible. Pero si el problema fuera éste, lo normal sería encontrarnos con que las creencias que la gente tiene sobre el riesgo medioambiental, la salud pública o el control del crimen estuvieran distribuidas de forma aleatoria, o de acuerdo con los distintos niveles de educación, pero en modo alguno vinculadas a una determinada perspectiva moral. Existe una gran variedad de sesgos cognitivos que distorsionan la percepción del riesgo que pueda tener una persona –por ejemplo, el fijar la atención en peligros muy llamativos o el refuerzo de los patrones de interacción social–, pero éstos no bastan para explicar por qué las personas con posiciones moralmente opuestas reaccionan de un modo distinto ante los mismos datos científicos.


Un proceso que explicaría esta forma distintiva de polarización es la "cognición cultural". La cognición cultural hace referencia a la influencia que tienen los valores grupales –relacionados con la igualdad y la autoridad, el individualismo y el sentido de comunidad– sobre las percepciones de los distintos riesgos y las creencias que se derivan de esas percepciones.[2,3] Actualmente, a través de un proyecto de investigación en el que participo junto con Donald Braman de la George Washington Law School de Washington DC, Geoffrey Cohen de la Stanford University en Palo Alto, California, John Gastil de la University of Washington, Seattle, y Paul Slovic de la University of Oregon, en Eugene, estamos estudiando los procesos mentales que andan por detrás de la cognición cultural.


Los ciudadanos ven los debates científicos como contiendas entre facciones culturales enfrentadas en una guerra. Por ejemplo, en general a las personas les desconcierta que un comportamiento que consideran noble y apropiado en realidad pueda resultar perjudicial para el conjunto de la sociedad, del mismo modo que les turba que un comportamiento que a ellas les parezca abyecto pueda contribuir al bien común. Puesto que aceptar algo así abriría una brecha entre ellas y los suyos, tienen una fuerte predisposición emocional a rechazar tales argumentos.


Tomar partido


Nuestra investigación apunta a que esta forma de "cognición protectora" es una de las causas más importantes del conflicto político existente sobre la aceptación de la bondad de los datos científicos acerca del cambio climático y de otros riesgos ambientales. Las personas con valores individualistas, que aprecian la iniciativa personal, y que también tienen fuertes valores jerárquicos, que respetan la autoridad, tienden a desestimar las evidencias de los riesgos ambientales, puesto que una aceptación generalizada de estas evidencias conllevaría ulteriores restricciones sobre el comercio y la industria, actividades que valoran sobremanera. En cambio, las personas que tienen valores más igualitarios y procomunitarios desconfían del comercio y de la industria, puesto que los conciben como fuentes de desigualdades injustas. Por eso son más propensas a creer que este tipo de actividades conllevan riesgos inaceptables y que es preceptivo restringirlas. Hemos hallado que estas diferencias explican de una forma más completa las divergencias en las percepciones de los riesgos medioambientales de lo que consiguen hacerlo los factores de género, raza, ingreso, nivel educativo, ideología política, personalidad o cualquier otra característica individual.[4]


La cognición cultural también causa que la gente interprete las nuevas evidencias de un modo sesgado que refuerza sus predisposiciones. Como resultado, los grupos que albergan valores opuestos a menudo acaban más polarizados –no menos– cuando reciben información de carácter científico.


En un estudio examinamos cómo este proceso puede tener alguna influencia sobre las percepciones de la gente sobre los riesgos de la nanotecnología. Descubrimos que, en relación a un grupo equivalente de personas utilizado como grupo de control, el grupo de gente a la que se le proporcionó información neutral y equilibrada inmediatamente se escindió en facciones muy polarizadas que eran consistentes con sus predisposiciones culturales hacia riesgos ambientales que les resultaban más familiares, como la energía nuclear y los alimentos genéticamente modificados.[5]


Otro caso de estudio importante es el relacionado con la pugna política que paralizó un plan para vacunar a las chicas jóvenes de Estados Unidos para prevenirlas del virus que causa el cáncer de cuello de útero.


