Ese Feminismo A Medias
Ya basta de feminismo de clase media
El feminismo académico urbano, obsesionado con el arbolito de los cabarets y las revistas de pornografía para caballeros, es incapaz de ver el bosque.
El reciente documental de la BBC “Madres”, emitido en cuatro partes, fue suficiente para hacer llorar de desasosiego a cualquier feminista experimentada. Luego de la primera emisión de rigor sobre las feministas célebres de la segunda ola, y del espanto en la segunda semana con las madres consumistas post-feministas, ansiaba ver el final. Las “activistas” prometieron celebrar el resurgimiento del activismo feminista en la Inglaterra de hoy. Es muy desafortunado que este nuevo feminismo sólo aparezca como un pequeño grupo de mujeres londinenses que atrajeron la atención de los medios durante los últimos años con una única consigna: la violencia contra las mujeres.
A lo largo y ancho del planeta no es posible encontrar feminista alguna que no se haya indignado por la violencia sexual y doméstica, y también por la aplastante evidencia de la complicidad de los gobiernos y de los sistemas policiales y judiciales, que perpetúan la violencia y protegen a los perpetradores. Es correcto que la violencia contra las mujeres sea la mayor preocupación de los movimientos feministas. Sin embargo, este grave problema no puede ser entendido -ni afrontado- sin ponerlo en relación con otras formas de violencia o de opresión, como el racismo, las leyes que restringen el trabajo y la migración, y la pobreza. Pero los grupos caracterizados como “activistas” - Object y London Feminist Network – aún reflexionan sobre la violencia ejercida sobre las mujeres principalmente de manera aislada. Tienen miles de cosas que decir sobre la forma en que los medios convierten a las mujeres en objetos pero, extrañamente, poco que decir sobre el consumismo o el capitalismo.
Los temas preferidos de estas organizaciones parecen ser los cabarets, la pornografía, las revistas porno para caballeros y la industria del sexo en general. Esto es parte de una tendencia creciente del feminismo de clase media: los Feminist writers y los bloggers can't seem to get enough de prostitución y pornografía. Pero, para la mayoría de las mujeres no son éstos los temas más importantes. ¿Por qué una trabajadora del sexo encarna mejor el sexismo que una mujer profesional competente a la que se le niega la promoción frente a un colega varón y más joven? ¿O que una jovencita que no recibe la educación que merece porque su familia es demasiado pobre para jugar la postcode lottery [esta expresión nació para referir a la imposibilidad de acceder al tratamiento de HIV por parte de las familias pobres, y significa que el lugar en el que se vive determina la calidad y el acceso a la atención de la salud. n.T] o para pagar las matrículas? ¿O que una mujer inmigrante que tiene a su hijo encerrado en un centro de detención?
Los problemas serios de violencia contra de las mujeres, y la opresión sexista en general, resultan groseramente simplificados cuando se los asocia constantemente con la industria del sexo. Las campañas feministas para eliminar el trabajo sexual bajo el lema de que es lo mismo que la violencia en contra de las mujeres no son sólo malas para las trabajadoras del sexo a las que desean proteger; son también mala cosa para el feminismo.
Centrar la atención en la violencia machista ejercida sobre las mujeres es malo para el feminismo porque coloca a las mujeres ante todo en posición de víctimas, mientras otorga poder a la policía masculina y a los políticos para que nos “protejan” de los “hombres malos”. Nos retrotrae al modelo agotado de dos géneros opuestos: hombre-masculino-agresivo contra mujer-femenino-pasivo. Esto no estorba al análisis –y por eso mismo, impide una oposición política efectiva- de la manera en que la violencia contra de las mujeres se relaciona con otras formas de violencia que sufren mujeres (y hombres). Pero, ante todo, es malo para el feminismo porque define las experiencias femeninas de sexo y sexualidad exclusivamente en términos de temor y peligro, reservando a los hombres el terreno privilegiado del deseo y el placer.
En los últimos 25 años, todos los que estuvimos cerca percibimos los ecos de los debates feministas sobre “las guerras al sexo” de los 80. Lo más deprimente sobre esta repetida historia es que los grupos como Object y LFN ignoran la riqueza de la teoría feminista de la representación, del deseo y la sexualidad, y también los estudios sobre las intersecciones entre sexismo, racismo y clase que se vienen realizando desde hace algunas décadas. Pero la responsabilidad por esta falta de reflexión teórica no puede ser imputada únicamente a las activistas. Tiene que ser compartida por las feministas académicas, muchas de las cuales abandonaron la esfera pública del debate político y del activismo en los últimos años. Esto también es malo para el feminismo.
Un retorno del diálogo entre el feminismo académico y el activismo podría ayudarnos a entender por qué tantas mujeres jóvenes de hoy se sienten atraídas por las formas de feminismo que enfatizan la violencia masculina sobre las mujeres, antes que cualquier otra forma de sexismo. Otras personas han observado que los actuales grupos de feministas jóvenes en Inglaterra están compuestos por mujeres “predominantemente blancas, de clase media y universitarias”. ¿Por qué esas mujeres privilegiadas se encuentran atraídas por un movimiento que las pone en primer lugar y fundamentalmente como víctimas del patriarcado?
Afortunadamente hay muchísimas otras feministas, procedentes de generaciones e historias distintas, que buscan los lazos entre la violencia contra de las mujeres y otras opresiones. Un grupo de ellas ha redactado recientemente un Manifiesto para un Feminismo del siglo XXI, en el que destacan la explotación de las mujeres en todos los ámbitos del mercado laboral, y no sólo en la industria del sexo, y reconocen que la sexualización de la sociedad es parte del capitalismo consumista de hoy. Éste es el tipo de feminismo cuyo renacer necesitamos hoy.
Carrie Hamilton es una activista feminista británica, profesora en la Escuela de Artes de la Universidad Roehampton en Londres, en donde es directora del Centre for Research in Sex, Gender and Sexuality (SeGS).
Traducción para www.sinpermiso,info: María Julia Bertomeu
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