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Feminismo Transformador

De Como Cierto Feminismo Radical Termina Apoyando La Opresión Contra La Mujer

Por fin una periodista y escritora muestra el lado oscuro de ciertos "feminismos y humanismos" que ocultan la grave explotación e injusticia que es la prostitución con lo de la "Diversidad Sexual" y "Trabajo Sexual" conceptos esencialmente inhumanos por ocultar formas opresivas, desfigurantes y desequilibrantes de la sicología y sexualidad humana.

 

 

Feminismo y trata sexual

 

Liliana Viola / Periodista
Feminismo y trata sexual
En 2005 Lydia Cacho fue encarcelada
y torturada a raíz de su libro Los
demonios del edén: el poder que
protege a la pornografía infantil.
Aunque la trata de mujeres (ya no se dice de blancas porque ahora son de todas las razas) es un fenómeno antiguo, lo que decimos es que se ha potenciado a nivel comercial como nunca en la historia. La mecánica de la trata sexual ha cambiado porque abreva del movimiento feminista. Los tratantes se han montado en la ola de la libertad sexual y han logrado construir un discurso posmoderno, con la desgraciada ayuda de algunos intelectuales y feministas, en el que la esclavitud es supuestamente una opción.

* Ocho países figuran en el índice de este libro recién publicado en la Argentina, como una hoja de ruta: Turquía, Israel, Palestina, Japón, Camboya, Birmania, México. Ocho destinos marcados por su posición estratégica en el rapto, compraventa y abuso sexual de mujeres. Especie de vuelta al mundo, o mejor dicho, dar vuelta el mundo, patas arriba, para que en esa posición incómoda y patética caiga uno de los más grandes negocios del siglo XXI: la esclavitud, que resucita en books, páginas vip, empresas de acompañantes y aporta la misma calma a quienes prefieren pensar que “algo habrán querido”. Sí, falta un país en la lista de arriba: Argentina está entre los ocho puntos clave y juega un lugar protagónico en el capítulo donde se desenmascara la conexión política con los clubes nocturnos de Cancún.


*Turquía, donde en los 5 últimos años fueron traficadas 200.000 mujeres, donde el 50 por ciento de las emigrantes termina en prostitución y es record la prostitución de transexuales, las mujeres para salir de sus casas deben llevar velo y la transexualidad se considera un pecado. Hay prostitución legal, sin embargo la clandestina es infinitamente mayor. El negocio de la esclavitud necesita de la prostitución lícita para que resulte más complejo decidir cuál es cuál. Las calles de Turquía están muy visitadas por noruegos y suecos, en cuyo país la prostitución está prohibida; aquí además nadie los reconoce.


*Los clientes tienen voz y “las prefieren sumisas y cariñosas, que no parezcan putas”, mientras los empresarios se ocupan de asegurarle la salud al que paga: “Los tratantes inyectan antibióticos una vez al mes a las prostitutas para proteger a los clientes que en general se niegan a usar condón. Costumbre que genera un problema de salud tremendo para ellas, pues las hace resistentes a los medicamentos más potentes”.


*Tailandia, Camboya y Japón son los tres países asiáticos donde más se consume la prostitución: el 70 por ciento de los hombres pagan por sexo. Tailandia, a pesar de sus leyes contra la trata y la prostitución forzada, recibe 5,1 millones de turistas sexuales al año, y según Ecpat entre 450.000 y 500.000 hombres locales pagan por tener sexo con adultas y menores de edad. En Europa, España encabeza la lista de países consumidores de prostitución. En México, los centros turísticos como Cancún, Playa del Carmen y Acapulco reciben cada vez más visitantes norteamericanos y canadienses en busca de sexo con mujeres jóvenes, dóciles y obedientes, como pude comprobar en una de mis noches de investigación en los centros nocturnos de Cancún.

*Las colombianas, mexicanas y rusas que entrevisté en Japón y se prostituyen en las calles, esclavizadas por deudas millonarias con la mafia yakuza, tienen cuatro clientes en noches malas, seis en las regulares y hasta catorce en las mejores. Una joven colombiana sacó de su bolso una libreta pequeña con un diseño de Hello Kitty en la que apuntaba cuántos clientes había tenido cada noche durante los once meses que llevaba en Tokio. Ansiaba pagar su deuda de 15 mil dólares a su tratante, quien la compró a través de una red internacional y la hizo traer desde Medellín. Sólo entonces al pagar su deuda podía comenzar a juntar dinero para volver a casa. En el tiempo que llevaba como prostituta forzada había tenido sexo con 1320 hombres. Las niñas de diez años, rescatadas de Pataya, Tailandia, me narraron que tenían seis o siete clientes de yum yum (sexo oral) todos los días al año. La joven de diecisiete años que huyó de sus tratantes en Ciudad Juárez tenía hasta 20 clientes al día, dos terceras partes nacionales y una tercera parte norteamericanos. Había sido forzada a tener sexo 6750 veces, y sólo el 10 por ciento eran clientes cautivos.

En 2005 Lydia Cacho fue encarcelada y torturada a raíz de su libro Los demonios del edén: el poder que protege a la pornografía infantil, donde denunciaba un negocio de poderosos que no está en absoluto alejado de éste. Ante la pregunta sobre cómo se salvó y cómo se le ocurre seguir, ella reconoce que “lo fundamental fue que soy muy realista, nunca he subestimado una amenaza de muerte y siempre he pedido ayuda. Antes de que me detuvieran al equipo de mi oficina y a mi pareja les hice saber que si algo me sucedía debían llamar a una serie de personas, hicimos una lista que incluía a gente de la ONU con quienes he trabajado, de Amnistía Internacional, etc. Paralelamente mis colegas de medios fueron absolutamente solidarios y no cejaron en su esfuerzo hasta asegurarse de que llegara con vida al día siguiente de que fui levantada y torturada por la policía”.




*Este texto fue extractado de la entrevista que la periodista Liliana Viola mantuvo con la periodista Lydia Cacho y que fue publicada en Página 12 el 18/03/11.
Feminismo y trata sexual
El miedo a dar la cara.

Ese Feminismo A Medias

Ya basta de feminismo de clase media


El feminismo académico urbano, obsesionado con el arbolito de los cabarets y las revistas de pornografía para caballeros, es incapaz de ver el bosque.

El reciente documental de la BBC “Madres”, emitido en cuatro partes, fue suficiente para hacer llorar de desasosiego a cualquier feminista experimentada. Luego de la primera emisión de rigor sobre las feministas célebres de la segunda ola, y del espanto en la segunda semana con las madres consumistas post-feministas, ansiaba ver el final. Las “activistas” prometieron celebrar el resurgimiento del activismo feminista en la Inglaterra de hoy. Es muy desafortunado que este nuevo feminismo sólo aparezca como un pequeño grupo de mujeres londinenses que atrajeron la atención de los medios durante los últimos años con una única  consigna: la violencia contra las mujeres.

A lo largo y ancho del planeta no es posible encontrar  feminista alguna que no se haya indignado por la violencia sexual y doméstica, y también por la aplastante evidencia de la complicidad de los gobiernos y de los sistemas policiales y judiciales, que perpetúan la violencia y protegen a los perpetradores. Es correcto que la violencia contra las mujeres sea la mayor preocupación de los movimientos feministas. Sin embargo, este grave problema no puede ser entendido -ni afrontado- sin ponerlo en relación con otras formas de violencia o de opresión, como el racismo, las leyes que restringen el trabajo y la migración, y la pobreza. Pero los grupos caracterizados como “activistas” - Object y London Feminist Network – aún reflexionan sobre la violencia ejercida sobre las mujeres principalmente de manera aislada. Tienen miles de cosas que decir sobre la forma en que los medios convierten a las mujeres en objetos pero, extrañamente, poco que decir sobre el consumismo o el capitalismo.

Los temas preferidos de estas organizaciones parecen ser los cabarets, la pornografía, las revistas porno para caballeros y la industria del sexo en general. Esto es parte de una tendencia creciente del feminismo de clase media: los Feminist writers y los bloggers can't seem to get enough de prostitución y pornografía. Pero, para la mayoría de las mujeres no son éstos los temas más importantes. ¿Por qué una trabajadora del sexo encarna mejor el sexismo que una mujer profesional competente a la que se le niega la promoción frente a un colega varón y más joven? ¿O que una jovencita que no recibe la educación que merece porque su familia es demasiado pobre para jugar la postcode lottery [esta expresión nació para referir a  la imposibilidad de acceder al tratamiento de HIV por parte de las familias pobres, y significa que el lugar en el que se vive determina la calidad y el acceso a la atención de la salud. n.T] o para pagar las matrículas? ¿O que una mujer inmigrante que tiene a su hijo encerrado en un centro de detención?

Los problemas serios de violencia contra de las mujeres, y la opresión sexista en general, resultan groseramente simplificados cuando se los asocia constantemente con la industria del sexo. Las campañas feministas para eliminar el trabajo sexual bajo el lema de que es lo mismo que la violencia en contra de las mujeres no son sólo malas para las trabajadoras del sexo a las que desean proteger;  son también mala cosa para el feminismo.

Centrar la atención en la violencia machista ejercida sobre las mujeres es malo para el feminismo porque coloca a las mujeres ante todo en posición de víctimas, mientras otorga poder a la policía masculina y a los políticos para que nos “protejan” de los “hombres malos”. Nos retrotrae al modelo agotado de dos géneros opuestos: hombre-masculino-agresivo contra mujer-femenino-pasivo. Esto no estorba al análisis –y por eso mismo, impide una oposición política efectiva-  de la manera en que la  violencia contra de las mujeres se relaciona con otras formas de violencia que sufren mujeres (y hombres). Pero, ante todo, es malo para el feminismo porque define las experiencias femeninas de sexo y sexualidad exclusivamente en términos de temor y peligro,  reservando a los hombres el terreno privilegiado del deseo y el placer.

En los últimos 25 años, todos los que estuvimos cerca percibimos los ecos de los debates feministas sobre “las guerras al sexo” de los 80. Lo más deprimente sobre esta repetida historia es que los grupos como Object y LFN ignoran la riqueza de la teoría feminista de la representación, del deseo y la sexualidad, y también los estudios sobre las intersecciones entre sexismo, racismo y clase que se vienen realizando desde hace algunas décadas. Pero la responsabilidad por esta falta de reflexión teórica no puede ser imputada únicamente a las activistas. Tiene que ser compartida por las feministas académicas, muchas de las cuales abandonaron la esfera pública del debate político y del activismo en los últimos años. Esto también es malo para el feminismo.

Un retorno del diálogo entre el feminismo académico y el activismo podría ayudarnos a entender por qué tantas mujeres jóvenes de hoy se sienten atraídas por las formas de feminismo que enfatizan la violencia masculina sobre las mujeres, antes que cualquier otra forma de sexismo. Otras personas han observado que los actuales grupos de feministas jóvenes  en Inglaterra están compuestos por mujeres “predominantemente blancas, de clase media y universitarias”. ¿Por qué esas mujeres privilegiadas se encuentran atraídas por un movimiento que las pone en primer lugar y fundamentalmente como víctimas del patriarcado?