Naturalmente, puesto que la mayor parte de la gente no está en condiciones de evaluar técnicamente los datos por sí misma, hay una cierta propensión a creerse lo que digan expertos que se consideran fiables. Pero la cognición cultural también interviene aquí. Hemos descubierto que los legos consideran dignos de crédito a los científicos que en apariencia comparten sus mismos valores. Ésta fue la conclusión a la que llegamos en un estudio que realizamos acerca de las actitudes de los estadounidenses en relación a la vacunación de las jóvenes escolares para la prevención del virus del papiloma humano. Este virus de transmisión sexual constituye la primera causa de cáncer de cuello de útero. Los Centros públicos para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, en inglés) recomendaron en 2006 que la vacuna se administrara de forma rutinaria a chicas de entre 11 y 12 años, edades anteriores a la posible exposición al virus. Esta propuesta ha acabado languideciendo en medio de una intensa disputa política, en la que los críticos han sostenido que la vacuna tiene graves efectos secundarios y que hará aumentar la práctica no segura del sexo entre los adolescentes.


Para contrastar cómo la opinión de los expertos influye en este debate, nuestro equipo elaboró argumentos a favor y en contra de la vacunación obligatoria. Se trataba de que estos argumentos se los aprendieran unos expertos masculinos ficticios, cuya apariencia (en un caso bien trajeados y luciendo canas; en otro con vaqueros y corbata) y supuesta titulación pretendían hacerles aparentar perspectivas culturales distintas. Cuando el experto percibido con valores jerárquicos e individualistas criticó la recomendación de los CDC, las personas que compartían esos mismos valores y que tenían predisposición a pensar que las vacunas entrañan serios riesgos acentuaron aún más su opinión contraria a la vacunación. Asimismo, cuando el experto percibido como igualitarista y procomunitario argumentó a favor de la seguridad de la vacuna, las personas que compartían esos valores se reafirmaron en su postura favorable a la vacunación. Pero cuando se modificaron los parámetros, haciendo que el experto con aparentes valores jerárquicos defendiera las bondades de la vacunación obligatoria y que el igualitarista se opusiera a la misma, entonces las personas cambiaban de opinión y desaparecía la polarización.[6]


Animar al mismo equipo


Si se toman estos resultados de forma conjunta, vemos que la constatación de esta dinámica ayuda a explicar la peculiar polarización cultural sobre temas científicos que hoy existe en Estados Unidos y en otros lugares. A semejanza de cómo actúan los aficionados en un enfrentamiento deportivo, parece claro que las personas tratan las evidencias de forma selectiva, generalmente de un modo que favorece una mayor implicación emocional con el grupo al que pertenecen. En asuntos que van desde el cambio climático al control de armas, pasando por la biotecnología y la política antiterrorista, las personas se dejan guiar por lo que deberían sentir, y luego creer, teniendo muy en cuenta los aplausos y abucheos del público del equipo de casa.


Pero, a diferencia de los aficionados deportivos que asisten a un partido, los ciudadanos que sostienen perspectivas culturales opuestas en realidad están pegando gritos de ánimo a favor de lo mismo: la salud, la seguridad y el bienestar económico de su sociedad. ¿Hay algún modo de corregir la tendencia de la cognición cultural a interferir en la capacidad de los ciudadanos para ponerse de acuerdo sobre qué les está diciendo la ciencia en cada momento sobre cómo alcanzar este objetivo común?


Hoy sabemos explicar muchas cosas relacionadas con los mecanismos que andan por detrás de la cognición cultural, pero vamos con retraso en la investigación sobre cómo controlarla o encauzarla. Sin embargo, existen dos técnicas de comunicación del conocimiento científico que pueden ser de gran ayuda.


Un método, que se ha encargado de examinar en profundidad Geoffrey Cohen, consiste en presentar la información con un enfoque que no sea visto como una amenaza a los valores que la gente tiene, sino que esté en consonancia con los mismos.[7] Como mis colegas y yo creemos haber demostrado, las personas tienden a oponer resistencia cuando se hallan ante evidencias científicas que pueden conllevar restricciones sobre actividades que su grupo tiene en gran estima. Sabiendo esto, si las mismas evidencias científicas se presentan de un modo que no choque frontalmente con sus compromisos, inmediatamente se muestran mucho más receptivas.[8]


Por ejemplo, las personas con valores individualistas se resisten a aceptar la evidencia científica de que el cambio climático supone una seria amenaza puesto que asumir tal supuesto implicaría aceptar también que la principal solución pasa por limitar las emisiones de carbono por parte de la industria. Sin embargo, es probable que estuvieran más dispuestas a examinar las evidencias si se les hiciera patente que entre las posibles soluciones al cambio climático también se podrían tener en cuenta la energía nuclear y la geoingeniería, sectores económicos que para ellas significan aumento de empleo de recursos humanos. De un modo parecido, en el caso de las personas que tienen una perspectiva más igualitarista se podría disminuir su propensión a rechazar las evidencias sobre la seguridad de la nanotecnología si en vez de insistir en la utilidad que ésta tendría para la fabricación de bienes de consumo se lograra que llegasen a tomar conciencia del papel positivo que la nanotecnología podría jugar en la protección ambiental.


