La Única Alternativa Ante el Apocalipsis Que Vivimos
«Si no os convertís, todos pereceréis»
Leonardo Boff
Dice Jesús en los evangelios: «Si no os convertís, todos pereceréis». Dicho de otro modo: «Si no cambiáis de modo de ver y de actuar, todos pereceréis». Nunca estas palabras me parecieron tan verdaderas como cuando presencié la Crónica de Copenhague, un documental de la TV francesa, emitido a través de un canal de pago en Brasil y, supongo, que en todo el mundo. En la COP-15 celebrada en Copenhague en diciembre pasado, se reunieron los representantes de las 192 naciones para decidir la reducción de las tasas de los gases de efecto invernadero, productores del calentamiento planetario.
Todos fueron allí con el deseo de hacer algo. Pero las negociaciones, después de una semana de debates intensísimos, llegaron a un punto muerto y no se decidió nada. ¿Cuáles fueron las causas de este impasse que provocó decepción y rabia en el mundo entero?
En primer lugar, creo que no había suficiente conciencia colectiva de las amenazas que pesan sobre el sistema-Tierra y sobre el destino de la vida. Era como si los negociadores hubiesen sido informados de que un Titanic se estaba hundiendo sin darse cuenta de que esa era la nave en el cual ellos estaban, la Tierra.
En segundo lugar, no se tenía claro que el objetivo principal era: impedir que el termómetro de la Tierra suba más de dos grados centígrados, porque entonces conoceremos la tribulación de la desolación climática. Para evitar tal tragedia urge reducir la emisión de gases de efecto invernadero, con estrategias de adaptación, mitigación, concesión de tecnologías a los países más vulnerables y financiación abundante para estimular tales medidas. La preocupación ahora no es garantizar la continuidad del statu quo sino dar centralidad al sistema Tierra, a la vida en general y a la vida humana en particular.
En tercer lugar, faltó una visión colectiva. Muchos negociadores dijeron claramente: estamos aquí para representar los intereses de nuestro país. Error. Lo que está en juego son los intereses colectivos y planetarios y no los de cada país. Eso de defender los intereses del país es propio de los negociadores de la Organización Mundial de Comercio, que se rigen por la competencia y no por la cooperación. Cuando predomina la mentalidad de los negocios la lógica que funciona, denunciada por muchos bien intencionados en Copenhague, es la siguiente: no hay confianza pues todos desconfían de todos, todos están a la defensiva, no ponen las cartas sobre la mesa por miedo a la crítica y al rechazo, todos se reservan el derecho de decidir sólo en el último momento como en un juego de póquer. De los grandes jugadores, China observaba, Estados Unidos callaba, la Unión europea quedó aislada, y los africanos, las grandes víctimas, ni siquiera fueron tomados en consideración. Brasil mostró coraje al final con las palabras de denuncia del Presidente Lula.
Por último, el fracaso de Copenhague —bien lo dijo Lord Stern allí presente— se debió a la falta de voluntad para vivir juntos y pensar colectivamente. Tales cosas son herejías para el espíritu capitalista enfundado en su individualismo. Éste no está en absoluto interesado en que vivamos juntos, pues la sociedad para él no pasa de un conjunto de individuos disputando furiosamente la mayor tajada del pastel llamado Tierra.
Jesús tenía razón: si no nos convertimos, es decir, si no cambiamos este tipo de pensamiento y de práctica hacia una línea de cooperación universal, jamás llegaremos a un consenso salvador. E iremos al encuentro de los dos grados Celsius de calentamiento, con sus dramáticas consecuencias.
La valiente negociadora francesa Laurence Tubiana al hacer el balance final dijo resignadamente: «los peces grandes siempre se comen a los pequeños y los cínicos siempre ganan la partida, pues ésa es la lógica de la historia». No podemos aceptar ese derrotismo. El ser humano es resiliente, o sea, puede aprender de sus errores y, en la urgencia, puede cambiar. Me quedo con el paciente jefe de los negociadores, Michael Cutajar, que al final de un fracaso dijo: «mañana lo haremos mejor».