Afortunadamente hay muchísimas otras feministas, procedentes de generaciones e historias distintas, que buscan los lazos entre la violencia contra de las mujeres y otras opresiones. Un grupo de ellas ha redactado recientemente un  Manifiesto para un Feminismo del siglo XXI, en el que destacan la explotación de las mujeres en todos los ámbitos del mercado laboral, y no sólo en la industria del sexo, y reconocen que la sexualización de la sociedad es parte del capitalismo consumista de hoy. Éste es el tipo de feminismo cuyo renacer necesitamos  hoy.

Carrie Hamilton es una activista feminista británica, profesora en la Escuela de Artes de la Universidad Roehampton en Londres, en donde es directora del Centre for Research in Sex, Gender and Sexuality (SeGS).

Traducción para www.sinpermiso,info: María Julia Bertomeu

Adulterios: La Visión Machista Predominante En La Política de la Civilización Actual

Observación: No estamos de acuerdo con el autor en cuanto a valorizar el racionalismo y despreciar a la emotividad. Lo que sucede es que la actual "sentimentalidad" vigente es eminentemente machista, por fundarse en la teología del Dios macho, implícita incluso en el cientifismo ateo, que idolatra los atributos clásicamente masculinos, mecanizando y robotizando todo, algo mucho más degradante que la alienación materialista concebida por Karl Marx.

Alejandro Sánchez (editor del blog)


Deslices de amor en la política

Adulterios de “género”

Adulterios de “género”
Hillary junto a Bill Clinton

El caso de los Robinson, en el Ulster, ella diputada y concejal, él primer ministro de Irlanda del Norte, y las historias del matrimonio Clinton, muestran que siguen siendo valorados de distinto modo los adulterios femeninos y los masculinos. Si Clinton es adúltero, esto no estorba demasiado su carrera; si Robinson es víctima de adulterio – mantuvo una aventura extramarital con un chico 39 años más joven- su carrera política puede resultar destrozada. Resumiendo: siempre hace más daño el adulterio de una mujer y siempre la infidelidad del hombre es más fácil de perdonar.

Horacio Eichelbaum / Periodista
Nacido en Buenos Aires en 1937, es periodista y escritor residente en España. Autor del libro Un planeta a la deriva. Progreso y democracia, mitos del poder global. Actualmente escribe una columna semanal en La Opinión de Málaga.


Adulterios de “género”
Iris Robinson y su esposo en otros tiempos.

El caso de la señora Iris Robinson, esposa del ‘ministro principal’ de Irlanda del Norte, es el milésimo ejemplo de que la realidad supera a la ficción. La mujer (diputada y concejal), famosa por su religiosidad y su puritanismo, incendiaria enemiga de la homosexualidad (aseguró, Biblia en mano, que es una ‘abominación’ justamente cuando en las calles de Belfast habían apaleado a un gay), se ha hecho ahora famosa por haber sido infiel a su marido con un chaval casi 40 años menor que ella, a quien, además, financió la compra de una cafetería. El episodio cuenta con ‘adornos’ de todas clases: Iris Robinson acudió a dos constructores (¿corrupción o simple préstamo amistoso?) para conseguir los 27.000 euros que su joven protegido, Kirk McCambley, necesitaba; antes de acostarse con el chico tuvo relaciones con su padre, a quien, en su lecho de muerte, prometió que cuidaría de la criatura, cometido en el que quizás se excedió. Su puritanismo también resulta exagerado: reprochó duramente a Hillary Clinton que hubiera perdonado las infidelidades de su marido.

Justamente en estos días se editó en Estados Unidos un libro revelando más historias de los Clinton. Al parecer, la señora Clinton, durante la campaña por la candidatura a la presidencia, estuvo investigando a su marido y descubrió que tenía una amante, que ya no era una becaria especialista en felaciones sino una mujer con la que mantenía un romance duradero. El grave problema de Hillary no era que su marido volviera a serle infiel, sino que sus nuevas aventuras pudieran fastidiarle su campaña.

El cruce de las dos historias, la de Iris y la de Hillary, sugiere que nuestra época sigue dando un tratamiento bien distinto a los maridos y a las esposas infieles. Todo parece indicar que el ministro principal Robinson tendrá que dimitir por causa de las historias de su mujer, en tanto que la tan famosa felación al señor Clinton no tuvo consecuencias políticas demasiado catastróficas. Creo que las dos reacciones surgen ‘naturalmente’ de una sociedad –la del mundo desarrollado de hoy- que reacciona ante estas situaciones con la ‘amígdala’, el nudo cerebral de las emociones primitivas, antes que con el ‘cortex’, donde brilla la racionalidad. Aquí la realidad supera a la ficción quizás porque no padece, como sí puede ocurrirle a los fabuladores, el síndrome de lo políticamente correcto: posiblemente un escritor no dejaría tan malparada a una mujer por temor a ser acusado de machista.

Muchos líderes políticos del Ulster están pidiendo la cabeza del ‘ministro principal’ Robinson. Sin embargo, puestos a juzgar la vida personal de esta familia, cargada con tantas responsabilidades políticas, lo suyo sería pedirle que se divorciara. Si el señor Robinson se separara de su adúltera mujer… ¿que obstáculos habría para que continuara su carrera política?
Pero no es esa la cuestión. Es algo más profundo, tan cubierto de prejuicios que apenas nos damos cuenta: si Clinton es adúltero, esto no estorba demasiado su carrera; si Robinson es víctima de adulterio, su carrera política puede resultar destrozada. Hillary perdona el adulterio y sigue adelante con su carrera política. Iris Robinson no tiene perdón posible: ha hundido a su marido y a su partido. Resumiendo: siempre hace más daño el adulterio de una mujer y siempre la infidelidad del hombre es más fácil de perdonar.  

Ahora que el feminismo se está agrietando por culpa de la atosigante obligación de lo políticamente correcto (cualquier homogeneización forzada es una aberración, por justa que sea la causa), en este tipo de episodios vuelve a asomar la realidad profunda: los prejuicios están ahí y funcionan a nivel de la gente. Prohibirlos o darles categoría de delito no los elimina. Tal vez sólo les ayuda a sobrevivir.
 
Adulterios de “género”

Observación del editor del blog: Iris Robinson, una mujer adulta que vive el clásico romance clandestino que enloquece a toda mujer madura: La infidelidad con un adolescente. La sexualidad femenina y el instinto maternal se mezclan para crear un fuerte sentimiento que apasiona intensamente a la mujer. Esto porque solo en este tipo de relaciones la mujer puede desarrollar todos sus atributos femeninos, ya que ecoemocionalmente (Ecología Emocional) la mujer se libera de las presiones de la civilización racionalista-machista y tecnocientífica, expandiendo su sentido matriarcal, sensible e intuitivo. Esto es así porque los varones somos los reyes y dioses de esta civilización y la mujer, cultural y emocionalmente, se siente siempre reprimida y presionada. Basta ver la vestimenta de Iris, similar a la de un varón, hasta en la vestimenta la mujer se ve masculinizada y sometida a identificarse con el hombre, algo que en Elinor Ostrom (Premio Nobel Economía 2009) no se observa (ver más en http://altermediambiente.blogia.com/2009/101801-premio-nobel-de-economia-2009-gran-triunfo-de-la-economia-ecologica-y-el-ecosoci.php)


 

Trabajo Precario y Marxismo Feminista (?)

El trabajo precario desde un punto de vista feminista


El trabajo precario es un concepto central en las discusiones del movimiento sobre la reorganización capitalista del trabajo y las relaciones de clase en la economía global actual. Silvia Federici analiza los límites y el potencial del concepto, entendido como una herramienta analítica y organizativa. Sostiene que el trabajo reproductivo es un continente oculto del trabajo y de la lucha que el movimiento tiene que reconocer en su tarea política, si desea enfrentar las cuestiones centrales que nos salen al paso cuando ideamos una alternativa a la sociedad capitalista. ¿Cómo lidiar con el trabajo reproductivo sin destruirnos a nosotros o a nuestras comunidades? ¿Cómo crear un movimiento que se autorreproduzca? ¿Cómo superar las jerarquías raciales, generacionales y sexuales construidas en base al salario? La conferencia –dentro de una serie titulada: “This is Forever: From Inquiry to Refusal Discussion Series”— tuvo lugar el 28 de octubre de 2006 en la librería radical “Bluestockings” de New York (172 Allen Street)

Esta noche voy a criticar la teoría del trabajo precario, tal como la vienen desarrollando  algunos marxistas autonomistas italianos, particularmente Antonio Negri, Paolo Virno y también Michael Hardt. Hablo de “teoría”, porque las ideas que Negri y otros vienen articulando hace tiempo van más allá de una mera descripción de los cambios en la organización del trabajo que se han sucedido en los 80 y los 90 de la mano de un proceso de globalización que ha traído consigo la  “precarización del trabajo”, unas relaciones laborales crecientemente discontinuas, la introducción del “tiempo flexible” y una paulatina fragmentación de la experiencia laboral. La opinión de estos autores sobre el trabajo precario está de todo punto marcada por una determinada perspectiva de conjunto sobre la naturaleza del capitalismo y de los conflictos de nuestros días. Y hay que apresurarse a decir que se trata aquí de simples ideas que pueblan las cabezas de un puñado de intelectuales, sino de teorías que circulan cumplidamente desde hace unos cuantos años dentro del movimiento italiano, y que recientemente también tienen influencia en los EEUU. Son, así pues, teorías que en nuestra opinión han llegado a cobrar relevancia.

Historia y origen del trabajo precario y de la teoría del trabajo inmaterial.

Mi premisa inicial es la siguiente: es indudable que el problema del trabajo precario debe estar en nuestra agenda. Y no se trata simplemente de que nuestras relaciones con el trabajo asalariado sean ahora más discontinuas, sino también de que la discusión sobre el trabajo precario es crucial para entender cómo podemos superar al capitalismo. Las teorías que discuto captan aspectos importantes de los cambios que tuvieron lugar en la organización del trabajo, es cierto; pero también nos retrotraen a una concepción machista del trabajo y de la lucha social. Discutiré ahora los aspectos que para mi crítica de esta teoría resultan más pertinentes.

Un supuesto importante de la teoría autonomista italiana sobre el trabajo precario es que la precarización laboral –desde fines de los setenta al presente— fue la respuesta capitalista a las luchas de clase de los sesenta, una lucha centrada en el rechazo del trabajo, tal y como se expresaba en la consigna: “más dinero y menos trabajo”. Fue una réplica a un ciclo de luchas que ponían en jaque al control capitalista del trabajo, un rechazo de la disciplina capitalista laboral por parte de los trabajadores, el repudio de una vida organizada en función de las necesidades de la producción capitalista, de una vida consumida en la fábrica o la oficina.