La segunda técnica a utilizar en punto a mitigar el conflicto público sobre las evidencias científicas tiene que ver con asegurarse de que la información relevante es evaluada críticamente por un grupo heterogéneo de expertos. En nuestro experimento con la vacuna para la prevención del virus del papiloma humano se consiguió reducir substancialmente la polarización cuando las personas de ambos bandos veían que había expertos supuestamente afines moralmente cuyas opiniones científicas eran diversas. La gente siente que vale la pena tomar en consideración otras opciones cuando detecta que un miembro reconocible de su comunidad cultural las acepta. Así, por ejemplo, si a un portavoz al que todos reconocen la condición de padre tradicional que tiene una concepción jerárquica del mundo se le brindara la oportunidad de defender posiciones distintas de la típicas de su grupo, resultaría mucho más fácil disipar cualquier duda sobre la existencia de cualquier posible asociación entre la vacunación obligatoria contra el virus del papiloma humano y el consentimiento de prácticas sexuales permisivas.


No creo que sea una simplificación exagerada decir que la ciencia necesita venderse mejor. Sin embargo, a diferencia de la publicidad comercial, la finalidad de estas técnicas no es la de inducir al público a aceptar una conclusión predeterminada, sino crear un contexto favorable para que la gente pueda permitirse tener la mente abierta y realizar una evaluación lo menos sesgada posible de la mejor información científica disponible.


Aunque estas recomendaciones son bastante simples, lo que vemos habitualmente es que los comunicadores científicos no las tienen en absoluto en cuenta. El enfoque preponderante se basa en inundar a la opinión pública con la mayor cantidad de datos posible bajo el supuesto de que la verdad se abrirá paso por sí misma y al final ahogará a sus enemigos. Sin embargo, cuando la verdad conlleva una seria amenaza para los valores culturales de la gente, pretender que ésta siga con la cabeza bajo el agua no hace más que reforzar su hostilidad y aumentar su deseo de dar todo su apoyo a argumentos alternativos, independientemente de si estos son un desvarío carente de toda evidencia. Este tipo de reacción se ve substancialmente reforzada cuando, como ocurre a menudo, el mensaje lo transmiten comunicadores públicos que están indudablemente vinculados a perspectivas o estilos culturales concretos; y se alcanza el colmo de la polarización cuando esta clase de publicistas se enredan en una retórica partidista con la que ridiculizan a sus oponentes calificándolos de corruptos o imbéciles. Esta forma de abordar la comunicación del conocimiento científico hace que los ciudadanos vean los debates científicos como contiendas entre facciones culturales enfrentadas en una guerra, y que tomen partido según esta lógica.


Tenemos que aprender a presentar mejor la información en formatos que conecten bien con grupos culturales diversos, y debemos aprender a estructurar mejor el debate con el fin de evitar la polarización política. Si queremos que la elaboración de políticas públicas se haga a partir de la mejor información científica disponible, entonces necesitamos disponer de una teoría del riesgo comunicativo que explique cumplidamente todos los efectos que tiene la cultura en nuestros procesos de toma de decisiones. 


Referencias bibliográficas 

  1. Hastorf, A. H. & Cantril, H. J. Abnorm. Soc. Psychol. 49, 129–134 (1954).
  2. Douglas, M. & Wildavsky, A. B. Risk and Culture: An Essay on the Selection of Technical and Environmental Dangers. (Univ. California Press, 1982).
  3. DiMaggio, P. Annu. Rev. Sociol. 23, 263–287 (1997).
  4. Kahan, D. M., Braman, D., Gastil, J., Slovic, P. & Mertz, C. K. J. Empir. Legal Stud. 4, 465–505 (2007).
  5. Kahan, D. M., Braman, D., Slovic, P., Gastil, J. & Cohen, G. Nature Nanotechnol. 4, 87–91 (2009).
  6. Kahan, D. M., Braman, D., Cohen, G. L., Slovic, P. & Gastil, J. Law Human Behav, (en prensa).
  7. Cohen, G. L., Aronson, J. & Steele, C. M. Pers. Soc. Psychol. Bull. 26, 1151–1164 (2000).
  8. Cohen, G. L. et al. J. Pers. Soc. Psychol. B. 93, 415–430 (2007).