Esta vez la única alternativa salvadora es pensar juntos, actuar juntos, soñar juntos y cultivar la esperanza juntos, confiando en que la solidaridad sea lo que fue en el pasado: la fuerza secreta de nuestra mejor humanidad.
El legado profético de Zilda Arns
La inolvidable Zilda Arns, la Ángel de las niñas y los niños oprimidos y condenados.
Se han hecho ya todos los elogios debidos a la médica brasilera, Zilda Arns —hermana del Cardenal de los derechos humanos, Paulo Evaristo Arns—, que sucumbió bajo las ruinas del terremoto de Haití. Tal vez la opinión pública mundial no se haya dado cuenta de la importancia de esta mujer que en 2006 fue propuesta como candidata al premio Nóbel de la Paz. Y bien que lo merecía, pues dedicó toda su vida a velar por la salud de las personas más vulnerables. Durante 25 años coordinó la Pastoral del Niño acompañando a más de un millón ochocientos mil menores de cinco años y a más de un millón cuatrocientas mil familias pobres. Con medios simples, como el suero casero, la alimentación a base de un preparado de nutrientes y otros recursos mínimos, salvó a millares de niños que antes fatalmente morían. A partir de 2004 inició la Pastoral de la Persona Mayor que llega a cien mil personas de edad avanzada.
Sería largo contar su extraordinario trabajo, difundido ya en más de 20 países pobres del mundo. Lo que pretendo es enfatizar los valores del capital espiritual que sustentaron su práctica. En esto iba en contra del sistema dominante y sirve de inspiración para el momento actual.
Hay una convicción creciente de que no saldremos de la crisis de civilización actual si continuamos con los mismos hábitos y los mismos valores consumistas e individualistas que tenemos. La dra. Zilda mostró cómo puede ser diferente y mejor.
Ella honró el cristianismo, viviendo una mística de amor a la humanidad que sufre, de esperanza en que siempre se puede hacer alguna cosa para salvar vidas, de fe en la fuerza de los débiles que se organizan y en prestar oídos a todos, hasta a los niños que no hablan todavía.
Tenía clara conciencia de que la solución viene de abajo, de la sociedad, sin que con eso se dispense al Estado de su deber. Los problemas sociales se resuelven a partir de la sociedad. Para eso suscitó la sensibilidad humanitaria que se esconde en cada persona e inauguró la política de la buena voluntad. Más de 250 mil personas voluntarias, sin retribución económica alguna, asumieron los trabajos junto a ella.
Copiada de la práctica de Jesús, una idea-generadora movía su acción: multiplicar. No sólo panes y peces como hizo Él, sino, en las condiciones de hoy, multiplicar el saber, la solidaridad y los esfuerzos.
Multiplicar el saber implica trasmitir a las personas sencillas los rudimentos de higiene, el cuidado con el agua, la toma periódica del peso del niño y la alimentación adecuada. Este saber refuerza la autoestima de las personas y confiere autonomía a la sociedad civil.
Multiplicar la solidaridad que, para ser universal, debe partir de los últimos, buscando llegar a las personas que viven en los rincones donde nadie va, tratando de salvar al niño más desnutrido y casi agonizante. Esta solidaridad es la que más escasea en el mundo actual.
Multiplicar esfuerzos, implicando a las políticas públicas, las ONG, los grupos de base, las empresas en su responsabilidad social, en fin, todos los que ponen la vida y el amor por encima del lucro y el provecho. Pero sobre todo multiplicar la buena voluntad generosa.
Estos son los contenidos del capital espiritual que deben estar en la base de la nueva sociedad mundial que hay que gestar. El siglo XXI será el siglo del cuidado de la vida y de la Tierra o será el siglo de nuestra autodestrucción. Hasta ahora hemos globalizado la economía y las comunicaciones. Tenemos que globalizar la conciencia planetaria y multiplicar el saber útil a la vida, la solidaridad universal, los esfuerzos para construir lo que todavía no ha sido ensayado. Amor y solidaridad no entran en las estadísticas ni en los cálculos económicos, pero es lo más buscado y lo que nos puede salvar.
La médica Zilda Arns seguramente sin saberlo, pero proféticamente, nos mostró en miniatura que este mundo no sólo es posible, sino que ya ahora es realizable.
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