Otro tema importante es que la precarización de las relaciones laborales hunde sus raíces en una permutación del trabajo industrial por un trabajo que Negri y Virno denominan “inmaterial”. Negri y otros cuantos argumentan que la reestructuración de la producción que tuvo lugar entre los ochenta y los noventa, entendida como respuesta a las luchas de los sesenta,  produjo un proceso en el que el trabajo industrial fue reemplazado por un tipo diferente de trabajo, tal y como anteriormente el trabajo industrial había reemplazado al trabajo en la agricultura. Y denominan a este nuevo tipo de trabajo “labor inmaterial”, pues argumentan que la computación y la revolución de la información han producido cambios en las formas de trabajo. En el mundo capitalista de hoy, la tendencia principal se orientaría a una forma dominante de trabajo que no produciría objetos físicos, sino información, ideas, estados de cosas, relaciones.

En otras palabras: el trabajo industrial –hegemónico en las fases previas del capitalismo— ya no es tan importante, ya no es el motor del desarrollo capitalista. En su lugar encontramos “trabajo inmaterial”, trabajo cultural, cognitivo y trabajo “info”.

Los autonomistas italianos creen que la precarización del trabaj

El trabajo precario es un concepto central en las discusiones del movimiento sobre la reorganización capitalista del trabajo y las relaciones de clase en la economía global actual. Silvia Federici analiza los límites y el potencial del concepto, entendido como una herramienta analítica y organizativa. Sostiene que el trabajo reproductivo es un continente oculto del trabajo y de la lucha que el movimiento tiene que reconocer en su tarea política, si desea enfrentar las cuestiones centrales que nos salen al paso cuando ideamos una alternativa a la sociedad capitalista. ¿Cómo lidiar con el trabajo reproductivo sin destruirnos a nosotros o a nuestras comunidades? ¿Cómo crear un movimiento que se autorreproduzca? ¿Cómo superar las jerarquías raciales, generacionales y sexuales construidas en base al salario? La conferencia –dentro de una serie titulada: “This is Forever: From Inquiry to Refusal Discussion Series”— tuvo lugar el 28 de octubre de 2006 en la librería radical “Bluestockings” de New York (172 Allen Street)

Esta noche voy a criticar la teoría del trabajo precario, tal como la vienen desarrollando  algunos marxistas autonomistas italianos, particularmente Antonio Negri, Paolo Virno y también Michael Hardt. Hablo de “teoría”, porque las ideas que Negri y otros vienen articulando hace tiempo van más allá de una mera descripción de los cambios en la organización del trabajo que se han sucedido en los 80 y los 90 de la mano de un proceso de globalización que ha traído consigo la  “precarización del trabajo”, unas relaciones laborales crecientemente discontinuas, la introducción del “tiempo flexible” y una paulatina fragmentación de la experiencia laboral. La opinión de estos autores sobre el trabajo precario está de todo punto marcada por una determinada perspectiva de conjunto sobre la naturaleza del capitalismo y de los conflictos de nuestros días. Y hay que apresurarse a decir que se trata aquí de simples ideas que pueblan las cabezas de un puñado de intelectuales, sino de teorías que circulan cumplidamente desde hace unos cuantos años dentro del movimiento italiano, y que recientemente también tienen influencia en los EEUU. Son, así pues, teorías que en nuestra opinión han llegado a cobrar relevancia.

Historia y origen del trabajo precario y de la teoría del trabajo inmaterial.

Mi premisa inicial es la siguiente: es indudable que el problema del trabajo precario debe estar en nuestra agenda. Y no se trata simplemente de que nuestras relaciones con el trabajo asalariado sean ahora más discontinuas, sino también de que la discusión sobre el trabajo precario es crucial para entender cómo podemos superar al capitalismo. Las teorías que discuto captan aspectos importantes de los cambios que tuvieron lugar en la organización del trabajo, es cierto; pero también nos retrotraen a una concepción machista del trabajo y de la lucha social. Discutiré ahora los aspectos que para mi crítica de esta teoría resultan más pertinentes.

Un supuesto importante de la teoría autonomista italiana sobre el trabajo precario es que la precarización laboral –desde fines de los setenta al presente— fue la respuesta capitalista a las luchas de clase de los sesenta, una lucha centrada en el rechazo del trabajo, tal y como se expresaba en la consigna: “más dinero y menos trabajo”. Fue una réplica a un ciclo de luchas que ponían en jaque al control capitalista del trabajo, un rechazo de la disciplina capitalista laboral por parte de los trabajadores, el repudio de una vida organizada en función de las necesidades de la producción capitalista, de una vida consumida en la fábrica o la oficina.

Otro tema importante es que la precarización de las relaciones laborales hunde sus raíces en una permutación del trabajo industrial por un trabajo que Negri y Virno denominan “inmaterial”. Negri y otros cuantos argumentan que la reestructuración de la producción que tuvo lugar entre los ochenta y los noventa, entendida como respuesta a las luchas de los sesenta,  produjo un proceso en el que el trabajo industrial fue reemplazado por un tipo diferente de trabajo, tal y como anteriormente el trabajo industrial había reemplazado al trabajo en la agricultura. Y denominan a este nuevo tipo de trabajo “labor inmaterial”, pues argumentan que la computación y la revolución de la información han producido cambios en las formas de trabajo. En el mundo capitalista de hoy, la tendencia principal se orientaría a una forma dominante de trabajo que no produciría objetos físicos, sino información, ideas, estados de cosas, relaciones.

En otras palabras: el trabajo industrial –hegemónico en las fases previas del capitalismo— ya no es tan importante, ya no es el motor del desarrollo capitalista. En su lugar encontramos “trabajo inmaterial”, trabajo cultural, cognitivo y trabajo “info”.

Los autonomistas italianos creen que la precarización del trabajo y la aparición del trabajo inmaterial han hecho realidad la predicción de Marx en los Grundrisse, en esa famosa sección sobre las máquinas en la que Marx afirma que con el desarrollo del capitalismo, el proceso de producción capitalista depende cada día menos del trabajo vivo y cada día más de la integración de la ciencia, el conocimiento y la tecnología, que se convierten en el motor de la acumulación. Virno y Negri creen que el desplazamiento hacia el trabajo precario hace realidad esa predicción sobre la tendencia histórica del capitalismo. Así, la creciente importancia del trabajo cognitivo y el desarrollo del trabajo computacional en nuestros tiempos se considera como parte de una tendencia histórica del capitalismo hacia la reducción del trabajo.

La precarización del trabajo sería consecuencia de las nuevas formas de producción. Es probable que el viraje hacia el trabajo inmaterial genere precarización de las relaciones laborales, porque la estructura del trabajo intelectual es diferente del trabajo industrial, del trabajo físico. El trabajo intelectual y de la información descansa menos en la presencia física continua del trabajador en el tradicional lugar de trabajo. El ritmo del trabajo es mucho más intermitente, fluido y discontinuo.

En síntesis, el desarrollo del trabajo precario y el desvío hacia el trabajo intelectual no aparecen –a los ojos de Negri y otros autonomistas marxistas— como un fenómeno completamente negativo. Al contrario, lo ven como expresión de una tendencia hacia la reducción del trabajo y, por eso mismo, de la explotación: como el resultado de un desarrollo capitalista que responde al conflicto de clase.

Esto significaría, hoy, que el desarrollo de las fuerzas productivas nos permitiría vislumbrar un mundo capaz de trascender el trabajo; un mundo en el cual nos liberaríamos de la necesidad de trabajar, una vía que conduce al reino de la libertad.

Los marxistas autonomistas creen que este desarrollo también está creando una nueva forma de “common” o bienes comunes, pues les parece de todo punto posible que el trabajo inmaterial represente un salto hacia adelante en la socialización y homogeneización del trabajo. La idea es que se habrían borrado las otrora decisivas diferencias entre distintas formas de trabajo (trabajo productivo/reproductivo, trabajo en la industria/agricultura, trabajo de cuidado), porque todas  ellas (como tendencia) resultarían asimiladas en la medida en que comienzan a incorporar trabajo cognitivo. Y más aún, todas las actividades que de manera creciente se incorporan al desarrollo capitalista contribuyen al proceso de acumulación, y la sociedad se convierte en una inmensa fábrica. Es así que, por ejemplo, se esfuma la distinción entre trabajo productivo e improductivo.

Y esto significa que el capitalismo no solo nos conduciría más allá del trabajo, sino que estaría sentando las bases mismas para convertir nuestra experiencia de trabajo en algo “común” ahí donde las divisiones comienzan a desmoronarse.

Es relativamente simple averiguar por qué esas teorías se han hecho populares. Contienen elementos utópicos especialmente atractivos para los trabajadores cognitivos, el “cognitariado” como lo denominan Negri y otros activistas italianos. Con la nueva teoría aparece un nuevo vocabulario. “Cognitariado”, en vez de proletariado. En vez de clase obrera, “multitud”, probablemente porque el concepto de multitud expresa la unidad creada por la nueva socialización del trabajo, la comunalización del proceso de trabajo, la idea de que dentro del proceso de trabajo los trabajadores son cada día más homogéneos, pues todas las formas de trabajo incorporan trabajo cognitivo, computacional, comunicacional y así sucesivamente.

Como he dicho, esta teoría alcanzó un alto grado de popularidad  porque hay una generación de activistas jóvenes -con varios años de formación y postgrados- que ahora están empleados en trabajos precarios en las distintas ramas de la industria cultural o en la industria de producción de conocimiento. Y entre ellos esas teorías son muy populares, porque les sugieren que a pesar de la miseria y explotación que experimentan, sin embargo nos movemos hacia un nivel más alto de producción y de relaciones sociales. Es una generación de trabajadores que considera el horario laboral de “nueve a cinco” como una regla carcelaria. Para ellos la precariedad les otorga nuevas posibilidades que sus padres no tuvieron pero soñaron. El varón joven de hoy, por ejemplo, no es tan disciplinado como lo fueron sus padres; y estos padres  todavía eran capaces de esperar que su esposa o compañera fuera económicamente dependiente de él. Ahora ellos cuentan con relaciones sociales que suponen menor dependencia financiera. La mayoría de las mujeres tienen acceso autónomo a un ingreso y con frecuencia se niegan a tener niños.

Esta teoría apela a una nueva generación de activistas que, a pesar de las dificultades inherentes al trabajo precario, fantasean en este tipo de actividad algunas posibilidades. Y estos teóricos proponen empezar por ahí, sin interesarse por la lucha por el pleno empleo. Pero también hay una diferencia entre Europa y EEUU. Por ejemplo, en Italia, dentro de ese movimiento, hay una demanda por un ingreso garantizado. Lo llaman “seguridad de la flexibilidad”. Lo que dicen es lo siguiente: no tenemos un empleo, somos precarios porque el capitalismo necesita que lo seamos, entonces deben pagar por ello. Hubo movilizaciones que duraron varios días, especialmente el 1 de mayo, y la consigna central era el ingreso garantizado. El 1 de mayo de este año, en Milán, gente del movimiento paseó a “San Precario”, el santo patrono de los trabajadores precarios. Este ícono irónico aparece en concentraciones y demostraciones centradas en la cuestión del trabajo precario.