Dan Kahan es un reputado jurista de la Yale Law School, New Haven, Connecticut. Antiguo asistente del fallecido juez Thurgood Marshall (primer juez afroamericano del Tribunal Supremo de Estados Unidos), actualmente desarrolla un ambicioso programa de investigación sobre cognición cultural y percepción social del riesgo.




La ciencia sigue siendo uno de los pocos productos de la civilización que lleva en su propia estructura el germen de la emancipación


Noam Chomsky suele criticar a los intelectuales postmodernos de nuestra época, porque han abandonado el espíritu de la Ilustración y no creen en el valor objetivo del conocimiento científico; y los contrapone a los intelectuales de la izquierda tradicional, que “procuraban compensar el carácter clasista de las instituciones culturales mediante programas educativos para los trabajadores, o escribiendo libros de gran éxito sobre matemáticas, física y otros temas científicos dirigidos al gran público”. Recientemente, Alan Sokal ha recuperado estas críticas de Chomsky en un brillante alegato de izquierdas en favor de la racionalidad.

De hecho, nos estamos acostumbrando a ver la ciencia y la tecnología como parte del sistema social y económico y a meter en el mismo saco las injusticias del sistema capitalista, el expolio de recursos naturales y el calentamiento global junto con el conocimiento científico, el desarrollo tecnológico y el imperativo económico de la innovación. Así que cada vez parece más natural la idea –completamente ajena, en realidad, a la tradición de la izquierda– de que la
ciencia y la innovación son asuntos de los que ya se ocupan los guardianes del sistema y a los que no merece la pena que preste más atención el pensamiento progresista.

Craso error. La ciencia sigue siendo uno de los pocos productos de la civilización que lleva en su propia estructura el germen de la emancipación. Es cierto que el conocimiento científico puede servir a la guerra y al capitalismo depredador. Pero también sirve para combatir la enfermedad y la pobreza, la desigualdad y la opresión. Además el conocimiento científico no conoce fronteras, sólo sobrevive en medios culturales estimulantes y abiertos y tiene vocación de difusión universal. Aunque sólo fuera por eso, la ciencia debe seguir siendo una parte esencial del patrimonio de la izquierda.

Pero hay algo más. La ciencia y la tecnología no crecen y se desarrollan solas. Cada paso en una u otra dirección se da porque alguien ha tomado decisiones para orientar el proceso de acuerdo con intereses particulares o públicos, ocultos o transparentes, egoístas o solidarios. La discusión de la nueva Ley de la Ciencia puede ser una buena ocasión para poner a prueba el compromiso de la izquierda de nuestro país en este campo. Para empezar, el Gobierno haría bien en abrir el debate sobre el futuro de la ciencia y la innovación a un público amplio,
interesado e informado.

Miguel, Ángel Quintanilla es catedrático de lógica y filosofía de la ciencia en la Universidad de Salamanca.

Dos Artículos Racionalistas Antirreligiosos

OBSERVACIÓN: Respetamos los puntos de vista de los autores, aunque no los compartimos.

 

 

Posmodernismo, pseudociencias, religión e izquierda política

 

¿Hay alguna relación entre posmodernismo y pseudociencia? Bien, quizás para poder responder con mayor conocimiento de causa sea necesario definir ambos términos. El posmodernismo es una corriente intelectual que tiene en mayor o menor grado estas características: el rechazo de la tradición racionalista de la Ilustración, el desprecio hacia cualquier tipo de comprobación empírica de sus discursos teóricos, y un relativismo cognitivo y cultural que considera a la ciencia como una "narración" o una construcción social entre muchas otras.

Por pseudociencia la definición que puede valer es: conjuntos de pensamientos, afirmaciones o relaciones sobre realidades o imaginaciones de todo punto inaceptables por la ciencia; habitualmente quien la practica apoya estos pensamientos mediante razonamientos o informes que distan de satisfacer los requisitos habituales en ciencia.

