Partidos Religiosos Y Democracia En Costa Rica
(el administrador del blog aclara que no comparte todos los puntos de vista del artículista, pero expone el tema para la necesaria reflexión)
Partidos religiosos, un peligro para la democracia
Hugo Mora *
Adital - Los partidos minoritarios son esenciales en cualquier sistema que se precie de democrático. Responden a intereses generales no atendidos a menudo por los representantes de las mayorías, intereses todos relacionados con las grandes líneas que arrancan de la Constitución Política en lo que se refiere a necesidades humanas, personales y sociales, que deben garantizarse y aplicarse para todos y por igual. Estos partidos, como cualquier otro, deben moverse dentro de los límites establecidos por tal carta constitucional, así como por todas las normas legales que de ahí derivan. La Ley, como creación humana, está por encima de todo y de todos, como emanación del principio conocido y reconocido de tantas maneras de que el poder emana del pueblo, y no de ninguna otra instancia natural o sobrenatural. El gobernante, entonces, no importa su nivel o investidura o, para el caso, sus creencias religiosas o filosóficas, debe estar inspirado en sus dichos y acciones por el interés general, no por el propio. Partidos religiosos. Resulta preocupante, por tanto, observar en la nueva Asamblea Legislativa a dos partidos minoritarios, liderados por sendos pastores de confesión protestante (antagónicos entre sí, como sabemos), llevados mayoritariamente a sus respectivas curules -es de suponer- por el voto de los adeptos de cada uno de esos credos. Pero la presencia de partidos claramente autodefinidos como religiosos en el Primer Poder de la República es un contrasentido por dondequiera se examine el punto. La democracia es el resultado de una larga lucha política, muchas veces cruenta, en contra de las aspiraciones de las jerarquías religiosas por retener el poder, ejercido directamente o en connivencia con otros sistemas políticos, como en el caso de las monarquías y las dictaduras. Llegar a la convicción generalizada de que la soberanía y el poder político en una nación se originan en la voluntad popular, y no en una entelequia sobrenatural, supuso un salto cualitativo de gran envergadura en su momento; y lo sigue siendo. La religión puede ser una base -discutible, por cierto- para formar moralmente a los individuos, pero no para dirigir a un Estado, ni siquiera para permear sus estructuras: la religión está mejor servida cuando se reduce al ámbito privado, no cuando mete sus manos en la vida política de los pueblos y los ciudadanos. Ejemplos sobran, aquí, allá y en todos los tiempos. Lo notorio de las religiones es separar, dividir, introducir diferencias irreconciliables en la trama social, y hasta perseguir, si eso es todavía posible. Esto puede no ser ajeno a los partidos políticos, pero al menos estos últimos lo hacen en nombre de ideas y argumentos sujetos a examen y discusión; y siempre dentro del respeto a las leyes que los ciudadanos hemos establecido. Por lo mismo, es nefasto, es ominoso, es funesto tener ahora a dos diputados pastores investidos con el poder que les dan las mismas leyes, pero operando con su propia agenda sectaria en beneficio no de la comunidad general, sino de grupúsculos que deberían ser atendidos por partidos libres del virus religioso. Por otra parte, la trayectoria de estos dos partidos, cuando han estado antes en la Asamblea, ha sido bastante gris, con episodios incluso risibles, cuando no porque sus representantes se han convertido por conveniencia personal en otros tantos votos para el partido gobernante de turno. Un peligro. La presencia de grupos religiosos organizados como partidos políticos es un verdadero peligro para la democracia. Sin llegar todavía a esto, las últimas décadas vividas en la política estadounidense han sido claro ejemplo del peligro que corren las instituciones democráticas cuando el fundamentalismo religioso las infiltra. De manera más evidente, el fenómeno se presenta en el Medio Oriente, donde el Estado judío se ve sometido a las exigencias y presiones de algunos pequeños partidos religiosos que, incluso, tratan de imponer al resto de la población costumbres y prejuicios propios de otras épocas. Algo similar ocurre en la mayoría de los países musulmanes vecinos, donde el fundamentalismo religioso impone sobre los políticos y la población creencias y prácticas reñidas con los derechos humanos más básicos. En suma: los partidos mayoritarios, así como los minoritarios con agenda de servicio a toda la sociedad costarricense, deben revisar sus programas para hacerlos atractivos e inclusivos para todos. Su riesgo al no hacerlo así: perder votantes a favor de minúsculas formaciones políticas oportunistas, con una agenda propia, sectaria, divisiva y corrosiva de la necesaria cohesión social fundamentada, sobre todo, en valores cívicos. [Fuente: La Nación/Opinión, Viernes 14 Mayo de 2010 - P. 41ª]. * Profesor, Universidad de Costa Rica
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