Crítica del trabajo precario y de su apología indirecta

A partir de aquí hare una crítica de esas teorías, una crítica desde el punto de vista feminista. No es que al exponer mi crítica quiera minimizar la importancia de las teorías que habré de discutir. Estas teorías se han nutrido de muchas organizaciones y luchas políticas relacionadas con los cambios en la organización del trabajo que afectaron nuestras vidas. Recientemente, en Italia, el trabajo precario ha sido uno de los principales lemas de las movilizaciones, junto con la lucha por los derechos de los inmigrantes.

No quiero minimizar el valor del trabajo que se realiza en relación con los temas de la precariedad. Es evidente que en la última década asistimos a un nuevo tipo de lucha. Un nuevo tipo de organización escindida de los confines del puesto de trabajo tradicional. Ahí donde el puesto de trabajo era la fábrica o la oficina, ahora vemos un nuevo tipo de luchas que salen de la fábrica hacia el “territorio”, conectando distintos lugares de trabajo y construyendo movimientos y organizaciones arraigadas a un territorio. Las teorías del trabajo precario intentan dar cuenta de las novedades en la organización del trabajo y de la lucha, y también pretenden entender las formas emergentes de organización.

Y esto es muy importante. Al mismo tiempo, pienso que aquello que denomino teoría del trabajo precario tiene defectos serios, que ya he señalado en mi presentación. En lo que sigue resumiré las críticas y luego discutiré las posibles alternativas.

Mi primera crítica es que esta teoría se construye sostenida en una concepción completamente equivocada sobre el modo en que opera el capitalismo. Ven al desarrollo capitalista moviéndose hacia formas más altas de producción y de trabajo. En Multitud, Negri y Hardt llegan a decir que el trabajo se está haciendo más “inteligente”. El supuesto es que la organización capitalista del trabajo y el desarrollo capitalista estarían creando ya las condiciones para superar la explotación. Sería incluso posible que el cascarón protector de esta sociedad llegara a colapsar, lo que traería consigo la liberación de las potencialidades urdidas y crecidas en su seno. Se fantasea con que un proceso así está ya en marcha en la actual organización de la producción. Mi punto de vista es que todo eso no es sino un penoso  malentendido sobre los efectos de la reestructuración inducida por la globalización capitalista y el giro neoliberal.

Lo que Negri y Hardt no advierten es que el tremendo costo del salto tecnológico necesario para la computarización y la integración de la información en el proceso de trabajo se pagó a expensas de un gigantesco crecimiento de la explotación en el otro extremo del proceso. Hay un hilo de continuidad entre el trabajador de la computación y el trabajador del Congo que extrae el coltán con sus propias manos para sobrevivir, antes de ser expropiados y pauperizados por las repetidas rondas de ajustes estructurales o de los constantes robos de tierras y recursos naturales comunitarios. 

El principio fundamental es que el desarrollo capitalista es, siempre y al mismo tiempo, un proceso de subdesarrollo. María Mies lo describe elocuentemente en sus trabajos: “Lo que en una parte del capitalismo se presenta como desarrollo, en otra lo hace como subdesarrollo.”

Estas teorías ignoran por completo ese vínculo crucial, porque están de todo punto penetradas por la ilusión de que el proceso del trabajo nos está uniendo. Cuando Negri y Hardt hablan de que el trabajo se está “volviendo común” y usan el concepto de “multitud” para referirse a esa nueva forma de “común” supuestamente construido por el desarrollo de las fuerzas productivas son ciegos ante lo que ocurre con el proletariado mundial.

Ciegos porque no ven la destrucción de vidas y de medio ambiente que produce el capitalismo. No ven que la reestructuración de la producción tiene como objetivo reformar y profundizar las divisiones dentro de la clase trabajadora, en lugar de borrarlas. La idea de que el desarrollo del microchip está creando nuevos bienes comunes y nuevos comunarios o puede ser más desacertada; el comunalismo sólo puede ser el producto de una lucha, nunca de la producción capitalista.

Una de mis críticas a Negri y Hardt es que parecen creer que la organización capitalista del trabajo es la expresión de una racionalidad más elevada, y que el desarrollo capitalista es necesario para crear las condiciones materiales para el comunismo. Esta creencia es central en su teoría del trabajo precario. Podemos discutir si esta creencia representa o no el pensamiento de Marx. Es cierto que el Manifiesto habla del capitalismo en estos términos; también algunas secciones de los Grundrisse. Pero no es claro que esto sea un tema dominante en el trabajo de Marx, y desde luego no en El Capital.

Trabajo precario y trabajo reproductivo

Otra de mis objeciones a la teoría del trabajo precario es que se presenta como neutral ante el tema del género. Asume, sin más, que la reorganización de la producción está eliminando las relaciones de dominación y las jerarquías que existen dentro de la clase trabajadora en función de la raza, sexo y edad y, por tanto, no se ocupa de tratar esas relaciones de poder y carece de las herramientas teóricas y políticas para pensar cómo abordarlas. Negri, Virno y Hardt no discuten cómo ha sido y continúa siendo usado el salario para organizar dichas divisiones y cómo, por  tanto, debemos enfocar las luchas por el salario para que no se conviertan en un instrumento para futuras divisiones, sino que, por el contrario, nos ayuden a socavarlas. Es éste, en mi opinión, uno de los temas principales que debemos abordar en el movimiento.

El concepto de “multitud” sugiere que todas las divisiones dentro de la clase trabajadora se han borrado o que ya no son políticamente relevantes. Obviamente se trata de una ilusión. Algunas feministas señalan que el trabajo precario no es un fenómeno nuevo. Las mujeres siempre tuvieron una relación precaria con el trabajo asalariado. Pero la crítica va mucho más lejos

Me preocupa que la teoría negriana del trabajo precario ignore y pase por alto una de las contribuciones más decisivas de la teoría y de la lucha feministas: la redefinición del trabajo y el reconocimiento de que el trabajo reproductivo impagado femenino es un recurso fundamental de la acumulación capitalista. Al redefinir el trabajo doméstico como trabajo, y no como un servicio personal; al definirlo como un trabajo que produce y reproduce la fuerza de trabajo, las feministas descubrieron un nuevo y profundo modo de explotación que Marx y la teoría marxista pasaron prácticamente por alto. Todas las intuiciones políticamente importantes contenidas en este tipo de análisis se esfuman ahora, al no otorgárseles la menor importancia en la comprensión de la actual organización de la producción.

Hay un eco imperceptible de los análisis feministas en la teoría, una especie de apoyo de boquilla, cuando se incluye a la “labor afectiva” dentro de las actividades laborales calificadas como “labor inmaterial”. Sin embargo, lo más que llegan a reconocer es el caso del trabajo de las azafatas o de los servicios de comida en las empresas: las llamadas trabajadoras a las que llaman “afectivas”, porque se supone que deben sonreír a sus clientes.

Pero, ¿qué es la labor afectiva? ¿Y por qué incluirla en la categoría de trabajo inmaterial? Imagino que la incluyen –vaya usted a saber— porque no produce productos tangibles, sino “estados afectivos”, esto es, sentimientos. Y nuevamente, para decirlo sin tapujos, pienso que eso es tirarle un huesito al feminismo, que es ahora una perspectiva que goza de cierto apoyo social y ya no puede ser ignorada.

Pero el concepto de “labor afectiva” evapora todo el poder desmitificador del análisis feminista del trabajo doméstico. De hecho, vuelve a introducir al trabajo doméstico en el ámbito de la mistificación al sugerir que la labor reproductiva sólo tiene que ver con la producción de “emociones”, “sentimientos”. Solía llamárselo el “trabajo del amor”, y ahora Negri y Hardt, en cambio, han descubierto que se trata de “afecto”.

El análisis feminista de la función de la división sexual del trabajo, de la función de las jerarquías de género, el análisis del modo en que el capitalismo ha usado el salario para movilizar el trabajo femenino de reproducción de la fuerza de trabajo, todo ello se evapora bajo la etiqueta de “trabajo afectivo”.

Que Negri y Hardt ignoren totalmente este análisis feminista, confirma mis sospechas de partida: esta teoría expresa los intereses de un grupo selecto de trabajadores, juntos y revueltos en la gran olla de la Multitud. En realidad, la teoría del trabajo precario e inmaterial se ocupa de la situación y de los intereses de los trabajadores del nivel más alto de la tecnología capitalista. Su desinterés por el trabajo reproductivo y su presunción de que todo trabajo es común, esconde el hecho de que se ocupan de los sectores más privilegiados de la clase trabajadora. Y esto significa que no es una teoría que podamos usar para construir un movimiento que se autorreproduzca de manera verdadera.

Para esta tarea, aún es hoy crucial la lección del movimiento feminista. En los setenta el feminismo intentó entender las raíces de la opresión y explotación de las mujeres y las jerarquías de género. Las feministas describen tales fenómenos como producto de una desigual división del trabajo, que fuerza a las mujeres a trabajar para la reproducción de la clase trabajadora. Esta idea fue decisiva para una crítica social radical, y sus consecuencias aún precisan ser entendidas y desarrolladas en todo su potencial.

Cuando nosotras decimos que el trabajo doméstico es verdaderamente trabajo para el capital; que si bien es trabajo impagado aún contribuye a la acumulación del capital, estamos diciendo algo importantísimo sobre la naturaleza del capitalismo como sistema de producción. Afirmamos que el capitalismo se construye sobre una inmensa suma de trabajo impagado, y que no se erige exclusiva o primariamente fundado en relaciones contractuales; también decimos que la relación salarial oculta al trabajo impago, esclavo, tal y como es la naturaleza de gran parte del trabajo que hace posible la acumulación de capital.

Además, cuando decimos que el trabajo doméstico no sólo reproduce la “vida”, sino también la “fuerza de trabajo”, comenzamos por separar dos esferas distintas de nuestra vida y trabajo que aparentemente están indisolublemente conectadas. Comenzamos a ser capaces de concebir una lucha en contra del trabajo doméstico entendida ahora como la reproducción de la fuerza de trabajo, que es la reproducción del bien más importante que posee el capital: “ la capacidad de trabajo”, la posibilidad de que los trabajadores resulten explotados. Con otras palabras, reconocer que aquello que denominamos el “trabajo reproductivo” es un ámbito de acumulación y, por tanto, también de explotación, nos permite también ver a la reproducción como un lugar de lucha y, lo que es más importante, concebirla como una lucha anticapitalista en contra del trabajo reproductivo, que no nos destruirá ni a nosotros ni a nuestras comunidades.

¿Cómo luchamos en contra del trabajo reproductivo? No es lo mismo que luchar en el puesto de trabajo en la fábrica –por ejemplo, la lucha en contra de la velocidad en la línea de montaje—, porque del otro lado de la lucha hay personas y no cosas. Una vez que hemos dicho que el trabajo reproductivo es un ámbito de lucha, de inmediato debemos preguntarnos cómo luchar en ese terreno sin destruir a las personas que están a cargo nuestro. Ese es el problema que conocen muy bien  las madres, maestras y enfermeras.

