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La Guerra Nuclear Que Viene

La guerra contra Irán: primavera 2011

 

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05/09/10
 

El 7 de junio de 1981 aviones de Israel bombardearon y destruyeron el reactor nuclear iraquí de Osirak. Se dice que ese hecho detuvo para siempre el desarrollo de un programa de construcción de armas nucleares por parte de Bagdad. En 2007 bombardeó un reactor norcoreano en Siria. Y ahora esa es la opción que vuelve a ser considerada por Israel para detener el pretendido proyecto de Teherán para dotarse del arma nuclear. ¿La fecha? Casi para el treinta aniversario del ataque al reactor de Osirak. Para más seguridad, en la primavera de 2011.

Parece una fecha lejana, sobre todo a la luz de los urgentes problemas actuales: una crisis que resiste convertirse en recuperación, sequías, incendios e inundaciones que parecen gritar cambio climático en cada torbellino. Sin embargo, el tiempo se escurre rápido. Para los halcones en Israel, la carga del reactor de Bushehr hace una semana y el ritmo de producción en las centrifugadoras de Natanz son las señales que cuentan.

La influyente revista The Atlantic publica este septiembre un artículo de Jeffrey Goldberg sobre las perspectivas de un ataque israelí en contra de Irán (www.theatlantic.com). Goldberg es un bien conocido vocal de grupos vinculados con posiciones intervencionistas en el Medio Oriente. Esta vez entrevistó a más de cuarenta altos funcionarios israelíes y concluye que existe una alta probabilidad de un ataque contra las instalaciones nucleares de Irán.

El artículo es parte de una campaña para llevar a cabo dicho ataque. La conclusión central es que antes de junio 2011 Benjamín Netanyahu podría lanzar sus aviones contra las instalaciones nucleares de Irán. La ofensiva puede llevarse a cabo con un variado arsenal, incluyendo cargas nucleares para destruir estructuras enterradas a gran profundidad. La política de amimut o de opacidad que mantiene el gobierno de Israel en relación con su arsenal nuclear (estimado en 200 cargas nucleares) no permite asegurar nada sobre esta eventualidad. El ataque incluiría varias docenas de blancos nucleares. Se me ocurre que otro escenario es el de un ataque selectivo con misiles desde Israel o con su arsenal de misiles crucero de alta precisión, disparados desde sus submarinos en el Golfo Pérsico.

Obama se comprometió en su campaña a buscar un diálogo directo con Teherán para detener su programa nuclear militar. Pero el enfoque diplomático fue inconsistente. En lugar de enviar a Teherán un mensaje claro de que Estados Unidos ya no está obsesionado con la vieja idea de un cambio de régimen, Hillary Clinton transmitió las señales equivocadas. Su bravuconería mostró a Teherán que poco había cambiado con Obama. Sobre la mesa de negociación permanecía no sólo la obsesión del cambio de régimen, sino la amenaza del empleo de la fuerza para lograrlo. Para Teherán, el único camino es hacer prohibitivo el precio de un ataque, ya sea de Israel o de Estados Unidos. Su plan nuclear es un instrumento para lograrlo.

Entablar un diálogo con Teherán implicaba una transformación profunda en la relación de Estados Unidos e Israel. La realidad es que el poder del lobby judío en Washington hace pensar desde hace años en el síndrome de que la cola mueve al perro y no al revés. En lugar de que Israel obedezca órdenes de Washington, ésta última es la que acaba por seguir y apoyar las iniciativas de Tel Aviv. De tal modo que si Washington deseaba interrumpir el apoyo de Irán a Hezbollah, por ejemplo, tenía que comenzar con replantear sus relaciones con Israel y detener su política de expansión y genocidio en Gaza y la margen occidental del río Jordán. Obama ni siquiera quiso explorar este camino.

Todo indica que el tiempo se agota. Washington ahora presiona colocando sanciones más severas sobre Teherán. Servirán de muy poco, pero su cálculo es que de doblegar a Ahmadinejad, el mundo se estará ahorrando una nueva guerra. Por su parte, Teherán acelera el ritmo de producción de uranio enriquecido y abraza el apoyo ruso para hacer más difícil un ataque a sus instalaciones nucleares. Ya tiene emplazados centenares de misiles tierra-aire proporcionados por Rusia, de gran alcance y velocidad, así que no es seguro que un ataque alcance todos sus objetivos.

 

 

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Lo que es seguro es que dicha aventura tendrá efectos desastrosos a escala global. Las guerras en Afganistán e Irak, por no mencionar a Pakistán (y si es que sobrevive a las inundaciones de estas semanas), se intensificarán y fusionarán en una gran zona de actividad bélica. Todo Medio Oriente será envuelto en llamas. Irán podría responder con ataques de misiles balísticos a Israel, lo que provocaría una andanada de misiles israelíes. Teherán probablemente tendría éxito en bloquear el estrecho de Hormuz, interrumpiendo el flujo de petróleo, sacudiendo el mercado mundial y agravando la crisis económica mundial. Sin duda el precio a pagar por un ataque a Irán es muy elevado. Pero para el complejo industrial y militar en Israel (y Washington), ese costo ya ha sido descontado por el mercado de la guerra.

Alejandro Nadal es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO.


La Jornada, 18 agosto 2010

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