Ya puestos, también se especificará qué se entiende por ciencia: un intento crecientemente exitoso ("crecimiento exitoso" porque para decirlo con las palabras de uno de los mayores especialistas mundiales en especiación, Jerry A. Coyne: "los problemas difíciles a menudo ceden ante la ciencia") de obtener una comprensión objetiva, si bien siempre incompleta y aproximada, del mundo.

Si en una línea horizontal que intentase reflejar el continuo que va, de izquierda a derecha, desde la ciencia probada hasta la pseudociencia más "pura", basado en la fuerza de los datos empíricos a favor de las distintas teorías que pudiéramos poner, nos encontraríamos en el extremo izquierdo con teorías, por ejemplo, como la atómica o la evolución. En realidad, son muchos los que coinciden en que la evolución es un hecho. Uno de ellos, Richard Dawkins, lo dice de forma elocuente: "Más allá de una duda razonable, más allá de una duda seria, más allá de una duda sana, informada, inteligente, más allá de cualquier duda, la evolución es un hecho." (1). Pero no nos detengamos en este punto; en el extremo izquierdo de este hipotético continuo, repito, están la teoría atómica y la evolución, entre otras. En el extremo derecho existen, ¡ay!, muchos ejemplos para poner: astrología, creacionismo, judaísmo, cristianismo, tarot… Cerca del extremo derecho también estaría situada la homeopatía, por ejemplo.

La relación entre postmodernismo y pseudociencias es una de las investigaciones que nos propone, entre otras muchas, Alan Sokal en su nuevo libro Más allá de las imposturas intelectuales (Paidós, 2009), excelentemente traducido por Miguel Candel.

Como se recordará, Alan Sokal fue el responsable de un episodio muy divertido y muy ilustrativo. En el año 1996, la revista postmoderna que académicamente gozaba de mucha importancia, Social Text, publicó en el número 46/47 un artículo de título largo y voluntariamente incomprensible (la traducción del inglés sería algo así como "Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad quántica") escrito por este físico de izquierdas estadounidense. Poco después de publicarse, el mismo Alan Sokal envió un artículo a la misma revista en el que confesaba que todo lo que había escrito allá era un sinsentido de lo más estúpido. Social Text no quiso publicar este nuevo artículo de Sokal en donde se desmontaba el engaño, aunque sí lo hizo Dissent en el mismo año 1996. Entre otras cosas, Sokal afirmaba en este nuevo artículo: "… mi artículo [el anterior publicado en Social Text] es una mezcla de verdades, medias verdades, cuartos de verdad, falsedades, saltos ilógicos y frases sintácticamente correctas que carecen por completo de sentido." Y también: "Confieso que soy un viejo izquierdista impenitente que nunca ha entendido cómo se supone que la deconstrucción va a ayudar a la clase obrera. Y soy también un viejo científico pesado que cree, ingenuamente, que existe un mundo externo, que existen verdades objetivas sobre el mundo y que mi misión es descubrir algunas de ellas." Se armó un buen escándalo que hasta recibió nombre propio: "el asunto Sokal". El escándalo tuvo por supuesto también un amplio seguimiento en la prensa de gran tirada, tanto en la francesa como en la estadounidense. Poco después y cuando las repercusiones de la bulla no se habían extinguido ni mucho menos, Alan Sokal, junto al físico teórico belga Jean Bricmont, coescribió un libro titulado Imposturas intelectuales que, originalmente en francés, se publicó en muchos idiomas, entre ellos el catalán y el castellano, a partir de 1997. En este libro, Sokal y Bricmont, tomando algunos textos de Jacques Lacan − el que, según el veterano filósofo Mario Bunge, dio lugar al poco recomendable género del "charlacanismo" (2)−, Julia Kristeva, Bruno Latour, Jean Baudrillard, Gilles Deleuze, entre otros, mostraban la tendencia de estos autores postmodernos al abuso de algunos términos científicos sin poseer la más remota idea acerca de lo que estaban hablando o escribiendo. También confesaban los autores de Imposturas intelectuales su preocupación porque la moda postmoderna suponía un debilitamiento de la izquierda política que se dejaba influir por ella. Sokal y Bricmont, que siempre han tenido a Noam Chomsky en alta estima científica y política (3), citaban en Imposturas intelectuales al actualmente octogenario estadounidense en su apoyo:

"Los intelectuales de izquierdas participaron activamente en la vida animada de la cultura obrera. Algunos buscaron compensar el carácter de clase de las instituciones culturales con programas de educación obreros o mediante obras de divulgación  —que conocieron un éxito muy grande—  sobre matemáticas, ciencias y otros temas. Es hiriente constatar que hoy en día sus herederos de izquierdas a menudo privan a los trabajadores de estos instrumentos de emancipación, y nos informan que el ’proyecto de los Enciclopedistas’ está muerto, que hemos de abandonar las ’ilusiones’ de la ciencia y de la racionalidad. Será un mensaje que hará felices a los poderosos, satisfechos de monopolizar estos instrumentos para su propio uso." (4)

Han pasado aproximadamente 13 años desde la edición de Imposturas intelectuales. Ahora, con la publicación de Más allá de las imposturas intelectuales, Sokal, que también ha contado en algunas partes del libro con la colaboración de Jean Bricmont, aborda aspectos más amplios y ambiciosos que en la obra anterior. Más allá de las imposturas intelectuales es un libro mucho más largo que el primero (en la edición de Paidós tiene 576 páginas) y se adentra en campos como −además de los mencionados anteriormente: pseudociencias y postmodernismo− la religión y la ética. El resultado en mi opinión es, aunque en conjunto muy bueno, algo desigual. Creo, por ejemplo, que no era necesario en este libro volver a incluir el artículo de Social Text, si bien ahora está editado con nuevos comentarios. En cambio, el largo capítulo sobre "religión, política y supervivencia" me parece especialmente brillante. Y demoledor. Incluye una discusión con la idea defendida por el ya difunto Stephen Jay Gould sobre los "magisterios no superpuestos". Gould había querido defender con estas palabras la idea de que la ciencia trata cuestiones de hecho, y la religión, cuestiones de ética y significado. Sokal defiende de forma muy convincente que esta posición es insostenible.

Un libro que no abundará a buen seguro en las bibliotecas de postmodernos y partidarios de cualquier pseudociencia.   

Notas: (1) Richard Dawkins, Evolución, Espasa, 2009, p. 22. (2)  Hay una divertida discusión en Imposturas intelectuales acerca de la equiparación (metafórica, se supone) que hace Lacan entre ¡el pene y la √-1! Sí, raíz cuadrada de menos uno. Increíble, pero cierto. (3) Bricmont editó, junto con Julie Franck, un monumental libro de textos de y sobre Chomsky en 2007 que resulta imprescindible para toda aquella persona que quiera conocer con cierto detalle el pensamiento científico, social y político del veterano luchador: Chomsky, París, Éditions de l’Herne. (4) Para la impecable opinión de Chomsky sobre el postmodernismo, véase además del citado libro editado por Bricmont y Franck, Daniel Raventós, "Noam Chomsky sobre la revolución cognitiva, el postmodernismo, la libertad de expresión, la democracia y las guerras", Sin Permiso núm. 5.

 

 

Cherie Blair: una juez religiosa, pero injusta

 

Es significativo apuntar que cuando Cherie Blair adjudicó una sentencia intencionalmente benévola al Sr. Shamso Miah (dejando en suspenso por dos años una pena de cárcel de 6 meses) a pesar de que hubiera asaltado a un hombre y le rompiera la mandíbula, expresó no una, sino dos veces- otorgándole énfasis- su razón para ello: el hecho de que era una “persona religiosa”. Estas son sus palabras exactas: “Voy a suspender su sentencia por dos años puesto que es usted una persona religiosa y que nunca había causado problemas. Usted ocasionó una fractura leve a un miembro de la ciudadanía que esperaba en la cola del Lloyds Bank. Siendo como es un hombre religioso, usted sabe que este no es un comportamiento adecuado”.

 

Lo que desde luego no es un comportamiento nada adecuado es que una juez dicte sentencia según sus ideas personales sobre religión, ya sean positivas o negativas. Las opiniones de la Señora Blair, es conocido públicamente, son positivas; es bien sabido de todos que es católica, como lo es también ahora su esposo, el anterior primer ministro, recién convertido del anglicanismo; sus hijos fueron educados en la escuela católica London Oratory School de Brompton; y el recientemente católico Mr. Blair ha fundado una organización religiosa que tiene por objeto promover el ecumenismo entre los credos.