Por  eso es tan importante poder trazar una separación entre la creación de seres humanos y la reproducción de los mismos entendidos como fuerza de trabajo, como futuros trabajadores que, por eso mismo, necesitan ser entrenados y no necesariamente en función de sus necesidades y deseos, sino que deben ser disciplinados y sometidos a reglas de un tipo particular.

Por ejemplo, fue importante para las feministas advertir que parte del trabajo doméstico y de crianza de los niños es trabajo policial para con ellos, para que se adapten a una disciplina laboral particular. Comenzamos a ver, entonces, que rechazar determinados ámbitos laborales no sólo nos puede liberar a nosotras sino también a nuestros hijos. Pudimos advertir que la lucha no se realiza a expensas de aquellos a quienes cuidamos, aunque pasemos por alto preparar la comida y limpiar los pisos. De hecho nuestra negativa abre un camino para su propia lucha y para el proceso de su liberación.

Una vez visto que en lugar de reproducir la vida estamos expandiendo la acumulación capitalista y que comenzamos a definir el trabajo reproductivo como un trabajo para el capital, también abrimos la posibilidad de un proceso de recomposición de las relaciones entre las mujeres.

Por ejemplo, pensemos en el movimiento de las prostitutas a quienes ahora llamamos movimiento de las “trabajadoras del sexo”. Los orígenes de este movimiento en Europa se remontan a 1975, cuando un grupo de trabajadoras del sexo en Paris ocupó una iglesia como forma protesta en contra de una nueva regulación por zonas, que ellas vieron como un ataque a su seguridad. Hubo una clara relación entre lucha -que luego se propagó por toda Europa y en EEUU- y el movimiento feminista que estaba volviendo a pensar y cuestionar el trabajo doméstico. La posibilidad de decir que la sexualidad era un trabajo para las mujeres condujo a una nueva manera de pensar las relaciones sexuales, incluidas las relaciones gay. Debido a los  movimientos feministas y gay, comenzamos a pensar en las formas en que el capitalismo ha explotado nuestra sexualidad para hacerla “productiva.”

Para concluir, fue un avance importante que las mujeres hayan podido comenzar a entender el trabajo impago y la producción que se realiza dentro y fuera del hogar como la reproducción de la fuerza de trabajo. Esto permitió repensar cada aspecto de la vida cotidiana –crianza de niños, relación entre hombres y mujeres, relaciones homosexuales y la sexualidad en general—, todo ello en función de la explotación y la acumulación capitalista.

Para crear un movimiento que se autorreproduzca

En la medida en que fuimos capaces de pensar que cualquier aspecto de la vida cotidiana es potencialmente liberador o explotador, también pudimos percatarnos de las distintas maneras en que se enlazan las mujeres y las luchas de las mujeres. Descubrimos la posibilidad de “alianzas” que no habíamos imaginado y la posibilidad de superar las divisiones que se habían creado entre las mujeres, también sobre la base de la edad, raza, y preferencia sexual.

No podemos construir un movimiento sostenible sin entender esas relaciones de poder. También necesitamos aprender varias cosas de los análisis feministas del trabajo reproductivo, porque ningún movimiento puede sobrevivir a menos que se interese por la reproducción de sus miembros. Esta es una de las debilidades del movimiento por la justicia social de EEUU.

Asistimos a las manifestaciones, organizamos actos, y esto es lo máximo que hacemos en nuestra lucha. Pero el análisis sobre cómo es posible reproducir el movimiento y reproducirnos a nosotros mismos no está en el centro de la organización del propio movimiento. Es preciso que volvamos a la tradición histórica de la clase trabajadora y organicemos una “ayuda mutua”, y que volvamos a pensar tal experiencia, no necesariamente para resucitarla, sino para nutrirnos de ella en el presente.

Es preciso construir un movimiento que en su agenda incluya las condiciones para su propia reproducción. Es necesario que la lucha anticapitalista invente distintas alternativas y sea capaz de construir sus propias vías de reproducción de manera colectiva.

Debemos asegurarnos de que no sólo confrontamos al capital en el momento de las manifestaciones, sino que lo hacemos colectivamente y en todo momento de nuestras vidas. Lo que ocurre internacionalmente es prueba de que sólo cuando contamos con formas colectivas de reproducción, de que sólo cuando tenemos comunidades que se reproducen a sí mismas de manera colectiva, pueden entonces nuestras luchas moverse y orientarse en un sentido radicalmente pugnaz frente al orden establecido: ahí están, por señalado ejemplo, las luchas de los pueblos indígenas contra la privatización del agua o contra las compañías de petróleo que destruyen las tierras de los indígenas en Ecuador.

Deseo cerrar esta disertación diciendo lo siguiente: si prestamos atención a los ejemplos de luchas en Oaxaca, Bolivia y Ecuador, veremos que las confrontaciones más radicales no son las que inician los trabajadores “cognitivos”, o las que surgen en virtud de los “bienes comunes” de Internet. La fortaleza del pueblo de Oaxaca, por ejemplo, reside en la profunda solidaridad que une a quienes luchan, una solidaridad que hizo posible el apoyo de otros pueblos indígenas de todo el territorio del Estado mexicano: los llamaron “maestros”, y los vieron como miembros de su propia comunidad. Lo mismo en Bolivia: el pueblo que impidió la privatización del agua tiene una larga tradición de lucha comunal. Este tipo de luchas es lo que debemos incluir en la agenda, construir este modo de solidaridad y entender de qué manera podemos superar lo que nos divide. Y para concluir, el principal problema de la teoría del trabajo precario es que no nos da la menor herramienta para superar  el modo en que hemos sido divididos. Y lo cierto es esas divisiones, continuamente recreadas y reproducidas, son nuestra principal debilidad en relación con la capacidad para resistir la explotación y crear una sociedad equitativa.

Silvia Federici es una investigadora y activista de origen italiano.Historiadora marxista y feminista, autora del aclamado libro Caliban and the Witch: Women, The Body And Primitive Accumulation (Nueva York, Autonomedia, 2004), ha enseñado en varias universidades norteamericanas, así como en la Universidad de Port Harcourt en Nigeria. Es profesora emérita de la Hofstra University (Long Island, Nueva Yo

o y la aparición del trabajo inmaterial han hecho realidad la predicción de Marx en los Grundrisse, en esa famosa sección sobre las máquinas en la que Marx afirma que con el desarrollo del capitalismo, el proceso de producción capitalista depende cada día menos del trabajo vivo y cada día más de la integración de la ciencia, el conocimiento y la tecnología, que se convierten en el motor de la acumulación. Virno y Negri creen que el desplazamiento hacia el trabajo precario hace realidad esa predicción sobre la tendencia histórica del capitalismo. Así, la creciente importancia del trabajo cognitivo y el desarrollo del trabajo computacional en nuestros tiempos se considera como parte de una tendencia histórica del capitalismo hacia la reducción del trabajo.

La precarización del trabajo sería consecuencia de las nuevas formas de producción. Es probable que el viraje hacia el trabajo inmaterial genere precarización de las relaciones laborales, porque la estructura del trabajo intelectual es diferente del trabajo industrial, del trabajo físico. El trabajo intelectual y de la información descansa menos en la presencia física continua del trabajador en el tradicional lugar de trabajo. El ritmo del trabajo es mucho más intermitente, fluido y discontinuo.

En síntesis, el desarrollo del trabajo precario y el desvío hacia el trabajo intelectual no aparecen –a los ojos de Negri y otros autonomistas marxistas— como un fenómeno completamente negativo. Al contrario, lo ven como expresión de una tendencia hacia la reducción del trabajo y, por eso mismo, de la explotación: como el resultado de un desarrollo capitalista que responde al conflicto de clase.

Esto significaría, hoy, que el desarrollo de las fuerzas productivas nos permitiría vislumbrar un mundo capaz de trascender el trabajo; un mundo en el cual nos liberaríamos de la necesidad de trabajar, una vía que conduce al reino de la libertad.

Los marxistas autonomistas creen que este desarrollo también está creando una nueva forma de “common” o bienes comunes, pues les parece de todo punto posible que el trabajo inmaterial represente un salto hacia adelante en la socialización y homogeneización del trabajo. La idea es que se habrían borrado las otrora decisivas diferencias entre distintas formas de trabajo (trabajo productivo/reproductivo, trabajo en la industria/agricultura, trabajo de cuidado), porque todas  ellas (como tendencia) resultarían asimiladas en la medida en que comienzan a incorporar trabajo cognitivo. Y más aún, todas las actividades que de manera creciente se incorporan al desarrollo capitalista contribuyen al proceso de acumulación, y la sociedad se convierte en una inmensa fábrica. Es así que, por ejemplo, se esfuma la distinción entre trabajo productivo e improductivo.

Y esto significa que el capitalismo no solo nos conduciría más allá del trabajo, sino que estaría sentando las bases mismas para convertir nuestra experiencia de trabajo en algo “común” ahí donde las divisiones comienzan a desmoronarse.

Es relativamente simple averiguar por qué esas teorías se han hecho populares. Contienen elementos utópicos especialmente atractivos para los trabajadores cognitivos, el “cognitariado” como lo denominan Negri y otros activistas italianos. Con la nueva teoría aparece un nuevo vocabulario. “Cognitariado”, en vez de proletariado. En vez de clase obrera, “multitud”, probablemente porque el concepto de multitud expresa la unidad creada por la nueva socialización del trabajo, la comunalización del proceso de trabajo, la idea de que dentro del proceso de trabajo los trabajadores son cada día más homogéneos, pues todas las formas de trabajo incorporan trabajo cognitivo, computacional, comunicacional y así sucesivamente.

Como he dicho, esta teoría alcanzó un alto grado de popularidad  porque hay una generación de activistas jóvenes -con varios años de formación y postgrados- que ahora están empleados en trabajos precarios en las distintas ramas de la industria cultural o en la industria de producción de conocimiento. Y entre ellos esas teorías son muy populares, porque les sugieren que a pesar de la miseria y explotación que experimentan, sin embargo nos movemos hacia un nivel más alto de producción y de relaciones sociales. Es una generación de trabajadores que considera el horario laboral de “nueve a cinco” como una regla carcelaria. Para ellos la precariedad les otorga nuevas posibilidades que sus padres no tuvieron pero soñaron. El varón joven de hoy, por ejemplo, no es tan disciplinado como lo fueron sus padres; y estos padres  todavía eran capaces de esperar que su esposa o compañera fuera económicamente dependiente de él. Ahora ellos cuentan con relaciones sociales que suponen menor dependencia financiera. La mayoría de las mujeres tienen acceso autónomo a un ingreso y con frecuencia se niegan a tener niños.

Esta teoría apela a una nueva generación de activistas que, a pesar de las dificultades inherentes al trabajo precario, fantasean en este tipo de actividad algunas posibilidades. Y estos teóricos proponen empezar por ahí, sin interesarse por la lucha por el pleno empleo. Pero también hay una diferencia entre Europa y EEUU. Por ejemplo, en Italia, dentro de ese movimiento, hay una demanda por un ingreso garantizado. Lo llaman “seguridad de la flexibilidad”. Lo que dicen es lo siguiente: no tenemos un empleo, somos precarios porque el capitalismo necesita que lo seamos, entonces deben pagar por ello. Hubo movilizaciones que duraron varios días, especialmente el 1 de mayo, y la consigna central era el ingreso garantizado. El 1 de mayo de este año, en Milán, gente del movimiento paseó a “San Precario”, el santo patrono de los trabajadores precarios. Este ícono irónico aparece en concentraciones y demostraciones centradas en la cuestión del trabajo precario.