 

Como abogada, la Sra. Blair debería darse cuenta de las improcedentes e inadmisibles derivaciones provocadas al dictaminar sentencias indulgentes a creyentes por el mero hecho de serlo; esto es: que los no creyentes deberían recibir sentencias menos benévolas. Si hubiera dicho- y repetido dos veces- al aprobar el veredicto de una persona que supiese no creyente: “voy a aplicar toda la fuerza de la ley basándome en que usted no es creyente”, no hubiera creado ni una sola causa más de las que ya ha originado para que se desatara un escándalo, por la sencilla razón de que ese sería su lógico anverso, y resultaría por ello igualmente inaceptable.

 

Es correcto tener en cuenta la buena conducta y la inexistencia de antecedentes penales al aprobar una sentencia en un proceso penal. Mrs. Blair basó la buena conducta del culpable en que era una persona religiosa. Así que obviamente, la Sra. Blair mantiene de forma manifiesta que existe una relación entre “ser una persona religiosa” y “tener buena conducta”. Debe saber, sin embargo, que estos no siempre van ligados entre sí; tendría que haber estado viviendo encerrada dentro de un frigorífico durante estas dos últimas décadas para atreverse a pensar que fueran una misma cosa, ya que cómo muestran un buen número de ejemplos- y entre ellos las atrocidades cometidas en los Estados Unidos el 11/09- ser una persona religiosa es totalmente consistente con, y a veces incluso causa, de ser una malísima persona. Así pues, debe suponer- dejando la historia y el mundo contemporáneo a un lado por mostrar demasiados contraejemplos poco adecuados a su causa- que existe una tendencia de la gente religiosa hacia la buena conducta por el hecho de ser religiosos (y no, por ejemplo, que tengan tendencia a la buena conducta porque sean personas).
 

Permítaseme que examine cuidadosamente la lógica de la Sra. Blair. Ella no puede pensar sistemáticamente que las personas no religiosas tengan tendencia a la buena conducta porque no son religiosos. De serlo, estaría pensando que todas la personas, creyentes o no, se inclinan hacia una buena conducta. Pero este generoso pensamiento no es precisamente lo que se deriva de su exposición. Al contrario, sus comentarios al “devoto musulmán” rompe-mandíbulas (tal como lo describe la prensa) Shamso Miah, implican que lo que ella piensa es que las personas religiosas tienen una mayor tendencia a la buena conducta que la gente no-religiosa. ¿Qué es lo que justifica esta suposición? ¿Es acaso el hecho de que esos autoproclamados no-religiosos cometan atrocidades hacia todas las demás personas, sean religiosas o no, explícitamente en el nombre de su no-religión, y arrastrados a tales acciones en el servicio de esta no-religión? Por supuesto que no. Así pues, ¿sobre qué base que no sean sino sus prejuicios y sus propias creencias, puede la Sra. Blair decir, en una sentencia de una sala de justicia Británica, que una persona debiera ser tratada con más indulgencia por el hecho de ser religiosa?

 

El daño ocasionado a las personas no-religiosas de buen comportamiento con este comentario, y lo perverso del juicio en sí mismo, hace comprensible la demanda que la Sociedad Secular Nacional (NSS) ha interpuesto contra la Sra. Blair. Las reacciones de algunos medios eran previsibles. Andrew Brown, que escribe un blog habitual en la página del Guardian en el que airea sus opiniones sobre asuntos religiosos, cita el comunicado de la NSS: “¿Y qué hubiera pasado de ser ateo?, ¿Habría renunciado la Sra. Blair/Booth a la suspensión de sentencia basándose en que los no creyentes carecen de principios guía que les indiquen que no es correcto golpear a la gente en la cara? Este es un caso de discriminación bastante preocupante que parece probar que en los juzgados de Cherie Blair las personas religiosas reciben un trato diferente”.

 

Y entonces Brown añade que a la pregunta de “si ser un devoto musulmán (o cristiano) supondría en sí mimo una señal de buena conducta... Cherie Booth parece argumentar que así es... Para [los seculares] ser un devoto creyente es justo lo contrario: Es evidencia de una mala conducta”, ¿Cómo puede Brown, pasando por alto las suposiciones de la Sra. Blair, llegar de este comentario de la National Secular Society (Sociedad Secular Nacional) a la conclusión de que ellos o cualquier otro secular piensa que “ser un creyente devoto es prueba evidente de mala conducta”? (Y peor aún, Brown añade a continuación que en el “mundo” del presidente de la NSS, Terry Sanderson, los jueces deberían ir diciendo: “a pesar de no tener cargos previos contra su persona, es usted sin embargo seguidor del Papa Benedicto XVI y, por lo tanto, incapaz de diferenciar lo bueno de lo malo. Es por ello por lo que me encuentro en la obligación de imponerle una sentencia privativa de libertad”. Esta es una parodia pareja que sigue el planteamiento de Brown). Es justamente porque todo tipo de asunciones, en uno u otro sentido, carecen de valor – un mandamiento sobre el que se funda el secularismo- por lo que precisamente la NSS desafía a la Sra. Blair, un razonamiento que parece que Mr. Brown no acaba de entender.