Crítica del trabajo precario y de su apología indirecta

A partir de aquí hare una crítica de esas teorías, una crítica desde el punto de vista feminista. No es que al exponer mi crítica quiera minimizar la importancia de las teorías que habré de discutir. Estas teorías se han nutrido de muchas organizaciones y luchas políticas relacionadas con los cambios en la organización del trabajo que afectaron nuestras vidas. Recientemente, en Italia, el trabajo precario ha sido uno de los principales lemas de las movilizaciones, junto con la lucha por los derechos de los inmigrantes.

No quiero minimizar el valor del trabajo que se realiza en relación con los temas de la precariedad. Es evidente que en la última década asistimos a un nuevo tipo de lucha. Un nuevo tipo de organización escindida de los confines del puesto de trabajo tradicional. Ahí donde el puesto de trabajo era la fábrica o la oficina, ahora vemos un nuevo tipo de luchas que salen de la fábrica hacia el “territorio”, conectando distintos lugares de trabajo y construyendo movimientos y organizaciones arraigadas a un territorio. Las teorías del trabajo precario intentan dar cuenta de las novedades en la organización del trabajo y de la lucha, y también pretenden entender las formas emergentes de organización.

Y esto es muy importante. Al mismo tiempo, pienso que aquello que denomino teoría del trabajo precario tiene defectos serios, que ya he señalado en mi presentación. En lo que sigue resumiré las críticas y luego discutiré las posibles alternativas.

Mi primera crítica es que esta teoría se construye sostenida en una concepción completamente equivocada sobre el modo en que opera el capitalismo. Ven al desarrollo capitalista moviéndose hacia formas más altas de producción y de trabajo. En Multitud, Negri y Hardt llegan a decir que el trabajo se está haciendo más “inteligente”. El supuesto es que la organización capitalista del trabajo y el desarrollo capitalista estarían creando ya las condiciones para superar la explotación. Sería incluso posible que el cascarón protector de esta sociedad llegara a colapsar, lo que traería consigo la liberación de las potencialidades urdidas y crecidas en su seno. Se fantasea con que un proceso así está ya en marcha en la actual organización de la producción. Mi punto de vista es que todo eso no es sino un penoso  malentendido sobre los efectos de la reestructuración inducida por la globalización capitalista y el giro neoliberal.

Lo que Negri y Hardt no advierten es que el tremendo costo del salto tecnológico necesario para la computarización y la integración de la información en el proceso de trabajo se pagó a expensas de un gigantesco crecimiento de la explotación en el otro extremo del proceso. Hay un hilo de continuidad entre el trabajador de la computación y el trabajador del Congo que extrae el coltán con sus propias manos para sobrevivir, antes de ser expropiados y pauperizados por las repetidas rondas de ajustes estructurales o de los constantes robos de tierras y recursos naturales comunitarios. 

El principio fundamental es que el desarrollo capitalista es, siempre y al mismo tiempo, un proceso de subdesarrollo. María Mies lo describe elocuentemente en sus trabajos: “Lo que en una parte del capitalismo se presenta como desarrollo, en otra lo hace como subdesarrollo.”

Estas teorías ignoran por completo ese vínculo crucial, porque están de todo punto penetradas por la ilusión de que el proceso del trabajo nos está uniendo. Cuando Negri y Hardt hablan de que el trabajo se está “volviendo común” y usan el concepto de “multitud” para referirse a esa nueva forma de “común” supuestamente construido por el desarrollo de las fuerzas productivas son ciegos ante lo que ocurre con el proletariado mundial.

Ciegos porque no ven la destrucción de vidas y de medio ambiente que produce el capitalismo. No ven que la reestructuración de la producción tiene como objetivo reformar y profundizar las divisiones dentro de la clase trabajadora, en lugar de borrarlas. La idea de que el desarrollo del microchip está creando nuevos bienes comunes y nuevos comunarios o puede ser más desacertada; el comunalismo sólo puede ser el producto de una lucha, nunca de la producción capitalista.

Una de mis críticas a Negri y Hardt es que parecen creer que la organización capitalista del trabajo es la expresión de una racionalidad más elevada, y que el desarrollo capitalista es necesario para crear las condiciones materiales para el comunismo. Esta creencia es central en su teoría del trabajo precario. Podemos discutir si esta creencia representa o no el pensamiento de Marx. Es cierto que el Manifiesto habla del capitalismo en estos términos; también algunas secciones de los Grundrisse. Pero no es claro que esto sea un tema dominante en el trabajo de Marx, y desde luego no en El Capital.

Trabajo precario y trabajo reproductivo

Otra de mis objeciones a la teoría del trabajo precario es que se presenta como neutral ante el tema del género. Asume, sin más, que la reorganización de la producción está eliminando las relaciones de dominación y las jerarquías que existen dentro de la clase trabajadora en función de la raza, sexo y edad y, por tanto, no se ocupa de tratar esas relaciones de poder y carece de las herramientas teóricas y políticas para pensar cómo abordarlas. Negri, Virno y Hardt no discuten cómo ha sido y continúa siendo usado el salario para organizar dichas divisiones y cómo, por  tanto, debemos enfocar las luchas por el salario para que no se conviertan en un instrumento para futuras divisiones, sino que, por el contrario, nos ayuden a socavarlas. Es éste, en mi opinión, uno de los temas principales que debemos abordar en el movimiento.

El concepto de “multitud” sugiere que todas las divisiones dentro de la clase trabajadora se han borrado o que ya no son políticamente relevantes. Obviamente se trata de una ilusión. Algunas feministas señalan que el trabajo precario no es un fenómeno nuevo. Las mujeres siempre tuvieron una relación precaria con el trabajo asalariado. Pero la crítica va mucho más lejos

Me preocupa que la teoría negriana del trabajo precario ignore y pase por alto una de las contribuciones más decisivas de la teoría y de la lucha feministas: la redefinición del trabajo y el reconocimiento de que el trabajo reproductivo impagado femenino es un recurso fundamental de la acumulación capitalista. Al redefinir el trabajo doméstico como trabajo, y no como un servicio personal; al definirlo como un trabajo que produce y reproduce la fuerza de trabajo, las feministas descubrieron un nuevo y profundo modo de explotación que Marx y la teoría marxista pasaron prácticamente por alto. Todas las intuiciones políticamente importantes contenidas en este tipo de análisis se esfuman ahora, al no otorgárseles la menor importancia en la comprensión de la actual organización de la producción.

Hay un eco imperceptible de los análisis feministas en la teoría, una especie de apoyo de boquilla, cuando se incluye a la “labor afectiva” dentro de las actividades laborales calificadas como “labor inmaterial”. Sin embargo, lo más que llegan a reconocer es el caso del trabajo de las azafatas o de los servicios de comida en las empresas: las llamadas trabajadoras a las que llaman “afectivas”, porque se supone que deben sonreír a sus clientes.

Pero, ¿qué es la labor afectiva? ¿Y por qué incluirla en la categoría de trabajo inmaterial? Imagino que la incluyen –vaya usted a saber— porque no produce productos tangibles, sino “estados afectivos”, esto es, sentimientos. Y nuevamente, para decirlo sin tapujos, pienso que eso es tirarle un huesito al feminismo, que es ahora una perspectiva que goza de cierto apoyo social y ya no puede ser ignorada.

Pero el concepto de “labor afectiva” evapora todo el poder desmitificador del análisis feminista del trabajo doméstico. De hecho, vuelve a introducir al trabajo doméstico en el ámbito de la mistificación al sugerir que la labor reproductiva sólo tiene que ver con la producción de “emociones”, “sentimientos”. Solía llamárselo el “trabajo del amor”, y ahora Negri y Hardt, en cambio, han descubierto que se trata de “afecto”.

El análisis feminista de la función de la división sexual del trabajo, de la función de las jerarquías de género, el análisis del modo en que el capitalismo ha usado el salario para movilizar el trabajo femenino de reproducción de la fuerza de trabajo, todo ello se evapora bajo la etiqueta de “trabajo afectivo”.

Que Negri y Hardt ignoren totalmente este análisis feminista, confirma mis sospechas de partida: esta teoría expresa los intereses de un grupo selecto de trabajadores, juntos y revueltos en la gran olla de la Multitud. En realidad, la teoría del trabajo precario e inmaterial se ocupa de la situación y de los intereses de los trabajadores del nivel más alto de la tecnología capitalista. Su desinterés por el trabajo reproductivo y su presunción de que todo trabajo es común, esconde el hecho de que se ocupan de los sectores más privilegiados de la clase trabajadora. Y esto significa que no es una teoría que podamos usar para construir un movimiento que se autorreproduzca de manera verdadera.

Para esta tarea, aún es hoy crucial la lección del movimiento feminista. En los setenta el feminismo intentó entender las raíces de la opresión y explotación de las mujeres y las jerarquías de género. Las feministas describen tales fenómenos como producto de una desigual división del trabajo, que fuerza a las mujeres a trabajar para la reproducción de la clase trabajadora. Esta idea fue decisiva para una crítica social radical, y sus consecuencias aún precisan ser entendidas y desarrolladas en todo su potencial.

Cuando nosotras decimos que el trabajo doméstico es verdaderamente trabajo para el capital; que si bien es trabajo impagado aún contribuye a la acumulación del capital, estamos diciendo algo importantísimo sobre la naturaleza del capitalismo como sistema de producción. Afirmamos que el capitalismo se construye sobre una inmensa suma de trabajo impagado, y que no se erige exclusiva o primariamente fundado en relaciones contractuales; también decimos que la relación salarial oculta al trabajo impago, esclavo, tal y como es la naturaleza de gran parte del trabajo que hace posible la acumulación de capital.

Además, cuando decimos que el trabajo doméstico no sólo reproduce la “vida”, sino también la “fuerza de trabajo”, comenzamos por separar dos esferas distintas de nuestra vida y trabajo que aparentemente están indisolublemente conectadas. Comenzamos a ser capaces de concebir una lucha en contra del trabajo doméstico entendida ahora como la reproducción de la fuerza de trabajo, que es la reproducción del bien más importante que posee el capital: “ la capacidad de trabajo”, la posibilidad de que los trabajadores resulten explotados. Con otras palabras, reconocer que aquello que denominamos el “trabajo reproductivo” es un ámbito de acumulación y, por tanto, también de explotación, nos permite también ver a la reproducción como un lugar de lucha y, lo que es más importante, concebirla como una lucha anticapitalista en contra del trabajo reproductivo, que no nos destruirá ni a nosotros ni a nuestras comunidades.