En el Times, un joven licenciado de filosofía convertido al periodismo, el Sr. Hugo Rifkind, que aunque asegura simpatizar con la protesta de la Sociedad Secular Nacional contra la Sra. Blair, argumenta a continuación que sus “estudios de filosofía” le han llegado a enseñar que la Sra. Blair y su iglesia católica tienen razón cuando sostienen que las creencias religiosas “te dotan con un especie de moralidad superior, que supera con creces todo lo demás”. Su razón para decir esto es que, tal como lo explica él mismo, “la moralidad abstracta no existe. Ni tan solo tiene sentido. Si Dios no es la última respuesta, ¿qué podría serlo?”
 

Esta es un pésimo reclamo para donde quiera que el Sr. Rifkind estudiara filosofía. Eso, o no estaba atendiendo a la “primera semana” cuando (según dice) parece que se impartió el curso de ética. Y desde luego, parece que desde entonces haya dejado de pensar por completo. Permítanme que dirija su atención hacia Sócrates, Aristóteles, los Estoicos, Hume, Kant y alguna otra docena más entre los pensadores con los que debería haberse topado durante sus estudios, y cuyas éticas no se basan en mandatos divinos o la existencia de fuerzas sobrenaturales, sino que se derivan de la reflexión sobre lo que los seres humanos, en esta vida y en este mundo, se deben los unos a otros en el sentido de respeto, interés, confianza, justicia y honestidad. Comparada con la rica tradición de la ética humanística que nos llega desde la antigüedad clásica, la mayoría de lo que se tiene por moralidad en la religión (“regala todas tus posesiones”, “no te ocupes del mañana”, “las mujeres habrán de cubrirse la cabeza en las iglesias”) parece algo estúpido y trivial- al menos lo que es específico de la religión y no cuenta con el apoyo de éticas más amplias, sean religiosas o de otra índole. Desde luego, el Sr. Rifkind deja expuesta aquí a la luz su ignorancia filosófica, por cuanto debería saber que lo que hay de valor práctico en las éticas cristianas ha sido importado de las escuelas helénicas y romanas tardías, especialmente del estoicismo, durante el siglo cuarto de la Iglesia de Inglaterra y en su posterioridad, para suplir la falta de una ética llevadera en una religión que, para empezar, contaba con un inminente fin del mundo y no veía necesidad de dinero, matrimonio, y ningún otro aspecto de la vida ordinaria. Así pues, con el pasar de los siglos, tuvo que buscar a su alrededor en un intento de incorporar algo más práctico, y lo encontraría, por supuesto, en la tradición pre-cristiana clásica. Pero para ir resumiendo: la concepción estoica romana de buena conducta le da mil vueltas, y una buena tunda, a la Sra. Blair (y lo mismo se aplica al Sr. Rifkind).

  

La cuestión que se deriva de este asunto nada edificante es que la Sra. Blair no está capacitada para ejercer su cargo en el tribunal, y que es totalmente necesaria una confirmación de la imparcialidad y exhaustividad judicial. Debería sucederse como el resultado de una acción disciplinaria contra la Sra. Blair, y el compromiso de buscar mejores razones para permitir que gente violenta se quede en la calle sólo por sus creencias en antiguas supersticiones pre-científicas.

Richard Dawkins ocupa la cátedra Charles Simonyi de divulgación pública de la ciencia en la Universidad de Oxford. Su último libro es Evolución. El mayor espectáculo sobre la Tierra.

 

 

OBSERVACIÓN: Respetamos las opiniones de Richard Dawkins, pero es que la propia ciencia invalida sus argumentos. Se sabe que las personas creyentes manejan mejor el stress y pueden tener mayor autocontrol, por tanto un creyente tiene más posibilidades de controlar su conducta que un no creyente. Son hechos científicos corroborados abiertamente. Ver más en Cerebro creyente, cerebro no creyente