¿Cómo luchamos en contra del trabajo reproductivo? No es lo mismo que luchar en el puesto de trabajo en la fábrica –por ejemplo, la lucha en contra de la velocidad en la línea de montaje—, porque del otro lado de la lucha hay personas y no cosas. Una vez que hemos dicho que el trabajo reproductivo es un ámbito de lucha, de inmediato debemos preguntarnos cómo luchar en ese terreno sin destruir a las personas que están a cargo nuestro. Ese es el problema que conocen muy bien  las madres, maestras y enfermeras.

Por  eso es tan importante poder trazar una separación entre la creación de seres humanos y la reproducción de los mismos entendidos como fuerza de trabajo, como futuros trabajadores que, por eso mismo, necesitan ser entrenados y no necesariamente en función de sus necesidades y deseos, sino que deben ser disciplinados y sometidos a reglas de un tipo particular.

Por ejemplo, fue importante para las feministas advertir que parte del trabajo doméstico y de crianza de los niños es trabajo policial para con ellos, para que se adapten a una disciplina laboral particular. Comenzamos a ver, entonces, que rechazar determinados ámbitos laborales no sólo nos puede liberar a nosotras sino también a nuestros hijos. Pudimos advertir que la lucha no se realiza a expensas de aquellos a quienes cuidamos, aunque pasemos por alto preparar la comida y limpiar los pisos. De hecho nuestra negativa abre un camino para su propia lucha y para el proceso de su liberación.

Una vez visto que en lugar de reproducir la vida estamos expandiendo la acumulación capitalista y que comenzamos a definir el trabajo reproductivo como un trabajo para el capital, también abrimos la posibilidad de un proceso de recomposición de las relaciones entre las mujeres.

Por ejemplo, pensemos en el movimiento de las prostitutas a quienes ahora llamamos movimiento de las “trabajadoras del sexo”. Los orígenes de este movimiento en Europa se remontan a 1975, cuando un grupo de trabajadoras del sexo en Paris ocupó una iglesia como forma protesta en contra de una nueva regulación por zonas, que ellas vieron como un ataque a su seguridad. Hubo una clara relación entre lucha -que luego se propagó por toda Europa y en EEUU- y el movimiento feminista que estaba volviendo a pensar y cuestionar el trabajo doméstico. La posibilidad de decir que la sexualidad era un trabajo para las mujeres condujo a una nueva manera de pensar las relaciones sexuales, incluidas las relaciones gay. Debido a los  movimientos feministas y gay, comenzamos a pensar en las formas en que el capitalismo ha explotado nuestra sexualidad para hacerla “productiva.”

Para concluir, fue un avance importante que las mujeres hayan podido comenzar a entender el trabajo impago y la producción que se realiza dentro y fuera del hogar como la reproducción de la fuerza de trabajo. Esto permitió repensar cada aspecto de la vida cotidiana –crianza de niños, relación entre hombres y mujeres, relaciones homosexuales y la sexualidad en general—, todo ello en función de la explotación y la acumulación capitalista.

Para crear un movimiento que se autorreproduzca

En la medida en que fuimos capaces de pensar que cualquier aspecto de la vida cotidiana es potencialmente liberador o explotador, también pudimos percatarnos de las distintas maneras en que se enlazan las mujeres y las luchas de las mujeres. Descubrimos la posibilidad de “alianzas” que no habíamos imaginado y la posibilidad de superar las divisiones que se habían creado entre las mujeres, también sobre la base de la edad, raza, y preferencia sexual.

No podemos construir un movimiento sostenible sin entender esas relaciones de poder. También necesitamos aprender varias cosas de los análisis feministas del trabajo reproductivo, porque ningún movimiento puede sobrevivir a menos que se interese por la reproducción de sus miembros. Esta es una de las debilidades del movimiento por la justicia social de EEUU.

Asistimos a las manifestaciones, organizamos actos, y esto es lo máximo que hacemos en nuestra lucha. Pero el análisis sobre cómo es posible reproducir el movimiento y reproducirnos a nosotros mismos no está en el centro de la organización del propio movimiento. Es preciso que volvamos a la tradición histórica de la clase trabajadora y organicemos una “ayuda mutua”, y que volvamos a pensar tal experiencia, no necesariamente para resucitarla, sino para nutrirnos de ella en el presente.

Es preciso construir un movimiento que en su agenda incluya las condiciones para su propia reproducción. Es necesario que la lucha anticapitalista invente distintas alternativas y sea capaz de construir sus propias vías de reproducción de manera colectiva.

Debemos asegurarnos de que no sólo confrontamos al capital en el momento de las manifestaciones, sino que lo hacemos colectivamente y en todo momento de nuestras vidas. Lo que ocurre internacionalmente es prueba de que sólo cuando contamos con formas colectivas de reproducción, de que sólo cuando tenemos comunidades que se reproducen a sí mismas de manera colectiva, pueden entonces nuestras luchas moverse y orientarse en un sentido radicalmente pugnaz frente al orden establecido: ahí están, por señalado ejemplo, las luchas de los pueblos indígenas contra la privatización del agua o contra las compañías de petróleo que destruyen las tierras de los indígenas en Ecuador.

Deseo cerrar esta disertación diciendo lo siguiente: si prestamos atención a los ejemplos de luchas en Oaxaca, Bolivia y Ecuador, veremos que las confrontaciones más radicales no son las que inician los trabajadores “cognitivos”, o las que surgen en virtud de los “bienes comunes” de Internet. La fortaleza del pueblo de Oaxaca, por ejemplo, reside en la profunda solidaridad que une a quienes luchan, una solidaridad que hizo posible el apoyo de otros pueblos indígenas de todo el territorio del Estado mexicano: los llamaron “maestros”, y los vieron como miembros de su propia comunidad. Lo mismo en Bolivia: el pueblo que impidió la privatización del agua tiene una larga tradición de lucha comunal. Este tipo de luchas es lo que debemos incluir en la agenda, construir este modo de solidaridad y entender de qué manera podemos superar lo que nos divide. Y para concluir, el principal problema de la teoría del trabajo precario es que no nos da la menor herramienta para superar  el modo en que hemos sido divididos. Y lo cierto es esas divisiones, continuamente recreadas y reproducidas, son nuestra principal debilidad en relación con la capacidad para resistir la explotación y crear una sociedad equitativa.

Silvia Federici es una investigadora y activista de origen italiano.Historiadora marxista y feminista, autora del aclamado libro Caliban and the Witch: Women, The Body And Primitive Accumulation (Nueva York, Autonomedia, 2004), ha enseñado en varias universidades norteamericanas, así como en la Universidad de Port Harcourt en Nigeria. Es profesora emérita de la Hofstra University (Long Island, Nueva Yo

Sobre la Supuesta Idea de que el Feminismo Arruina a las Mujeres

¿Han arruinado las mujeres sus vidas por culpa del feminismo? 
Barbara Ehrenreich

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El feminismo hizo a las mujeres miserables. Esto, en cualquier caso, parece la coletilla más popular de “The Paradox of Declining Female Happiness” (“la paradoja de la felicidad femenina en decadencia”), un estudio reciente de Betsey Stevenson y Justin Wolfers que pretende mostrar que las mujeres se han vuelto progresivamente infelices desde 1972. Maureen Dowd y Arianna Huffington recibieron la noticia con sombría perplejidad, si bien la respuesta más común ha sido un triunfante: “os lo advertí”.

 En la página web Slate’s DoubleX, un columnista concluyó del estudio que “el movimiento feminista de los años 60 y 70 nos dio un flujo constante de quejas de las mujeres disfrazadas de manifiesto… y una marca de poder femenino sexual tan promiscuo que lo celebra todo como acto feminista, desde la prostitución hasta los piercings en el pezón– en otras palabras gemidos y correas. O como lo dice más sobriamente Phyllis Schlafly: “El movimiento feminista enseñó a las mujeres a verse a si mismas como víctimas de un patriarcado opresivo en el que su verdadero valor nunca será reconocido y cualquier éxito está más allá de su alcance… un victimismo autoimpuesto no es receta para la felicidad”. 

 Pero es un poco pronto para culpar a Gloria Steinem  (1) por nuestra dependencia de ISRS (2). En toda esta profunda inquietud generada por el estudio de Stevenson y Wolfers prácticamente nadie ha señalado que en general hay algunas problemáticas con los estudios sobre la felicidad que hacen que haya razones para dudar de este estudio en particular, o que, si se toma este estudio en su valor nominal, no tiene nada en absoluto que decir sobre el impacto del feminismo en el estado de ánimo de nadie.

 Para los principiantes, la felicidad es una cosa inherentemente resbaladiza a la hora de medir o definir. Los filósofos han debatido qué era durante siglos e incluso, si la definiéramos simplemente como una mayor frecuencia de sentimientos positivos que negativos, cuando le preguntamos a la gente si es feliz, les estamos pidiendo establecer una especie de media sobre muchos momentos y estados de ánimo; tal vez estuviera enfadado pronto por la mañana tras abrir las facturas, pero después se alegró el día con la llamada de un amigo, ¿qué siento realmente? 

 En un célebre experimento psicológico, se pidió a individuos que respondieran un cuestionario sobre su satisfacción en la vida, pero sólo después de haber realizado la tarea en apariencia irrelevante de fotocopiar la hoja de papel para el experimento. Para una mitad de los sujetos escogidos al azar, se dejó una moneda para que la encontraran en la fotocopiadora. Dos economistas resumieron así el resultado: “El informe de satisfacción con la vida creció substancialmente por el descubrimiento de la moneda en la fotocopiadora, claramente no un efecto renta”. 

 Para el estudio de la felicidad del que discutimos, las señales de alarma empiezan a saltar cuando observamos los datos. No es por ser antiintelectual pero los datos sobre como los hombres y las mujeres responden a la encuesta no revela tendencias discernibles a simple vista. Sólo realizando una manipulación estadística oculta llamada “estimación de la función estadística probit” logran los autores desentrañar una tendencia generalizada; ésta es una muestra pequeña: “Las mujeres tenían un punto porcentual menos que los hombres de probabilidad de decir que no estaban demasiado felices al principio de la muestra [1972]; en 2006 las mujeres tenían un punto más de probabilidad de hallarse en esta categoría”. Diferencias de esta magnitud serían pasmosas si estuviéramos midiendo, por ejemplo, la velocidad de la luz bajo diferentes condiciones físicas, pero cuando el tema es algo tan elusivo como la felicidad, no estamos hablando de un cambio de paradigma en los resultados. 

 Además, la idea de que la mujer se aboca a la desesperación se contradice por una medida objetiva de infelicidad que ofrecen los autores: la tasa de suicidio. La felicidad es, por supuesto, un estado subjetivo, pero el suicidio es un acto duro y frío, y la tasa de suicidio ha sido el estándar de oro de la miseria desde que el sociólogo Émile Durkheim escribió su libro en 1897. Como Stevenson y Wolfers señalan – tímidamente, debemos imaginar – “contrario al bienestar subjetivo que documentamos, las tasas de suicidio femenino ha ido a la baja, incluso cuando las de suicidio masculino se han mantenido aproximadamente constantes a lo largo de nuestra muestra [1972 – 2006]. “Las mujeres tendrían depresión mientras que los hombres tienen más posibilidades de recibir una bala en la sien”. 

Otro pequeño dato del que nadie, incluyendo los autores, parece tener mucho que decir es que, mientras que la “mujer” se vuelve marginalmente más triste, la mujer negra es cada vez más y más feliz. Citando a los autores: “… la felicidad tiene una tendencia al alza entre los afroestadounidenses… es más, las estimaciones puntuales sugieren que el bienestar habría crecido más intensamente entre las mujeres negras que entre los hombres negros”. El documento debería titularse “La paradoja de la felicidad de la mujer blanca en decadencia” lo que podría sugerir que el problema podría resolverse con melanina y Restylane (3).

Pero asumamos que el estudio es profundo y que las mujeres (blancas) son más infelices que los hombres desde 1972. ¿Significa eso que el feminismo ha arruinado sus vidas?

No, de acuerdo con Stevenson y Wolfers, que encuentran que “la relativa disminución en el bienestar femenino… se da tanto en la mujer trabajadora como el ama de casa, en la casada y la divorciada, en la joven y la vieja y a lo largo de los distintos niveles de educación” – tanto como para las madres como para las mujeres sin hijos. Si el feminismo fuera el problema, podría esperarse que la mujer divorciada fuera menos feliz que la casada y que las mujeres trabajadoras fueran menos felices que las amas de casa. El tener hijos, la presunta fuente principal de plenitud femenina, haría de hecho a la mujer menos feliz.

Y si el movimiento por la mujer fuera tan deprimente, se esperaría que las mujeres más tristes fueran aquellas que tuvieran alguna exposición directa a los nocivos efectos de la segunda ola de feminismo. Como señalan los autores, sin embargo, “no hay evidencias de que las mujeres que experimentaron las protestas y entusiasmo en los años 70 se hayan distanciad de la felicidad más que aquellas mujeres que nacieron durante aquel periodo”.

Lo que muestra este estudio, si algo demuestra, es que ni el matrimonio ni los niños hacen a las mujeres felices. (Los resultados tampoco están en los piercings en el pecho). Tampoco para el caso parece haber ningún problema con “demasiadas elecciones”, “el balance vida laboral – familiar” o el “segundo turno” (4). Si creen a Stevenson y Wolfers, la felicidad de la mujer es absolutamente indiferente a sus condiciones objetivas de vida, incluyendo la pobreza y la discriminación racial. Sea lo que sea la “felicidad” es…

Por tanto ¿por qué este alboroto repentino con el estudio de Wharton que de todos modos se filtró por primera vez hace dos años? Básicamente porque se ha convertido en la plataforma de lanzamiento para el nuevo libro del prolífico consultor de gestión Marcus Buckingham más conocido por “First, Break All the Rules and Now, Find Your Strengths”. Su nuevo libro “Find Your Strongest Life: What the Happiest and Most Successful Women Do Differently” es el clásico molde de pensamiento positivo y género de autoayuda: Primero, las desgarradoras citas de mujeres desdichadas identificadas sólo por su pseudónimo de correo electrónico (Countess1, Luveyduvey…), después las historias de mujeres “de éxito”, seguidas del obligatorio test de autoevaluación para descubrir “el rol que estabas obligada a jugar” (creador, ofreciendo cuidados, influenciador…) todo culminado con un anuncio de los muchos productos relacionados que puedes comprar, incluyendo un video introductorio de Buckingham, una “guía del participante” con “ejercicios” incluidos para llevarte a la felicidad y un atractivo juego de “Ocho Planes de Vida Sólida” que adoptar. El Huffington Post dio a Buckingham una columna en la cual continuar con su campaña de marketing.

Es una vieja historia: Si quieres vender algo, primero encuentra la terrible aflicción que el producto cura. En los 80, como los implantes de silicona caían, los doctores descubrieron la “micromastia”, la “enfermedad” de los pechos pequeños. Más recientemente se da la furiosa búsqueda de las grandes farmacéuticas de la Viagra femenina, se ha encontrado un sorprendentemente alto 43% de mujeres que sufre de “disfunción sexual femenina”. Ahora esta infelicidad y la gama de potenciales curas es impresionante: Seagrams, Godiva y Harlequin (5) toman nota.

 NOTAS del traductor i la redacción:

(1) Activista feminista en los EEUU. (2) Inhibidores selectivos de recaptación de serotonina (antidepresivo). (3) Gama de productos de belleza. (4) Second Shift en inglés: Podemos dividir el día en tres periodos de 8 horas, este término indica ese “segundo turno” que la mujer desempeñaría en el hogar después de su jornada de trabajo. (5) Marcas de bebidas alcohólicas, chocolates y novelas románticas, respectivamente.

Barbara Ehrenreich es la presidente de la “United Professionals” y autora, recientemente, de This Land Is Their Land: Reports From a Divided Nation. Dedrick Muhammad es investigador asociado senior del Institute for Policy Studies.

Traducción para www.sinpermiso.info: Txomin Martino

Sin Feminismo No Hay Transformación Social

Declaración del Encuentro Latinoamericano de Mujeres
"Sin feminismo, no hay socialismo"

 

ANMCLA



Dicen que después de la Guerra del Vietnam, nunca el imperialismo norteamericano tuvo una derrota tan contundente como lo fue la derrota del Alca. A partir de entonces surge el Alba de los movimientos sociales, que hoy en Tucumán con presencia de mujeres luchadoras de todo el continente, hermanadas en cantos de resistencia han hecho en esta Edición XXIV del Encuentro Nacional de Mujeres, un Encuentro Latinoamericano.


Mujeres de Minga y Paz con Justicia (Colombia), del MST y de Marcha Mundial de Mujeres (Brasil) , del Rescate del Sandinismo (Nicaragua), del Movimiento de Liberación Nacional MLN (México), del Frente Indígena SM (Guatemala), de Feministas en Resistencia (Honduras), del Movimiento Alternativo de Izquierda -Maíz- (Costa Rica), del Frente Nacional Campesino Ezequiel Zamora -FNCEZ- y de la Asociación Nacional de Medios Comunitarios Libres y Alternativos –ANMCLA- (Venezuela), hermanas bolivianas, piqueteras y feministas argentinas convocadas por el Frente Popular Darío Santillán, luego de un debate abierto sobre Integración, Lucha y Articulación Continental en la Plaza Urquiza de Tucumán, suscribimos la siguiente declaración, bajo la consigna: SIN FEMINISMO NO HAY SOCIALISMO:
Nos reunimos en el marco del 24 encuentro nacional de mujeres en Tucumán. Compartimos nuestras luchas, nuestros sueños, nuestros deseos, nuestros camino, buscando entrelazar nuestras vidas.

Nos pronunciamos en este encuentro por la defensa de nuestros derechos.

Luchamos por la desmilitarización de América Latina.

Contra el golpe de estado en honduras: libertad a la compañera maestra y periodista Agustina Flores Lopez y a todXs los presXs políticos hondureXs.

Denunciamos el asesinato de compañeras transexuales, y exijimos la investigación y el castigo a lXs culpables..

Exigimos que se ponga fin a la violencia sexual, los femicidios y la represión contra el pueblo de Honduras.

No a las bases militares en Colombia y en América Latina.

Basta de violencia militar y paramilitar contra las mujeres y el pueblo de Colombia. Libertad a los presos políticos, basta de impunidad, de jucios sin justicia y de condiciones aberrantes de detención.

Solidaridad con Piedad Córdoba, y con los luchadores sociales colombianos que impulsan la paz con justicia para Colombia.

Denunciamosque tanto las dictaduras como las intervenciones militares hacen de las mujeres un botín de guerra y utilizan la violencia sexual como arma de guerra en los conflictos armados.

Basta de persecución política a los militantes del movimiento sin tierra y de otros movimientos sociales en lucha en Brasil. No a la judicialización de los luchadores populares.

Fuera a la intervención militar en Haití. Solidaridad con las mujeres y el pueblo haitiano violado y violentado en sus derechos.

No a la militarización de la vida cotidiana y a la criminalización de la lucha popular en América Latina.

Nos solidarizamos con las mujeres judicializadas por ejercer el derecho a decidir sobre sus cuerpos. Exigimos el derecho al aborto libre, seguro y gratuito. Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir.

Denunciamos la violencia contra las mujeres y los femicidios en México y América Latina.

Denunciamos la desaparición de mujeres en democracia secuestradas por las redes de prostitución y trata.

Defendemos la vida y la libertad de las personas en situación de prostitución o esclavitud laboral o cualquiera sea el fin que los proxenetas y tratantes persigan. Exigimos leyes que castiguen efectivamente la trata de personas y protejan a las víctimas, teniendo en cuenta que los derechos humanos son irrenunciables y que nadie pude consentir su propia explotación. La prostitución es una forma de violencia contra las mujeres y una violación de los derechos de las humanas.

Somos parte y expresamos: Nuestra solidaridad en la lucha contra las hidroeléctricas, las madereras, las mineras y contra todas las transnacionales y traslatinas que promueven el saqueo y la recolonización del continente.

Nuestra solidaridad con las trabajadores de Terrabussi y con todas las luchas que enfrentan la precarización laboral. Rechazamos que se siga descargando la crisis sobre las trabajadoras y los pueblos de América Latina.

Expresamos el derecho de las mujeres y de los pueblos originarios a vivir en sus territorios respetando su cultura y su identidad.

Nos pronunciamos contra todas las formas de xenofobia y por el derecho a ir y venir de las migrantes.

Expresamos nuestra solidaridad con los procesos populares y antiimperialistas en Cuba, Venezuela y Bolivia y con sus proyectos de integración latinoamericana en los marcos del ALBA.

Promovemos la unidad y la integración de los movimientos populares de América Latina y la creación de espacios concretos de solidaridad y acciones comunes.

Nos movilizamos como parte de la semana de acción en defensa de la Madre Tierra por la Soberanía Alimentaria contra la mercantilización de la vida del 11 al 16 ce octubre.

El 25 de noviembre nos movilizaremos en las calles contra la violencia hacia las mujeres y para escarchar a los responsables de las guerras, golpes y militarización del continente: embajadas, consulados y espacios que simbolicen la dominación imperialista.

Apoyamos las iniciativas de la marcha mundial de las mujeres que promueven durante el 2010 acciones globales contra el capitalismo y el patriarcado.

Nosotras feministas proponemos transformaciones profundas y radicales de las relaciones entre los seres humanos y con la naturaleza, el fin de la lesbofobia, la travestofobia, la homofobia y del patriarcado heteronormativo y racista.

Somos parte de la construcción de un movimiento feminista antipatriarcal y anticapitalista, como una fuerza política contrahegemónica y un instrumento para alcanzarla transformación de nuestras vidas y de nuestras sociedades.

Nuestras declaraciones están respaldadas por nuestra acciones. Por nuestros cuerpos en lucha. Por nuestra capacidad de movilizarnos y de denunciar, de actuar y de crear nuevas relaciones. Nuestras luchas las hacemos con alegría, con placer. Somos feministas en movimiento . Somos todas Feministas en Resistencia.